Capítulo III

VIVENCIA ESENCIAL DE DONACIÓN HUMANÍSIMA Y SAMARITANA, DE MISERICORDIA PROFÉTICA Y ENTRAÑABLE, DE MESA INCLUSIVA, GRATUITA Y AMISTOSA   

 

I. HOMBRE AGREDIDO Y AGRESOR, VIOLENTADO Y VIOLENTO, CORROMPIDO Y CORRUPTOR

 

 

1. Descripción y consecuencias

 

El hombre actual presenta unas notas que lo califican como ser agredido y agresor, violentado y violento, discriminado y discriminador, oprimido y opresor, reprimido y represor. Puede también afirmarse de él que es negociante y competitivo, interesado, es decir, que no hace nada por nada, que todo para él tiene un precio; de lo que no puede sacar beneficio dice que no vale nada, y sabe que  tanto tienes, tanto vales.

La desaforada codicia de poder, de dinero y de éxito y el ansia materialista ( a lo bestia) rompe a la persona, las relaciones interpersonales, las tareas sociales y políticas más nobles y la naturaleza misma hasta destrozarla. El abuso de todo y de todos en todos los niveles abre la puerta a multitud de corrupciones, fraudes, juego sucio, especulación...

Para ello es preciso magnificar las apariencias ( y las apariciones), la fachada, el cartón-piedra. ¿Dónde está la materia prima? ¿Somos todos de segunda mano, material débil y fácil? La persona pierde su mundo interior, el dentro, como también pierde el Sur, punto de referencia imprescindible para no perder el norte, el juicio. Pese a todo, mantenemos la apariencia de buena gente y de fiar.

 

 

2. Hombre lobo y sanguijuela

 

Estas constataciones nos llevan a afirmar que el hombre de estas características, más fuerte, innoble y aprovechado que otros, es el lobo para los otros hombres, es la sanguijuela que chupa la vida, hasta la última gota, de quien sea y como sea. Sociedad cruel. Mundo inhumano. Pisar, ahogar, desangrar... Es la guerra de y en las empresas, cargos e instituciones. Este es el campo de batalla: muertos y heridos. Todos maltrechos y vencidos. Los vencedores (los poderosos, los nuestros) pueden ir incrementando el número de víctimas. Fobias, odios, venganzas. Aire irrespirable. Mundo inhabitable.

El sistema económico, social, político y cultural es, por definición, comercial y competitivo. La finalidad no es otra que la ganancia, el beneficio propio, el éxito personal. El sistema funciona según los méritos, el escalafón, la carrera, los padrinos. Significa pisar, abusar, destruir, escalar sobre, aprovecharse , subir por encima de los cadáveres de los que quedan bajo la bota o, mejor dicho para la ocasión, bajo los guantes blancos. Significa magnificar una cultura del primero en todo, del más listo, del más sano o del más caradura.

¿Dónde está la amabilidad? ¿La bondad? ¿La gratuidad? ¿La gratitud?

 

 

3. Déficit de hombres buenos

 

Ausencia de sensibilidad humana, profunda, creativa, trémula, veraz, conmovida. Déficit de hombres buenos. ¿Somos unos para otros presencia benévola y placentera? La respuesta, negativa en tantísimas ocasiones, constata la ausencia de experiencias esenciales humanas (y divinas) de gratitud y de gratuidad (gracias y gratis). Seguramente también escasean experiencias y vivencias agradables simbólicas, sacramentales: el contacto con la naturaleza al natural, con la belleza y la armonía del arte, de la poesía y de la música, con la contemplación de tantos misterios y del Misterio.

 

II. HOMBRE RESTABLECIDO: COMPASIVO, MISERICORDIOSO, SAMARITANO, AMIGO

 

Para las heridas de este hombre tendremos que buscar la terapia en una nueva sensibilidad compasiva, misericordiosa, samaritana, inclusiva. También en los peldaños fundamentales del sacramento central, la Eucaristía: la gratuidad y la gratitud. La mesa amistosa, inclusiva de todos y que está preparada para las necesidades del cuerpo y del espíritu. Hemos de poner en la calle al Dios bueno y amigo... para curar las llagas y heridas actuales de inhumanidad mortificada.

 

 

1. Vida-don

 

Entender y vivir la vida como don y gracia, es el mejor antídoto, la mejor medicina contra el mundo violento. Violencia generada por  el robo de unos contra otros, y por la codicia siempre mayor y sin límite. El ansia codiciosa y el deseo insaciable de cosas, del siempre más, provoca guerras, homicidios, violencias y muertes. La codicia es la mala raíz o la mala hierba para la convivencia. Si no se estirpa este cáncer terminará corrompiéndolo todo. Es mortal.

Y el bisturí, la medicina o la terapia se llama don, regalo, gratuidad. Nadie tiene un amor mayor que aquel que da la vida, considerando a todos sus amigos.

Vivir como don, regalo, obsequio o dar la vida quiere decir: ser y estar donde se juega el sentido de la vida y el destino para sobrevivir: el ser o el no ser, el vivir o el morir, el seguir respirando o el suicidio, la dignidad o el absurdo. Vivir como don equivale a entregar la vida gratuitamente, a ejercer misericordia y perdón sin condiciones, a vivir  injertando alegría y futuro, a trabajar y luchar para que puedan sentarse todos a la mesa.

Creemos que hay un camino adecuado para conjurar la violencia, la agresividad y la muerte que amenazan a la comunidad y al hombre. Si alguien nos da la vida (¡Y cuantos más sean mejor!) y si nosotros damos la vida ¿para qué quitarla o herirla? ¿Agredirla o mortificarla?

 

 

2. Jesús, el principio humanidad de Dios

 

Mediante el sacramento de la humanidad de Dios, es decir, por Jesús Dios se nos revela y salva al hombre. La inhumanidad padecida es provocación a la Humanidad de Dios. Dios está ausente en las carencias de humanidad.

El principio o criterio de humanización (y mundanización) proclamado por Jesús (esenciado por Él mismo), es decir, la pasión de Dios por la humanidad del hombre, deseada y amenazada siempre, y por su integridad y curación (salud y salvación) es algo nuclear en el evangelio. Es un hecho y un mensaje claro. La espiritualidad cristiana nunca podrá escabullirse de la humanización, como tarea permanente e inaplazable, tal y como hemos señalado ya al comienzo.

La humanidad de Dios siempre será benignidad, filantropía, compasión, ternura, justicia, esperanza, diálogo. También autonomía, tolerancia, secularidad, con-ciencia, libertad, igualdad, democracia, pluralidad; aunque todos estos conceptos y valores tendrán que sortear el riesgo y el peligro del formalismo (y nominalismo) legalista, parlamentarista o burocratizado. ¡Tantas palabras y conceptos sin contenido, ni práctica consecuente! Desde la humanidad de Dios tendremos que ser básicamente y radicalmente materialistas.

 

 

3. Jesús, el principio samaritano

 

El Dios samaritano (Lc10) es el hombre para el hombre, en contraposición al sacerdote y al levita que son el hombre para el templo. Es el Dios hermano. El guardián y garante del hombre, del otro y de sus derechos. En Jesús encontramos al Dios que pasa haciendo el bien y al hombre amorosamente curado, divinizado.

En Jesús, a la vez herido y samaritano, se rompen las dicotomías que siempre parten al hombre. ¿Cómo? En medio de una cultura de dominación, de enriquecimiento, de ofensiva conservadora, de asfixiante insensibilidad social, Jesús, con su encarnación samaritana, nos hace ver:

 

a) el herido, las víctimas, los maltratados y vencidos, marginales y marginados;

b) el samaritano, como única forma salvadora -discriminada de entre otras formas, la del sacerdote y la del levita-  de actuar y de ser;

c) los causantes de las víctimas. Los olvidamos con demasiada frecuencia y por ello nos hacemos cómplices.

 

He afirmado que Jesús rompe las dicotomías que el mundo económico, los gobiernos, las instituciones y toda la sociedad quieren mantener siempre: separar lo económico-político de lo social-solidario. Separar (permanente tentación y herejía) una cosa de la otra: la economía es la economía, el negocio es el negocio, los pobres son un accidente natural... significa que lo real es siempre lo económico y lo social es siempre la utopía. Esta dicotomía significa dejar la solidaridad para mañana, para lo mismo responder mañana.

Pero ¡alerta!, Dios es siempre el herido de la parábola, a Dios siempre lo crucificamos. Es un Dios pasible en las víctimas. Y a la vez es el Dios samaritano, pasible y activo en aquellos que se aproximan al otro con amor eficaz. No podemos aceptar con fatalismo y resignación mortal que la economía con sus ideologías, sistemas totalitarios-políticos y dictatoriales y culturales discriminatorios -los bandidos del camino- dicten sus sentencias y las pongan por obra, siempre sentencias de muerte. Dios es un luchador aguerrido y arriesgado en favor de un orden económico y una cultura nuevos y solidarios.

El buen samaritano -principio laico y divino- asume la responsabilidad histórica y concreta de amar con obras humanizadoras, desde un doble factor esperanzador-utópico:

 

a) Siempre es posible la existencia de un hombre compasivo y hermano (aunque las encuestas nos hablen de un hombre generalmente duro, atropellador y lobo);

b) Este hombre hermano procede de los excluidos del sistema, de los rechazados y excomulgados de los sistemas económicos, militares, religiosos, etc.

 

Todo cuanto sepamos poner, todos para todos, sobre la mesa: servicio, misericordia, compasión (verdadero diálogo fáctico), lucha contra poderes agresivos y bienestares individualistas se traduce en revelación de la  humanidad de Dios o del Dios humano de Jesucristo. ¿Se ha degradado o rebajado la virtud de la caridad y de la misericordia a trabajo social? ¿O el trabajo social, competente y humano, es expresión de caridad y de misericordia?

 

 

4. El samaritano, tipo o modelo

 

Pablo VI afirmó que la historia del samaritano fue y es el modelo de  la espiritualidad del Concilio Vaticano II. Tomemos al samaritano (Lc10,25-37) ,como ejemplo.

 

a) A preguntas evasivas, una respuesta llena de sentido y de acción social: ve y haz tú lo mismo

 

Cuántas veces formulamos interrogantes válidos intelectualmente pero autojustificativos, profesionalmente correctos, técnicamente adecuados y socialmente críticos... pero rechazamos la cuestión, la implicación: ¿Quién es mi prójimo? Manifestamos un buen deseo, una buena intención y un buen planteamiento. Pero no somos el buen samaritano. Porque usamos subterfugios ante evidencias. Y nos refugiamos ante urgencias y emergencias.

Hacemos análisis erróneos y engañosos ( como ya hemos dicho a menudo enmascaramos la realidad y los nombres), para no sentirnos implicados. A la pregunta del hombre:¿quién soy yo? sólo podemos responder si contestamos a la pregunta de Dios: ¿dónde está tu hermano? (Gn 4,9).

“No mientas, redactor, para los amos. No escribas que murió, di: lo mataron. No pongas pulmonía,  pon: aplastado. No digas que era viejo, di: lo ancianaron. Murió no por la noche, por desamparo. Su casa no era humilde, era agua y barro. No mientas, redactor,  para los amos. No cambies las palabras del diccionario. Que era un hermano tuyo, era tu hermano!”

 

b) Un sacerdote pervertido, un laico divertido y un samaritano hereje convertido

 

Podrían  ser éstos los adjetivos calificativos adecuados para definir a los personajes de la parábola. Ya sabemos que el lenguaje parabólico es siempre implicativo para el oyente  o  el lector.

 

- La perversión consiste en desviar la finalidad de la vida, en desnaturalizar el sentido profundo del ser. Por ejemplo, cambiar amor, libertad y abertura de corazón en cerrazón, odio e injusticia.

- La diversión consiste en inclinarse hacia la superficialidad y la frivolidad, la vanidad y la vacuidad. Eludir las cuestiones graves de la vida: el bien a hacer o los otros que necesitan ayuda. Nombres parecidos a la diversión: confort, consumismo, narcisismo, distracción...

- La conversión consiste en un giro hacia lo esencial: la paz, la justicia, la solicitud, la compasión..., como modo de ser y obrar.

 

El laico piadoso y el sacerdote tienen la diversión del templo: de la catequesis programada, del ritual de los sacramentos, del cumplimiento de los directorios, de las reuniones establecidas, de la curia...; Pasan del herido por culpa del cumplimiento de la legalidad ritualista. Ellos han descuidado la hora, el lugar y la persona que les señala la misión, la tarea, la conversión.

El samaritano, incrédulo y forastero pero abierto a las personas  y a las circunstancias portadoras de vocación y de conversión, se convierte al necesitado. Ve, se acerca, se lanza, se entrega.

 

- Para convertirse hay que tener los ojos abiertos, sin vendas ni excusas. Esta es la primera conversión: Repetirse que el otro es antes que uno mismo; que el necesitado es anterior a Dios, que es Dios mismo.(Dejar a Dios por Dios).

- Para convertirse tendrá que dejar el camino que hacía hacia lo suyo. Segunda conversión. Para encontrarse en el lugar que le corresponde tendrá que desviarse de gustos y comodidades. Tendrá que moverse en dirección a los sufrimientos, intereses y planes de los demás. Tendrá que dejar que funcione la disciplina de lo imprevisto y des-agradable ( del des-graciado que espera gracia para sus des-gracias).

- Para convertirse hay que vaciarse en favor del otro. Perder tiempo y dinero. Perderse. Según el evangelio la única manera de ganarse. Tercera conversión. Conversión plena.

 

El sacerdote y la buena persona son narcisistas introvertidos, aunque piadosos. El narcisista pone en primer lugar sus preocupaciones: salud, cuerpo, juventud, comodidad. El cumplidor legalista hace méritos ante su espejo y delante de Dios; así lo cree.

 

c) ¿Quién es mi prójimo? ¿Quién se hace próximo?

 

Es larga la lista de posibles próximos: trabajadores en paro, enfermos, asilados, faltos de familia, de amor, de sentido, de vida... Grupos, pueblos, países atrapados por los mercados internacionales, esclavizados, torturados, reprimidos...

Excusas no faltan: Es inevitable, son los tiempos que corren, los culpables son ellos, la sociedad y la democracia tienen la culpa,  etc.

Caminos erróneos: pedir al herido el certificado de buena persona o de buena conducta; exigir que sean dóciles y obedientes, limpios y agradecidos; que sean de los nuestros, de nuestro pueblo, de nuestro partido o de nuestra iglesia. O sea, quiero elegir a quien amar y a quien no.

Jesús le da un giro a la pregunta:  Próximo es aquel que se aproxima, se compadece, que es justo y misericordioso. ¿Quién se hace próximo?  El samaritano vio, se conmovió, se aproximó y actuó con eficacia personal e institucional. Dio una respuesta eficaz.

 

d) Un forzoso voluntario social

 

El hombre necesitado y herido actuó de vocación. (Dios no habla desde las nubes). El samaritano, libre y voluntariamente responde con acciones sociales válidas, forzado por la circunstancia dolorosa en la que se encuentra el otro. El samaritano es un voluntario; pero forzoso o forzado porque no puede ( ni quiere) dejar de dar su respuesta y su ayuda. Se siente obligado, se sabe atado al otro. Le resulta inevitable ante su conciencia de hombre. Se siente forzado por alguien. La ob-ligación compasiva es esencial para la re-ligión cristiana. Así lo recordamos en el juicio final (definitivo y definitorio) de Mt 25.

Los buenos voluntarios y los voluntarios buenos ofrecen una respuesta eficaz misericordiosa ( es palabra del evangelio: le curó amorosamente las heridas ) e institucional por todas las vías y medios, privados y públicos más adecuados (también palabra de evangelio: lo llevó al hostal, etc.).

Ojalá sean reconocidas por las administraciones las estrategias samaritanas actuales; ojalá los samaritanos voluntarios no se limitaran a llevar la contraria ni a ser chico/a para todo  y a cualquier precio en las administraciones.

Respecto al voluntariado social podríamos decir tantas cosas...Que es un recurso magnífico de participación de la sociedad civil en todo lo que le concierne, o sea en todo. Que es también un reconocimiento de la debilidad de los poderes políticos, económicos y profesionales de la sociedad. Pero !alerta! a no ser motivo: de despolitización o de protagonismo al margen de partidos y sindicatos, algo menos conflictivo y más sumiso al poder; de ahorro de costes profesionales; de excusa para delegar o abandonar responsabilidades por parte de las administraciones implicadas; de coartada para quitarse de encima problemas molestos o, como vulgarmente se dice, quitarse el muerto de encima[1].

 

e) Dejarse alterar, mirar al otro con misericordia

 

Aquí radican algunos criterios básicos o primeros para un buen discernimiento cristiano. Para ser útero de vida o entrañas de amor y de madre hay que dejarse alterar, trastornar, trastocar, afectar, conmover en profundidad. Hay que abrirse a relaciones fundamentales cariñosas. Es la base más fiable para la salud ( y la salvación).

 

f) Ver de cerca, ver con el corazón

 

El lugar desde donde se mira (acercándose o alejándose; de cerca o de lejos) condiciona la mirada, los ojos. La mirada -ya lo hemos dicho- es el primer paso para el compromiso. Constituye o niega el compromiso. Acercaos unos a otros.

Y además la práctica de las manos, tan extendida en el evangelio: tocar, ungir, abrazar, besar, levantar, curar, lavar, abrir los ojos y el oído... Práctica que se mueve entre los niveles básicos de la economía, mediante análisis y técnicas apropiadas y el afecto y estima entrañables. Ver de cerca y con el corazón es ya actuar.

 

 

5. Misericordia profética y entrañable

 

La mentalidad contemporánea, opuesta al Dios de misericordia, arranca del corazón los sentimientos de ternura y compasión, de amor y perdón. La ciencia y la técnica de una parte y, de la otra, la competitividad y la explotación parecen no dejar espacio a la misericordia. Por eso sentimos con más urgencia que nunca la llamada vibrante a la misericordia:  Sed misericordiosos... Bienaventurados los misericordiosos...

Sólo poniendo corazón en la vida uno se hace hambriento con los hambrientos y prisionero con los prisioneros. Poniendo cabeza en lo que se hace uno puede llegar a ser juez[2].

Hacer presente -no únicamente proclamarlo- el Dios Padre como misericordia es, en la conciencia de Cristo mismo, prueba fundamental de su misión de Mesías. Así lo explica Lc 4,18 ss,7,19S.: “El espíritu del Señor está sobre mí porque Él me ha ungido. Me ha enviado a llevar el mensaje gozoso a los desventurados, a los cautivos la libertad y a los ciegos la recuperación de la vista; a poner en libertad a los oprimidos, y a proclamar un año de gracia del Señor”. También son claras las parábolas del hijo pródigo (Lc 15,11-32),  del pastor que busca la oveja perdida (Lc 15,3-7), de la mujer que busca la moneda perdida (Lc 15,8ss).

Dios ve, Dios siente la miseria del pueblo y se revela como “ Dios de ternura y de gracia, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad” (Ex 34,6). Dios fiel, con entrañas de madre, que salva por el amor, nunca imponiéndose ni haciendo sentir el peso de la miseria ni el poder aplastante de la misericordia, sino desde la muerte en la cruz o desde el anonadamiento a los infiernos. Por sus heridas hemos sido curados (Is 53,5). Un pastor herido pasó haciendo el bien y curando las dolencias y enfermedades al rebaño de ovejas. Resucitado, después de la muerte en la cruz, permanece así siempre como Dios de vida entregada y misericordiosa. El Cristo pascual es la encarnación definitiva de la misericordia de ayer, para hoy y en vistas al mañana.

Y la iglesia, presente en el campo social de los enfermos, minusválidos, viejos, atribulados y marginados...quiere ser signo eficaz (sacramento) de la presencia benefactora y milagrosa del amor de Cristo.

En nuestro mundo enfermo de miedo, atropellado en la libertad y maltratado por el hambre y la injusticia, hemos de proseguir la lucha por la justicia. Y a la vez hacer sentir benéfica la proclamación y la profesión de la misericordia. La misericordia, recíproca y bilateral, crea justicia e igualdad. La misericordia, dada y recibida, nos hace más hermanos. Una misericordia que sea profética y entrañable.

 

 

6. Misericordia profética

 

La misericordia profética incluye estas vertientes: una radical exposición de la realidad y a la realidad, y una crucial o crucificada exposición personal.

 

a) Exposición radical de la realidad y a la realidad

 

La encarnación de la misericordia de Dios no significa llegar los primeros (aunque tampoco está mal), significa vivir a fondo e ir al fondo de la realidad: quiere descubrir la raíz de las cosas y de las situaciones. Somos fundamentales o radicales. No somos fundamentalistas que, bajo apariencias de profundidad aunque sea con informes y dossiers, se quedan fácilmente en la superficie de los problemas, de las palabras, conceptos, planificaciones y relaciones.

La encarnación misericordiosa exigirá escrutar a fondo los signos de los tiempos, desde el fondo, desde la parte inferior o posterior, desde dentro, tal como actúan la levadura y la sal. La encarnación misericordiosa rompe el método, también religioso, de deducir de mis verdades, y de las verdades científicas y de todo tipo de dogmas y doctrinas, las necesidades y  las soluciones para los demás.

La encarnación misericordiosa nos revela otro método, el cristiano: la realidad misma, las cosas tal  como son ( no llamar a las cosas por su nombre, crudo y claro, es pecado, como pronunciar el nombre de Dios en vano), las estructuras que las sostienen y las culturas que las expresan y amparan, son la materia del advenimiento del Reino de Dios. El conocimiento riguroso de la realidad ( economía, empresa, política...) nos lleva a un acertado diagnóstico y discernimiento para una correcta acción y para un saludable manejo del bisturí y de la mejor terapia.

La misericordia, y no otra reacción de rebeldía infantil, pone ante todos la verdad oscura o intencionadamente oscurecida. El profeta misericordioso denuncia. Pero también se implica, se expone a la realidad denunciada.

 

b) Exposición personal en la cruz

 

El segundo elemento de la misericordia profética consiste en dejarse la piel, en sufrir en el fondo del alma, en exponerse personalmente a la cruz salvadora. El corazón del profeta, abocado a la miseria para salvar por amor a los miserables, es siempre una palabra hecha carne, una vida hecha pasión y sufrimiento, una acción hecha sentimiento entrañable, una existencia hecha descenso a los infiernos, una subida a la cruz, no para sacralizarla, sino para sacrificarse o darse en sacrificio, en donación sacrificada y así establecer una indestructible consagración de su vida: el profeta misericordioso se da, es del otro, se expropia a favor del otro: sus planes serán los planes del pobre, su vida será la vida de los silenciados, su palabra dada estará atada  al noray de la barca más pequeña y maltrecha.

La misericordia profética asume la realidad propia y la ajena. Asunción crítica, denunciable  y denunciada. Asunción que es misericordiosa y, por lo mismo, convertidora del mal propio y ajeno por la compasión manifestada y por la pasión sufrida. Por esta vía, por este via crucis se llega a la resurrección, es decir, a la plenificación, a la plenitud de lo asumido y corregido y transformado.

La pasión sufrida y la compasión ofrecida cualifican también el comportamiento humano. La razón humana ha sido adjetivada de muchas maneras: crítica, dialéctica, instrumental, práctica, pragmática, opresora, dialógica, solidaria... La razón humana es cordial, pues se mueve según las razones del cor-razón. Razón compasiva o misericordiosa. Es teórica cuando ve la realidad injusta de las  víctimas; es ética cuando obliga a la conciencia a hacerse cargo de la realidad; es práctica cuando se carga con los enfermos, heridos y maltrechos. Se trata, sin duda, de un pensamiento, discernimiento y planteamiento para amar más y mejor, con mayor afecto y efecto.

 

 

7. Misericordia entrañable

 

Dicha misericordia es el alma y soporte de la solidaridad; necesaria especialmente contra tanta complejidad organizativa, funcionalismo impersonal, burocracia exagerada, intereses privados injustos, pasotismo fácil y generalizado.

Bajemos ahora al nivel de la acción misericordiosa.

 

a) Mirada entrañable

 

La misericordia activa (las obras de misericordia corporales y espirituales) supone una mirada entrañable. Completaremos algo de lo dicho anteriormente.

La mirada correccional no comprende en profundidad, sólo ve y juzga con rigor y cientismo; aporta el punto de vista convencional, mayoritario, desde arriba, desde los intereses legales, desde el nosotros los buenos, desde los monitores, etc. No aporta el punto de vista del sujeto necesitado. Interviene para retornar a la persona desviada al camino recto y para liquidar el hecho descubierto o descrito (incluso para liquidar a las personas, dicho con exageración y con todo respeto).

La mirada entrañable no pretende, en principio, controlar ni corregir; más bien, escuchar a los sujetos desde dentro de ellos mismos, sin falsas uniformidades ni rigideces. Pretende el mayor grado de liberación y de libertad para el sujeto en su presente y para su futuro. Critica la mirada y la actuación cosificadora y clientelista con las personas atendidas. Usa ciencias, técnicas y métodos, pero está siempre alerta porque sabe que la gran miseria de todo positivismo es que mata al sujeto. Imagina permanentemente abrir nuevos campos y proyectos más allá de lo que se hace, de lo que llamamos posible.

La mirada entrañable parte de y aporta este principio: quien puede definir mejor la situación es el mismo sujeto y, por tanto, cualquier problema social es tal como lo definen -con palabras, lamentos o silencios- los que lo padecen.

 

b) Acción sensata

 

La misericordia activa propone una acción sensata, es decir, una suma de amor, artesanía y técnica.

Conoce las técnicas y pone los medios aptos y el material adecuado. Trabaja disciplinadamente, planifica, analiza y evalúa.

Como arte que es, mira lo concreto y lo singular (punto por punto y pieza por pieza) y la capacidad del sujeto. Acoge, estimula, acompaña, guía con atención, con delicadeza, con paciencia, con ternura, con esmero y estima. La suma de estos componentes nos da una inteligencia amorosa.

Ya se ve que la tensión entre  profesionalidad, que comporta estabilidad y especialización, y la siempre necesaria flexibildad cordial y desburocratización sensata es muy fecunda.

Este estilo de actuación se completa con la falta de clasificaciones, definitorias definitivas, ni sobre métodos ni sobre personas: nosotros los normales y vosotros los anormales. ¿Por qué?  Cuánto más normalidades definidas y claras establecemos (hasta llegar a normas y normativas coactivas) más marginales, es decir, más anormales creamos, más inadaptados y desviados provocamos.

Este estilo misericordioso niega todo fatalismo: No hay nada que hacer; hagas lo que hagas no servirá de nada. La esperanza es el talante de la acción misericordiosa. Hay remedio; pongámosle remedio. El futuro es la riqueza de los pobres. No podemos quitársela. La misericordia esperanzada abre futuro. Convenzámonos una vez más del amor dibujado por Pablo en el cap. 13 de la primera carta a los cristianos de Corinto ( a nosotros):

«El que ama es paciente, es bondadoso; el que ama no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso, no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; lo soporta todo y no pierde nunca la confianza, la esperanza, la paciencia».

 

 

8. La Eucaristía, parábola actualizada de la amistad de Dios con la humanidad

 

Los  parámetros teológicos de la Eucaristía, fuente y culminación de la vida cristiana (LG 11), nos señalan el sentido más profundo de las acciones eclesiales. La Eucaristía es como un proyecto de transformación del mundo. El proyecto del mundo y el sentido de la historia es la reconciliación con Dios y entre los hombres y con las cosas. Es impulso que tiende a lograr la igualdad entre los hombres. «La asamblea eucarística dominical es un acontecimiento de fraternidad» (DD 44), «llamada a una exigente cultura del compartir» (DD 70; cf. 71-73).

Sin embargo, los derechos humanos básicos, la dignidad, el respeto, la integridad, la vida misma van deteriorándose para muchísimos, entonces para todos. Edificamos una sociedad anti-eucarística. La globalización que aboca a la desconfianza, al miedo y al desprecio, que aboca a la exclusión, que aboca, pues, a la muerte, impide la Eucaristía, «pan y vino», tierra, vida, derechos para todos.

Con todo, la misma Eucaristía es proyecto de transformación y fuerza transformadora de las relaciones sociales, es exigencia absoluta de defender, proclamar y realizar una «vida abundante» y «la comunión», esto es, la igualdad y la fraternidad entre todos. La Eucaristía, como sacramento del compartir solidario, no es en último término el pan y el vino, sino la acción de compartirlos en un banquete fraternal. Este banquete simboliza el reino mesiánico y escatológico que Jesús inaugura con su muerte y resurrección y que la Iglesia celebra y actualiza bajo la fuerza del Espíritu. La Eucaristía es anticipación sacramental de la comunión plena con Dios y con los hombres que llamamos banquete del Reino. y estar sentados juntos en la mesa es el símbolo humano menos imperfecto para expresar la comunión solidaria.

El Cuerpo y la Sangre del Señor es también -así lo suplicamos- mi cuerpo y vida entregados en «ofrenda permanente» (Plegaria eucarística III) en el espesor histórico. La Eucaristía significa y es renuncia a todo proyecto egoísta, excluyente, insolidario; significa y es transformación por el Espíritu de corazones y de sistemas; significa y es inclusión universal en la mesa hospitalaria, amistosa, solidaria. Existe ya -claro está- una sociedad eucarística subterránea vivida por las personas de bien.

El Dios de Jesús nos invita a la mesa para comer juntos como amigos. El estilo programático que emana de la Eucaristía podemos extenderlo a tres momentos decisivos y esenciales, para que se pueda hablar de una cena de celebración o para que alguien  realmente  se sienta invitado a una fiesta.

 

- Preparar la mesa, con lo que ello supone y exige de cosas y de uno mismo;

- Compartir, sentados,  la mesa, la comida y la bebida, la amistad;

- Servir a la mesa y hacer honor a los invitados.

 

Jesús dio de comer a una multitud; el Padre del hijo pródigo celebró un banquete; la despedida de Jesús fue una cena; en Emaús se deja invitar a la mesa; prepara junto al lago pan y pescado asado...Y tantas parábolas e imágenes bíblicas en que la mesa, el pan y el vino, la fiesta de bodas, el banquete, lo llenan todo de alegría. Dios se revela, el mundo se salva, la comunidad de Jesús se forma en una casa y en torno a la mesa.

Jesús comparte la mesa con los marginados y come con ellos como un amigo (Mt11,19). Este hecho repetido en la enseñanza y en diversas circunstancias resume el escándalo de la inclusión de los rechazados en la lista, en la mesa de invitados, en la comunión de la mesa compartida[3].

Esta comunidad de mesa simboliza el banquete mesiánico, la alegría compartida de una fiesta; prefigura la eucaristía; actualiza la amistad de Dios o como es Dios de amigo, y compromete a los invitados a obrar ellos de la misma manera: como amigos, compañeros, hospitalarios, inclusivos. (La inclusa de los niños abandonados era más una prisión que un lugar de acogida hospitalaria; hoy la sociedad entera es una exclusa).

 

- La amistad es algo innecesario para sobrevivir pero un bien necesario para vivir a placer. La amistad es una relación gustosa, sabrosa. Una madre desea la existencia del hijo. A un amigo le gusta el amigo.Las notas que destaca la amistad son la libertad, el placer y el gozo.

- La compañía  destaca el compartir el pan en la misma mesa o haciendo el mismo camino. Compañeros son aquellos que juntos comen el mismo pan (cum panis), el dolor y la alegría, los problemas y las soluciones, las angustias y las esperanzas, los miedos y las confianzas. Hemos recordado antes la negatividad de la soledad. El comer solos, o en un rincón como un animalito que ha robado un bocado, es expresión dolorosa del rechazo y de la marginación.

- La hospitalidad, abierta al marginado y al forastero, ha significado siempre la llave en la puerta, es decir, el ofrecimiento de la casa y el ser considerado uno de casa, de la familia. Uno de los nuestros. Una referencia permanece clara: la lista de invitados o de incluidos en esa hospitalidad  queda siempre abierta a los marginados. Sin ellos la lista es incompleta. Ellos son ya la única razón y el objetivo de la invitación.

 

«Otra de las señales de la irrupción de la salvación es la comensalía, el compartir la comida con los excluidos del sistema socio-religioso. Se trata de una comensalía abierta, que no tiene en cuenta los tabúes alimentarios y se opone a las discriminaciones por razones de sexo, cultura, religión, posición social etc. Pero dentro de la apertura, la invitación se dirige de manera preferente a los grupos y personas que viven en situación de marginación crónica: prostitutas, pobres, tullidos, posesos, enfermos,  mendigos, etc.(...) las personas hambrientas y harapientas, la gente sin ley, sin moral y sin religión. Y claro, a esa gente no se le exige guardar formalidad alguna para participar en el banquete. La aceptación de la invitación es suficiente»[4].

Seguramente cabría en este punto exponer también el valor de la hospitalidad pasiva, o sea, el aceptar la hospitalidad y la invitación al plato y al vaso de vino, que puede muy bien expresar la necesidad de mezclarse en la vida de la gente y de comunicarse en su misma realidad.

 

 

9. Atención práctica a las necesidades vitales básicas

 

La  amistad, la compañía y la hospitalidad no son aún una mesa preparada. Para ello la imagen ha de crecer en realismo: comunidad alegre y festiva, un grupo de compañeros que siempre incluyan y nunca excluyan, y que dé soluciones, aunque pequeñas, para las necesidades vitales básicas.

El amigo hospitalario quiere que viva su huésped, y por lo tanto le alimenta, le da techo y calor y le procura vestidos. Se preocupa de una manera constante y fundamental  por su economía, para que pueda subsistir dignamente. Pone  sobre la mesa panes y peces, agua y un vaso de vino... poco y todo. Así acostumbra a pedirlo Dios: poco y todo a la vez. Así suelen hacerlo los pobres: dan todo lo que tienen, aunque sea poco. Y sobre la mesa, junto a los alimentos, la oblación propia .¿Verdad que suena a Eucaristía?

Las necesidades vitales de los demás nos indican nuestra tarea preferente, inaplazable para las comunidades cristianas, que tienen su razón de ser  para que los otros tengan vida y vida abundante. ¿Cuáles son esa necesidades vitales-programa?

 

- Tener algo qué comer (alimentos).

- Tener de qué vivir (trabajo, ocupación).

- Tener cómo o con qué abrigarse (vivienda).

- Tener en quién apoyarse o porqué vivir (dignidad, amistad, familia, grupo, sociedad...).

 

Este programa nos lleva a la reflexión de la parábola del rico y de Lázaro. ¿Cómo ser cristiano en una sociedad de Epulones, bien alimentados y bien servidos, y de Lázaros? No se trata de una exageración evangélica. Es una descripción dramática de nuestra sociedad.

Recordemos que los Lázaros (personas y pueblos) juzgarán a los Epulones (personas y pueblos), porque tuvimos hambre y sed y no nos disteis de comer ni de beber, ni vivienda, ni visita, ni amistad...Lectura y examen que tendremos que hacer de modo estructural, macroeconómico y político.

Porque la riqueza, la acumulación, el acaparamiento y el bienestar ofensivo generan deseos y ansias que matan. Jesús, para Él  y para los suyos, recomendó, invitó con exigencia a la pobreza voluntaria y solidaria. El ideal bíblico no es la pobreza ni la riqueza, sino la justicia y la solidaridad, el compartir y el repartir, el trabajo solidario y la lucha socio-política para un mundo fraterno.

El fracaso, en la práctica de la pobreza evangélica, es la raíz de muchos problemas de nuestras comunidades: la pobreza evangélica es un reto exigente para que pueda volver a ser creíble y sea significativa la vida cristiana (y más aún la vida religiosa) y entonces, la Eucaristía, que la comunidad cristiana celebra como fuente y culmen, no resultará un sacrilegio.

Un banquete es la imagen, metáfora o parábola de lo que Dios prepara y quiere para la humanidad. Una mesa festiva, compartida, con los últimos en lugar preferente. En la Eucaristía prefiguramos lo que un día será para todos. La Eucaristía es una maqueta del mundo que Dios quiere para hoy  y en plenitud para el mañana. Este hoy es muy exigente: todos a la mesa, a la misma mesa, con el menú del amor, de la ayuda y del universo (todo es de todos): El mañana, hermoso con una humanidad reconciliada, fraterna y feliz, es cuestión de tiempo, pues la verdad es una promesa de futuro. Ahora, hoy: la mesa y la eucaristía  de las casas de acogida para marginados, enfermos y excluidos de la sociedad. Mañana: un cielo nuevo y una tierra nueva.

 

 

10. Dios para el hombre ¿útil y necesario? Dios, gratuidad

 

Dios nos es muy útil y necesario para que nadie -persona, entidad, sistema, iglesia- se coloque en el lugar supremo, ni nadie sobre nadie. Para que podamos luchar contra los poderosos de todo tipo. Para que siempre nos interpele : ¿Qué has hecho de tu hermano? Para que nos inquiete siempre, porque la despreocupación social es el pecado de origen y origen de todo pecado. Porque el orgullo, la soberbia burguesa, la insolaridad y el individualismo no ahoguen la fraternidad. Para que estén garantizados los derechos de todos, especialmente de los sin derechos. Para que la sociedad moderna y postmoderna no se consolide en la corrupción, en la injusticia y en la violencia. Para que nos mantengamos responsables del futuro. Para que el amor sea siempre un punto de referencia para el hombre, que le señale la meta y le muestre el camino.

Dios es, pues útil y necesario. Aunque para una sociedad más humana, fraterna, amistosa y agradable para vivir y convivir, la gratuidad es mejor garantía. Dios nos es gratuito, Dios abrazo, beso, banquete, fiesta, don, regalo ,mesa con pan y vino... Dios  in-útil e in-necesario nos es muy necesario y útil.

¡Cómo perdemos el valor de la gratuidad! En un mundo de dinero, el dinero es el único valor. Llegamos a pensar que lo gratuito es superfluo o vale poco, o está averiado. La sociedad monetarista nos bloquea la capacidad de la gratuidad. El hombre gratuito se pierde por las rendijas del mercado, con las técnicas publicitarias de compra-venta, de pagos a plazos... Todo se vende y se compra. Nadie regala nada. Protagonicemos pues la revolución de la gratuidad (y del voluntariado).

No se trata naturalmente de quitar a nadie puestos de trabajo retribuidos ni derechos laborales. Pero deseamos mucho tener en alto la bandera del regalo, del obsequio, del don, de la gratuidad. Y a la gratuidad le corresponde gratitud. Cuando pagas o cobras niegas la relación de la gratitud. Y sabemos que la cultura y las experiencias de gratuidad y gratitud (gratis y gracias) preparan la comprensión y la vivencia de la mesa de la Eucaristía.

 

 

11. Gratuidad y austeridad

 

¿Cómo transparentar que Dios es buena noticia para los pobres, que Dios está del lado y al lado de los pobres? ¿Cómo transparentar, es decir, cómo hacer realidad que Dios me  (nos) basta, que es mi (nuestra) riqueza, que es mi Todo, mi único Bien?

La respuesta está en la virtud de la austeridad, que se puede vivir según un doble momento o una doble vertiente. Primero: Dios me basta, Dios es mi Bien! Por ello me desprendo y desnudo de cosas, de todo. Segundo: los otros se benefician de mi desprendimiento. Los beneficios que los otros reciben harán creíble la confesión de que Dios es el único Bien.

Cada cual tendrá que inventar la respuesta de una austeridad alegre, que sea eficaz como austeridad y como alegría, como suficiencia y alegría para los necesitados y como satisfacción y alegría personal.

Ciertamente que la piedad es un gran negocio, pero para aquellos que se contentan con lo que tienen. Porque hemos llegado a este mundo sin nada y saldremos de él sin llevarnos nada. Bástenos con tener qué comer y con qué vestir. Los que quieren enriquecerse caen en tentaciones y lazos del diablo, en deseos insensatos y perniciosos que hunden al hombre en la ruina y en la perdición. El amor al dinero es raíz de todos los males. Por amor al dinero algunos se han alejado de la fe y se han clavado las espinas de muchos sufrimientos (1Tim 6,6-10).

Satisfacer significa contentar a alguien, haciendo realidad sus deseos o aspiraciones. Significa darse por satisfecho, no desear nada más. San Pablo recuerda la parte sico-espiritual, pero está totalmente clara la dimensión social de la satisfacción paulina. Han de satisfacerse los deseos o las aspiraciones fundamentales del hombre pero no los deseos que no corresponden a verdaderas necesidades, aunque sean profundamente sentidos (tabaco, alcohol, drogas, etc.). Labor ésta difícil de realizar en la campo de la marginación y con los asistidos, con respeto y sensatez, con valor y exigencia.

Contentar-se supone desconectar-se del mercado, del tener doble o triple de todo (Lc 3,11;Lc 6,29-38), supone vivir con menos servicios: caminar más en lugar de usar transporte, aguantar el dolor, en lugar de buscar ser inmediatamente medicados y anestesiados. Supone -aquí está la gran lección y el reto-  alargar y reciclar los objetos usados.

Contentar-se para contentar exige: frenar codicias insanas y crecimientos insensatos; frenar la voluntad de un bienestar sin límites; consumir menos, autolimitarse, renunciar, abstenerse, ayunar. Se trata de una revolución antropológica, cultural y virtuosa muy actual, para favorecer las revoluciones económicas y políticas necesarias. Todos seremos más, unos teniendo más, y otros teniendo menos.

Facilitan la austeridad la abstinencia y el ayuno. No se trata ni de ascetismo puritano ni de masoquismo enfermizo. No es tampoco un trampolín de méritos. Ni oponemos sacrílegamente el ayuno voluntario -¿camino de perfección?- al ayuno forzoso de tantos miles que mueren de hambre- camino de muerte para la resurrección-. Jesús relativiza el ayuno. ¡Cierto! Pese a ello, las experiencias de recorte y renuncia ayudan a la sintonía y simpatía con aquellos que se encuentran en situación desfavorable. Y, además, el ahorro del ayuno es limosna, son bienes destinados a los hermanos.

Ayunar para que otros puedan dejar de hacerlo. Abstenerse para que otros puedan disfrutar de lo necesario. Todo ello en clave intimista puede abocar a  la conversión cordial y, en clave social, a cambios importantes cuando de justicia económica se trata. Llama la atención que junto al esfuerzo para adelgazar por estética, haya tanta hambre impuesta por la mala distribución de los alimentos.

La privación voluntaria de muchos gastos superfluos -que hacen superflua la existencia- aporta una transparencia más notable de Dios ante el mundo, y refuerza una afirmación: nos negamos a idolatrar la sociedad hedonista y consumista, codiciosa y fanática, belicosa y mortal. Nos negamos a comprar todo lo que está en el mercado, a tener todas las comodidades posibles, y a gastar todo el tiempo y dinero del que uno dispone. Aprendizaje recibido y ofrecido, vivido aunque sea con dificultades, en las casas e instituciones de  y para los marginados. ¡Tener bienes y dinero no es suficiente para vivir como hermanos! La abundancia disminuye con frecuencia la sensibilidad entre monitores y atendidos, hace más difícil sentarse a la misma mesa.

Es muy evangélico que al ayuno solidario, a la lucha contra las injusticias y a la austeridad generosa les acompañe la alegría. La generosidad es tal cuando es alegre. Y la alegría impulsa la donación generosa. La hace más fácil y menos molesta. La tristeza no es nunca factor de entrega ni la mediocridad engendra gente comprometida; la alegría (no la falsedad de unas risas que oscurecen la tristeza del mundo sumergido en las cloacas) nos hace desprendidos y espléndidos. La esplendidez  o generosidad nos hace personas (Mt 6,22-23). Personas solidarias y amigas, no desde el raquitismo de la triste donación a cuentagotas, más bien desde la austeridad alegre compartida.

 

 

12. La mesa revela las víctimas, los culpables y el amor

 

Si la verdad de una sociedad y de una cultura se muestra en las víctimas que genera y que -principalmente- disimula, enmascara y oculta, entonces la verdad de la existencia cristiana consistirá en revelar, sacar a la luz, hacer aflorar, poner a la mesa a los hambrientos y a los excluidos, a las víctimas; en revelar a los culpables, denunciar a los asesinos con hechos y nombres, en criticar dossiers y presupuestos; en revelar el amor de Dios en el amor efectivo a los hermanos, en obras y de verdad.

La mesa es el lugar adecuado para decir y hacer esta verdad, aunque sea en maqueta. Un estilo de vida y de trabajo, que acompañe lo que empezó en la mesa, revelador de la víctimas, de los culpables y del Dios crucificado-resucitado, exige sobriedad, ausencia de excesivas comodidades y multiplica las solidaridades.

La mesa (¿porqué están los que no debieran y faltan los que deberían estar?) orienta la navegación social: los de abajo, la periferia, los márgenes, la frontera, las urgencias (para poder llegar a la  mesa), los de fuera, los medio muertos, los inadaptados, los indefensos, etc. ¿Estos  últimos son de verdad los primeros en la mesa?

La mesa (la Eucaristía) nos obliga a hacer memoria de los luchadores por los derechos humanos no respetados, de tantos pueblos explotados, torturados, secuestrados, masacrados, indignamente tratados. Es el lugar de las presencias desfiguradas, de aquellos que sin rostro ni figura nos hacen presenta al Señor. Es el lugar de los ausentes indispensables. Somos olvidadizos, amnésicos. Y al perder esta memoria nos exponemos a perdernos y a perder al Señor.

Levantar un memorial  (anámnesis=recuerdo) de las víctimas dentro de la gran memoria de Cristo muerto y resucitado, es indispensable para profundizar en el sentido de la responsabilidad de todos para con todos. Memoria de todos. Así se mantiene el desafío de pensar una humanidad universal. Impensable sin memoria; imposible sin memoria. Para la universalidad no sólo abogamos por una memoria que recoja el pasado oscuro y derrotado, sino para que haga aparecer o hacer presentes los que actualmente no interesan. No podemos dejar en el cajón de los muertos o del olvido «los inolvidables»: las víctimas.

Recordar para no repetir errores y para reconciliarse de veras nos lleva a cultivar la memoria en positivo, a atreverse al reto siguiente: a) nombrar los infiernos actuales, las «des-gracias» actuales; b) dar el nombre concreto de los causantes de las víctimas (cuando no lo hacemos nos hacemos cómplices) y el nombre de los «des-graciados», de los heridos en la cuneta de la parábola del Samaritano, y c) decir nuestros nombres, decirnos, ofrecernos para «gracia» de los atropellados, como «gracia» para los «des-graciados» y contra las «des-gracias», para empezar a descender para que otros asciendan. Denunciar los hechos y acusar a los culpables de hecho son las armas del intelectual honesto, del cristiano coherente.

No nos olvidamos del perdón, suplicado y otorgado, que en la Iglesia tiene un papel central. También en la Eucaristía. La reconciliación como base de una nueva conciencia, de un tiempo nuevo, superador de odios y de venganzas.

Pero perdonar no significa olvidar; al contrario, el proceso del perdón requiere una buena memoria y una conciencia lúcida de la ofensa recibida. Perdonar no exige negar la ofensa o la conculcación de derechos ni renunciar a nuestros derechos. Perdonar no es negar que se haga justicia. Eso sí, el amor impele hacia la sobreabundancia de gratuidad y de magnanimidad. El amor incluye y supera la justicia.

«El perdón, en su forma más alta y verdadera, es un acto de amor gratuito. Pero, precisamente como acto de amor, tiene también sus propias exigencias: la primera es el respeto a la verdad… El perdón, lejos de excluir la búsqueda de la verdad, la exige. El mal hecho debe ser reconocido y, en lo posible, reparado. Precisamente esta exigencia ha llevado a establecer en varias partes del mundo, ante los abusos entre grupos étnicos o naciones, procedimientos oportunos de búsqueda de la verdad, como primer paso hacia la reconciliación. No es necesario subrayar la gran cautela a la que, en este proceso ciertamente necesario, todos deben atenerse para no aumentar los antagonismos, haciendo la reconciliación más difícil aún… Otro presupuesto esencial del perdón y de la reconciliación es la justicia, que tiene su fundamento último en la ley de Dios y en su designio de amor y de misericordia sobre la humanidad… El perdón no elimina ni disminuye la exigencia de la reparación, que es propia de la justicia, sino que trata de reintegrar tanto a las personas y a los grupos en la sociedad como a los Estados en la comunidad de Naciones. Ningún castigo debe ofender la dignidad inalienable de quien ha obrado mal. La puerta hacia el arrepentimiento y la rehabilitación debe quedar siempre abierta»[5].

El estilo eucarístico impulsa el ofertorio, el ofrecimiento, la entrega de la vida y del tiempo. Con el pan y el vino sobre el altar también se entrega uno como pan que alimenta y vino que reanima. Pone sobre la mesa panes y peces, un vaso de agua y un vaso de vino… poco y todo a la vez. Sobre la mesa la propia oblación a asociaciones, instituciones y campañas. Por el Espíritu se transforma, se transubstancia, el ser posesivo en oblativo, el ser codicioso en comunional.

Convertir y educar la vida para la vida como existencia o vocación para una misión, es decir, para los otros, es educar en y para el com-pro-miso. Somos enviados (misión) con los demás (com) y para los demás (pro), para una acción transformadora constante del mundo: de caos a cosmos y de sociedad inhumana a humana. Y la medicina o la terapia para nuestra sociedad se llama don, regalo, gratuidad. Y esto significa repetir: «Tomadme y comedme… Tomad mi tiempo, mis energías, mis… Tomad mis derechos, si preciso fuere». Nadie tiene un amor mayor que aquel que da la vida.

Desde los derechos de los débiles se necesita una profunda revisión del modo de vida del primer mundo. La solidaridad compasiva obliga a renunciar al disfrute de algunos derechos e incluso a ir en contra de los propios intereses. Se necesita poner en pie una coalición que apele a la solidaridad del mayor número posible de fuertes con los débiles, en contra de sus propios intereses. ¿No es esto transformación comunional de vida? ¿No es esto transubstanciar, transmutar la existencia bajo el impulso del Espíritu? Esta mentalidad puede alimentarse en la Eucaristía y extenderse luego a la vida.

Una comunidad que celebra el gozo de la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, en una comida signo de esperanza y alegría, ¿puede responder en tiempos de desánimo al derecho a la esperanza que tenemos los humanos?

 

 

NOTAS

 

1 Para toda la problemática del voluntariado y de la solidaridad, cf. J. GARCÍA ROCA, Solidaridad y voluntariado (Sal Terrae, Santander 1994); también Contra la exclusión. Responsabilidad política e iniciativa social (Sal Terrae, Santander 1995).

 

2 Cf. M. SOLER, J. AMENGUAL, J. REYNÉS, R. FORTUNY, F.GAYÁ, J. GENOVART, B. FIGUEROA, Contemplar al que traspasaron (Teología y praxis del corazón) (Ed. Misioneros de los Sagrados Corazones, Sto. Domingo 1990); M. PARETS, Els pobres i la Trinitat (Col. Saurí 104; Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona 1991).

 

3 S. McFAGUE, Teología para una era ecológica y nuclear (Sal Terrae, Santander 1994) 278-293; R. AGUIRRE, La mesa compartida (Sal Terrae, Santander 1994) 17-133.

 

4 J.J. TAMAYO ACOSTA, Hacia la comunidad, 3. Los sacramentos, liturgia del prójimo (Trotta, Madrid 1995) 164.

 

5 Palabras del papa Juan Pablo II para la Jornada Mundial de la Paz: Ofrece el perdón, recibe la paz (1 de enero de 1997) n.5; Ecclesia 2821 (1996) 1954.