LA ESPADA EN EL CORAZÓN

PASIÓN POR EL REINO

 

1.   LA ESPADA EN EL CORAZÓN

Los padres de Jesús suben a la capital para presentar su niño al Padre y al mundo como el Siervo anunciado por Isaías: “Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.

Simeón, con el mejor espíritu profético, interpreta aquel “signo de los tiempos”: Este niño entra para juzgar, ante él todo el mundo tiene que definirse. Será una “bandera discutida”, “signo de contradicción” para que sean descubiertas las aspiraciones más profundas de los corazones (cf. Lc. 2,21-35).

Otras frases lapidarias le responderán más tarde, como un eco en la montaña: “No vine a sembrar paz, sino espadas (Mt. 10,34). “Yo vine a este mundo para un juicio” (Jn. 12,44). Para piedra de tropiezo o angular (1 Pe. 2,6-8).

María, personificando a Israel, queda desconcertada por el misterio de Jesús: “Y dijo a María, su madre: ‘Mientras que a ti una espada te traspasará el corazón’”.

“Madres de familia —sobre todo ustedes madres jóvenes— ¿qué dirían ustedes si al llevar al bautismo a su niño un profeta les dijera: “Este niño va a tener un fin trágico”? No vivirían tranquilas. ¿Cuándo será esa hora terrible? María vivió como esa madre, esperando la hora en que se iba a cumplir la espada que le atravesara el corazón” (O. Romero)[1].

La Virgen de la espada, de los siete puñales, del dolor profundo y pleno.

La espada de la duda: ¿Y cómo será esto si mi hijo es el Hijo del Altísimo? María adivina una maternidad “oscura y dolorosa’. Una peregrinación en la fe “con una particular fatiga del corazón” (cf. RM 16 y 33).

La espada del escándalo en la cruz: ‘Jesús en el Gólgota, a través de la Cruz ha confirmado definitivamente ser el “signo de la contradicción” predicho por Simeón (RM 18). Pensamientos contradictorios te dilacerarán cuando veas que aquel a quien has oído llamar “hijo de Dios”, aquel que sabes nacido sin intervención de varón, es crucificado y va a morir, atormentado por los suplicios de los hombres” (Orígenes).

La espada de su clara definición por el Reino: “¡Dichosa tú que has creído!” (Lc. 1,45). “Quien no está conmigo está contra mí” (Lc. 11,23). Hay que aceptar plenamente la Palabra de Dios, “que es viva y enérgica, más cortante que una espada de dos filos, penetra hasta la unión de alma y espíritu, de órganos y médula, juzga sentimientos y pensamientos” (Heb. 4,12). “Solamente el Evangelio como una faca afilada”[2].

La tragedia que viven tantas madres pobres. Porque, hoy como ayer, la clase pobre participa estrechamente del destino de Jesús.

“El pobre,

como Tú,

piedra de escándalo.

 

El pobre,

como Tú,

piedra angular.

Jesús! “[3].

 

 


2. LA PASIÓN POR EL REINO

“El Sagrado Corazón como símbolo no forma el centro de revelación y fe cristiana, sino que invita a buscarlo... Nadie está obligado a aceptar el símbolo del Sagrado Corazón como guía de su vida. Mas, cuando el hombre para concentrar su fe en Cristo, hace una elección libre de este símbolo, lo hace presuponiendo el Credo de cristiano... Corazón no señala funciones singulares, sino la persona en su totalidad, el centro de la personalidad y su dinámica corporal y espiritual” (N. Strotmann)”[4].

¿Qué es lo que movió a Jesucristo? No tenemos parámetro humano para medirlo[5]. “Al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar” (Mt. 11,27). Jesús actúa así porque así es el Corazón del Padre... La sabiduría de Dios no necesita justificaciones, se justifica por sus obras. ¡Así es Dios! (cf. Mt. 11, 16-19).

Jesús fue un no-teólogo. Aceptó la teología del Antiguo Testamento: Dios es bueno, justo, Padre... Pero escandalizó profundamente por el ámbito desde donde proclamó esta teología. Fuera del templo y de la ley, proclamó que Dios es Abbá (Papá) en medio de la historia humana, en la praxis de liberación de los pobres.

El “corazón” más intimo de la persona de Jesús se explica en el anuncio del Reino (en la línea de los profetas) que ya se acerca (en la línea apocalíptica). No tanto en lo que es el Reino (que no llegó), sino en dónde se hace presente y cómo podemos realizarlo.

Su Dios es siempre mayor, porque su realidad es amor. Pero, al mismo tiempo y escandalosamente, Dios es siempre menor, porque se esconde en los pobres. Jesús parcializa a favor de los ‘sin vida’ (J. Jeremías) el Dios pretendidamente ‘imparcial”; para ser más justos, lo parcializa de manera distinta a como se pensaba, auto- justificándose[6].

El “corazón” de Jesús latía con esta pasión por el Reino y esta pasión por los pobres. Devolvió esperanza a los sin-Dios y demostró que era Padre de todos. Creó praxis de liberación, cambiando la situación de los empobrecidos (los milagros, como signo de liberación). Predicó la solidaridad, acercándose a los marginados (signo de las comidas mesiánicas), atacando el uso injusto del dinero y enseñando otro “nuevo” (compartir con los pobres). Predicó que lo absoluto del amor de Dios se da en el amor al hombre.

Por tal atrevimiento lo mataron, porque el mundo se basa en el poder. Al dejar que le partieran el corazón, venció al mundo con la sola fuerza del amor. Al resucitar nos dio el Espíritu para que “tengamos un corazón semejante al suyo”. Es decir, como el Corazón del Padre.

Ahora puede decir: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo les daré respiro. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón (=tengo un corazón de pobre). Encontrarán su respiro, pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt. 11,28-30)[7].

En María se realiza la profecía del corazón nuevo. “La Virgen durante toda su vida, fue guiada por el Espíritu Santo más que por su propio espíritu. El Espíritu Santo fue el Espíritu de su espíritu, el alma de su alma, el corazón de su corazón’ (San Juan Eudes). En María, hecha incandescente’ por el fuego del Espíritu Santo, no se veía más que la llama del Espíritu (Pascasio Radberto)”[8].

Ella encarnó las Bienaventuranzas del Reino.

“María,

el amor te ha hecho libre,

como el alba, a la mañana.

Tu corazón pobre es libre,

con la libertad del Reino.

Tu corazón manso es libre,

con la libertad de poseer la tierra.

Tu corazón en llanto es libre,

con la libertad de un Dios cercano.

Tu corazón de hambre y sed de justicia es libre,

con la libertad de un Dios plenitud.

Tu corazón misericordioso es libre,

con la libertad de un Dios amor.

Tu corazón limpio es libre,

con la libertad de ver a Dios.

Tu corazón en paz es libre,

con la libertad de ser llamada hija de Dios.

Tu corazón perseguido por la justicia es libre,

con la libertad de ser tuyo el Reino.

Tu libertad te lleva a ser feliz,

cuando la injuria o la persecución,

a causa de Jesús, llama a tu puerta.

Entonces, te alegras y regocijas,

porque la recompensa será grande en el Reino.

Bienaventurada tú, porque creíste,

en Jesús, como el Señor y el Libertador”[9].

Para hablar de María hablamos del reino. Reino que nace de sus manos, de sus entrañas, de su servicio... El reino es lo extraordinario en lo ordinario de la vida, la ayuda dada a la prima en estado, el vaso de agua al sediento, la ropa al desnudo, la acogida al caído en el camino. Imágenes comunes de la vida, sin sentido extraordinario para una semántica ordinaria. Más para la semántica de los nacidos de Dios es algo divino, extraordinario...”[10].

Hemos visto su Reino entre nosotros

en el joven Jesús pastor de ovejas

y en su madre, que barre la casita,

afanosa, buscando una moneda.

 

Hemos visto su Reino entre nosotros

al brindarnos el vino de la boda,

y su madre, mezclada en el servicio,

que limpiaba los platos y las copas.

 

Hemos visto su Reino entre nosotros

el día en que Jesús llenó la barca,

y su madre no prueba ni un bocado

procurando que a todos alcanzara.

 

Hemos visto su Reino entre nosotros

al secarnos los pies con la toalla,

y su madre después trajo el cordero

y los ácimos — ¡ay!—, como si nada.

 

Hemos visto su Reino entre nosotros

cuando en la cruz partieron su costado,

 y su madre, pequeña campesina,

era más que Abrahán, de pie a su lado.

 

Hemos visto su Reino entre nosotros

sorprendiendo a Jesús junto a su madre

una noche, cogidos de la mano,

y rezando los dos de cara al Padre.

“María es anunciadora del reino, como Jesús y tantos otros y otras... En la perspectiva del reino, hombres y mujeres pueden volver a nacer siempre, pueden engendrar o ser engendrados siempre, con tal que engendren a su vez un mundo de justicia, un mundo de hermanas y hermanos de verdad.

Los que nacen de Dios son capaces de producir obras de justicia y de belleza; tienen un corazón misericordioso y la capacidad de mirar al mundo con amor y ternura. Los que nacen de Dios están marcados por la pasión de lo humano, pasión que es capaz de modificar la vida de grupos y de pueblos enteros... En cada nueva generación y en cada momento de la vida renace esta pasión, es llama inmortal, sangre derramada, misterio humano-divino de siempre.

La teología mariana a partir del reino permite además percibir la “pasión” de María por los pobres, la pasión de Maria por la justicia de Dios y, a través de ella, recuperar la fuerza del Espíritu que obra en las mujeres de todas las épocas... Es la recuperación de la “memoria peligrosa” o “memoria subversiva”, capaz de cambiar las cosas...

Desde esta nueva visión no podemos limitar a María al papel de madre encantadora de Jesús; es por encima de todo “obrera” en la mies del reino, miembro activo del movimiento de los pobres, lo mismo que Jesús de Nazaret”[11].

“María está animada por la pasión de Dios. En el doble sentido del término pasión: en primer lugar, en el sentido de búsqueda de lo que se ama, de lo que atrae, como el mercader busca bellas perlas. Y además, en el sentido de sufrir, de hacer esfuerzos, de querer renunciar a su egocentrismo para ir al encuentro del otro y permitirle venir hacia si. No hay comunicación sin cruz, lo mismo que no hay amor sin sufrimiento, ya que no podría haber verdadero diálogo sin un corazón traspasado, abierto al otro. ¿No es el Espíritu un fuego?... Es el amor mismo el que es una dichosa pena, puesto que pasa por la pobreza, por la negativa o por mantenerse uno para sí, por la renuncia a tomarse por el centro absoluto del mundo. El amor crucifica nuestros sueños de totalidad. La espada que traspasé el corazón de María (Lc. 2,35) era inevitable en la medida en que, oyente de a Palabra, aceptaba que esa Palabra penetrara en ella y la dinamizara”[12].

 

3. MAGNIFICAT, LA PROCLAMA DEL REINO

“El canto de Maria es “el programa del Reino de Dios”, así como el programa de Jesús, leído en la sinagoga de Nazaret (Lc. 4, 18-21). Pero la relación entre María y Jesús no es sólo de maternidad y de filiación; ambos son señales y presencia viva del nuevo pueblo de Dios, del que supera los lazos de la carne y se hace familia en el mismo Espíritu Santo’’[13].

Si para Lucas María es el ‘primer discípulo cristiano’, se explica que ponga en sus labios unos sentimientos que propondrá como distintivo de los discípulos de Cristo (cf. Lc. 14,27)[14].

El Magnificat es un canto de guerra, del combate de Dios que invierte las situaciones de la historia para establecer un reino de igualdad y justicia para sus hijos. La primera parte del cántico (vv. 46-50) expresa el sí de María y el si del Pueblo al sí de Dios, fiel a sus promesas. La segunda (vv. 51-53) es un no decidido a los que se han “enriquecido” y “hecho poderosos” oprimiendo y tiranizando a otros. María, la dulce María del amén, del sí tantas veces alabado en la Iglesia, se yergue ahora valiente para gritar que Dios no pacta con la injusticia[15].

“El Dios de la Alianza, cantado por la Virgen de Nazaret en la elevación de su espíritu, es a la vez el que “derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos..., dispersa a los soberbios... y conserva su misericordia para los que le teme”’... La Iglesia, acudiendo al corazón de Maria, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magnificat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magnificat, se encuentra luego expresado en las palabras y obrás de Jesús... Se debe salvaguardar cuidadosamente la importancia que “los pobres” y “la opción en favor de los pobres” tienen en la palabra del Dios vivo” (PM 37).

¿Por qué gozan los pobres de tal situación privilegiada? “Hace falta adquirir la perspectiva de Dios. Los pobres son proclamados dichosos (Mt. 5.3; Lc. 6,20), porque Dios ha decidido salvarlos. Pero uno puede preguntarse todavía más: el porqué de esta empresa divina. La respuesta fundamental parece deba encontrarse en pasajes como Lc. 2,16; 12,32: Dios ha decidido salvar a los pobres porque los ama, porque se compadece de ellos, porque, como en otro tiempo hacia Efraím deportado, se le estremece el corazón y se le revuelven las entrañas (Os. 11,8)... ‘Tengo compasión de esta gente’ porque tienen hambre y porque se encuentran ‘como rebaño sin pastor’ (Mc. 6,34 par.; 8,2 par.)”[16].

El canto de María inicia, además, un camino nuevo de liberación. ‘La revolución que alienta en el Magnificat arranca, como cualquier revolución, del transfondo de una experiencia amarga: lo trágico de la opresión y la injusticia; implica, como cualquier revolución, una protesta contra el orden invertido en el mundo; prevé, como cualquier revolución, la necesidad del derrumbamiento de ideologías, poder y riqueza en que se atrincheran los grandes de este mundo. El Magnificat proclama incluso que la misericordia de Dios no está sólo reservada para el final de los tiempos, sino que viene a liberar al hombre real y concreto de la historia dentro de la misma historia... Pero aquí comienza el camino nuevo que se anuncia e inicia en el canto de María; porque su programa de liberación descarta el odio y la revancha y no cuenta más que con la fuerza del amor y de la fe”[17].

Así fue la encarnación de Jesús. Así la “humillación” de Maria, la espada que traspasó su corazón definido por el Reino.

A este punto se impone la pregunta: ¿Qué es lo que movió el “corazón” de María? Y la respuesta sube espontánea: Lo mismo que motivó y explica a su hijo, Jesús.

Ante la miseria que clama al cielo, la crucifixión lenta o violenta de millones de seres humanos, también nosotros debemos hacer presente la compasión (el “misereor super turbas’) de los corazones traspasados de Jesús y María. “Esa profunda misericordia debe transformarse en activa defensa de los pobres, lo cual lleva

—como sucedió con Jesús a la controversia, a la denuncia y al desenmascaramiento de quienes hacen pobres a los pobres. Esa dimensión beligerante de la misericordia nada tiene que ver con odios, revanchismos o desahogos coléricos; es más bien fruto del

amor a los pobres y modo real de comunicarles que Dios está realmente con ellos”[18].

Hoy “es el tiempo del contra-Magnificat. Sólo hay que leer los textos al revés. En todas partes resuena el himno a los dioses de la muerte, los orgullosos (soberbios) se reúnen y se fortalecen; los poderosos se alzan y consolidan sus tronos; los ricos, colmados de bienes, echan a los hambrientos con las manos vacías; se aleja a los humildes siempre más abajo y más lejos de sus moradas... ¿Y si fuera precisamente el tiempo en que ha resonado o debe siempre de nuevo resonar el Magnificat evangélico: proclamación del Dios de la vida, del Liberador de los pueblos de mano de todos los dictadores y de sus multinacionales cómplices, grandes agencias económicas e imperios totalitarios, sostenidos o tolerados por poblaciones indiferentes frente a todo lo que no consideran como su interés inmediato? ¿Estamos listos, comunidades cristianas, para proclamar ante el mundo el gran desafío del Magnificat?’ (G. Casalis)[19].


[1] “La palabra viva de mons. Romero” l.c., homilía del 31-12-1978.

[2]  P. Casaldáliga, “Los dos señores” en Fuego y Ceniza al Viento. Santander 1986, p.79.

[3] Id. “El pobre y tú” en TE, p.111.

[4] “Lo que mueve a Jesucristo” en CH, 132-133.

[5] “A la filosofía le vendría bien una cura de humildad, porque pretende saber demasiadas cosas sobre Dios. Primero piensa de manera abstracta la esencia de Dios y después, siguiendo las leyes de la lógica, deduce a partir de esa esencia sus atributos: omnipotencia, inmutabilidad, impasibilidad, etc… Llega el momento de decir que únicamente conocemos los atributos de Dios por la forma en que El mismo se ha ido manifestando a lo largo de la historia” (L. González-Carvajal, “Optar por los pobres”, Sal Térrea 2(1983)114-115).

[6] Cf. J. I. González Faus, “Jesús y los marginados” en La Humanidad Nueva, 1. ST 1974, pp. 83 ss.; J. Sobrino, Jeús en AL, ST. Santander 1982; Ch. Duquoc, Déu different. Claret. Barcelona 1978, pp.  41-56.

[7] A. Feuillet dice comentando este texto: “El que, realmente, es Hijo de Dios, se sitúa al alcance del último de los hombres y se coloca en la categoría de los humildes… La excelencia de la nueva alianza, que la opone no solamente al yugo de los fariseos sino también a la antigua alianza, le viene según Mt 11,28-30 del mismo Corazón de Nuestro Señor, Corazón de un hombre perfectamente manso y humilde; Corazón del Hijo de Dios encarnado”, cit.en Cuskelly, Un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Amigo del Hogar. S. Domingo, p.49. Cf también la exégesis de L. I. J. Stadelmann, “A spiritualidades do Coraçao de Jesús e seus fundamentos biblicos”, en CNMN, pp. 35-51.

[8] G. M. Roschini, Il Tuttosanto e la Tuttasanta. Relazioni tra Maria ss. E lo Spirito Santo, II, 145, cit. En NDM 703.

[9] E. L. Mazariegos, Santa María de la Liberación. Centro Voc La Salle. Bujedo (Burgos) 1977, p.97.

[10] Gebara – Bingemer, María Mujer Profética, p.45.

[11] L.c. pp 44-49. Cf todo el apartado “Teología mariana y reino de Dios” visto desde la sensibilidad femenina.- Cf también C. R. J. García de Paredes, María seducida por el Reino. Madrid 1985; id. María en la comunidad del Reino. Síntesis de mariología. Madrid 1988.

[12] A. Rouet, María, la aventura de la fe. ST. Santander 1980, pp.116-117.

[13] MMP, p. 85.

[14] Cf R. E. Brown, El nacimiento del Mesías. Madrid 1982, p.372.

[15] Sobre el magnificat cf: R. Coste, El magnificat o la revolución de Dios. Nancea. Madrid 1989; E. Hamel, “El Magnificat y la inversión de las situaciones”, Sel Teol 79(1981)231-240; X. Pikaza, “El Magnificat, canto de liberación. Dios salva a los pequeños”, Mis Ab 69(1976)243; G. Ruiz, “El Magnificat: Dios está por los que pierden”, ST 68(1980)781-790; E. Villar, “El Magnificat en la teología de la liberación”, Eph Mar 36(1986)89-112.

[16] S. Légasse, Scribes et disciples de Jesús, pp. 503-504, cit en C. Escudero Freire, Devolver el Evangelio a los pobres. Sígueme. Salamanca, p. 217.

[17] M. Rubio, María de Nazareth, p. 73; cf 70-75; id. RNM, pp. 145-149.

[18] J. Sobrino, “Evangelización y seguimiento. La importancia de “seguir” a Jesús para “proseguir” su causa”. ST 2(1983)88-89.

[19] Christus 94(1981)543-544.