EN TORNO A LA MISERICORDIA

 

¿Quién es este?, se preguntaban los contemporáneos de Jesús, al observar que se salía de los moldes preestablecidos. ¿Quién es este? habrá que preguntarse de nuevo ante la figura de Jesús que, tras dos mil años, en muchos ambientes sigue recubierta de fórmulas, triunfalismos, devociones y discusiones. Urge descostrar la imagen genuina de Jesús y sorprenderle en la espontaneidad de quien caminaba por los atajos polvorientos de Palestina, pedía agua junto al pozo y decía cuatro verdades a los meticulosos legistas.

El perfil de Jesús ha sido manipulado por unos y por otros, desde la derecha y desde la izquierda. Lo ha sido en nombre del orden establecido y de la justicia a establecer. Pero de entre todos las manipulaciones tal vez la que se ha operado con mayor buena voluntad y menos fortuna ha sido la de recluirlo en un marco tan irreal como cualquier dios del Olimpo griego. Con demasiada frecuencia cuanto se dice y predica acerca de El adquiere un toque prodigioso y milagrero.  No vamos a hacer la lista de las escenas más conocidas. Sospechosamente coinciden con las más populares.

 

 

La misericordia como origen y término

 

¿Quién es éste?, se han preguntado una larga fila de autores. Entre ellos el reconocido teólogo vasco afincado desde largo tiempo en El Salvador, Jon Sobrino. La trama última de la vida de Jesús, explica el mencionado escritor, puede explicarse desde su fidelidad, su esperanza, su servicio... Ninguno de estos referentes excluye a otros, sino que más bien se complementan entre sí. Pero él considera que el principio más estructurante de la vida de Jesús es la misericordia.

Con mucho tino y lucidez Jon Sobrino insiste en que conviene entender bien el principio misericordia, dado que puede sugerir cosas insuficientes y hasta peligrosas. Me permito parafrasear su pensamiento. No se reduce al mero sentimiento de compasión, que podría caminar desvinculado de toda praxis. Como cuando el espectador tuerce el gesto ante el televisor cuya pantalla le muestra las torturas de un semejante. Siente su dolor y hace una mueca de desagrado. Pero ahí termina su compromiso.

Tampoco la misericordia debe ser asociada, sin más, a las llamadas obras de misericordia. Merecen todo el elogio las obras de misericordia, sólo que acecha un peligro: el de que su gestor, atareado por la acción y la urgencia, no repare en identificar las causas que humillan, excluyen y maltratan a las personas. Y entonces bien pudiera suceder que la sociedad engendre continuas situaciones de injusticia, mientras unos pocos ponen el bálsamo del consuelo en las heridas de las víctimas.

Seguramente resulta prioritario tomar acciones contra las causas que fabrican víctimas.  Significa ello que el hecho de aliviar a los individuos traspasados por la lanza de la injusticia no exime de preocuparse por la buena salud de las estructuras, de la matriz que conforma la sociedad.

La misericordia no tiene nada en común con el paternalismo. El paternalista acoge las necesidades del pobre y del excluido, pero, a cambio, exige reverencias y aplausos. El otro tiene que reconocer que su salvación pende de quien se digna fijar en él sus pupilas. Ahora bien, su particular mesías se halla situado a un muy diverso nivel. Debe reconocerlo y, si hace al caso, proclamarlo.

No sería de buen gusto confundir los mencionados conceptos con la auténtica misericordia. Quizás nos acercaríamos a una definición aceptable si dijéramos que la misericordia es una acción/reacción contra el sufrimiento ajeno. Una acción que puede aflorar porque previamente la persona sintoniza con el dolor del prójimo desde la profundidad de sus entrañas. Desde el corazón. La misma semántica ofrece pistas: miseri-cor-dia equivale a compadecerse con el corazón.

 

 

No pasar de largo

 

Desde ahí adquiere todo su sentido que la más conocida descripción de Dios en el Antiguo Testamento se refiera al Dios fiel y misericordioso. El rostro de Dios aparece vibrante cuando tiene que actuar contra el sufrimiento de sus criaturas. Así escucha el clamor del pueblo y lo saca de la dura esclavitud de Egipto. Los profetas claman y proclaman la misericordia de Dios. Es precisamente lo que mueve las denuncias contra las injusticias de los poderosos. Les interesa poner coto al sufrimiento de los inocentes. El mesianismo no es sino la promesa de que un día el Rey -el verdadero Rey: Dios en último término- pondrá las cosas en su lugar, es decir, hará la justicia que los pequeños desean y no encuentran.

Jesús siente misericordia ante las multitudes, pero también cuando encuentra a la viuda cuyo hijo cadáver acompaña al cementerio y cuando observa el dolor de Marta y María frente a su hermano muerto. Entonces llega hasta el sollozo. El es el buen samaritano que no pasa de largo. La parábola no es más que un reflejo de su quehacer. La reacción que le provoca el sufrimiento ajeno y, sobre todo, el sufrimiento generado por las injusticias y prepotencias, es lo que vertebra su forma de actuar, de predicar y orar.

La tradición cristiana lo expresa con claridad al decir que el fundamento de la vida y de la espiritualidad está en el amor. Sin embargo, si queremos afinar un poquito más quizás tengamos que decir: en el amor coloreado de misericordia. Porque hay amores egoístas, prepotentes y falsos. El camino hacia el auténtico amor cristiano va del brazo de la misericordia. Las curaciones de Jesús están movidas por su misericordia, la parábola más conocida es sobre esta virtud. Me refiero a la del hijo pródigo que muchos exegetas preferirían llamar del Padre misericordioso. Un padre, como se ha dicho, con corazón de madre. No pregunta, no juzga, no reprocha. Un corazón de pura fibra maternal.

Cuando la misericordia constituye la trama que entrelaza el quehacer de la persona, entonces, naturalmente, es mejor curar a un hombre en día festivo que apelar a la ley del sábado y dejarlo en la orilla. Por supuesto, una Iglesia que quiere mirarse en el espejo de Jesucristo no puede sino estructurarse en torno a la misericordia.

Ello implica salir de su pequeño mundo, tomar en serio la misión, compartir, no temerle a que se le recorten los dineros públicos o los de instituciones y personas que no ven con buenos ojos tanto afán por los inmigrantes, la gente de la periferia, los sin trabajo y sin papeles.... Tantas finuras les generan mala conciencia a los ciudadanos que se consideran por encima de toda sospecha. Determinados juicios y acciones les perturban la digestión. Y, además, los excluidos podrían envalentonarse. Son muchos... La Iglesia vertebrada por la misericordia ya no se limita a ofrecer un vaso de leche al pobre moribundo de la esquina. Pregunta, interpela... molesta.

 

 

¿Cómo adquirir misericordia?

 

Una persona no actuará compasivamente si no experimenta el sentimiento de misericordia con anterioridad. Ni siquiera reparará en el prójimo herido. Entonces habrá que preguntarse: ¿clasificamos o no a la misericordia en el apartado de los sentimientos? Sin sentimiento que mueva a la acción, no hay praxis. Pero hemos dicho también que la misericordia no debe quedarse en mero sentimiento. Porque, después de todo, la esfera afectiva no está a nuestra disposición. No podemos generar los sentimientos con un acto de voluntad.

Diría que la misericordia necesaria para actuar y que, a la vez, no se queda en el ámbito de lo exclusivamente afectivo es una planta que nace en el estrecho terreno que va de la voluntad al sentimiento. Quizás en aquel punto central del ser humano donde todavía el tronco no se ha dividido entre razón y corazón. En más de una ocasión la misma palabra corazón se ha entendido en este sentido original, global, primario.

¿Cabe hacer algo para adquirir misericordia? Tal vez la pregunta sea equivalente a aquella de si es posible hacer algo para acceder a la fe que, en último término, es un don. Sí, al menos de modo indirecto, es posible preparar el terreno interior para que florezcan las respuestas afectivas que sintonizan con la misericordia. Es factible ir podando egoísmos e insensibilidades a fin de que el dolor ajeno produzca la deseada reacción en el corazón propio. 

Manuel Soler Palá, msscc