Materiales para la contemplación F. Aizpurúa Donazar, ofm cap.
Introducción: "Lo que contemplamos y palparon nuestras manos" ( 1Jn 1,1)
1.
No suele ser normal tomar el tema de la contemplación
como tema de una semana de retiro. Suena a monasterio, a oración
“mental”, a lejanía, en definitiva. Sin embargo, no es cosa que nos
pille de refilón sino que entronca con lo más elemental de la vida.
Contemplar, en todas sus dimensiones, es una de las actividades más
humanas de la persona. Ya lo dice la historia del “cautivado” que
luego transcribimos: “El mundo
será maravilloso mientras haya gentes capaces de admirar” (ver
texto 1). Contemplar es
admirar, percatarse, profundizar, disfrutar, solidarizarse,
sintonizar...Toda una honda actividad.
2.
Principalmente, pensamos que contemplar es ahondar,
transcender hacia adentro, hacer el viaje, difícil viaje, a las raíces.
Muchas personas hacen largos viajes en su vida, itinerarios amplios, búsquedas
muy fuertes de Dios. Y casi todos terminan por admitir que no era
necesario haber salido, haberse ido tan lejos. El verdadero viaje
empieza en uno/a mismo/a y termina también ahí. No se trata de vivir
cerrado a la realidad, todo lo contrario. La realidad es tal cuando se
la asimila personalmente. Y ese trabajo de asimilación de la realidad
es el camino de la contemplación. Se pensaba que contemplar era una
actividad religiosa, pero es una actividad vital: se trata del
formidable esfuerzo de entender la realidad en modos benignos y
fraternos. Ese trabajo resulta imposible sin ahondar.
3.
Desde esta perspectiva no hay duda que si se quiere contemplar habrá
que huir de la superficialidad como del mismo diablo. La superficialidad no
solamente es enemigo de la contemplación sino de la vida misma.
Efectivamente, la superficialidad deforma la perspectiva de la vida y
nos hace creer en realidades que no existen. Al velarnos el acceso a lo
profundo, la superficialidad deforma la realidad. Ya lo dice Rahner:
somos “gente de superficie” y
así entendemos mal la misma resurrección de Jesús y sus dinamismos
(ver texto 2). La persona superficial no puede ser contemplativa porque
tiene una visión distorsionada de la vida y de la fe.
4.
Si nos interesa la contemplación desde esta perspectiva del ahondar,
habríamos de hacer un trabajo continuado para recuperar
la profundidad. Este
trabajo, decía P. Tillich (ver texto 3), es el trabajo mayor de la
persona de hoy si realmente quiere hacer de este momento de la historia
una época de sentido y de humanidad. No se trata de arduos y
complicados ejercicios; para recuperar la profundidad es preciso, antes
que nada, amarla, aun sin conocerla bien, aunque solamente se la intuya.
Amar la profundidad es anhelar otro lugar, un ámbito de luz y de
verdad, de sosiego, de correcta comprensión del hecho de vivir. ¿No
está hecho en gran parte nuestro amor a Jesús de ese amor profundo
urdido de intuiciones y entrevisiones?
5.
Saramago decía que somos “ciegos que vemos” (ver texto 4) porque
vemos, pero muchas veces es como si no viéramos, ya que los ojos
verdaderos de la vida son los ojos de la contemplación. Es cierto que
el nuestro es un andar a tientas con el cosmos, con la relación, con la
debilidad, con el sentido de nuestra vida. Pero, como dice A. Colinas
(ver texto 5) terminaremos en “esa
luz que restalla” , la verdad que buscamos. Pero es necesario
hambrear la luz, no temerla, vivir lo más luminosamente posible.
Contemplación y luz se hermanan; la oscuridad ignora el anhelo de quien
contempla. Aunque no lo diga, el mundo está necesitado de contemplativos/as
lúcidos/as, personas
que mezclan contemplación y luz huyendo de un trabajo contemplativo que
entenebrece la vida.
6.
No ha de extrañar que adelantemos que la contemplación entendida como
ahondamiento requiere mezclar, en saludable y equilibrada mezcla, la
fe y la historia. Ya dijo A. Fermet que el Espíritu se desacredita
cuando se abandona el cuerpo (ver texto 6) porque aquel está destinado
a ser carne, carnalidad, historia, como la semilla fecunda está
destinada a la tierra mullida y preparada. Una contemplación alejada de
la historia es una alineación; una historia sin la mirada contemplativa
que la interpreta es un despiste vital.
7.
La contemplación es totalmente práctica.
No se trata de elucubraciones para gente desocupada, para tiempos
especiales. La capacidad contemplativa entendida como ahondamiento que
interpreta la vida es como el sistema operativo de los ordenadores: de
su buen funcionamiento depende la urdimbre de la vida, lo decisivo y los
detalles, lo que produce planes de vida y lo que nos mueve a
realizarlos. Habría que preguntarse si no poca de nuestra inoperancia
se debe, en parte, a falta de vigor contemplativo; habría que
preguntarse así mismo si las personas más emprendedoras y valientes no
son, a la vez y a su manera, fuertes contemplativos/as.
8.
Muchas veces hablamos del futuro de la Iglesia, de la VR, de la misma
fe. Quizá ese futuro esté muy ligado al tema de la contemplación. Se ha
comentado por enésima vez y con muchas variantes aquello de Malraux de
que “el siglo que viene será espiritual o no será”. Cualquier
siglo, cualquier época de la historia humana será, sin duda, más
luminosa y menos problemática, menos inhumana, si la contemplación
funciona. Las grandes heridas infligidas a la vida son, con frecuencia,
el fruto de increíbles superficialidades y banalizaciones.
9.
Esta semana de retiro puede tener su importancia.
Quizá el resultado mejor no sea tanto, ojalá, que alguien activara aún
más su práctica de oración contemplativa. Pero esa no es nuestra
pretensión mayor: el éxito sería percibir con mayor fuerza que una
mirada contemplativa, ahondada, de la realidad puede ser una formidable
herramienta para el crecimiento humano y creyente. Esta pretensión es
compaginable con cualquier edad adulta y es mezclable, en mayor o menor
grado a toda situación vital y comunitaria. El viejo “si hoy escucháis
su voz” pierde cualquier tinte de advertencia amenazante para
convertirse en la más sencilla y generosa de la invitaciones.
10.
El texto de 1 Jn 1,1d titula nuestra reflexión. Cree el autor que al
Verbo de la vida, a la realidad de Dios, solamente se le capta en un
acto de contemplación, de
ahondamiento. Pretender entender a Jesús desde la superficie, incluso
desde la superficie religiosa, es quedarse al comienzo del camino. Por
el contrario, entenderlo desde un trabajo de contemplación vital es
apuntar derecho a su secreto. Y desde luego, esa contemplación conlleva
“palpar”, tocar y
comprobar, el mezclar su historia y la nuestra, el construir abrazos que
propicien que los corazones se toquen. Sin este tocar a Jesús, todo lo
que se diga en torno a la contemplación o a cualquier otra perspectiva
de fe parecerá cosa fría y distante. Toquemos a Jesús desde la
hondura que contempla.
u
Contemplación fraterna y creyente del hecho creacional
No solo de la creación, sino también de todo lo que conlleva. Se trataría de hacer una contemplación de nuestro ser creación, tierra, historia, desde la fraternidad y la benignidad, desde el agradecimiento e, incluso, desde la misma fe. Jornada dedicada a valorar con profundidad, contemplativamente, lo que somos y la ventura de la que hacemos parte.
a) Contemplación fraterna y benigna de la creación y de la historia.
1.
No sería bueno pensar que estamos ante problemas filosóficos o teológicos
que no tocan la vida por ningún lado. Puede ser que tradicionalmente se
hayan visto así; quizá sea una manera de tratarlos sin querer meterse
vitalmente en ellos. Hacer de la vida una discusión de escuela es otra
forma de superficialidad. Pero resulta que dentro de todos/as
nosotros/as, hay como un disco duro, una
fuente de comportamientos, una base única de la que dimana nuestra
comprensión y vivencia de la realidad. Por tan decisivo asunto, ¿no
merecerá la pena detenerse (la contemplación es detención) en ello?
2.
Tanto acíbar que así la religión como la historia sin más han
vertido sobre la herida de la vida, agrandándola y haciéndola casi
incurable, quizá haya llegado la hora de mirar con ternura a nuestro
ser creación y a nuestro ser persona. ¿Cómo miramos la vida, qué
idea tenemos de ella, qué palabras usamos para denominarla? ¿Utilizamos
el lenguaje de la compasión, de la curación, de la benignidad, de la
ternura o, por el contrario, el del menosprecio, el de la condena de
antemano, el de la maldad dada por supuesto? Tenemos pendiente una gran
obra de reconciliación a la que no sé si nos hemos aprestado nunca en
modos del todo decididos. Tal vez una manera concreta de reconciliación
con la creación y la historia sea echar cada vez más una mirada
benigna y hasta tierna a nuestro pasado que, a veces, es una losa en
nuestra existencia (ver texto 7) . La ternura enseña que el pasado
nunca es la última palabra dicha sobre uno/a mismo/a y sus actuaciones
sino que hay un horizonte siempre abierto.
3.
Aunque nos parezca increíble, después de tantas heridas como
infligimos a la vida y a las personas, el horizonte último de la creación
y de las personas es la fraternidad universal. Muchos, y con razón, desistieron de ello;
pero otros, por encima de inmensos sufrimientos llegaron a creer en esa
formidable vocación inscrita por Dios en el fondo de la vida. Más aún,
ese horizonte de fraternidad no se dará si, a la vez, la fraternidad no
se amplía a lo cósmico. Sería preciso tomárselo esto totalmente en
serio, interrogando al libro de la creación desde los parámetros de la
fraternidad, no solamente desde el lado de la utilidad, tan próximo a
la explotación (ver texto 8). No habría que dudar: nuestra gran
familia, nuestra única y verdadera familia, es la familia humana;
nuestra única vocación es vivir y dar vida, cumplir aquella vocación
primordial de “crecer y multiplicarse” que Dios inscribió en el
fondo de la creado. Por eso, se es hermano/a universal en la medida en
la que se crea vida.
4.
La creación, nuestra historia, es una realidad con
Dios dentro. Bien dice Jn 14,23 (cumbre de la espiritualidad joánica)
que Dios ha puesto su tienda en la historia en modos definitivos; no
tiene otra morada que nuestra vida; no hay ámbito con el que se
identifique sino la creación que es el fruto de su amor (ver texto 9).
Quien así lo entiende, da gracias incansables a Dios por el “mero”
hecho de ser creado/a. Una comprensión así, una contemplación de este
hondo calado, habría de llevarnos a una valoración distinta de la vida
y de la misma filiación cristiana. Desde ahí, vivir se convierte en
dejarse encontrar por Dios en el ámbito que nos es común, la vida; ser
hijo/a es trabajar denodadamente por la vida, porque ser hijos/as de
Dios es hacer de la vida el patrimonio y el amor principal, el campo de
batalla para lograr humanizarla y el jardín del disfrute para adelantar
el gozo pleno.
5.
Todo esto habría de llevarnos a crear en nosotros/as, cada vez más,
una mirada unificada sobre la
realidad. Nuestra superficialidad, nuestra poca capacidad contemplativa,
cobra el rostro de la dispersión, de los dualismos, de esas maneras de
entender la vida que no integran y necesitan separar ser comprendidas.
De ahí que es preciso entenderse como estructura única, como ámbito
común, como proceso único, como trayectoria que tiene destinada una
plenitud. Hace tiempo que ha llegado la hora de la superación de este
fraccionamiento ideológico que nos ha dado una visión de la creación
tan empobrecida, tan en segundo término, tan para olvidar. Abandonemos
el vocabulario de la dualidad (cielo-tierra, cuerpo-alma,
tiempo-eternidad, etc.) y hablemos el lenguaje de lo único, de lo
envuelto por el amor totalmente unificado del Padre.
6.
Así se podrá ir entendiendo que lo humano, dentro de su increíble
limitación dentro del cosmos, es una formidable
aventura que solamente el amor del Padre nos ha podido regalar.
Contemplar la vida desde el agradecimiento a la posibilidad de poder
participar en ella es una manera de darle trascendencia, de superar el
resquemor siempre presente de que esto no merece realmente la pena. El
verdadero “contemplativo/a” no habría de renunciar a entender la
vida desde su misterio, y no desde su sola debilidad. Un contemplativo/a
anclado en la debilidad es un falso contemplativo. Porque contemplar
lleva a quedar deslumbrado por la hermosura y el misterio de esta
aventura, todo lo efímera que se quiera (ver texto 10). ¡Cuántos
caminos desviados no habrían sido recorridos si hubieras entendido la
vida como misterio de amor y aventura creadora!
7.
Siempre se ha dicho que la vida humana, el cosmos, son reflejo de Dios.
Pero, de alguna manera somos parte
del amor de Dios, su razón de amar. De ahí que podamos pedir que
la creación, la historia, han de ser amadas. Suena a ingenuo, pero
tratar de entender el hecho creacional desde otra perspectiva que la del
amor es imposibilitarse a comprenderlo. Por eso, quien contempla ha de
ser experto/a real en amor, no tanto en técnicas de contemplación.
Quizá un tierno amor a lo creado comience por un tierno respeto (ver
texto 11). Así el respeto se convertirá en la senda del amor y también
en su garante. Respetar la creación ha de llevar a múltiples preguntas
sobre nuestro papel en ella, sobre la visión holística de lo creado,
sobre el uso de los recursos, etc.
8.
No nos extraña así que el trabajo para entender lo creado y nuestra
historia dentro de ello sea, lo repetimos, ahondar,
verdadera contemplación. Y, más precisamente, comenzar ahondando en
uno/a mismo/a, en la propia historia, en la propia persona. Es preciso
bajar a ese sótano de nuestra base existencial para preguntarnos sin
cansancio por nuestro ser más elemental, por nuestras pulsiones
primeras, por nuestras maneras elementales de reaccionar, por nuestras
visiones de la realidad más primarias. La intelectualización de lo que
somos es también una manera de vivir en la superficie. Ahondar habría
de llevarnos a entendernos y vivirnos como procesos de vida y de fe, no
entendernos como realidades hechas y fijas.
9.
Ahora decimos con frecuencia, y decimos bien, que el logro de la
felicidad da sentido a la vida. Los trabajos por ser felices son los
verdaderos trabajos de la creación. Quien entiende bien la creación
aspira a la felicidad no solamente en modos instintivos sino en caminos
elaborados y cultivados. Más aún, quien tiene esa perspectiva, quizá
descubra que el trabajo por la felicidad ajena es una manera de hacerlo
por la propia. Esta es la verdadera actividad de quien contempla y
entiende la creación. Alejar de la dicha, del gozo, de la felicidad,
del regocijo es una obra contra la contemplación.
10.
No será fácil ir incorporando toda esta espiritualidad si se está
afectado de envejecimiento existencial y creyente, si no se vive en novedad,
en deseo de lo por venir. Con qué fuerza lo ha expresado Jesús en
aquel “tenéis que nacer de nuevo” de Jn 3,7. No será posible
suscitar lo nuevo si no se mira con lucidez y benignidad a nuestras
limitaciones y a nuestras posibilidades; no será posible sin los
requisitos de la audacia y el riesgo, de las fuerzas sumadas, del
despojo con sentido, de la tensión saludable, de la mística común. La
novedad es el trampolín para construir una idea distinta, benigna y
fraterna, del hecho creacional y de la propia historia.
b) Contemplación teológica del hecho creacional y de la historia .
1.
Esa contemplación, para ser teológica y evangélica, solamente podría
darse desde la perspectiva evangélica, desde los valores
arquetípicos que el Evangelio reitera: la libertad, el amor, el
servicio, la fraternidad, el acompañamiento, la entrega...Enfocar la
creación y la historia desde la apropiación, el expolio, los
determinismos, la dureza de corazón no sería entenderla como Dios la
entiende. Nosotros sabemos del Padre por lo que de él dice el
Evangelio; por el modo como Jesús se comporta sabemos que así se
comporta el Padre. De ahí que la lectura correcta de nuestra historia
es la del Evangelio. Para una lectura creyente del hecho creacional es
preciso imbuirse de los valores arquetípicos del Evangelio, sembrados a
mansalva en la vida y más amplios que cualquier opción religiosa (ver
texto 12).
2.
Desde ahí puede ir surgiendo y formándose una idea nueva de trascendencia.
Es preciso superar la vieja idea de que trascender es salir, ir
fuera, situarse lejos, buscar lejos de la historia. Habrá que ir
elaborando una idea de trascender en línea de ahondamiento, de búsqueda
interior, de proceso histórico. Ese trascender hacia adentro puede ser
el camino para una contemplación en todas las direcciones de la vida
(ver texto 13). Porque como decía muy bien Chittister, “la
contemplación es la habilidad de ver a través de, de ver dentro, de
ver a pesar de y de ver sin ceguera”. Estas dimensiones conforman una
esa nueva idea de trascendencia intrahistórica que nos puede ser muy útil
y que resitúa mucho de nuestro imaginario religioso y no poca de
nuestra acción evangelizadora.
3.
Si esta manera de ver la creación nos lleva más al ahondamiento que al
éxodo, la contemplación tendrá como una de sus nuevas dimensiones no
tanto encontrar a Dios cuanto dejarse encontrar por él. Muchas de nuestras obras religiosas y no
pocos de nuestros más simples trabajos cambiarían de perspectiva si
los enmarcáramos en el afán del Padre de buscarnos, en su andar tras
nosotros/as que somos tan esquivos, tan poco proclives al encuentro. La
Escritura ha hablado muchas veces de estos afanes de Dios, de sus
trabajos de amor mal pagados que él no deja de hacer. Su “oficio”
de Padre es propiciar encuentros plenos de amor y exentos de
condiciones. Por eso, quien contempla creyentemente la creación ha de
ser generador de encuentros, persona inclusiva, atisbador/a de los pasos
del amor del Padre que le rondan.
4.
Cuando se habla de la relación de Dios con la historia surgen enseguida
términos como plan, designio, voluntad de Dios que, con frecuencia, han
sido convertidos en armas de coacción, de advertencia, de admonición.
Así los hemos despojado de su denominador común que no es otro sino el
afán de plenificación de lo
creado. El plan de Dios, su único proyecto, es que lo nuestro salga a
flote; el designio de Dios, su único anhelo es que la historia alcance
su última expansión; la voluntad de Dios que Jesús nos ha enseñado
es que tengan vida y que sea vida en plenitud. Dios no puede ser un Dios
contra la historia sino a su favor. Habría que construir unas
relaciones hogareñas con Dios, de vecindario bien llevado, de buena
relación sin sombra de desconfianza. Habríamos de borrar de nuestra
visión creyente de la vida, de nuestra plegaria, todo componente de
desconfianza, de temor, de simple sospecha de una supuesta malquerencia
de Dios a nuestra vida. La contemplación es un acto de benignidad con
el Padre que es indefectiblemente benigno con la historia. Solo quien
entiende y vive la realidad de un Dios esencialmente bueno y de una
creación idénticamente buena en su fondo (más allá de su
“maldad” histórica) es capaz de otorgar contenidos a este tipo de
expresiones.
5. Pero, se podría argumentar, Dios está escondido. Es cierto, lo está no porque él quiera permanecer en lo oculto sino porque el proceso histórico aún no es capaz de acoger su brillo. Por ello, Dios no está ausente, sino escondido. Quien contempla ha de irse librando del sentimiento de ausencia, tan fuerte en el creyente de todos los tiempos, y construir la certeza del Dios presente, aunque escondido, tanto más presente cuanto más escondido. La escondidad preserva a Dios de nuestra deformación y de nuestro abuso (ver texto 14). Por eso mismo, quien contempla la creación con tino, no se escandaliza de la escondidad, sino que la “agradece” porque es promesa de una correcta vivencia de la realidad de Dios. Más aún, supera el escándalo enorme de la escondidad con un amor fiel, capaz de ser mantenido cuando las sombras no solamente esconden la presencia de Dios sino que hacen dudar de si está o no está Dios con nosotros. Así, la ausencia inspira confianza alejando toda sospecha.
6.
Para muchas culturas, para la misma Biblia, la creación ha sido lenguaje
de Dios para la persona. Pero, con frecuencia, ese lenguaje ha
derivado hacia el temor más que hacia el amor. Un lenguaje de temor no
sirve para contemplar el hecho creacional. En esta cultura secular
nuestra, ya desde hace tiempo, la creación ha dejado de ser lenguaje de
Dios, se ha vuelto un libro sellado. Quizá ha sido nuestra violencia
contra ella la que ha provocado su impenetrabilidad. ¿Cómo recuperar,
recrear el lenguaje creacional como lenguaje de Dios? Quizá haya que
pasar por el aprendizaje de lo bello. La fe se ha vertido casi
exclusivamente en el marco de lo conceptual, mientras que lo bello, lo lúdico,
lo poético, han sido considerados como adornos. El lenguaje
manifestativo puede vehicular la fe mejor que el conceptual. Se impone
un trabajo en esos ámbitos si queremos que la creación “hable”
como un Dios de amor, de gozo y de plenitud. Es preciso elaborar
perspectivas nuevas sobre la vida y verificar que el Evangelio las apoya
básicamente, y a veces con fuerza.
7. Acostumbrados/as a una lectura y vivencia de la realidad de Dios en única centralidad, se nos hace difícil entender que, al ser la creación obra de amor, Dios no es propiamente un absoluto. Porque, efectivamente, al ejercer su ser absoluto en la donación, en la entrega, desabsolutiza el concepto. Entender a Dios como absoluto sin matices ha llevado a infligir profundos males a la historia humana, ha llevado grandes desviaciones religiosas, por inhumanas, ha llevado a postergar a la persona hasta límites increíbles. Dios es un absoluto que se entrega y en esa entrega se disuelve cualquier peligro de desviación. Dios no es el director de esta gran orquesta que es la creación sino uno más de los anónimos cantores coralistas que pone toda su energía para que la obra sinfónica de lo creado sea hermosa y exitosa.
8.
Por eso mismo, Dios no reclama jamás su regalo, la creación. Él ha
sido del todo generoso con el cosmos, con la historia, lo ha puesto todo
en nuestras manos y, al hacerlo así, se arriesga, como quien regala, a
que su don sea maltratado mal usado, corrompido. Él arriesga en su don,
en nosotros/as. Pero no lo retira. Por eso mismo, una lectura honda del
hecho creacional habría de llevarnos a arriesgar en el don de Dios, a
abrir caminos, a lanzarnos a lo nuevo. Los cristianos, eso sí, lo
queremos hacer en los parámetros del Evangelio, que no son otros que
los parámetros de lo humano. A quien contempla, a quien ahonda, le habría
de ser familiar la certeza de un Dios arriesgado que se desprende de su
don y que lo ofrece sin condiciones, con el secreto deseo de que vaya
llegando a plenitud.
9.
Por eso mismo, la responsabilidad en la creación es nuestra, la pelota
está en nuestro tejado, la capacidad
nos ha sido dada; es preciso ver qué estamos haciendo de esa capacidad
(Jn 1,12). Una lectura incorrecta del hecho de la creación centrada
exclusivamente en Dios ha dejado vacía de responsabilidad a la
actividad humana. Sin embargo, por el don de la conciencia, somos los
gestores de la historia humana. Quien contempla con corrección se
percata de la decisividad de su trabajo de gestor y le va brotando la
responsabilidad ante lo creado. Así, la pregunta de todas preguntas,
que es cuál va a ser el futuro del mundo es tomada cada vez más en
serio por quien contempla y, en la medida de sus posibilidades, trata de
dar respuesta a esa pregunta en los modos de la humanización.
10.
Muchas veces hablan los textos del NT de una creación
nueva y de una historia nueva (Ap 20,5 p.e.). No es nueva por ser
distinta a esta sino por ser esta misma en otra dimensión, en otro
nivel. Quien contempla la historia plena en conexión con esta de ahora
mantiene encendida la alerta de la responsabilidad sin perder ni un ápice
el deseo que suscita el anhelo. Así todo se va unificando, todo va
cobrando sentido y el gozo final empieza a ser en verdad gozo de ahora,
disfrute real, sosiego y regocijo que cada vez dura más...
v
Contemplar en la vida fraterna
No nos referimos a la contemplación como trabajo orante, del que luego hablaremos. Pensamos, más bien, en el hecho fraterno como tal. Entender el hecho de vivir en común aglutinados/as por el Evangelio requiere una fuerte dosis de contemplación, de ahondamiento, de visión más allá de los simples datos externos.
a) Contemplando nuestro vivir en grupo creyente
1. Mucho de nuestra vida fraterna, sobre todo de sus limitaciones, no se puede comprender ni encajar bien si no es en “modos contemplativos”, ahondados, mirando bien a la raíz de nuestra propia opción. Para poder vivir en grupo creyente es necesaria una actitud contemplativa, que ahonda. La superficialidad nos juega también una mala pasada en nuestra vida fraterna. Entender al grupo desde lados superficiales, poco discernidos, poco pensados, es bloquearse para planteamientos de más calado. La rutina, la institucionalización, los modos sistémicos de vida, lo normativo, etc., son realidades que juegan en contra nuestra.
2.
Para entender y vivir con mayor profundidad nuestra opción de vida
creyente en grupo, quizá nos pueda ser de utilidad el ahondar,
contemplar, la raíz y el origen de nuestra vocación. Siempre hemos
dicho que era Dios quien nos llamaba y, de algún modo, los creyentes
reconocemos que Dios está detrás de todas nuestras actuaciones. Pero
quizá sea más útil enfocarlo desde otro lado: es la humanidad quien nos llama, en sus variados lenguajes, pidiéndonos
que seamos un grupo que mantenga vivos los valores arquetípicos del
Evangelio no solamente para que no se pierdan sino para demostrar que es
posible vivirlos y que la misma historia tiene como meta final esos
valores. Esta delegación haría que nuestra vivencia creyente no se
desconectara de quienes nos han dado el encargo de vivir esos valores
arquetípicos y que nuestra opción creyente fuera incluyente con toda
realidad. Así nos situaríamos en el marco de la creación y no fuera
de ella y de la vida (ver texto 15).
3.
Desde esta perspectiva, ¿cuál es la principal tarea de la vida
religiosa, su primer objetivo? VC 20 lo dice con taxatividad: “Primer objetivo
de la vida consagrada es el de hacer visibles las maravillas que Dios
realiza en la frágil humanidad de las personas llamadas”. Esto sí
que requiere una mirada contemplativa, profunda, sobre la realidad del
hermano, aquella que es capaz de sobrepasar la debilidad personal y
descubre al otro/a como una persona en la que Dios actúa con fuerza.
Por lo tanto, el desaliento radical ha de quedar conjurado, el negarse a
colaborar por razón de que las expectativas no se cumplen habría de
quedar descartado, la aseveración derrotista de que ya tenemos callo en
muchas de nuestras actitudes y que, por lo tanto, nada se puede hacer ya
en nuestros grupos habría de ser desterrada a priori. No es fácil que
broten estas actitudes en posicionamientos superficiales, rutinarios,
comunes; se requiere, lo decimos, una actitud fuertemente contemplativa
del hecho fraterno para sobrevivir a nuestros propios naufragios.
4.
¿Cuáles son las dificultades para una vivencia renovada y actualizada
de la vida fraterna hoy? En eso es preciso también verter una mirada
contemplativa para no quedar despistados/as. Con frecuencia se dice que
el fallo está en nuestra debilidad espiritual y que lo que habría que
hacer sería “partir de nuevo de Cristo”, como dicen ahora,
intensificar el camino espiritual (ver texto 16). Pero, sin dejar de
reconocer que nuestra vivencia renovada de los componentes místicos de
lo cristiano es algo de primera necesidad (siempre será necesario),
quizá nuestro déficit esté en las “cuestiones sociales”:
¿cómo es nuestra relación con la cultura de hoy? ¿Qué niveles de
inserción, de acogida, de liminaridad, son los nuestros? ¿Cómo
encajamos corrientes tan poderosas como el feminismo? ¿Hasta dónde
nuestros estilos de vida son realmente inculturados, mezclados al hecho
social? ¿Cómo damos cuerpo a aquel anhelo evangélico de ser levadura
en la masa? Creo que aquí se hallan las verdaderas preguntas y en ellas
habría que ahondar de verdad. Huir de ellas sería muestra de falta de
contemplación, discernimiento y entrega.
5.
Uno de los ámbitos en los que la obra contemplativa habría de hacer más
trabajo en la vida creyente en grupo es en el análisis y tomas de
postura en torno a su ser sistémico. El sistema es esa “coraza
de hierro” que termina por ahogar las más básicas intuiciones y por
domesticar los anhelos más renovadores. Por eso, el sistema se alía
con la institucionalización, con la norma, con la tradición. No se
trata de renegar del pasado sin más (aunque es preciso una fuerte dosis
de apostasía del pasado para entender esto en modo nuevo), sino de
entendernos y vivirnos en modos distintos, más libres, más proféticos.
Nuestra pertenencia a los sistemas (eclesial, social) puede ser
revisada; nuestro ser sistema como estilo de vida puede ser trabajado.
Una perspectiva contemplativa del problema va entendiendo que el sistema
no puede ser cristiano y menos en una opción por la igualdad fraterna
como es la nuestra (ver texto 17).
6.
La vida fraterna es lo que es y también lo que no es.
Efectivamente, muchos/as hermanos/as viven anhelos, esperanzas, pequeñas
situaciones de vida, búsquedas, intentos, propuestas, que hoy se topan,
en general, con el muro de la institución que pide claridad, o dentro o
fuera, sin términos medios. Pero la vida fraterna es, también, esos
“términos medios” en los que apunta y alborea un futuro distinto.
La persona contemplativa habría de recibir esas señales como auténtica
palabra de Dios que habla hoy con el lenguaje del futuro.
7.
Ya hemos dicho al principio que quizá nuestro mayor problema para la
renovación de la vida fraterna estriba en cuestiones sociales. Pues
bien, los grupos religiosos tenemos un fuerte potencial para construir
marcos nuevos de vida fraterna que posibiliten una perspectiva distinta
en cuestiones sociales. En ese sentido, la inserción sigue
siendo no solamente asignatura pendiente sino oferta continua,
posibilidad de vida renovada (ver texto 18). Por más que, en parte
notable, la inserción ha sido suprimida de los programas generales de
los grupos religiosos, su voz profética sigue resonando, queda pero
firme, y el contemplativo, quien ahonda, sabe escuchar esa melodía hoy
un tanto sofocada.
8.
Precisamente porque la vida fraterna queda enfocada desde un talante
contemplativo, habría que valorar con aprecio real las nuevas formas
de comunidad cristiana que, hasta ahora, había copado la vida
religiosa. En ese sentido, el espacio que el laicado reivindica ha de
ser considerado con toda seriedad, no solamente a nivel de documentos
sino de colaboración real en pie de igualdad (ver texto 19). En esto la
vida religiosa habría de ser pionera. Más aún, no solo ni sobre todo
por la carencia de vocaciones a la vida religiosa, sino porque los
carismas, como bien de toda la iglesia pertenecen a todo el cuerpo
creyente, habríamos de ver al laicado como un vehículo apto, quizá más
que el hipotecado por la historia que es al vida religiosa, para la
difusión del carisma en modos actualizados y nuevos.
9.
No pocos de los achaques que afligen a la vida fraterna en grupo quedarían
mitigados y en parte curados si trabajáramos más el tema de la corporalidad.
La corporalidad no solamente es el cuerpo, sino los
sentimientos, la historia personal, las experiencias marcantes de la
vida, las perspectivas sobre las cosas, los lados más ocultos de
nuestro ser persona, etc. Todo eso es la corporalidad. Contemplarla como
campo de fraternidad me parece muy importante. Quizá el futuro
inmediato de la vida fraterna pase por ser un poco más corporal sin
dejar de ser hondamente espiritual. Más aún, porque la obra de misión
evangélica es, sin duda, una obra de curación de la corporalidad, la
vida religiosa habría de constituirse en profeta de la corporalidad.
10. Muchas cosas de las presentadas en puntos anteriores serán del todo inaceptables si se las enmarca en una vivencia religiosa de la fe. Piden a gritos un cambio: la vivencia de la fe en el molde de la secularidad, de la sociedad que no contempla entre sus componentes la realidad religiosa de Dios. Proviniendo de marcos muy religiosos la secularidad se nos antoja fría, distante, imposible de ser acogida con benevolencia. Pero nuestra sociedad ha tomado esos derroteros y nosotros hacemos parte de ella. Por eso, por nosotros y por los demás, el esfuerzo por vivir en modos seculares la fe se presenta como del todo necesario. La vida fraterna ha de saber encajar la crisis religiosa precisamente para potenciar los componentes de una fe evangélica que no necesita del marco religioso necesariamente para su vivencia.
b) Contemplación de la “fidelidad creativa”
1. Es un término que proviene, más o menos, de VC 37 (ver texto
20). Puede resultar una espiritualidad útil para ahondar en la
contemplación de la vida fraterna en serio. De todos modos, la
fidelidad no es solamente mirar las cosas desde lo que hemos prometido
sino, sobre todo, desde lo que se nos ha prometido; no es solo ser
fieles apoyándonos en la fuerza de nuestras convicciones sino en quien
es capaz de hacer de nuestra fragilidad un camino de fidelidad; no se
trata solamente de mirar a ver si somos fieles con el pasado heredado
sino con la pregunta del futuro que amanece; no se trata solo de repetir
el carisma indefinidamente sino de recrearlo con sorpresa y con gozo. En
el fondo, la fidelidad es algo que mira más al futuro, a lo
porvenir, a la creatividad. Por eso, la fidelidad va unida a la valentía,
a la imaginación, al alejamiento de los caminos trillados.
Necesitaremos generar ánimo, superar ese “estado natural” de la
comunidad que es el desaliento. Necesitamos un ánimo que sea creíble,
no solo de palabras: un ánimo que sabe poner a trabajar la fuerza de
los animosos/as y que sabe discernir la contrafuerza de los
desalentados; un ánimo hecho de cercanía, de conocimiento, de aprecio,
de sinceridad, de interés por lo más concreto del hermano/a.
2. La espiritualidad de la VR ha “odiado”, con frecuencia, el
mundo. Hoy se le pide vivir en fidelidad al mundo. Para
ello, como hemos indicado, será preciso estar abiertos/as a lo creado y
deseosos de él. Será preciso crecer en un universalismo que encaje el
mestizaje y lo multiétnico; habrá incluso que trabajar la ciudadanía
creyente y trabajar, desde nuestra perspectiva, los temas políticos.
Quizá todo esto será muy difícil si mantenemos vigente la certeza de
que, por ser religiosos, somos gente distinta, llamados a no mezclarnos
“con el mundo”. Habría que elaborar un proceso nuevo:
de qué espiritualidades hemos venido, qué caminos nuevos hay
delante, cómo ser benigno con la vida, cómo hacer prácticas de
acercamiento a ámbitos seculares, etc. Quizá haya que aprender a
disfrutar del mundo desvelando la belleza que esconde la vida. Si la
vida fraterna quiere vivir cada vez más en fidelidad al mundo habría
de sanear su mentalidad respecto al concepto de mundo, tendría que
establecer un sano equilibrio entre lo de dentro y lo de fuera, habría
que animarse a la apertura. Quizá en cosas tan sencillas como la
acogida y la casa abierta se halle el comienzo de solución de asuntos
tan complejos como éste.
3. A los grupos religiosos siempre se les ha demandado el
mantener viva la fidelidad a la Iglesia. Pero quizá la VR esté llamada
a una fidelidad a la eclesialidad que es algo más amplio, más
vivo, más espiritual y más profundo que la organización eclesial. La
eclesialidad es la certeza cultivada de la pertenencia a la comunidad de
Jesús, comunidad de talante abierto y universal, igualitario y
fraterno. Desde ahí se pide a la VR que colabora en la “refundación
de la Iglesia” haciendo apuestas por la novedad (para eso es profética),
manteniendo una saludable disidencia, aprendiendo la periferia y
conectando lo más posible con ella, siendo alternativos en modos
sencillos de vida y ejerciendo la profecía del amor posible (ver texto
21) y del perdón fácil (ver texto 22). Quizá para ello se requiera un
nuevo sentido de Iglesia recuperando la obediencia como elemento activo
más que como sumisión institucional, porque la VR es realmente una
minoría, pero está llamada a ser del todo activa.
4. Porque la mejor manera de recrear un carisma es vivir, se le
está pidiendo a la VR que viva en creciente fidelidad al carisma
recreándolo. No se trata de imitar a los fundadores sino de actualizar
sus valores primigenios. Esto se hará con dificultad si nos definimos más
por nuestros proyectos individuales que por nuestro ser hermanos/as;
también habrá una dificultad siempre presente si, por utópico que
resulte, renunciamos a acceder al corazón del hermano y a que él tenga
acceso al nuestro; no habrá posibilidad de recrear el carisma si no
compartimos caminos fraternos y solamente compartimos ideología. Desde
esa vivencia del carisma podremos hacer hoy una propuesta de humanidad,
porque esa es nuestra principal oferta (ver texto 23) y podremos hacerla
con gratuidad y sencillez, animado todo ello por la pasión de Dios y su
reino y por la pasión creciente por lo humano. Estas pasiones habría
que pedir a Dios para que la fidelidad al carisma sea cada día más
posible.
5. Si la vocación es encargo, delegación, petición para que
los valores del Evangelio se mantengan vivos, se entenderá que hoy se
le llame a la VR a ser fiel en el encargo de servir (ver texto
23). La VR ha de dilucidar, personal y comunitariamente, si está
sirviendo o quiere que le sirvan. Desde ahí podrá servir no solamente
la caridad, sino también la justicia, cosa que habrá que hacer
acrecentando nuestro discernimiento y aumentando nuestra lucidez. Desde
ahí puede generarse una nueva espiritualidad de los votos desde el
servicio, no tanto desde la virtud: el voto de castidad se convierte en
un voto de relación sirviendo en todas aquellas situaciones en que la
relación está fracturada, desviada, herida, a punto de naufragio para
consolidarla en el valor del amor y respeto como bases irrenunciables de
la relación; el voto de pobreza habría de entenderse como un voto de
buena gestión, porque eso llevaría a acercarse y coincidir con las
pobrezas, ya que estas provienen de una gestión inhumana de los
recursos; el voto de obediencia podría entenderse desde el servicio
como voto de compañerismo, invitando a poner nombre a la opresión y a
ejercer la profecía de la fraternidad universal que está inscrita en
el fondo de lo humano.
6. La vida religiosa ha sufrido una suerte de desclase que ahora
trata de ir superando. Por eso, habría de trabajar la fidelidad al
medio social al que pertenecemos y del que salimos, siendo así que
la mayor parte de los religiosos/as provenimos de medios sociales
sencillos. Esto, como lo hemos indicado más arriba, cobra cuerpo y
rostro en un estilo de vida religiosa en inserción que nos hace releer
nuestros valores constitutivos desde una perspectiva social, popular.
Desde esa perspectiva habría que deshacer un conjunto de tópicos: ir
de salvadores, ir a evangelizar, creer que la gente espera mucho de
nosotros/as, pensar que vamos a ser como ellos, mantener una mentalidad
aparte aunque cambien los modos externos. Esa fidelidad al medio habría
de llevarnos a una preocupación por la transformación real de ese
medio para que, al irnos, quede en mejore condiciones que las que tenían
cuando vinimos.
7. El trabajo ahondado, contemplativo, por construir la fidelidad
creativa no podrá hacerse sino desde la madurez personal. Dar
por supuesto que somos maduros/as por el simple hecho de acumular años
es un error. La madurez es un trabajo continuado y, si se nos permite,
es responder al anhelo más divino de Dios sobre nuestras personas,
porque Dios quiere que “crezcamos y nos multipliquemos” no solamente
en número sino en profundidad y en contenidos humanizadores y
creyentes. El tema de la madurez personal es un tema de fondo, de
profundidad, de contemplación. Por eso hay en nuestra vida rasgos de
inmadurez física, psíquica, ante el entorno y en la vida comunitaria,
aunque también haya signos de madurez evidente en estos ámbitos. Son
apoyos para esta clase de trabajo: trabajar lo personal en modos acompañados,
construir un estilo de vida saludable, trabajar una vida espiritual
renovada, acoger el apoyo de personas que no pertenece al grupo
religioso. Habríamos de tener comportamientos maduros en los problemas
cotidianos, en las diferencias personales, ante el envejecimiento
progresivo y la falta de vocaciones, ante los problemas fuertes de
algunos hermanos/as. Si deseamos esto, trabajaremos por coordinarnos,
por formarnos, por reunirnos, por disfrutar en común, maneras de
ayudarnos a construir la madurez personal.
8. Así mismo una de las variantes de la fidelidad creativa
interpela sobre la autonomía de la persona. Una persona con la
autonomía menguada está menos capacitada para desarrollar la
espiritualidad y las estrategias de la fidelidad creativa. Queda
descartada, por supuesto, la mutilación de la autonomía porque Dios
nos hizo en libertad y consiguientemente en autonomía. Sabiendo que
autonomía y conexión son compatibles, hay que conjurar la dependencia
de sistemas y estructuras, la dependencia del poder, la dependencia de
las maneras heredadas, de las personas e incluso de las situaciones
sociales o eclesiales. Es preciso crecer en autonomía frente a todos
estos ámbitos sabiendo que los caminos fraternos para una autonomía
saludable son el respeto cuidadoso, la colaboración generosa, la
coordinación explícita, la valoración positiva del otro/a, el aprecio
delicado.
9. La creatividad tiene que ver mucho con la imaginación, la intuición, la providencia (entendida como adelantarse a las situaciones pro-videre) y, por supuesto, la creatividad. Estos valores, tan malentendidos a veces, han de ser repristinados. La fidelidad creativa apoya lo nuevo, lo común, lo participativo; es capaz de sugerir, de suscitar, de descubrir posibilidades.
10. Más que estrategias, cuando se habla de fidelidad creativa
se habla de anhelos y de deseos. En
el fondo el gran deseo de quien quiere ser fiel es, como en el caso de
Jesús, que el reino venga. Ahí se moldean nuestros propios deseos,
siendo así el Evangelio una escuela para el deseo (ver texto 25).
Contemplar es suscitar deseos en línea de Evangelio, purificar los que
no lo están tanto en esa perspectiva. El discernimiento sobre nuestros
deseos es muy útil y puede ser considerado como una auténtica obra de
contemplación.
wContemplación
para la misión
Es
un reduccionismo entender la misión como simple apostolado, como tareas
de evangelización. Desde los tiempos evangélicos, la misión es una
manera de estar con Jesús y de anunciar en modos curativos el reinado
de Dios. Por eso mismo, antes que elaborar estrategias, se necesita
contemplar, ahondar, este componente de la vida cristiana que llamamos
misión.
a) Contemplar la misión como capaz de generar humanidad
1.
¿Cuál ha de ser la finalidad primordial de la obra de la misión en la
vida religiosa? Habrá de ser, como lo ha sido en el caso de Jesús, el logro de una nueva humanidad. Humanizar,
dignificar, he ahí el fin de la misión. Esta espiritualidad es algo
todavía por incorporar a la vivencia cotidiana de la vida religiosa,
heredera de una manera de pensar que cifraba el éxito de la misión en
el logro de la salvación. Pero el Evangelio muestra con claridad, que
ese logro utiliza el camino de la mediación histórica humanizada, una
vida según los criterios del Evangelio. Ese es justamente el campo de
la misión cristiana que nos proponemos contemplar, ahondar en él.
2.
La misión cristiana tiene delante la
tarea de la justicia siempre pendiente. La
justicia sigue siendo una batalla por darse; quizá no sea fácil que lo
veamos estando en la orilla del sistema. Pero si se recuperara el anhelo
de la justicia, la voz de la profecía sonaría clara y limpia. Por otra
parte, no resultará fácil caminar en la dirección de la justicia si
no incorporamos al fondo de nuestra espiritualidad la tremenda realidad
de injusticia que constituye la diferencia entre los países ricos y
pobres. La activación de la sensibilidad por lo público es requisito
imprescindible para vibrar ante estos hechos. Y aunque en la Iglesia
siempre ha habido eximios defensores de la justicia, también, como dice
el Vat.II, la Iglesia es causa de injusticia y de escándalo en su no
saber despegarse del lado del poder. La misma VR
no está exenta de la acusación de injusticia que el Evangelio
lanza a la Iglesia. Su conservadurismo, su hacer el juego a los poderes,
su egoísmo institucional, su incoherencia cuando habla de pobreza y
vive en modos acomodados, cuando habla de obediencia que libera y genera
tanta sumisión, su castidad cuando habla de amor y se vuelve tan hosca,
etc. Son cosas a pensar, a contemplar con benignidad. Quizá no
entendamos en modos nuevos la relación entre misión y justicia
mientras no aceptemos la “parcialidad” de Dios, su ponerse del lado
de los débiles (ver texto 26).
3.
Si la misión evangélica es, sin duda, una misión liberadora (no otra
cosa quiere decir el tema extraño de “expulsar demonios” en los
Evangelios) la misión cristiana habría de serlo para la
libertad aún soñada. Hoy
el consumo trata de matar en nosotros/as los sueños de libertad y utopía
que hacen que la vida pueda correr tras su propia dicha. Habremos de
sustraernos del pensamiento único que aboga por la libertad de unos
privilegiados, de unos pocos países, de un solo género. Si, como dice
VC 16, los votos antes que renuncia son acogida del misterio de Cristo,
la vida religiosa habría de llevar en sí misma y en su acción
evangelizadora a una vivencia hondísima de la libertad, no a su negación.
Esta vivencia habría de llevarnos a que no se apague en nuestra vida
común el lenguaje y la manera de vivir de quienes se sienten cada día
más libres, si no, la misión para la libertad se hará imposible.
4.
Y sobre todo, la misión cristiana es, por evangélica, misión para la
solidaridad siempre nueva.
La solidaridad es el pulmón con el que todavía respira el cuerpo de la
vida, muchas veces herido y enfermo. La solidaridad se construye sobre
el principio de que es posible dar y darse sin recibir algo a cambio.
Ello requiere la vivencia del amor en una cierta asimetría y la
creciente certeza de que las pobrezas nos pueden civilizar porque ellos
tienen valores que aportar al hecho humano (ver texto 27). Al fondo de
todo hay una visión de Dios: la realidad de un Dios implicado en lo
nuestro. Porque, de algún modo, Dios depende de nosotros, ya que si lo
humano no llegara a su plenitud, la misma realidad del Dios que se
relaciona con nosotros/as quedaría frustrada.
5.
Puesto que el camino de la gratuidad es camino de humanización, la misión
cristiana habrá de ser misión
de gratuidad. Si es cierto
lo de la máxima paulina de
que hay más gozo en dar que en recibir (Hech 20,35), la misión habría
de tener el rostro de la gratuidad manifestado en: trabajar el acompañamiento,
renuncia a los beneficios institucionales, aprender a pedir desde la
libertad y gratuidad, tener algunos trabajos no remunerados, generosidad
creciente. Porque la gratuidad exige prontitud para dar, manos
dispuestas sin muchos requisitos a abrirse ante la necesidad, es
necesario hacer trasvases rápidos de solidaridad porque las situaciones
que viven los débiles son con frecuencia urgentes.
6.
La aspiración básica a la felicidad que toda persona persigue ha de
ser también contemplada por la misión. Esta habría de hacer de la alegría,
una misión de felicidad. Esto
no es otra cosa que decirle a la persona en modos posibilitadores que su
vida tiene como destino la dicha, el logro de lo pleno. Dios ha creado a
la persona para la felicidad, por eso la misión cristiana, como el
Evangelio, hace de la felicidad una parte importante de su oferta. Para
ello, habrá que potenciar los valores de la fiesta (ver texto 28) no
solo en lo extraordinario sino incluso en lo cotidiano; sería también
conveniente derramar serenidad en el entorno social, con frecuencia
estresado y trepidante. Por otra parte, la experiencia fuerte de
desesperanza del mundo de hoy hace necesaria más que nunca la
espiritualidad de la alegría celebrada en todas las fiestas de hoy (la
alegría recobrada, los logros cívicos, la cultura, etc). Des de ahí,
alejar el temor, los temores, no colaborar con ellos, es una de las
tareas encomendadas a la misión cristiana. Y, finalmente, no podrá
hacerse misión de felicidad si antes no se ha escuchado el grito,
muchas veces desesperado, de quien anda sin poder salir de la niebla de
la tristeza.
7.
La misión cristiana habría de hacerse en los moldes evangélicos de la
sencillez, pretendiendo
desde esa “debilidad” la
dignificación de la persona. En
una época como la nuestra muy marcada por el orgullo social y la
apariencia, la sencillez habría de alejarnos del afán de poner la
firma en todo uniéndonos con instancia que promueve la dignidad de la
persona. La misión desde la sencillez habría de ser resistente, con
paciencia histórica, porque en la resistencia habita la esperanza (ver
texto 29). Esta misión se bloquea cuando se la pretende hacer desde la
connivencia con el poder.
8.
Un requisito básico para este tipo de misión es la acogida que
puede llevarnos a una misión
de amplio abrazo. La
acogida es el test inicial de nuestra misión. La acogida ha de ser
inmediata, real, fácil, llena de matices. Sin la escucha y el consuelo
no puede brotar la acogida. Por otra parte, la apertura (mental, vital,
social) es el cimiento de la acogida. Esa apertura está hecha de
universalismo, de ancho abrazo, de mentalidad englobante, de sintonías.
La misión de amplio abrazo acoge con rapidez, abre la puerta sin pensárselo
mucho, toma decisiones sin tener todas las consecuencias previstas.
Porque está claro que sin acogida no puede florecer el bien. El corazón
se mantiene invariable sin salir a la calle, sin bajar a los sótanos de
la vida, sin luchar denodadamente por recapitular las cosas en Cristo.
Según el Evangelio, la misión de la acogida tiene un sentido:
sentarnos a la mesa de quienes el mundo excluye de la mesa común.
9.
El mestizaje es un dinamismo de futuro y la misión que se hace desde
la amistad apuesta por ese
futuro. Es preciso mantener la certeza de que cualquiera puede compartir
conmigo los valores más hermosos de la vida. La amistad entendida como
misión de mestizaje pone de relieve los valores de ese mestizaje: la
certeza de que la aventura humana es común, la verdad del
entrelazamiento de corazones, la posibilidad de unir ideales, el
acrecentamiento de los recursos al ponerlos en común, la verdad
irrenunciable de que ser familia es algo irrenunciable para los humanos.
Por eso mismo, el cultivo de la amistad se hace imprescindible para esta
clase de misión. Una vida fraterna que no sabe de amistad está muy
limitada no solo en sus funciones, en su trabajo, sino en su misma
identidad. Desde esta amistad vivida, la Iglesia nos pide nos pide que
seamos lugar habitable para quien no es tenido en cuenta en su dignidad
a causa de sus diferencias históricas.
10. Quizá sea también preciso trabajar por generar un tipo de misión para la admiración y la sorpresa. La recuperación de la capacidad de sorpresa es, para la sociedad, una auténtica necesidad. La sorpresa devuelve la libertad y empuja en la dirección del respeto más exquisito. Quien hace misión desde el agradecimiento habría de estar en estado de permanente alegría, de permanente ecología, de permanente poesía. Dios mismo es sorpresa y se admira de nosotros/as. Estos valores se gestan en la comunidad.
b) Contemplar desde los “traspasados”
1.
Hemos aprendido la fe por vía del concepto. Pero, dado que la persona
es en gran parte sentimientos, corazón, y que eso está cada vez más
llamado a ser integrado en una comprensión global de la inteligencia
humana, la contemplación desde el corazón tiene cada vez más
futuro. No será, en modo alguno, una contemplación de poco calado,
para gente sensiblera. Nada de eso, el corazón es, con frecuencia la
verdad verdadera de la persona; los sentimientos dibujan con más
exactitud lo que la persona realmente es. Por eso la perspectiva del
corazón es muy valiosa, quizá la única que nos ha de posibilitar el
acercarnos a las causas y situaciones de los pobres.
2.
Para que las pobrezas lleguen a tocar, a traspasar incluso el corazón (miseri-cordia:
el pobre situado en el ámbito de lo cordial), es preciso entender las
pobrezas no tanto como maldición sino como lugar de encuentro. Eso
quiere decir que contemplar a los traspasados desde fuera de ellos será
siempre una contemplación arriesgada de desenfoque; por el contrario,
contemplarlos desde dentro, desde su mismo lugar, será el modo más
fructífero de hacerlo. Para contemplar desde dentro habrá que dejar de
ver las pobrezas como si solamente fueran algo negativo (que lo son);
también puede ser ámbito de encuentro, de trasvase, de
enriquecimiento. Porque los pobres tienen sus valores: nos mueven a la
solidaridad, ayudan a ser más coherentes, empujan a la utopía, animan
al perdón, etc. Son verdaderos valores que pueden constituir una
aportación al lado del valor económico. Si no se desvelan estos
valores siempre se terminará haciendo caridad, en el más cuestionable
de los sentidos.
3.
La perspectiva del corazón lleva a una nueva espiritualidad, a
una nueva cristología incluso. La interpretación de la entrega de Jesús
desde la experiencia de las pobrezas, desde los crucificados de la
tierra, es la mejor manera de entender, la mejor hermenéutica para
saber qué es lo que Jesús quiso hacer y lo que nos pide. Los pueblos
crucificados de la tierra son los verdaderos “creyentes” y los que
nos enseñan la verdadera fe (ver texto 30). Por eso mismo, si se quiere
renovar la vieja espiritualidad cristiana, hecha a veces de espaldas a
los pobres, habrá que tomar la perspectiva de los crucificados, habrá
que orientar la vida cada vez más (la orientación es decisiva) hacia
ellos.
4.
Quizá haya que decir que para hacer misión con los traspasados sea
preciso el tener una experiencia de indignación.
Esta experiencia es sentir y dar cuerpo a un ¡basta ya! ante
las situaciones de fuerte opresión que nos rodean. La indignación no
es un enrabietamiento estéril sino un dinamismo, una fuerza para
percibir la institucionalización de los tres grandes pecados actuales:
el insulto a los pobres, la ignorancia culpable y la tomadura de pelo
que es la pretendida globalización (ver texto 31). La indignación solamente puede ejercerse si es contra los
propios intereses. Es decir, estar indignado por lo que otros hacen a
los pobres sin que eso modifique mis modos de vida concretos es una
hipocresía. Por eso la indignación hay que ejercerla en las cosas más
cercanas posibles, para que no se desvirtúe, para que no sea una
indignación teórica, de salón, solo para mítines de ocasión, es
cosa de bien poco fundamento. Quien se indigna de situaciones sociales
injustas ha de saber mirarse a sí mismo, no para frenar su indignación
social sino para crecer en coherencia y lograr así que la denuncia sea
más fuerte, más posibilitadora.
5.
La tierra también “sufre” y tiene corazón (ver texto 32).
Hace tiempo que la persona se separó del camino común de la tierra.
Eso hace que muchos pobres sufran por el maltrato que le damos a la
tierra y que los poderosos inventen nociones envenenadas como aquella
del “desarrollo sostenible” que no es otra cosa sino el afán por
que los países ricos puedan seguir manteniendo su tren de vida que está
hecho a costa de los pobres. De ahí que el cuidado de la tierra es, de
rebote, una manera de trabajar a favor de los traspasados de este mundo.
Ya no es cuestión solamente de tener una ideología ecológica; es
cuestión de justicia y amor al débil que es quien más sufre el
maltrato que damos a la tierra.
6. No será fácil hacer misión para los traspasados si no hacemos camino con el pueblo. Somos pueblo, de él nacimos, él nos dio el encargo de mantener vivos los valores evangélicos y por eso, desclasarse, dejar de ser pueblo, es como una traición. La VR ha de volver a ser pueblo porque del pueblo salió y para ella se constituyó. Por eso mismo, tendrá que dejar sus “castillos”, físicos-espirituales-estructurales para vivir cada vez más como pueblo tanto en sus componentes internos como externos. Escuchar la llamada a ser pueblo es requisito imprescindible para hacer misión desde dentro porque una misión hecha desde fuera en poco se parece a la de Jesús.
7. Quizá pueda ayudarnos en este empeño la profecía laica, que es una gran voz que nos empuja hoy en dirección a los traspasados. No pocas entidades civiles tienen un fuerte componente proféticos, una orientación decidida hacia los pobres de la tierra. Escuchar esa voz puede sernos de gran utilidad. Los mismos derechos humanos que la sociedad proclamó hace años son de esa clase de profecía, y se tocan en el fondo con el Evangelio. Hacer misión con los traspasados exige una sensibilidad creciente con el tema de los derechos humanos y habría de hacer que, según la más elemental orientación evangélica, antepusiéramos a los votos el afán por la justicia y la paz. Si no se recorren estas sendas, la misión con los traspasados corre el riesgo de ser poco más que una afición espiritual.
8. Hay hoy un campo ideológico del que depende mucho la suerte de los pobres. Es el tema de la globalización. Aunque en sí misma, en teoría, pueda ser algo beneficioso, en la práctica, tanto de pensamiento como de obra, la globalización está envenenada. Su veneno proviene de que un sector del mundo, el rico, el nuestro, quiere hacer de esa pretendida globalización un privilegio de su club privado de países ricos, contradiciendo así hasta el mismo vocablo. La misión con los traspasados habría de aplicarse a desmontar los falsos postulados ideológicos del pensamiento único y las falsas prácticas globalizadoras que cada vez suman más privilegios en el mundo rico a cosa de los países empobrecidos.
9. Hoy tiene mala prensa la compasión y lo que se demanda es justicia. En realidad, ambas son hermanas. Quizá haya que mantener unidas las dos porque la justicia sin corazón puede ser un frío reparto, mientras que la compasión sin justicia puede resultar una caridad paternalista. De cualquier modo, ser compasivo/a es, sobre todo, crear sintonías más que hacer obras de caridad puntual. Crear sintonías es la base para cualquier cambio, para la más pequeña modificación de las condiciones de vida. Por eso, aunque no lo digan, los traspasados nos pide a veces más sintonías que ayudas o, mejor, la ayuda que brota de la sintonía y que por eso mismo no se queda ahí sino que ahonda hasta plantear las cosas en el terreno de la justicia.
10. Es difícil mantener la mística de esta clase de misión entre los desposeídos si no se la alimenta de una doble pasión: la pasión por Dios y la pasión por la persona. La pasión ha estado estigmatizada en la espiritualidad tradicional. Pero sin pasión, sin saludable tensión, por Dios y por la persona, las cosas terminan por hacer por razones muy relativas y a veces hasta cuestionables. Recuperar la pasión por Dios y por la persona es un trabajo que es preciso hace si se quiere caminar en la dirección de la misión con los traspasados. De lo contrario, las dificultades de la vida terminarán por hacernos desistir.
❹
Contemplación
y trabajo orante
Es lógico que abordemos el tema de la oración en el marco general de la contemplación. Entendemos la oración como un “trabajo”, con todas las connotaciones, positivas y negativas, de un trabajo. Creemos que ha pasado el tiempo de trabajar el tema orante en modos indiscernidos, pretendidamente espirituales pero que son refractarios a la concreción, a la planificación, al tratamiento histórico. No se trata de volver a épocas en las que se cosificó el tema de la oración, pero sí de mezclar en esto, como en todo lo cristiano, la fe con la historia, el anhelo con el plan, la fuerza espiritual con la verdad más cotidiana. Si desposeemos a la oración de este arraigo antropológico, nunca llegaremos a salir del impasse orante en el que aún andamos (ver texto 34).
a) La oración personal problema y posibilidad
1. La vida de oración ha dejado de ser relevante en la misma Iglesia (ver texto 35). Pensamos que la cosa se mantiene porque el problema sigue ahí. Pero los problemas dejan de serlo cuando se trabaja una solución y el problema es que esa solución se trabaja poco. La cruda realidad muestra que, en el fondo, hacer hoy sistemáticamente una hora de oración diaria es algo material y existencialmente imposible. Y lo que no es posible...
2. ¿Es un tema insoluble? Hay personas que han llegado casi a la certeza de que nunca podrán integrar en su vida el convencimiento de la necesidad de orar personalmente. Quizá haya que soñar la posibilidad de un trabajo orante desde planteamientos distintos, no religiosos, (por decirlo de algún modo) porque desde éstos parece que el resultado ha de ser siempre similar.
3. Por otra parte, es preciso desmitificar la oración creyendo que orar es la panacea a todos los males. La más elemental realidad muestra que eso no es así. Hay personas que han orado fielmente hasta el día anterior a irse de la Congregación; hay comunidades que cumplen su horario de oración pero sus niveles de relación son bajísimos. La solución de los problemas no puede ser siempre la oración. Además, hay que “desmoralizar” el hecho orante porque no es cierto que quien ora es mejor religioso/a y que quien no ora es mal religioso/a. De nuevo los hechos desmienten esta clase de aseveraciones. Quien no ora desaprovecha un cauce estupendo de crecimiento cristiano, pero es preciso ver cómo funcionan los otros cauces. De mismo modo que quien ora aprovecha el cauce pero hay que mirar también cómo lleva los otros cauces.
4. Es preciso caer en la cuenta de que gran parte de nuestra vida espiritual está enmarcada en la pervivencia de la piedad. De ella alimentamos no poco de nuestra espiritualidad y de nuestros comportamientos. ¿Podemos, contando con ese marco, proponer una oración de corte más secular, menos piadoso? La piedad tiene cosas buenas, qué duda cabe, pero tiene una gran pega: dualiza, dicotomiza, separa. Una oración secular hecha de la mano de la Palabra podría ser un elemento que creara más unidad vital y de fe, una estructura histórica unificada, más centrada, menos alienante.
5. Mucho del quid de la oración está en la oración personal. La oración común, en sus variadas formas, tiene el apoyo del grupo; eso es lo que “la salva”. La personal, al carecer de ese apoyo, corre más riesgos. Quizá sea el momento de pensar si justamente el apoyo del grupo (de modo que sea) está llamado a “salvar” la oración personal, a ayudarle a encontrar otro camino.
6. Una teoría orante para hoy, además de la perspectiva secular, ha de englobar una “mística horizontal” que se resista a eludir la realidad histórica a la hora del encuentro con Dios en la oración. Esa mística horizontal ha de ser una mística de ojos abiertos, de percepción ahondada de la realidad (ver texto 36). También habrá de asimilar el componente social del Mensaje como perspectiva más productiva de comprensión del Evangelio. Serán, así mismo, necesarios los postulados de una fe histórica y de una reconciliación con el mundo. Y todo ello hasta apreciar la santidad de vivir como la meta hacia la que también apunta el hecho orante (ver texto 37).
7. ¿Qué posibilidades hay de “inventar” un trabajo orante acorde con nuestra época? Las hay si apoyamos la fe más sobre dinamismos que sobre verdades; si al entendemos más como un trabajo liberador que como una actividad piadosa; si logramos que la oración no sea, ni en su forma ni en su fondo, algo desconectado del hecho social; si se hace en modos diferenciados según los diversos estilos de grupo orante; si utilizamos las ayudas adecuadas, siendo la más decisiva la del amparo del grupo que ora; si se hace el trabajo orante con la necesaria verificabilidad y evaluación.
8.
El trabajo orante quiere ser un silencio habitado y fecundo (ver
texto 38). Eso quiere decir que, por ser un trabajo, no ha de ser
Dios el único trabajador en esta empresa. A la persona,
concreadora con el mismo Dios, se le llama a amueblar ese espacio
de silencio, a llenarlo de voces, la suya y la de otros/as, hasta
que resulte un espacio de vida. Por eso mismo, orar no puede ser
otra cosa que crear posibilidades de vida honda para quien anhela
vivir.
b) Trasfondos y requisitos para camino orante en la cultura secular
1.
No solo por razones teológicas
o eclesiales, sino también espirituales y personales, hemos creído
que la fe, y por ello la oración, habían de forjarse a la
sombra de la Palabra. Por eso mismo, nunca hemos dudado que el
trabajo orante personal ha de tener, de una u otra forma una
conexión directa con la Palabra. Orar con la Palabra no es
solamente un gusto personal sino un conectar con la fuente misma
de la que brota la vida de la Iglesia.
2.
Por otra parte, y aunque se trataba siempre de una oración
personal, hemos hecho un esfuerzo por creer y vivir la
eclesialidad del Mensaje. Eso quiere decir que, puestas en común
las experiencias de la Palabra que los creyentes acumulan, la
persona puede beneficiarse mucho de esa oferta. La sencilla
evaluación, el semanal compartir la Palabra ha dejado claro mil
veces que las percepciones y vivencias del hermano son de mucha
utilidad para otra persona, aunque a quien las dice le puedan
parecer cosas banales. Eso muestra que la Palabra es realmente
patrimonio de la Iglesia, de la Comunidad
de Jesús y que ese
carácter comunitario es beneficioso para toda persona interesada.
Esta manera de orar la Palabra nos ha llevado a mirar con interés,
en el mismo
hecho de orar, al
hecho histórico. Y ello quizá no tanto en acontecimientos
concretos cuanto en actitudes y maneras de enfocar la realidad que
cada uno va viviendo en su propio entorno. A agua pasada, se
descubre que la Palabra orada resitúa en el marco social en el
que uno vive provocando miradas y comportamientos de increíble
novedad.
3.
Por todo eso hemos comprobado, al cabo de los años, que el
trabajo orante ampliaba eso que llamamos el "espacio
interior" de la persona y que, dicho de modo sencillo, no
es sino la capacidad para encarar con humanidad las situaciones
adversas de la vida y la fuerza para vivir con intensidad los
indudables logros que también va uno consiguiendo. Esta ampliación
del espacio interior se ha traducido en fortaleza y serenidad ante
los acontecimientos, en ese vigor interior que tanto necesita la
persona para sobrevivir en este momento de cambio.
4.
Por decirlo de algún modo, este trabajo orante es un trabajo de
fondo. Es, por supuesto, una oración libre de propósitos
y de finalidad concretas. Se trata simplemente de hacer el camino
vital de la mano de la Palabra, de integrar la oferta del Mensaje
en las sencillas circunstancias que urden la vida. Y desde ahí,
intentar vivir con humanidad y con fe.
5.
Hay que decir que
en la VR raramente se tiene una experiencia de tratamiento o lectura
continuada de un texto bíblico. Se hace zapping en él por
criterios o necesidades bien sea pastoral es, raramente
personales, y a veces incluso con el peculiar criterio del gusto
que tengamos o no por talo cual texto. Este trabajo orante recorre
sistemáticamente todo el camino de la Palabra en una experiencia
de totalidad.
6.
Este planteamiento de oración presupone lo que podríamos llamar
la “oración dispersa”. Es decir, esta oferta es para
personas que, de una u otra manera, más o menos, rezan
personalmente. Para quien ha abandonado totalmente la práctica de
la oración personal, habría que recomendar una época de
intentos, cosa muy valiosa, desde el lado que fuere porque, si no,
estos modos tan organizados le serán inútiles.
7.
Hay un requisito difuso que podría formularse así: creer que una
cosa, tan personal, puede, de algún modo, incumbir a la
realidad fraterna y que, por ello mismo, la fraternidad pueda
ayudarme, aunque el trabajo, por ser personal, lo tenga que hacer
cada cual. Mientras no se acepte que la fraternidad tiene algo que
ver en ello, el paso hacia esa posibilidad no se habrá dado.
8.
Es preciso que quede claro desde el principio que esta clase de
propuestas no es tanto un método cuanto un plan. Son cosas
distintas. Los métodos han sido y son variados. Cada uno podría
utilizarlos a su gusto. E incluso podría decirse que esta
propuesta admite perfectamente una manera de orar sin método.
Pero al proponer un plan, lo que se busca es, por decirlo en
lenguajes económicos, una mayor rentabilidad al trabajo orante.
Esa mayor rentabilidad le viene por el trabajo ordenando en torno
a la Palabra y por la ayuda fraterna. De todos modos, al ser un
plan desde el afán de ayudarse fraternamente no implica, en modo
alguno, la obligación de seguirlo. Es simple ayuda, sugerencia,
andamiaje y multa para quien lo necesite. Si alguien tiene maneras
más rápidas y eficaces de trabajar la oración personal no
encontraría aquí una ayuda válida.
9.
En cuanto a tiempos, el plan requiere un tiempo amplio diario que
hemos llegado a considerar de una hora como mínimo y, por
supuesto, una hora seguida. No obstante, y debido a la pluralidad
de situaciones vitales y laborales de la vida moderna, habría
posibilidad de otros ritmos, semanales, por ejemplo, siempre que,
como es lógico, fueran más intensivos.
10.
Finalmente, téngase en cuenta de que esta oración presupone un
trabajo orante “en dos tiempos”, uno de preparación y
otro de vivencia. Evidentemente la ayuda de este plan versa sobre
el primero de ellos porque el segundo, el verdaderamente
interesante, es del todo personal. Y ahí, cada uno navega por
donde puede. Pero nosotros hemos llegado a la persuasión de que
ese segundo tiempo (con frecuencia muy pobre en la medida de la
propia fe) sería totalmente imposible sin el primero.
❺
Contemplación del hecho social y políticoEs algo a lo que, a priori, estamos poco acostumbrados. Y menos todavía, a mezclar el concepto de contemplación con lo social y lo político. Pero, manteniendo siempre la idea de contemplación como visión ahondada de la realidad, sí que se puede tratar de leer el hecho social desde modos contemplativos, matizados, reflexivos. De cualquier manera, si la superficialidad es el enemigo a batir, es preciso decir que en esta clase de temas nos juega una mala partida si le dejamos que actúe a sus anchas. El componente político de la fe es algo indudable y del todo necesario a la hora de mezclarlo con el componente místico; ambos deben estar en el mejor de los equilibrios.
a) Un cristianismo para el siglo XXI
1. En la carta apostólica Novo Millennio Ineunte se traza el plan de evangelización para el próximo trienio asentado sobre dos grandes bloques: las prioridades de la Evangelización y la construcción de la comunión. En el primer bloque se propone como prioridad el tema de la santidad, de la oración, del domingo, del sacramento de la reconciliación, de la gracia, de la Palabra y del anuncio explícito de la fe. Quizá podría entenderse la santidad como la santidad de vivir, habría que ver cómo hacer un camino de oración en la ciudad secular, cómo construir una pastoral no exclusivamente dominical, cómo fomentar las otras reconciliaciones (la sociales sobre todo), cómo fomentar la primacía de la persona, cómo ofrecer la Palabra hoy en modos adecuados e implícitos. En el segundo bloque sobre la comunión, se habla de hacer de la Iglesia casa y escuela de la comunión, cómo en esa comunión se ha de hacer una obra de integración vocacional, cómo esa comunión habría de afectar al ecumenismo, y que la apuesta por la caridad es necesaria a esa comunión. La comunión es un aprendizaje, no algo dado de antemano; habría de llevar a un ecumenismo vital y a hacer una apuesta decidida por la justicia; en esa comunión las vocaciones irían encontrando la verdadera diversidad y pluriformidad.
2. El cristianismo de hoy no puede ser ajeno, lo hemos dicho, al hecho de la globalización. Ha de mirarlo no solo como hecho social, eso por lo menos, sino como campo para la evangelización. Por eso mismo, la fe cristiana ha de cuestionar las nociones de desarrollo sostenible, de derechos humanos, de salvaguarda de la creación, de mercado libre, de dignidad humana, porque todas ellas están “envenenadas” por la privatización que la llamada cultura occidental hace de ellas. El logro de una civilización de la pobreza que luche contra la pobreza, que garantice las necesidades fundamentales, que llegue a crear nuevas formas de vida y de cultura y nuevas relaciones sobre todo, son perspectivas que habrían de imbuir los trabajos de evangelización.
3. Podría enumerarse algunas tareas prioritarias de la Iglesia ante el siglo XXI: la transformación del ministerio de los clérigos en servicio exclusivo a la comunidad; la reorganización de la evangelización por una nueva idea de comunidad; el dar cancha real a los laicos; el asumir los modelos democráticos de la sociedad actual; la participación efectiva de la mujer en la gestión eclesial; el trabajo por hacer lecturas sociales del hecho creyente; racionalizar la práctica de la religión; ofrecer más espiritualidad que ritualismo; asumir la secularidad; lanzarse al diálogo fe-cultura; crear cauces de integración social; hacer fuertes clarificaciones en materias económicas, de gobierno, de pluriformidad, de derechos humanos; aprender la lección de la colaboración; participar sin miedo en arbitrajes de paz; profetizar en lenguajes inteligibles; construir la nueva solidaridad; entablar el diálogo con otras culturas; etc.
4. Es preciso ver también con interés lo que las religiones pueden aportar al camino de la paz, porque esa ha de ser, sin duda, su gran aportación en el futuro: es preciso tener en cuenta que el diálogo interreligioso es camino de paz; para ello habrá que pacificar a las mismas religiones en su propia espiritualidad; será preciso trabajar con todas las instancias civiles que buscan la paz; un buen camino será el suscribir una ética autónoma y universalizable; las religiones no habrían de desdeñar la posibilidad de ser instancia de mediación política; es preciso tener en cuenta que la verdadera y valiosa oración por la paz es aquella que va acompañada de hechos de paz; la crítica a los imperios políticos habría de ser una nota de la profecía cristiana; son precisas no solamente acciones de paz sino la creación de estructuras de paz; nada de lo antedicho podrá lograrse si las personas religiosas no somos pacificadores pacificados/as.
5. El cristianismo tiene, a su vez, que ir haciendo una autocrítica que ha de asentarse sobre la secularización política como un hecho, sobre la inserción/preocupación social y sobre la libertad personal con la primacía de la conciencia. Desde ahí se pueden señalar algunas estrategias para una vivencia crítica de la fe cristiana: ayudar a que la persona sea la que vaya elaborando la fe; generar grupos cristianos con vida propia; creer que el futuro pasa por los grupos comunitarios; iniciar un despegue benévolo del hecho jerárquico; leer el evangelio desde claves plurales; construir la ciudadanía cristiana; resistir la fuerza del instauracionismo; bajar a la arena, ocupar la calle; vivir éticas comunes, como hemos dicho antes.
6. ¿Qué estilo de evangelización en cuestiones morales habría de ser la nuestra? Una de las pautas es lograr una mayor flexibilización en el enfoque de los problemas morales sin sucumbir al relativismo. Ser flexibles nos ha de ayudar enormemente en el trabajo de evangelización. El buen evangelizador, más que ser lider en cuestiones legales, ha de derramar bálsamo en el actuar moral de las personas. En esto, más que en otras cosas, es preciso tener una “actitud samaritana”. Es preciso también hacer prácticas comunes para rehabilitar la ética social. En todas estas cuestiones hay que huir de la hipocresía como el peor de los enemigos. Quizá haya que reivindicar el placer humanizador, la alegría lúcida, el gusto matizado por la vida, el disfrute de lo sencillo.
7. ¿En qué mística se ha de apoyar la evangelización del siglo XXI? En una contemplación confiada, en una coherencia testimoniante, en una convivencia fraterno-sororal, en una acogida gratuita y servicial, en un compromiso profético, en una esperanza pascual. Para ello serán preciso unos comportamientos cotidianos: coordinación, apertura mental, sensibilidad, novedad, lucidez, imaginación, utopía, mezcla.
b) Diversas perspectivas para una lectura creyente de los acontecimientos sociales y políticos.
No
es postura correcta el cerrar deliberadamente los ojos a los
acontecimientos políticos como si estos no hicieran parte de
nuestra vida. Es preciso ser adultos/as y tratar de verlos con la
mayor hondura humana y creyente. En la medida en que lo logremos,
ayudarán a nuestra maduración.
1. Perspectiva humana básica
a)
Es preciso en todo este asunto una información
suficiente y suficientemente asimilada. Hablar “de oídas” es
la mejor manera de no entrar al asunto.
b)
No hay que temer tomar partido, siempre que no
restrinjamos ese derecho a otra persona que piense en modos
distintos.
c)
Es preciso entender estos problemas con sensatez:
son muy importantes, pero no son los únicos de la vida.
d) Hay que frenar la tendencia a exagerar, al
sensacionalismo. Con frecuencia son problemas graves pero no los
agravemos inútilmente.
e) Procuremos no enzarzarnos en los detalles, sino que
trataremos de centrarnos sobre todo en los problemas.
f)
El gesto grandilocuente, las voces altas, los
desplantes y, por supuesto, las descalificaciones, no ayudan nada.
g)
No habrá que monopolizar ni la palabra, ni las
opiniones, ni las perspectivas. El problema se trata mejor con la
confluencia de todos/as.
h)
Tratemos de llegar a visiones de conjunto.
i) Intentemos ser lo más personales en estos temas dejándonos llevar lo menos posible por influencias de otras personas, aunque es bueno tenerlas en cuenta.
j) Valoremos a quienes hablan en modos francos y directos, pero no menospreciemos los silencios ni los avasallemos.
2. Perspectiva evangélica
a)
Leamos en maneras proféticas, porque el Evangelio
es profecía. Cuanto más lejos del sistema, mejor.
b) Hagamos siempre la pregunta por los débiles, por
los desamparados. Es la gran pregunta del Evangelio.
c)
Leamos con benignidad, como quien mira al corazón
de la persona, de cualquier persona.
d)
Asumamos la diferencia sabiendo que la fraternidad
evangélica se compone de diferentes.
3. Perspectiva eclesial
a)
Huyamos de todo corporativismo, aunque nos sintamos
hermanos/as de quienes tienen unas opciones similares a las
nuestras.
b)
Tengamos siempre el sentimiento de que la Iglesia es
una realidad amplia, profunda, plural, de muchas facetas.
c)
Que nuestra lectura política sea lo menos sistémica
posible, lo menos interesada posible, lo menos oculta posible.
4. Perspectiva social
a)
Estamos insertos/as en una sociedad, en un contexto,
en un pueblo. Desde ahí habrá que leer.
b)
Es preciso saber que todos/as podemos construir la
ciudadanía, cada uno desde su propio estilo de vida.
c)
Habrá que mantener siempre la certeza de que el
logro de la paz es un bien social y que en determinadas épocas de
una sociedad se construye con dificultad.
d)
Es preciso saber caminar con los procesos sociales y
políticos. Tratar de no estancarse y de no volver a épocas
pasadas.
5. Perspectiva fraterna
a) Nuestro mayor bien es la fraternidad. Había que
tender a que los asuntos políticos (como cualquier otro) llegaran
a fortalecer la fraternidad, no a debilitarla.
b) Se puede convivir teniendo visiones distintas.
Sensibilidades distintas, apreciaciones distintas. A veces no será
fácil. Pero la ofrenda del corazón es compatible con esa
diferencia de perspectiva.
c) Los temas políticos se han trabajado poco en
“plan moderno”, con sensatez, equilibrio, razonamiento,
hondura. La visceralidad es enemiga número uno, aunque sea del
todo “lícito” poner pasión a la cosa, pasión por la
persona, por la sociedad, por la Iglesia, por los débiles.
d)
Todos los ingredientes del verdadero amor han de ser
puestos a funcionar en estos asuntos: respeto, tolerancia,
comprensión, saludable relativización, diálogo incansable,
transparencia, amabilidad en las palabras.
e)
La oración puede ser un elemento de integración de
estos aspectos en los anhelos del grupo y en la vida de la
comunidad.
f) Las posturas prácticas de la comunidad en tal o cual asunto político habría de ser discernidas hasta el extremos por toda la comunidad. Y luego, habríamos de tener decisión para ir poniéndolas en pie con todas las consecuencias y con todo el amparo de unos/as a otros/as.
1.
“Hace muchos años me impresionó una costumbre navideña de Provenza.
En el belén colocan un personaje que se llama el cautivado.
Es un pobre hombre, muy inocente, que llega con las manos vacías
porque está demasiado ocupado admirando todo lo que ve, cautivado por
la belleza de las cosas. Un villancico cuenta la historia:
Y
el cautivado alzaba los brazos diciendo:
¡Dios mío, qué
cosa tan hermosa: un
hombre que era desgraciado y
ya no lo es!
Sus compañeros se burlan de él, lo llaman vago, le acusan de no haber hecho nunca nada: ¿Cómo
que no hice nada?, miré
a los demás y les animé. Les
dije que eran buenas personas, y
que hacían cosas hermosas.
Los
demás siguen burlándose, hasta que interviene la Virgen:
No
les hagas caso, cautivado. Tú
viniste a esta tierra para admirar: cumpliste
tu misión y tendrás tu recompensa. El
mundo será maravilloso, mientras
haya gentes capaces de admirar.
(J.
A. MARINA; Dictamen sobre Dios, pp.159-160)
2.
“Desde el centro del mundo en que se adentró al morir (Jesús),
construyen las nuevas fuerzas una tierra transfigurada. En lo más
profundo de toda realidad ya han sido vencidas la banalidad, el pecado y
la muerte pero se requiere todavía el pequeño tiempo que llamamos la
historia después de Cristo hasta que en todas partes, y no sólo en su
cuerpo, se deje ver lo que ya ha acontecido realmente. Porque él no
comenzó a curar, a salvar y a transfigurar el mundo en los síntomas de
su superficie, sino en las raíces más internas, nosotros, gentes de la
superficie, pensamos que no ha pasado nada. Porque aún siguen corriendo
las aguas del sufrimiento y de la culpa, suponemos que aún no se las ha
vencido en el manantial del que brotan. Porque la maldad sigue trazando
arrugas en el rostro de la tierra, deducimos que en el corazón más
profundo de la realidad ha muerto el amor. Pero todo es apariencia,
aunque la tomemos por la realidad de la vida... Resucitado,
está en el esfuerzo anónimo de todas las creaturas que, sin saberlo,
se esfuerzan por participar en la glorificación de su cuerpo. Está en
cada lágrima y en cada muerte como el júbilo y vida escondidos que
vencen cuando parecen morir. Por
eso nosotros, hijos de esta tierra, tenemos que amarlas. Aunque sea
todavía terrible y nos torture con su penuria y su sometimiento a la
muerte.
(K.
Rahner)
3.
“El nombre de esta profundidad infinita y de este fundamento
inexhausto de todo ser es Dios. Esa profundidad es la que pensamos con la palabra Dios.
Y si la palabra no posee para vosotros mucho significado, traducidla
entonces, y hablad de la profundidad en vuestra vida, del origen de
vuestro ser, de aquello que os atañe incondicionalmente, de aquello que
tomáis en serio sin reserva alguna. Cuando hagáis esto, tendréis quizá
que olvidar algunas de las cosas que aprendisteis sobre Dios; quizás,
incluso, la palabra misma. Porque, cuando hayáis conocido que Dios
significa profundidad, sabréis mucho de él. No podréis entonces
llamaros ateos o increyentes, porque tampoco podréis decir ni pensar:
‘la vida no tiene profundidad, la vida es superficial, el ser mismo es
sólo superficie’. Sólo cuando podáis decir esto en toda su
seriedad, seréis ateos; si no, no lo seréis. El que sabe de la
profundidad, sabe también de Dios”.
(P. Tillich, La dimensión perdida, pp.113-114).
4.
Letanía del ciego que ve
Que
este celeste pan del firmamento me
alimente hasta el último suspiro. Que
estos campos tan fieros y tan puros me
sean buenos, cada día más buenos. Que si en este tiempo de estío se me encienden las manos con
cardos, con ortigas, que al llegar el invierno los
sienta como escarcha en mi tejado. Que
cuando me parezca que he caído, porque
me han derribado, sólo
esté arrodillándome en mi centro. Que
si alguien me golpea muy fuerte sólo
sienta la brisa del pinar, el murmullo de
la fuente serena. Que
si la vida es un acabar, cual
veleta, chirriando en lo más alto, allá
arriba me calme para siempre, se
disuelva mi hierro en el azul. Que
si alguien, de repente, vino para arrancarme cuanto
sembré y planté llorando por las nubes, me
torne nube yo, me torne planta, que
sean aún semillas mis dos ojos en
los ojos sin lágrimas del perro. Que
si hay enfermedad sirva para curarme, sea
sólo el inicio de mi renacimiento. que
si beso y parece que el labio sabe a muerte, amor
venza a la muerte en ese beso. Que
si rindo mi mente y detengo mis pasos, que
si cierro la boca para decirte todo, y
dejo de rozar tu sangre ya sembrada, que
si cierro los ojos y venzo sin luchar (victoria
en la que nada soy ni obtengo) te
tenga a ti, silencio en la cumbre, o
a ese sol abatido que es la nieve donde
la nada es todo. Que
respirar en paz la música no oída sea
mi último deseo, pues sabed que,
para quien respira en
paz, ya todo el mundo está
dentro de él y en él respira. Que
si insiste la muerte Que
si avanza la edad, y todo y todos a
mi alrededor parecen ir machándose deprisa me
venza el mundo al fin en esa luz que
restalla.
Y
su fuego me
vaya deshaciendo como llama de
vela: despacio, muy despacio, como
giran arriba extasiados los planetas.
(A.
Colinas, Tiempo y abismo,
inédito).
5. “Por qué nos hemos quedado ciegos, No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que estoy pensado, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven”.
(J.
Saramago, Ensayo sobre la ceguera,
p.373).
6.
“Podemos llegar a preguntarnos, y solo en apariencia es paradójico,
si la causa de que en Occidente hayamos dejado muchas veces de lado al
Espíritu Santo no será precisamente haber desacreditado y marginado el
cuerpo humano”.
(A. Fermet, El Espíritu Santo es nuestra vida, p.29).
7. “Nada vuelve atrás. Solo la ternura riega y revive con su fuente el recuerdo, puesto que la memoria alimenta la ternura. Todo y todos guardan silencio"
(K. Tsiropoulos, Sobre la ternura, p.39)
8. “Para formar una fraternidad humana, abierta a todos sin excepción, ¿no hay que comenzar por fraternizar con todo lo que existe y vive? ¿No hay que aprender a simpatizar con todas las creaturas, sin rechazar ni despreciar a ninguna de ellas? No es posible crear una verdadera fraternidad entre todos si no es dentro de una unidad de creación”.
(E. Leclerc, El sol sale sobre Asís, p.79-80).
9.
“Como Bonhoeffer insiste: ‘Dios está en el centro de nuestra vida,
aun estando más allá de ella’. Y ‘el más allá no es lo que se
halla infinitamente lejos, sino lo que está más cerca’. Ya que el Tú
eterno no se encuentra sino en,
con y bajo el Tú finito, tanto si es en el encuentro con otras personas, como en
nuestra respuesta al orden natural”.
(J.A.T. Robinson, Sincero para con Dios, p.94).
10. “Podemos decir que la divinidad es personal, puesto que refulge en la existencia personal del ser humano, y que es libre por la misma razón, y que es omnipotente, en el sentido de que la realidad que existe es toda la potencia que hay. Y también podemos decir que es buena cuando los seres humanos son buenos, puesto que ‘bondad’ y ‘maldad’ no son características de la realidad sino de la condición humana”.
(J. A. Marina, Dictamen sobre Dios, p.153)
11. “Sólo la ternura posee el don de armonizarse tanto con el respeto. Solo el respeto abre y mantiene una distancia del hombre al hombre, de Adán a la creación”.
(K. Tsiropoulos, Sobre la ternura, p.22)
12. “Es necesario recordar una vez más que la tarea del grupo liminar (del grupo fraterno) es la mediación de los valores universalmente compartidos. Los valores parece que permanecen esencialmente los mismos pero su mediación y aplicación exige nuevas expresiones en cada uno de los momentos históricos y culturales”.
(D. O’Murchu, Rehacer la vida religiosa, p.55)
13. “Contemplación es tener una conciencia aguda de la interdependencia de todas las cosas. Es darse cuenta de improviso, como un regalo, un despertar a lo real dentro de lo que es real. Es la respuesta a una llamada proveniente de Dios que carece de sonido pero que habla en todo lo que es y que, sobre todo, habla a lo más profundo de nuestro propio ser palabras destinadas a responder a Dios, a ser el eco de Dios e, incluso, de algún modo a contener y significar a Dios”:
(T. Merton)
14.
“El Dios de la fe sigue siendo inaprehensible para el deseo y las
necesidades del hombre. El Dios de la fe sigue siendo para el creyente
un Dios ausente. Paradójicamente,
la mejor verificación de la experiencia creyente de Dios es su
ausencia: ¡el deseo del hombre no proyectaría un Dios ausente!
(F. Varone, El Dios ausente, p.19)
15.
“La vida religiosa no se refiere a unos valores que pertenezcan a una
vida que esté más allá de ésta. Su vocación, más bien, es
responder al desafío y esforzarse por vivir de una forma abierta,
creativa y responsable en el aquí y ahora de nuestro contexto
planetario y cósmico. No estamos llamados a ser un signo sobrenatural
que señale más allá de este presente orden imperfecto hacia la
plenitud de la vida futura. Nuestra misión es la de situarnos en el
corazón de la creación que creemos que es el único
mundo (del que la vida después es solamente una dimensión) ofreciendo
un testimonio liminar de los valores que perduran y que apuntan hacia
esa plenitud de vida que anhelamos en nuestros corazones”.
(D. O’Murchu, Rehacer la vida religiosa, p.75-76.
16. “Quizá lo más doloroso de todo sea la posibilidad de que la propia búsqueda espiritual, una vez que se ha reducido a horarios y rutinas, pueda convertirse en una trampa. De hecho, la ‘búsqueda espiritual’ puede convertirse tan fácilmente en el toque de difuntos de la vida religiosa como cualquier activismo que surja de unos cambios frenéticos e infundados o que se desarrolle a partir de modas sociales. La búsqueda espiritual, sobre todo, puede llegar a no ser más que una excusa piadosa para no hacer nada espiritual en absoluto. En nombre de la vida espiritual nos acostamos temprano e ignoramos a los pobres; nos levantamos pronto para rezar y olvidamos a los que están exhaustos; vivimos en nuestros acogedores conventos y olvidamos a los que viven en casuchas; nos decimos que somos demasiado viejos, demasiado jóvenes, demasiado poca cosa, demasiado insignificantes para hacer lo que hacíamos antes, y así nos damos permiso para dejar de ser una presencia y una voz proféticas. Y a esto lo llamamos vida religiosa. Y nos preguntamos por qué está agonizando”.
(J. Chittister, El fuego en estas cenizas, p.89)
17. “Nadie en la iglesia es más que nadie, a no ser el más pequeño, el excluido del sistema, ni nadie es menos: todos son hermanos, no como un orden que marca de manera autoritaria el lugar de cada uno, sino como una comunión donde todos tienen y comparten la palabra”.
(X. Pikaza, Sistema, libertad, iglesia, p.402)
18. “Al menos en principio, la vida religiosa inserta permite vivir de una forma no sólo nueva, sino especialmente eficaz los valores esenciales de la consagración, como la oración (unida al pueblo y a su vida), la pobreza (en conexión con la pobreza real de las clases más humildes), el propio carisma congregacional (redescubierto junto a los pobres), etc. Contribuye, por tanto, a superar la imagen estereotipada y ambigua del religioso/a, enmarcada en la cultura pequeño-burguesa, a favor de una imagen nueva, diáfana y genuina, precisamente porque está unida al pueblo y a su proyecto de liberación integral”.
(A. Boff, Comunidades insertas, DTVC, p.891)
19. “Ha terminado un ciclo histórico: estamos ante la última generación de ministros (obispos y presbíteros) clericales o sacerdotales de la iglesia. Va a llegar una nueva generación nueva de cristianos, liberados para un nuevo tipo de ministerio laical, no jerárquico, a partir de las mismas comunidades, sin condiciones de celibato, sin discriminación de sexo, una generación de servidores del evangelio que no sean sacerdotes, ni tengan poder sagrado, ni puedan convertirse en grupo o casta por encima de los fieles. No espero que los cambios vengan de la ‘cúpula’ clerical, sino de la raíz del evangelio, desde el recuerdo de Jesús y las primeras comunidades cristianas, según la fe del pueblo. Son muchos los buenos cristianos que no se sienten bien representados ni dirigidos por el actual tipo de jerarquía; no se les puede acusar de rebeldes ni llamar anti-cristianos o protestantes, porque la rebeldía protestante debe integrarse en la iglesia católica, para que tenga allí fruto”.
(X. Pikaza, Sistema, libertad, iglesia, p.405-406)
20. “Se invita, pues, a los Institutos a reproducir con valor la
audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como
respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta
invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de la
santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que
marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia
en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión,
adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a
las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al
discernimiento eclesial. Debe permanecer viva, pues, la convicción de que
la garantía de toda renovación que pretenda ser fiel a la inspiración
originaria está en la búsqueda de la conformación cada vez más plena
con el Señor”.
(VC
37a)
21. “No conozco ninguna institución (como la Iglesia) donde se diga con tanta fuerza que los hombres y mujeres han de amarse, para ponerles luego tantas trabas”.
(X. Pikaza, Sistema..., p.403).
22. “La experiencia de perdonar y ser perdonado eleva al hombre para que sea él mismo...fortalece la convicción de que no estamos de más, de que podemos ser algo, de que no somos simplemente tolerados”.
(J. Peters, Función del perdón en las relaciones sociales, p.176).
23. “El valor de la vida religiosa consiste en que ofrece una vívida
expresión del destino de todo ser humano. Pues cada ser humano descubre
su identidad en la respuesta a la invitación de Dios a compartir la vida
divina. Nosotros estamos llamados a ofrecer una particular y radical
respuesta a esa vocación renunciando a cualquier otra identidad que pueda
seducir nuestros corazones. Otras vocaciones, como el matrimonio, dan
respuestas alternativas a ese destino humano”.
(T. Radcliffe, El manantial de la esperanza, p.68)
24. “Un primer punto de mucha importancia es que el grupo liminar no existe para sí mismo ni para su auto-perpetuación sino por razón del pueblo. Su papel es servir y atender a las necesidades de los otros. En la iglesia católica posterior a la Reforma la teología se centró en la búsqueda de la perfección. Se suponía que los religiosos y religiosas eran los especialistas en la santidad, de tal modo que los efectos acumulativos de sus santidad capacitarían a la Iglesia para alcanzar la perfección del cielo, entendido en la cosmología de aquel momento como algo situado fuera y más allá de este mundo. Aunque la búsqueda de la perfección se entendía como algo más amplio que la misma vida religiosa, rápidamente se convirtió en un incestuoso movimiento egoísta hacia la perfección de uno mismo y la salvación del alma individual. Esta espiritualidad introvertida y jansenista, aunque ya no promovida institucionalmente, tiene aún seguimiento significativo entre las religiosas y religiosos de nuestros días”.
(D. O’Murchu, Rehacer..., p.60).
25. “Por la oración del creyente tiende a no conocer más que una única petición: la de poder adherirse totalmente con todo su deseo al deseo de Dios, la de poder equilibrar cada día más sus necesidades y deseos de tal modo que su acción sirva para existir verdaderamente y para hacer existir a los demás. En una palabra: para llegar a ser colaborador del deseo de Dios”.
(F. Varone, El Dios ausente, p. 183).
26. “La comprensión por antonomasia de la vida religiosa sería la seducción por el Dios de los pobres, que nos abre, por eso mismo, a todo sufrimiento personal y colectivo, a todas las víctimas de la humanidad, ante quienes cobra pleno sentido nuestro género de vida. En la actualidad, cuando las diferencias entre las posibilidades humanas en lo que respecta a salud, conocimiento, tecnología, etc., son tan escandalosas, apoyarse humanamente, para ganar humanidad, en la parte doliente del mundo resulta especialmente desafiante y provocador de una conversión verdadera”.
(C. R. Cabarrús, Seducidos por el Dios de los pobres, p.249).
27. En un mundo configurado pecaminosamente por el dinamismo capital-riqueza es menester suscitar un dinamismo diferente que lo supere salvíficamente. Este dinamismo proviene del mundo de la pobreza. Y esa pobreza es la que realmente ‘civiliza’, da espacio al espíritu, que ya no se verá ahogado por el ansia de tener más que el otro, por el ansia concupiscente de tener toda suerte de superficialidades, cuando a la mayor parte de la humanidad le falta lo necesario. Podrá entonces florecer el espíritu, la inmensa riqueza espiritual y humana de los pobres y de los pueblos del Tercer Mundo, hoy ahogada por la miseria y la imposición de los modelos culturales más desarrollados en algunos aspectos, pero no por eso más plenamente humanos”. (J. Sobrino, Redención de las víctimas y globalización, p.138).
28. “Los valores de la fiesta son algo intrínseco a la vida y a la fe. La fiesta lucha contra el tiempo liberándolo de la rutina y de un devenir ciego. La fiesta incorpora la celebración explícita y desde ahí ahonda en la esencia de lo humano. La fiesta pone de relieve los valores absolutos de la generosidad y de la gratuidad, porque en el aislamiento y el egoísmo no puede florecer la alegría. La fiesta incorpora el ocio al camino humano, no como un añadido sino como un auténtico componente del mismo. En definitiva, la fiesta afirma que el hombre no ha nacido para la fatiga, por inevitable que esta sea, sino para el disfrute; no para el regateo sino para la posesión...La fiesta es anhelo y la afirmación de una vida plena feliz, erguida en toda su estatura”.
(J. Mateos).
29. “No podemos olvidar que en estos viejos tiempos ya gastados en sus valores hay quienes nada creen, pero hay también multitud de seres humanos que trabajan y siguen en la espera, como centinelas”.
(D. Sábato, La resistencia, p.120).
30. “El pueblo crucificado ofrece una fe, un modo de ser Iglesia y una santidad más verdaderas y cristianas, más relevantes para el mundo actual y más recobradoras de Jesús. De nuevo, esto ocurre más a la manera de semilla que de árbol frondoso, pero ahí está. Y no se ve qué otra forma de fe, qué otra forma de ser Iglesia y de santidad humanizan mejor a la humanidad y la llevan mejor a Dios”.
(J. Sobrino, Jesucristo liberador, p.333).
31. “Si hemos perdido la capacidad de captar dónde hay ‘insulto’ entonces es que lo primigeniamente humano está en trance de extinción”.
(J. Sobrino).
32. “Apuesto a que la indiferencia de la roca quiere comunicarnos su alarma infinita”.
(M. Benedetti, Inventario dos, p.162).
33. “Soñamos con una sociedad mundializada, la gran casa común, la Tierra, en la que los valores estructurantes se construirán en torno al cuidado de las personas, sobre todo de aquellas que son culturalmente diferentes, aquellas a las que la naturaleza o la historia han tratado mal, cuidado con los desposeídos y excluidos, los niños, los viejos, los moribundos; cuidado con las plantas, los animales, los paisajes queridos y especialmente, cuidado con nuestra gran y generosa Madre, la Tierra. Soñamos con la aceptación del cuidado como ethos fundamental de lo humano y como ‘com-pasión’ imprescindible para todos los seres de la creación.
(L. Boff, El cuidado esencial, p.15).
34. “La oración es el mismo ser humano: es la verdad y la transparencia de la vida humana, realizada y expresada en lealtad ante el misterio. Por eso, la oración se presenta como valor antropológico (plenitud humanizadora) en un mundo que parece condenado al silencio religioso”.
(J. Pikaza, Oración, p.909).
35. “Hay una oración del sistema que se expresa en forma de representación, como espectáculo circense, gran teatro del mundo, organizado por los medios (radio, internet, televisión). Vivimos en una sociedad mediática. Ciertamente los ‘medios’ en sí son neutrales y pueden ayudar al ser humano, pero son aprovechados por los triunfadores y, además, pueden crear adición y no comunión. Por eso, la palabra de la Iglesia debe superar ese nivel y conducirnos con Jesús al lugar de la ruptura orante, al encuentro personal con Dios. Jesús rechazó el culto del sistema (sacrificios, ritos nacionales), para dialogar con Dios desde la vida, en comunión directa con los hombres y mujeres de su entorno. Ciertamente, la Iglesia actual habla de oración, pero a veces parece que le tiene miedo. La mayoría de los templos cristianos de occidente se han cerrado o son para turistas. Muchos orantes usan recetas o modos orientales, como si la fuente del misterio de la Iglesia se hubiese secado: no hay apenas contemplativos, las admirables mujeres de las tradiciones monacales (benedictinas, franciscanas, carmelitas) viven cerradas en clausuras legales, bajo el dominio de clérigos no orantes y su influjo no parece muy grande en el conjuntos de la iglesia...”.
(X. Pikaza, Sistema..., p.431).
36. “Para los místicos horizontales, el mundo es el lugar de la adoración de Dios. Estos místicos se resisten a transferir a la oración el encuentro con Dios y a apartarse o negar, del modo que sea, el mundo como concidión necesaria o como camino de dicho encuentro. Para ellos, Dios emerge en la mismísima densidad de las cosas, personas y acontecimientos, y es ahí donde sienten que quiere ser escuchado, servido y amado. El mundo y la historia, lejos de ser obstáculo para el encuentro con Dios, se convierten para ellos en mediación obligada”.
(J.A.García, Hogar y taller, p.108).
37. “Me gusta pensar que en esa decisión primaria de vivir y de dar vida aparece como una santidad primordial, que no se pregunta todavía si es virtud u obligación, si es libertad o necesidad, si es gracia o mérito. No es la santidad reconocida de las canonizaciones, pero bien la aprecia un corazón limpio. No es al santidad de las virtudes heroicas, sino la de una vida realmente heroica. No sabemos si estos pobres que claman por vivir son santos intercesores o no, pero mueven el corazón. Pueden ser santos pecadores, si se quiere, pero cumplen insignemente con la vocación primordial de la creación: son obedientes a la llamada de Dios a vivir y a dar vida a otros, aun en medio de la catástrofe”.
(J. Sobrino, Reflexiones..., p.131).
38. “Si al silencio llegaras, dulce Dios, dulcemente y pusieras tu dedo en mis labios, muy leve o, corazón adentro, -¡la vida desfallece!- tocaras ese aire que la pena consiente y allí dejaras, honda, la paz, la suave nieve de la serenidad... Si allí el dolorido sentir trocaras...¡Fuerte soledad, Dios almena dame, torre valiente contra rayos y vientos, contra ausencias y muerte! Si la dicha brillara, oh buen Dios, sol ardiente, en el fondo del alma, al llegar dulcemente tu voz dulce en la casa en que siempre te pierdes...”
(A. Zardoya, Labios sellados, p.80).
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