SANTA GERTRUDIS DE HELFTA,

MÍSTICA MEDIEVAL DEL AMOR DE DIOS


James Gil de Lamadrid Albino, msscc.

 

Introducción

            

Este artículo habla sobre la mística de una monja medieval llamada Gertrudis de Helfta. Este personaje representa el punto álgido de la llamada “Escuela espiritual de Helfta”, la cual se caracteriza por haber producido tres grandes escritoras místicas. La mística propia de este monasterio tan particular se distingue porque privilegia el símbolo del corazón, especialmente aplicado a Cristo. Comúnmente a las místicas de Helfta se les considera pioneras de la devoción al Sagrado Corazón.

 

La popularización de la devoción al Corazón de Cristo se universaliza a partir del siglo XVII, ayudado por los esfuerzos de personas como San Juan Eudes, Santa Margarita María de Alacoque y el P. de la Colombiére. En esa época de la "espiritualidad barroca" fue natural que dicha popularización se cristalizara en prácticas devocionales y cultuales. Como es sabido, esas formas devocionales han entrado en crisis en torno al Concilio Vaticano II. En nuestra era postvaticana se va hablando cada vez más de una espiritualidad del corazón de Cristo.

 

En el fondo, hablar de una espiritualidad sacricordiana es volver a los orígenes del fenómeno. Son de sobra conocidos los trazos de esta historia que suele tomar cuerpo sólido en torno a Anselmo de Canterbury y Bernardo de Claraval, pasando por el monasterio de Helfta y otras místicas como Santa Catalina de Siena, hasta los años inmediatos a Paray-le-Monial. Las formas de Paray-le-Monial suponen a la vez una ruptura y una consolidación. Parece indiscutible que a partir de San Juan Eudes y Santa Margarita María la devoción al Corazón de Jesús llega a informar toda una determinada experiencia evangélica, toda una espiritualidad. El problema es que el peso que han tenido ellos - en especial Santa Margarita María - en la historia del culto al Sagrado Corazón de alguna manera oscurece todo lo anterior. Cabe preguntarse si el símbolo del corazón habrá sido capaz de generar una experiencia análoga en la espiritualidad de los creyentes anteriores a estos dos santos. Y parece que el monasterio de Helfta es el lugar más adecuado para verificarlo.  

A. Santa Gertrudis y su obra

 

(encuadramiento histórico)

Un personaje particular

        

Decir que un personaje histórico es particular podría ser una verdad de perogrullo, en cuanto que lo cierto es que cada persona es particular, único e irrepetible. Sin embargo, también es cierto que solemos establecer relaciones comparativas entre  cosas y personas diferentes a fin de facilitar su estudio y comprensión. Santa Gertrudis de Helfta, quien es el caso del presente estudio,  no fue una monja demasiado diferente de otras monjas de su época. Aunque habría que conceder que una persona que se destaca por mística[1] tampoco es alguien del todo ordinario. Quizá lo particular de Santa Gertrudis y de sus otras dos compañeras escritoras místicas es precisamente que formaban parte de una comunidad en donde la condición de mística no era del todo extraordinario.

 

Y no es esa la única particularidad que hallamos en Gertrudis. Sus escritos representan el fruto más maduro de la «escuela espiritual de Helfta». Se destacan por su solidez teológica, por la feminidad y la sensualidad de las experiencias relatadas, y por la sobriedad de sus visiones. Sin ser ingenuos o falsamente optimistas, en sus escritos está notoriamente ausente un cierto énfasis trágico de la vida presente en otras escritoras místicas, incluso de Helfta. Y es que Gertrudis ha descubierto en su Dios un misterio abismal de misericordia y de ternura que se lo impide. Y ese misterio, hallado a través de la humanidad de Cristo, lo sintetiza con el símbolo del corazón. Para entender mejor todo esto conviene contextualizar espiritual e históricamente su obra.

 

La religiosidad medieval

 

La religiosidad medieval era, al contrario de lo que muchos pudiesen pensar, una religiosidad sumamente corporal y personal. La corporalidad era el ámbito en el cual se manifestaba lo sagrado, tal y como queda atestiguado por el culto a las reliquias, a las tumbas de los santos, y por las maceraciones de la carne a las que se sometían los ascetas.[2] Las penitencias corporales no eran tanto la negación de lo físico cuanto su elevación. Las peregrinaciones, los ayunos, los cilicios, los flagelos, y los gestos repugnantes de algunos santos, -piénsese en el ejemplo del beso de San Francisco al leproso -, eran modos de acceso a lo divino por medio de lo físico. Esta corporalidad de la devoción medieval fue notablemente acentuada en el siglo XII  en los ámbitos femeninos. Relacionado con ello está el que los escritores medievales frecuentemente asociaron corporalidad y feminidad. Sacaron de ello conclusiones misóginas. «Los hombres y mujeres de la Edad Media no se limitaron a tomar la ecuación mujer-cuerpo simplemente como fundamento de la misoginia, sino que además extrapolaron de ella una asociación de la mujer con el cuerpo o con la humanidad de Cristo».[3] De modo que la feminidad vino a ser como una condición privilegiada para la manifestación corporal de lo sagrado.[4] Esta tendencia histórico-espiritual de la que hablamos se manifiesta de forma exuberante en las numerosas místicas-escritoras que florecieron en los siglos XII-XIV.[5]

 

También la devoción a la humanidad de Cristo favoreció la mística femenina. Difusores notables de esta creciente devoción al aspecto humano de Cristo se hallan en Bernardo de Claraval[6], Francisco de Asís, Domingo de Guzmán. Cronológicamente, esta devoción es anterior a la cumbre de la tendencia de la que hablamos. Pero lo cierto es que ya en el siglo XIII la devoción a la humanidad de Cristo estaba generalizada y está presente en la eclosión mística que hemos señalado.

 

El monasterio de Helfta

 

En este contexto espiritual general se sitúa el contexto inmediato de Gertrudis: el monasterio de Helfta. Los monasterios benedictinos habían tenido ya a la altura del siglo XII épocas de grandes altibajos, movimientos de reforma y momentos de crisis. A la reforma de Cluny siguió la del Císter. Alrededor de los finales del siglo XII en muchas casas benedictinas se notaban señales de cansancio que prevenían de la decadencia del siglo siguiente. Hubo una disminución del número de religiosos y una decadencia de vocaciones, de tal manera que, al parecer, no era raro hallar monasterios con sólo dos o tres religiosos.[7]  Hubo varias iniciativas de reforma de los ambientes monásticos en esta época. Entre las más conocidas están, por una parte, las fundaciones de Santuccia dei Tirabotti y por otra, la constitución Periculoso de Bonifacio VIII que imponía la clausura a todos los monasterios femeninos.[8] En éstos se sufrían frecuentemente penurias de tipo económico o de tipo político. En un mundo tan violento no es extraño que los monasterios también se vieran frecuentemente afectados por las incursiones de soldados en el área.

 

Sin embargo, los monasterios femeninos de la órbita del Císter se destacaron por un gran florecimiento espiritual. «El admirable vigor del monacato femenino del siglo XIII reside en los monasterios incorporados al Císter y en los que, en número mucho mayor, intentan vivir de su espíritu y amoldarse a sus costumbres sin estar sometidos a la jurisdicción del capítulo general.»[9] En el 1228 el capítulo general del Císter masculino prohibió nuevas incorporaciones de monasterios femeninos, que ya habían sido demasiado numerosas. Éstos implicaban una cierta atención espiritual y económica. Varios monasterios femeninos, deseosos de vivir el espíritu y la forma de vida cisterciense, optaron por adoptar su hábito y su estilo de vida a pesar de no tener vinculación jurídica con la Orden.[10] Uno de éstos fue el de Helfta.

 

El monasterio de Helfta fue fundado en 1229 dentro de los recintos del castillo de Mansfeld.[11] Sus fundadores, Elizabeth Schwartzburg y su esposo Bucardo de Mansfeld, personas de notable piedad, comenzaron con el establecimiento de siete "hermanas grises". Pero la cercanía al castillo resultó ser más un factor de peligro que de protección, por lo cual pronto se mudaron a Rodarsdorf. En 1258 hubo otra mudanza motivada al parecer por la escasez de agua. El lugar escogido fue Helfta, en donde el mismo año ya se comenzó la construcción del templo.[12]  Aquí sufrieron por deudas, por robos, y por verse implicadas en querellas feudales.[13]

 

Y sin embargo, bajo la guía de la Abadesa Gertrudis de Hackeborn, hermana de la mística Matilde de Hackeborn, lograron convertirse en un centro espiritual cuyo prestigio ha brillado por siglos, y lograron «llevarlo al nivel más alto de cultura femenina que haya conocido el medioevo».[14] Este monasterio reunió un número sin precedentes de personalidades femeninas que realizaron una labor espiritual, teológica y literaria sin parangón en su época. Produjo tres grandes escritoras místicas: Matilde de Magdeburgo, autora de La luz fluente de la divinidad (Das fliessende Licht der Gottheit); Matilde de Hackeborn, autora del Libro de la gracia especial (Liber specialis gratia); y Gertrudis la Magna, autora del Heraldo del amor divino (Legatus divinae pietatis). En Alemania se había desarrollado una sólida tradición de instrucción femenina; la educación de las monjas era comparable a la de los clérigos, y a veces, superior a ella.[15] Por estar dedicadas al canto y a la lectura espiritual, debían tener algún conocimiento del latín y de música. También copiaban manuscritos. Esta educación, al parecer, irradiaba sobre las mujeres de las áreas próximas al monasterio. Las novicias eran instruidas en el trivium (gramática, retórica, lógica), muchas veces avanzando hasta el cuadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música).[16] Incluso se puede intuir el estudio de la teología, por la incuestionable ortodoxia de los escritos gertrudianos.[17]

 

B. Santa Gertrudis y su obra

 

(vida y obra de una monja mística)

 

De la vida de Gertrudis se conoce poco, mayormente a partir de los escritos gertrudianos mismos. Fuera de sus gracias místicas, no hay en su vida acontecimientos notables.[18] Nace un 6 de enero del 1256. A los cinco años fue confiada al monasterio de Helfta, circunstancia frecuente en la época. Nada se sabe de su origen familiar. El primer libro del Heraldo del amor divino, que es una especie de panegírico que nos relata casi todo lo que sabemos de Gertrudis, calla al respecto. Mostró desde temprana edad una inteligencia aguda y penetrante.[19] Pronto descolló entre sus compañeras. Fue una niña buena y piadosa, pero de ninguna manera mostró señales de mística durante su niñez. Llegó a tener una sólida cultura literaria, filosófica, teológica y musical.[20]    

 

Profesó a los dieciséis años, según era costumbre. Hasta los veinticinco fue una monja buena, observante, aunque algo tibia. Su corazón, al parecer, estaba más ocupado en la curiosidad intelectual que en Dios. Lo cierto es que entró en una crisis existencial que se solucionaría en su primera experiencia mística, un 27 de enero de 1281.

 

«En la hora que sigue a las Completas, esa hora tan favorable del crepúsculo, habíais resuelto Vos, oh Dios mío, que sois la verdad más pura que toda la luz y más íntima que todo secreto, esclarecer las espesas tinieblas que me rodeaban. Usando de un procedimiento lleno de dulzura y de terneza, comenzasteis por apaciguar la turbación que, un mes antes, habíais excitado en mi corazón. Esta turbación estaba destinada, creo yo, a derrumbar la torre de vanagloria y de curiosidad levantada por mi orgullo.»[21]

 

Esta experiencia fulminante, recordada por fecha y hora, sería decisiva. En adelante comenzará un camino junto al Amado en el que irá profundizando cada vez más los abismos de su amor. Ella misma da cuenta cómo fue:

 

«Estaba, pues, a dicha hora en medio del dormitorio y acababa de inclinarme ante una anciana, conforme a las costumbres de respeto de nuestra Orden, cuando, al levantar la cabeza, vi de pronto a un joven, lleno de encantos y de belleza. Parecía como de unos dieciséis años de edad y tan hermoso, en fin, que mis ojos no hubieran podido desear ver otra cosa más encantadora. Con un rostro lleno de bondad me dirigió estas dulces palabras: "¡Pronto vendrá tu salud! ¿Por qué te consumes de tristeza? ¿Es que no tienes acaso consejero, para que te dejes abatir así por el dolor?" Mientras pronunciaba estas palabras, aunque estaba segura de mi presencia corporal en el dormitorio, me parecía hallarme, sin embargo, en el coro, en aquel rincón donde hago habitualmente una oración tan tibia. Allí fue donde oí la continuación de las palabras: "Yo te salvaré y te libraré, no temas". Después de estas palabras, le vi tomar mi mano derecha con su mano fina y delicada, como para ratificar solemnemente estas promesas. Luego añadió: "Tú has lamido la tierra con mis enemigos y has chupado entre las espinas algunas gotas de miel. Ven a mí, y yo te embriagaré en el torrente de mis delicias divinas (Ps. 35, 9)". Mientras hablaba así, miré yo, y vi entre Él y mí, es decir, a su derecha y a mi izquierda, un vallado tan largo, que no se descubría ni su principio ni su fin. Este vallado estaba tan erizado de espinas por arriba, que yo no veía medio alguno de poder pasar hasta el bello adolescente. Permanecía, pues, vacilante, ardiendo en deseos y a punto de desfallecer, cuando Él mismo me tomó de pronto y, alzándome sin ninguna dificultad, me colocó a su lado. Entonces reconocí en la mano, que acababa de serme dada en prenda, los preciosos brillantes de las sagradas llagas que han anulado todos los títulos que pudieran ser opuestos contra nosotros. Por eso yo adoro, alabo, bendigo y doy gracias, cuanto puedo, vuestra sabia misericordia y a vuestra misericordiosa sabiduría.»[22]

 

La conversión de Gertrudis fue no sólo el descubrimiento de un amor personal en el cual podía ella desbordar su carácter naturalmente apasionado, sino una conversión de lo frívolo y pasajero, -las letras-, a lo esencial: a Dios y a la teología. Su panegirista lo resume diciendo que se había dado en exceso a los gozos del saber humano en las artes liberales y se había privado de saborear toda la dulzura de la verdadera sabiduría.[23] Y añade «Desde entonces pasó de la gramática a la teología».[24]

 

Sabemos pocas cosas más de su vida: fue cantora segunda, siendo primera cantora Matilde de Hackeborn. Ésta última al parecer fue del círculo de sus amigas más íntimas, junto con la anónima amanuense que recogerá sus experiencias y redactará su panegírico. Siempre tuvo una salud frágil, empeorando notablemente hacia el final de su vida. Vivió con intenso dolor la muerte de la abadesa Gertrudis de Hackeborn y de la hermana de la abadesa, Matilde.[25] Ella misma murió hacia el año 1301.

 

De su vida interior sabemos infinitamente más. Sabemos que se destacaba en ella el amor a la lectio divina.[26] Practicaba algunas devociones particulares, aunque al parecer nunca las recomendó: repetición de algún salmo, antífona u oración cientos o miles de veces, según la época y las circunstancias.[27] Pero aparte de las Sagradas Escrituras, su verdadera pasión fue la liturgia. Nada en su fisonomía espiritual aparece con mayor fuerza. Muchos la toman como ejemplo eminente de una espiritualidad litúrgica.[28] En cuanto al lugar del corazón de Cristo en su espiritualidad, trataremos de ello extensamente más adelante. Baste decir aquí que Gertrudis utiliza el término corazón en el sentido bíblico, como resumen de la persona entera, en lo que tiene ésta de más profunda y auténtica. Muchas veces habla del corazón de Cristo.

 

Sus obras

 

De Santa Gertrudis se conservan sólo dos obras, aunque al parecer escribió varios opúsculos bíblicos y patrióticos, así como algunas cartas.[29] Escribió los Ejercicios Espirituales (Exercitia spiritualia), obra más bien de carácter pedagógico. Es una especie de tratadito de perfección espiritual compuesto de un florilegio de oraciones. Está dirigido a religiosos, y se estructura en torno a 7 momentos importantes en la vida de un(a) monje(a): el bautismo, la vestición, la consagración, la profesión, la vida de oblación y la muerte.

 

Su otra obra importante es el Heraldo del amor divino (Legatus divinae pietatis). Es de un género literario algo difícil, en la que narra visiones y utiliza lenguaje simbólico. Se compone de cinco libros, siendo el segundo el único que fue escrito personalmente por la santa y cronológicamente fue el primero en redactarse. Este libro segundo se llama Memorial de la abundancia de la divina suavidad (Memoriale abundantiae divinae suavitatae), título que la autora entendió como inspirado por Dios mismo.[30] El libro primero es obra de una hermana que convivió con Gertrudis y quien escribe para exponer sus virtudes y su santidad, así como  para recomendar su doctrina. Los libros tercero, cuarto y quinto son obra de una hermana, probablemente la misma autora del primer libro, quien fue confidente de Gertrudis y puso fielmente por escrito las experiencias que le comunicaba ésta. Posiblemente su trabajo consistió en redactar materiales de la propia Gertrudis. El libro tercero cuenta una serie de favores que fueron otorgados a Gertrudis. El cuarto refiere a diversas visitaciones que experimentó Gertrudis con ocasión de algunas fiestas litúrgicas. El quinto versa sobre los últimos días de la santa, sobre diversas luces que recibió, y ensalza a algunas personas, de forma especial a la abadesa y a su hermana Matilde.

 

Más allá de su muerte

 

Gertrudis sobrevivió a la abadesa Gertrudis de Hackeborn y a la hermana de ésta, Matilde. La abadesa murió el año 1291. Matilde, la amiga y mentora de Gertrudis, murió el año 1298. Gertrudis sufrió profundamente ambas muertes. Los últimos años de Gertrudis estuvieron marcados por una larga enfermedad. Al parecer tuvo que ver con el hígado. Probablemente murió un 17 de noviembre de 1301 ó 1302. Al poco tiempo terminó de formarse el Legatus divinae pietatis.[31] Sin embargo su persona y su obra parecen haber caído en el olvido tras la destrucción de Helfta varios años después.

 

Tras la muerte de la abadesa Gertrudis de Hackeborn, sucedió a ésta Sophía de Mansfeld.[32] Sus años como abadesa se caracterizan por que el monasterio sufrió constantemente el hostigamiento político y militar. A los cinco años de estar en el cargo (1296) el monasterio fue objeto de un entredicho por parte de los canónigos de la catedral de Halberstadt por causas desconocidas.[33] Al estar la sede episcopal de Halberstadt vacante en esos momentos uno sospecha de querellas entre los parientes de las monjas. En el 1298 la abadesa Sophía renuncia al cargo por motivos de salud, y se produce un interregno de unos cinco años, tras los cuales se elige abadesa a Jutta de Halberstadt.[34]

 

En el 1342 Alberto de Brunswick, pretendiente a la sede episcopal de Halberstadt, invade Helfta. La abadesa Luitgarda era hermana de uno de sus contrincantes. El monasterio quedó destruido. En el 1346 Burchardo de Mansfeld, padre de la abadesa Luitgarda, traslada la comunidad a Eisleben, su destino final. Al parecer una revuelta campesina dentro del torbellino del luteranismo acabó finalmente por destruir el monasterio.[35] Del Legatus divinae pietatis se conservan cinco manuscritos del s. XV. Santa Gertrudis fue inscrita en el Martirologio Romano en el 1678.

 

La obra de Gertrudis fue redescubierta por los cartujos de Colonia en el 1536. Éstos hicieron imprimir la versión latina bajo un largo título, indicativo de la consideración que tenían a la obra: «Los cinco libros de las Insinuaciones de la divina piedad, que contienen la suma de toda la perfección cristiana, por mucho tiempo deseados y recomendados por algunos óptimos [varones] y por fin, al cabo de doscientos cincuenta años (poco más o menos, en los que permanecieron ocultos), ahora por primera vez dados a luz.»[36] El prólogo de la obra fue compuesta por el cartujo Juan Gerecht de Landsberg (†1539), mejor conocido como Lanspergio. Éste ha sido uno de los más grandes entusiastas de la obra gertrudiana, junto con Luis de Blois, abad de Liessies (†1568). Desde aquella primera edición de los cartujos de Colonia las obras de Gertrudis se han seguido publicando de forma más o menos constante en muchos idiomas.[37]

 

Para concluir

 

Uno queda con la impresión de que el símbolo del corazón aplicado a Jesús sufre una especie de devaluación tras sus manifestaciones en la mística medieval. Lo que para Santa Gertrudis fue el término de un camino místico, algo comparable con el desposorio místico del que hablarán Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, en el siglo XVII francés aparece como objeto de culto y de actos de devoción. El fin parece haberse convertido en un medio; el símbolo del misterio de la gracia transformante se convierte en un signo que busca estimular a los principiantes en la vida espiritual.

 

Puede ser el caso de que se trate simplemente de dos manifestaciones del único misterio de Cristo. Cristo no es sólo para místicos o para teólogos, sino principalmente para la gente sencilla (cfr. Mt. 11, 25-26). Lo cierto es que en la experiencia de la Iglesia a lo largo de los siglos el corazón ha sido un símbolo importante en torno al cual han girado distintas experiencias espirituales. A partir de la llaga del costado, signo privilegiado en la teología joánica y en los Padres de la Iglesia, la fe de los creyentes ha desarrollado un símbolo universal del amor de Dios manifestado en la Cruz. Es el mejor resumen de lo que nos transmite el NT: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.» (I Jn. 4,9)

  ABREVIATURAS

Lega tus

Legatus Divinae Pietatis

HADB

Gertrudis de Helfta, El Heraldo del Amor divino: Revelaciones de Santa Gertrudis., Balmes, Barcelona, 1945.

DSp

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Coll. Cist.

Collectanea Cisterciensia

BAC

Biblioteca de Autores Cristianos

 

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[1] Utilizamos la palabra "mística" de varias maneras a lo largo del presente trabajo: para designar aquello relacionado con el misticismo propiamente dicho; para designar a aquella persona que vivencia el misticismo; para designar un determinado talante o un cierto entusiasmo, de forma equivalente al que se da en la expresión "mística del trabajo"; etc. Júzguese el uso según el contexto.

 

[2] Para ampliar sobre este tema, un interesante artículo de C. W. Bynum, «El cuerpo femenino y la práctica religiosa en la Edad Media», en Feher/Naddaf/Tazi (eds.), Fragmentos para una historia del cuerpo humano, tomo I, Taurus, Madrid, 1990, 163-225.

 

[3] Ibid, 179.

 

[4] O.C., p.178.

 

[5] Para más información sobre estas mujeres místicas y escritoras, ver Epiney-Burgard/Zum Brunn, Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval, Paidós, Barcelona, 1998; Cirlot/Garí, La mirada interior. Escritoras místicas y visionarias en la Edad Media, Martínez Roca, Barcelona, 1999.

 

[6] Daniel de Pablo Maroto parece atribuirlo principalmente a la influencia de San Bernardo, aunque concede que aparece ya en San Pedro Damián: cfr. PABLO MAROTO, Daniel de, Historia de la espiritualidad cristiana, EDE, Madrid, 1990, 156. Por otra parte, Vanderbroucke lo remonta a mucho antes: cfr. F. Vanderbroucke, «Nouveaux milieux, nouveaux problémes, du XII° au XVI° siécle», en Leclercq/Vanderbroucke/Bouyer, Histoire de la spiritualité chrétienne II. La Spiritualité du moyen age, Ligugé, Aubier, 1961, 299.

 

[7] G. Lunardi, «Benedettine», en DIP 1, 1227-1228.

 

[8] Ibid, 1228-1229.

 

[9] Colombás, G., La tradición benedictina. Ensayo histórico, tomo V, Ediciones Monte Casino, Zamora, 1995, 159.

 

[10] Ibid, 160.

 

[11] Para algunos detalles sobre los vaivenes de la fundación de Helfta ver: Finnegan, M. J.,  The Women of Helfta. Scholars and Mystics. Athens, Georgia: University of Georgia Press, 1991, capt. 1: Helfta.

 

[12] Colombás, op. cit., 192.

 

[13] Finnegan, op. cit., 3.

 

[14] J.  Stierli, «Devotion to the Sacred Heart from the End of Patristic Times to St. Margaret Mary», en Heart of the Savior: A Symposium on Devotion to the Sacred Heart, Herder and Herder, 1958,  72. Citado por Finnegan, op. cit., 3. La traducción es de quien escribe.

 

[15] Finnegan, op. cit., 9.

 

[16] Ibid.

 

[17] Ibid.

 

[18] Doyér, P.,  Gertrude d´Helfta: Oeuvres spirituelles, t. II Le Héraut, Paris, 1968, SCh 139 (13).

 

[19] Cfr. Legatus, 1,1. A continuación citaré el texto latino de esta obra siempre según la edición de SCh.

 

[20] G. Lunardi, «Gertrude di Helfta», DIP 4, 1111-1112.

 

[21] Legatus, 2, 1, 9-15. La traducción es de El heraldo del amor divino: revelaciones de Santa Gertrudis, Balmes, Barcelona, 1945 (69). En adelante tomaré las traducciones al castellano de esta versión, a menos que se indique lo contrario.

 

[22] Legatus, 2, 1, 2.

 

[23] Ibid, 1, 1, 2.

 

[24] Ibid.

 

[25] Cfr. Colombás, op. cit., 251-252.

 

[26] Ibid, 256.

 

[27] Ibid, 254-255.

 

[28] Como por ejemplo VAGAGGINI, C., El sentido teológico de la liturgia, Cap. 22:  «El ejemplo de una mística: Santa Gertrudis y la espiritualidad litúrgica», BAC, Madrid, 1965.

 

[29] DOYÉR, P., Gertrude d´Helfta (Sainte), DS VI (334).

 

[30] Legatus, Prólogo, 2.

 

[31] Colombás, op. cit.,  230.

 

[32] Finnegan, op.cit., 3.

 

[33] Op. cit., 4.

 

[34] Ibid.

 

[35] Op. cit.,  5 y 6.

 

[36] Colombás, op. cit., 230.

 

[37] García M. Colombás hace un amplio recuento de las principales impresiones de las obras gertrudianas y de las repercusiones de éstas. Para más información ver op. cit., 229-240.