Pedro María Aznárez, msscc., «Nuestra contemplación hoy»



La contemplación que vivió nuestro Fundador y la Congregación fue una contemplación -"competente socorro"-, válida para aquellos tiempos.

 

¿Será nuestra contemplación de hoy una contemplación ilusionante y significativa, capaz de llenar de sentido nuestra vida religiosa, sacerdotal y misionera, capaz de saciar el hambre y la sed de contemplación del hombre de hoy?

 

¿Qué servicio contemplativo encontrarán en nosotros los obispos, los sacerdotes, los laicos comprometidos, el pueblo de Dios?

 

¿Encontrarán en nosotros no sólo misioneros fogosos de la Palabra, sino verdaderos orantes, verdaderos maestros de oración?

 

Porque no se trata de prestar nuestra voz y nuestro canto al pueblo rezando por él, sino de ayudar a que el pueblo ore y poder unirnos así a su voz y a su canto. No podemos olvidar que el primero y último tramo de la evangelización se llama "oración". Sin ella la evangelización no es eficaz, no es capaz de transformar el corazón del hombre.

 

Las palabras y el testimonio nos llegan a los oídos y a los ojos, es la oración la que hace llegar la evangelización al corazón.

 

Toda la creación está llena de rumor de Dios, de amor de Dios, de presencia trinitaria. ¡Dios está aquí!

 

El cielo y la tierra, el mar y los océanos, los animales y las plantas están llenos de la presencia del Señor. Pero es sobre todo el hombre, con su historia y sus obras, la custodia donde se expone Dios; es el sacramento de su presencia. S. Pablo nos dice: «En El vivimos, nos movemos y existimos». Y rezamos: «LLenos están los cielos y la tierra de tu gloria» (Santo de la Misa). «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? (Sal.8).

 

Es en el Hombre Jesucristo donde la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo se ha hecho visible. Juan puede decir:  «Lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que tocaron nuestras manos» (lJn.l). «EI Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria» (Jn.l,14). Apareció en la debilidad de nuestra carne... «Mirarán al que traspasaron» (Jn.19,37).

 

La oración contemplativa brota de la admiración y la sorpresa ante esa presencia misericordiosa y salvante de Dios expuesto. Y toma las formas de adoración: «Descálzate, la tierra que pisas es santa»; de alabanza: «Te bendigo Padre, Señor del cielo y de la tierra»; de acción de gracias: «dando gracias te bendijo».

 

La oración contemplativa brota también del drama: ¿Qué hemos hecho de los cielos y de la tierra, qué hemos hecho sobre todo del hombre? ¿Dónde está tu hermano?

 

¿Cómo no vamos a pedir perdón por la catástrofe ecológica y humana que han ocasionado nuestros pecados y por los sistemas y estructuras de pecado que mantenemos?

 

La oración contemplativa que brota del drama, despierta en nosotros la "santa ira" que nos lleva a luchar por la reconstrucción de "los nuevos cielos y la nueva tierra donde habite la justicia"; a la defensa de la ecología, cuyo sentido profundo descubrimos; a la lucha contra la injusticia, el paro, el hambre, la guerra; a la defensa de los pobres y de los marginados; a la visita y auxilio de los enfermos; a la promoción de los derechos humanos "hasta que se imponga el derecho en las naciones" para que nada ni nadie arranque a los pobres el derecho de ser hombres nuevos según el corazón de Dios.

 

Ante el drama humano, cómo no vamos a gritar: ¡Ven, Señor Jesús! ¡Que venga tu Reino con su pan, que nos perdone nuestros pecados, que sepamos hacer su voluntad!

 

La presencia y la ausencia de Dios están en la base de la oración del creyente.

 

El Magnificat de María ha surgido todo él de la admiración, de la sorpresa y del drama.

 

¡Qué hermoso sembrar la vida de momentos de oración personal y comunitaria! Pero no es esto lo más importante, porque aún con esto podemos hacer compartimentos estancos: aquí, ahora, la oración; allí, después, la vida. Lo importante es lograr la unidad de vida: «El orad siempre» (Ef.6,18). Hacer que toda la vida sea oración. En la contemplación, misioneros; en la misión, contemplativos.

 

Esta unidad de vida, creo que es lo más admirable en nuestro P. Fundador.

 

Hacia este ideal nos encaminan a todos nuestras Reglas.

 

«Para la primera profesión se requiere que el novicio se halle empeñado en conjugar la espiritualidad del desierto con la vida apostólica. Para la perpetua examinamos si el candidato ya ha conseguido una cierta unidad de vida» (R.81, art.78).

 

Todo lo demás, oración personal, oración comunitaria, con sus ritmos diarios, mensuales, anuales, son medios para conseguir el fin: el orad "siempre".

 

Como Misioneros de los SS.CC. "que hemos creído en el amor que Dios nos tiene"; que hemos contemplado en los corazones traspasados el Amor misericordioso de Dios, tenemos ante los ojos dos grandes retos o desafíos: los mismos que los de los apóstoles: «Nosotros nos dedicaremos al ministerio de la oración y al ministerio de la Palabra» (Hech.6,4).

 

En el misterio de la Palabra necesitamos actualizarnos, formación continua -"prestantísimos en divina sabiduría", nos dice el Fundador-, para saber leer, entender, anunciar la Palabra de Dios que encontramos en la Biblia y en el libro más abierto todavía que es la vida, para poder dar, desde sus distintas modalidades, evangelización, homilía, catequesis, catecumenados, una palabra significativa y salvante al mundo de hoy.

 

«Si no conocemos las Palabras de Dios, ¿qué predicamos?» (R.81, art.56).

 

Lo mismo nos pasa con la oración.

 

Como Misioneros de los SS.CC. tenemos que preguntarnos ¿cómo nuestras comunidades pueden ser hoy escuelas de oración para el pueblo; cómo podemos ser para el pueblo maestros de oración?

 

Como Misioneros de la Palabra nuestra oración y contemplación debería ser eminentemente bíblica y deberíamos aprender a orar en la escuela de sus grandes orantes: Jesús, María, Pablo; pero también Abraham, Moisés, los profetas. Beber en las fuentes de los Evangelios, pero también en los Salmos y en el Apocalipsis. Para entrar en esa escuela bíblica hay que empezar por descalzarse, hay que comenzar por el silencio y la escucha: «Escucha, Israel» (Deut.4,1).

 

Tanto para la oraci6n personal como para la comunitaria, hoy necesitamos entrar por caminos nuevos.

 

No podemos contentarnos con conocer y practicar los ejercicios ignacianos y la meditación. Necesitamos estar al día en las nuevas técnicas y en los nuevos métodos si queremos facilitar al pueblo la oración que sigue necesitando. La "oración profunda", "la oración de Jesús", "la oración en el Espíritu", por enumerar algunas. Aunque en esto también deberíamos ser creativos desde la espiritualidad de los SS.CC.

 

La oración personal y la oración comunitaria se distinguen pero no se contraponen. Se exigen mutuamente.

 

En la oración personal ora el corazón de la persona. En la oración comunitaria -sobre todo litúrgica- ora el corazón comunitario, "el nosotros", o como dice S. Agustín y repite el Vaticano II, ora todo el Cuerpo de Cristo. Tenían un sólo corazón y una sola alma, y desde él oraban.

 

Es sobre todo en la oración comunitaria litúrgica donde nos unimos a la oración de los Sagrados Corazones, de los ángeles y de los santos, a la oración de toda la Iglesia y de toda la Congregación, a la oración del mundo.

 

Para la oración comunitaria la misma reforma litúrgica ha abierto grandes posibilidades.

 

El Concilio recomienda a los laicos unirse a la oración litúrgica de las horas de Laudes o Vísperas y sobre todo de la Eucaristía, que es la cumbre y fuente de toda la vida de la Iglesia y la expresión más fuerte y eficaz de la oración comunitaria.

 

Ojalá, en el año Centenario, nos decidiéramos también a entrar por caminos de renovación y de creatividad en nuestras celebraciones con el pueblo: liturgia de las horas, eucaristía, concelebración sobre todo: el mejor signo de unidad, de comunión, de compromiso comunitario.

 

Desde una oración comunitaria, desde una celebración litúrgica con el pueblo, nuestras Comunidades podrían convertirse en oasis, en verdaderas escuelas de oración.

 

Querido hermano: Que nuestro P. Joaquín Rosselló, que aprendió la contemplación cordial en el regazo de los SS.CC. y nos inició en un camino a seguir, nos alcance de ellos mismos la gracia de la oración, la gracia, al menos, de ser fieles a la oración, para que con un corazón renovado podamos cantar, como Congregación, un cántico nuevo
(Sal.149).

 

En Artajona, junto a la Virgen de Jerusalén, a 7 de julio de 1989, fiesta de S. Fermín.

 

Pedro Mª. Aznárez Marco, m.SS.CC., Sup. Gral.