“Implicaciones eclesiológicas y pastorales de la espiritualidad del Sagrado Corazón”

   


Contenido:

I. VISIÓN ANTROPOLÓGICA

1.      El Corazón de Jesús (CJ), un corazón nuevo.

2.      El CJ, un corazón humilde.

3.      El CJ, un corazón justo.

 

II. VISIÓN FESTIVA

1.      La liturgia de la misericordia.

2.      La dimensión simbólica del cuerpo.

 

III. VISIÓN MISIONERA

1.    Desafíos Pastorales de la Espiritualidad del CJ

1.1  El secularismo como principio de desdivinización.

1.2   La injusticia, principio de deshumanización.

2.      Contenidos Pastorales de la Espiritualidad del CJ.

2.1  Una Pastoral marcada por la misericordia.

2.2  Los traspasados y los alejados.

3.      Componentes Eclesiológicos y Pastorales de la Espiritualidad del CJ.

3.1  Una Iglesia cordial.

3.2  Una  Iglesia misionera.

3.2.1 La misericordia de Dios hecha diálogo.

3.2.2 La misericordia de Dios proclamada desde el testimonio de vida.

3.3  Una Iglesia profética.

3.3.1 El anuncio de la justicia como principio de toda tarea evangelizadora.

3.3.2 La denuncia, fundamento para acrecentar la misión.

3.4  Una Iglesia festiva.

4.      Aportes Pastorales de la Espiritualidad del CJ en los Umbrales del Tercer Milenio.

4.1  Criterios pastorales.

4.2   Líneas pastorales ante el Tercer Milenio.

 

IV.  CONCLUSIONES GENERALES

V.  BIBLIOGRAFÍA Y SIGLAS


 

I.- VISIÓN ANTROPOLÓGICA.

Fundamentados en los datos antropológicos del relato de Jesús ante Pilato que éste exclama: ¡aquí tenéis el hombre! (cfr Jn 19,5) y los datos de la Gaudiun et Spes (cfr GS 12) que vimos en nuestro anterior apartado antropológico queremos hacernos la sugerente pregunta ¿qué imagen de hombre se nos revela en el Corazón traspasado de Jesús? ¿Qué antropología subyace en torno a una renovada espiritualidad del Corazón de Jesús ?.

Además de las fuentes citadas, nos fundamentaremos sobre algunos datos bíblicos: la parábola del Hijo pródigo (Lc 15,11-31), la clásica jaculatoria dirigida al Corazón de Jesús: "Corazón de Jesús manso y humilde de Corazón, haced mi corazón semejante al tuyo" (cfr Mt 11,29) y del principio evangélico: la justicia. Jesús además de tener un corazón manso y humilde tuvo un corazón justo.

Los rasgos antropológicos en los que se fundamenta la espiritualidad del Corazón de Jesús no sólo nos permiten hablar de un sano proceso de per­sonalización en su aspecto antropológico-psicológico, sino también en su dimensión creyente. Por este motivo al proceso lo podríamos catalogar de íntegro, es decir, el hombre es contemplado en todas sus dimensiones: humanas y espirituales.

El primer aspecto teológico en el cual debe fundamentarse la antropología que nace del Corazón e Jesús es de la clásica visión bíblica: el hombre como "imagen de Dios" (Gén 1,27 y GS 12). Creando Dios al hombre a su imagen le hace signo de su libertad y de su poder, es decir, de su soberanía sobre el mundo creado. Dicha imagen se revela de una manera muy particular en el Corazón de Jesús ya que él es la imagen visible del Dios invisible (2 Cor 4,4; Col 1,15). Ver al hombre como imagen de Dios implica en primer lugar, verle como un ser libre y, en segundo lugar como un ser que está en relación y en comunión con los demás, es decir, el hombre por su íntima naturaleza es un ser social. En un lenguaje psicológico supone interpretar al hombre como un proceso de personalización sano que se va desarrollando en libertad y en relación con los demás a lo largo de su vida.

En relación al primer aspecto: la libertad, el hombre tiene la capacidad de poder decir "no" a Dios. Esto implica que la creación del hombre queda sujeta a su propia decisión. Pero a la vez el hombre puede decirle "sí", al darle una respuesta afirmativa experimenta una libertad en la que Dios se transparenta porque es fiel a su promesa de amor. En cualquiera de las dos respuestas, el misterio de la libertad constituye un acceso innegable al carácter divino del hombre.

Así como lo mejor que caracteriza a la Trinidad es la relación y la comunión entre las personas, también lo que mejor caracteriza al hombre es su capacidad de relación y comunión con sus semejantes y con Dios[1]. Para el Vaticano II la condición del hombre como imagen de Dios significa la capacidad que tiene él de conocer y amar al Creador [2]. Siguiendo las ideas de Joseph Gevaert en su libro El problema del hombre, para el desarrollo y el crecimiento de los diversos niveles de la personalización, el hombre necesita de los demás, puesto que es un "ser - para - los - demás". Es inimaginable pensar al hombre aislado de la colectividad. Según dicho autor, el hombre moriría si no tuviera un contacto personalizado con los semejantes [3].

Por otra parte, para San Juan la gloria y el proyecto de Dios pasa por el testimonio de "el Hombre" (Jn 19,5) que es presentado ante Pilato con una corona de estimas y vestido con un manto de púrpura. Para el cuarto evangelista ser hombre implica despojarse de todas las seguridades mesiánicas. Los soldados al ir despojando a Jesús de la falsa dignidad real propia del mundo, han dejado al descubierto su verdadera realeza, la de ser "el Hombre": el que es libre, y tan rico en amor que va a dar hasta su propia vida, permitirá que le atraviesen el corazón con una lanza para el rescate y la salvación de los hombres [4].

En efecto, la antropología del relato de San Juan está fundamentada en "el Hombre" que después de experimentar el dolor y el rechazo de los judíos manifiesta su amor y su gloria cuando sea levantado de la tierra para atraer a todos los hombres hacia él (cfr Jn 12, 32). La mayor plenitud humana es fruto de la solidaridad, de la fraternidad y de la entrega gratuita y generosa para la liberación de toda la humanidad.

El segundo aspecto teológico en la que debe fundamentarse la antropología que nace de la espiritualidad del Corazón de Jesús es la misericordia. El tema de la misericordia tiene una larga y rica historia bíblica. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están marcados por la misericordia de Dios que de una manera visible se revela en el Corazón de Jesús. El mismo Jesús es quien nos invita a tener un corazón misericordioso como el del Padre celestial (cfr Lc 6,36). El tercer evangelista presenta a Jesús como el que anuncia la misericordia de Dios a todos aquellos que físicamente o moralmente tenían necesidad de piedad y compasión, de ayuda y sostén, de comprensión y de perdón. Jesús advierte que el juicio final recaerá sobre las obras de misericordia y la bondad que hayamos practicado (Mt 25,31-46)[5].

La parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-31) es uno de los textos bíblicos que mejor justifican los rasgos de la antropología que nace de la espiritualidad del Corazón de Jesús. Desde el punto de vista espiritual nos centraremos en las figuras simbólicas del Padre y del hijo menor y aunque consideramos de importancia la imagen del hijo mayor que representa a los escribas y fariseos, no nos centraremos sobre él ya que nos llevaría demasiado lejos de nuestro interés. En el relato de San Lucas no sólo se refleja la misericordia divina sino también contiene dos imágenes humanas que se desprenden de la clásica jaculatoria del Corazón de Jesús: un corazón manso y un corazón humilde (cfr Mt 11,29) [6]. También queremos contemplar a Jesús como el que tiene el corazón justo, ya que él fue el justo por excelencia (Jr 23,5).

1.- El Corazón de Jesús, un corazón manso.

Desde el punto de vista psicológico la mansedumbre es una actitud que nace del corazón de un hombre reconciliado con su historia personal y con el mundo. El hombre manso es aquel que ha desarrollado una actitud de confianza consigo mismo y con los demás [7]; es el que ha puesto toda su confianza y toda su esperanza en la debilidad de su ser. La fuerza, la agresividad, la violencia apuntan a dominar al otro, a empequeñecerlo y a reprimirlo. La actitud del hombre manso está fundamentada en el reconocimiento del otro tal como es, no se sirve de la fuerza ni del poder; no agrede, no fomenta la agresividad, posibilita que el otro sea él mismo. El gesto del hombre manso es siempre un gesto de respeto, de cariño, de acogida incondicional. Es también un gesto de madurez, de confianza y de seguridad. No necesita del reconocimie­nto de los demás para sentirse bien consigo mismo. El hombre manso es el que se ha aceptado a sí mismo incondicionalmente y ha aceptado a los demás tal como son.

En la parábola del hijo pródigo el tema de la misericordia es desarrollado con una gran ternura. El Padre es visto como la persona adulta y madura que respeta el proceso de personalización de su hijo y acepta su decisión de alejarse de la casa paterna para malgastar la parte de su patrimonio en un país lejano.

El amor que brota de las entrañas del padre es un amor que implica paciencia y benignidad. Parafraseando a San Pablo podemos decir que es un amor que implica aceptar al otro incondicionalmente. No busca su propio interés sino el de los demás; todo lo excusa, todo lo acepta, todo lo soporta, en definitiva es un amor maduro (cfr 1 Cor 13,4-7). Es obvio pensar en el sufrimiento del padre, sin embargo éste es fiel a su paternidad expresada en la inmediata prontitud y cálida acogida: "le salió conmovido al encuentro, le echó los brazos al cuello y lo besó" (Lc 15,20). En efecto, el padre está obrando a impulsos de un profundo afecto hacia el hijo. Su sí incondicional le llama a recuperar la humanidad perdida del hijo a pesar que éste haya malgastado parte del patrimonio familiar.

Desde la jaculatoria del Corazón de Jesús observamos que el padre es el prototipo de hombre manso. Ya comentamos que el hombre de corazón manso es el que tiene una actitud de respeto hacia los demás, que no utiliza la fuerza ni el poder, la agresividad ni la violencia; más bien acepta y acoge al otro tal como es. Actúa sin agredir ni perturbar los proyectos y los planes de los demás. La base de su proceder es el respeto y el cariño incondicional. Creemos que el padre de la parábola transparenta de una forma clara y precisa el Corazón manso de Jesús.

2.- El Corazón de Jesús, un corazón humilde.

Desde la perspectiva psicológica la humildad es una de los características del hombre maduro, del hombre que buscar crecer a nivel humano y espiritual. Según Sto. Tomás la humildad es la raíz de todas las virtudes. Para Santa Teresa la humildad equivale a la verdad. El hombre humilde acepta su personalidad como una paradoja: pecado y gracia, dolor y alegría, angustia y esperanza. El hombre humilde huye del formalismo y de las autosuficiencias orgullosas, con sencillez de corazón reconoce sus propias limitaciones y sus propios valores sin hacer alarde de ellos. Reequilibra los propios deseos y modera sus pretensiones y sus ambiciones, reconoce también su propio pecado. Tiene una actitud penitente, es decir, es capaz de pedir perdón, descubriendo en este gesto que el amor es más fuerte que el pecado. El perdón no sólo reconcilia con Dios, sino que también promueve y favorece mejores relaciones interpersonales.

Situados en el marco de la parábola observamos que el hijo menor es el prototipo de hombre humilde. Sólo un corazón humilde puede reconocer su fracaso personal y aceptar su condición pecadora. Lo que lo caracteriza es la aceptación de su paradoja existencial. Reconoce con sencillez de corazón su pecado y es capaz de pedir perdón porque sabe que el perdón no sólo humaniza sino que también facilita una mejor relación con Dios y con los demás. El hijo menor es muy consciente de su realidad. Aunque lo haya perdido todo: dinero, amigos, reputación, dignidad, todavía seguía siendo el hijo de su padre. Se dice a sí mismo: "cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra mientras que yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino y volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros". Volver a la casa de su padre es ciertamente una gran humillación y una gran vergüenza. Sin embargo quiere afrontar su situación personal. Su decisión es propia de un hombre de corazón humilde que no se deja llevar por falsos formalismos y falsas autosuficiencias orgullosas [8].

El regreso del hijo menor se produce en el momento en que éste reclama su vínculo filial, a pesar de haber perdido toda la dignidad que esto lleva consigo. En efecto, la pérdida de todo fue lo que lo llevó al fondo de su identidad. Pareciera que tuviera que renacer su condición de hijo después de perderlo todo y entrar en lo profundo de su ser. Cuando toma conciencia de su estado existencial y está dispuesto a ser tratado como un cerdo es cuando se dio cuenta que él no era un cerdo, sino un ser humano, un hijo de su padre. Comprender esto fue el principio de su opción por vivir en vez de morir de hambre. Una vez que había tomado conciencia de su condición de hijo y de su situación pudo experimentar el amor de su padre. Esta conciencia de la confianza en el amor de su padre le dio fuerza para reclamar su condición de hijo, aunque esa reclamación no estuviera basada en mérito alguno.

Finalmente, queremos centrar nuestra atención sobre la parábola para destacar dos aspectos que nos parecen importantes, y que sobre todo en el marco de una pastoral centrada en la espiritualidad del Corazón de Jesús hay que rescatar con mucha fuerza: el sentido de libertad y el sentido de la fiesta.

En la parábola observamos que hay dos libertades que entran en acción: la del padre y la del hijo menor que se proyectan en deseos personales totalmente opuestos. Por una parte, la libertad del padre que con dolor acoge la decisión del hijo que quiere romper con la casa familiar. Por otra, la libertad del propio hijo que quiere viajar a un país desconocido. Mientras que la libertad del primero es madura y responsable la del segundo es infantil e inmadura. El encuentro de las dos libertades es motivo no sólo del reconocimiento incondicional del hijo sino también de una gran fiesta: "Traed el novillo cebado, matarlo y comamos y celebremos una fiesta" (Lc 15,23). No hay duda de que el padre, después de haber revestido a su hijo con los signos de la dignidad y la libertad: vestido, anillo y sandalias, quiera organizar una fiesta. El hecho de que ordenara matar el ternero que habían estado cebando y reservando para una ocasión especial demuestra lo mucho que el padre desea hacer una fiesta como no se había hecho antes. Su alegría es evidente y motivo suficiente para celebrarla. El sentido de la fiesta es propio del hombre que es capaz de valorar la vida humana como un verdadero regalo de Dios. La fiesta ocupa un lugar significativo en la predicación del Reino. Dios no sólo ofrece perdón y reconciliación sino deseo de hacer fiesta. Jesús describe el Reino como un banquete donde vendrán muchos de oriente y de occidente para participar de la fiesta (cfr Mt 8,11) [9].

3.- El Corazón de Jesús, un corazón justo.

El tercer y último aspecto teológico que debe fundamentar la antropología que subyace en la espiritualidad del Corazón de Jesús es la justicia. El tema de la justicia es clave en la predicación de los profetas de Israel y también de Jesús que hereda de ellos el amor que lleva a la justicia. El anuncio del Reino de Dios está profundamente vinculado, sobre todo, en dos principios: la fraternidad y la justicia. El Reino de Dios se hace presente en la medida en que se viven estas dos realidades existenciales [10]. La reconciliación pasa necesariamente por la conversión al amor y a la justicia puesto que ellos podrán sanar de raíz los males que oprimen a los hombres sobre todo a los pobres y oprimidos.

Jesús anuncia los signos del Reino a los pequeños y necesitados no sólo con palabras y gestos sino también con su compromiso y su cercanía. El amor y el cariño que les manifiesta nos revelan la ternura y la cercanía de Dios. El amor que nace del Corazón de Dios es quien mueve al Corazón de Jesús a defender los derechos de los pobres. No es el propio "yo" sino la misericordia y la justicia que nacen del amor el principio de la ética de Jesús. Entre las causas por el cual el anuncio del reinado de Dios está fundamentado sobre la fraternidad y la justicia es porque dichos principios son humanizadores y llevan a la plenitud humana.

La auténtica fraternidad como también la justicia que nace del amor no deben confundirse con la conmiseración sentimental o con una actitud pater­nalista. Jesús rehusó estas actitudes (Lc 11,42) [11]. La fraternidad como la justicia suponen descubrir al prójimo como persona, ver sus necesidades y solidarizarse con él. Un sistema político, social, cultural injusto deshumaniza y oprime al hombre mientras que la fraternidad y la justicia liberan y humanizan, no permiten cerrar los ojos ante el hombre caído en el camino y no aceptan considerarlo un mero número; tampoco consideran sus sufrimientos como un costo necesario del progreso humano. Para una antropología fundamentada en la espiritualidad del Corazón de Jesús el amor y la justicia deben ser signos claros de la predicación del Reino.

El concilio Vaticano II en repetidas ocasiones habla de la necesidad de "hacer el mundo más humano" (GS 40). El mundo de los hombres podrá hacerse más humano únicamente si introducimos en el ámbito pluriforme de las relaciones interpersonales una justicia que es fruto del amor. No es válida la actitud veterotestamentaria de "ojo por ojo y diente por diente" (Mt 5,38). Desde esta visión de justicia se aniquila al prójimo, se asesina, se priva de libertad, se violan los derechos humanos. La experiencia nos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente, sólo podrá ser valiosa si está fundamentada en el amor. Por consiguiente la auténtica y verdadera justicia tiene su fuente en la misericordia.

El tema de la justicia no sólo ha sido promovido por el concilio sino también por los últimos Papas, por los diversos sínodos ordinarios y por las diversas Conferencias latinoamericanas, convirtiéndose en un acontecimiento decisivo. Pablo VI se hizo eco del tema de la justicia que nace del amor en la encíclica Populorum progressio. El Papa plantea las dimensiones planetarias de la injusticia que reclaman "transformaciones audaces, profundamente innovadoras, que hay que emprender sin esperar más" (n.32). En la Octogesima adveniens vuelve a retomar el tema de la justicia. En la conclusión se señala que los cristianos han de comparecer para hacer audible el Evangelio:

"Hoy, más que nunca, la Palabra de Dios no podrá ser proclamada ni escuchada si no va acompañada del testimonio de la potencia del Espíritu Santo operante en la acción de los cristianos al servicio de sus hermanos, en los puntos donde éstos se juegan su existencia y su porvenir" (OA 51).

El pontificado de Juan Pablo II ha sido extraordinariamente fecundo en el tratamiento de las relaciones entre la justicia del mundo y la misión evan­gelizadora. La mayor parte de sus discursos, documentos, encíclicas, sobre todo la Sollicitudo rei socialis, han abordado este tema. Recogemos un texto de la Dives in misericordia:

"La misericordia auténticamente cristiana es también en cierto sentido la más perfecta encarnación de la igualdad entre los hombres y por consiguiente también la encarnación más perfecta de la justicia... La igualdad introducida mediante la justicia se limita al ámbito de los bienes objetivos y extrínsecos, mientras el amor y la misericordia logran que los hombres se encuentren entre sí en ese valor que es el mismo hombre, con la dignidad que le es propia. Al mismo tiempo, la igualdad de los hombres mediante el amor paciente y benigno no borra las diferencias: el que da se hace más generoso, cuando se siente contemporáneamente gratificado por el que recibe su don, el que sabe recibir el don con la conciencia de que también él, acogiéndolo, hace el bien, sirve por su parte a la gran causa de la dignidad de la persona y esto contribuye a unir a los hombres entre sí de manera más profunda" (DM 14).

En la Iglesia Católica están, cada vez más, relacionas la lucha por la justicia y el anuncio del Evangelio, porque evangelizar implica contemplar al hombre entero. Una antropología fundamentada en la espiritualidad del Corazón de Jesús también supone mirar al hombre en todas las facetas de su vida. Para ello será necesario proclamar aquella justicia que nace del amor y que encuentra su fundamento en el Evangelio proclamado por Jesús.

Vivir la esperanza histórica de la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús desde una visión antropológica fundamentada sobre los principios anteriormente expuestos supone contemplar al hombre en todas sus múltiples manifestaciones y en su paradoja existencial. Puesto que el hombre es una realidad de luces y sombras, de pecado y de gracia, de libertad y de esclavitud, de alegría y de dolor, es desde esta realidad donde puede esclarecer el misterio de su propio ser. El hombre contemporáneo se encuentra perdido y desorientado, y muchos son los factores que influyen en su disgregación y en su deshumanización. En su corazón permanece siempre el deseo de poder experimentar y cultivar unas relaciones más fraternas y más humanas que le hagan sentirse persona e hijo de Dios. Creemos que con un sano e íntegro proceso de personalización y mirando el Corazón de Jesús, el hombre se puede encontrar consigo mismo, es decir, con su historia personal, con los demás y con toda la creación.

 

II.- VISIÓN FESTIVA.

Desde diversos ámbitos interdisciplinares se ha podido demostrar la dimensión creyente y festiva del hombre de todas las culturas, razas y nacionalidades.

El hombre no sólo piensa y trabaja, también celebra los principales acontecimientos de su existencia personal y colectiva. La fiesta es, en primer lugar, la afirmación y la valoración de la vida. Según el teólogo H. Cox en su libro Las fiestas de locos, la fiesta nace de la imaginación humana. La imaginación no sólo hace posible la fiesta sino que también levanta el vuelo sobre lo prosaico y lo mezquino de la vida y teje utopías nuevas. En la fiesta, además de vivir el presente de manera intensa con verdadera fruición sin pensar en el agobio ni en los problemas, posibilita dar un paso a lo nuevo eliminando los obstáculos y los yugos que dificultan vivir en plenitud [12].

El pueblo de Israel, como cualquier pueblo, supo celebrar con formas lúcidas: danzas, cantos y risas la recuperación de la libertad y el retorno a la tierra prometida. El salmo 126 describe la actitud jubilosa de los israelitas tras el fin del destierro de Babilonia:

"Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenó de risa, la lengua de cantares. Hasta los paganos decían: El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres... Los que sembraron con lágrimas, cosechan entre cantares; al ir iban llorando, llevando la semilla, al volver vuelven cantando trayendo sus gavillas".

El sentido de la fiesta como la dimensión religiosa del hombre a lo largo de la historia se ha ido manifestando de múltiples formas y maneras.

En efecto, la cultura y los signos de los tiempos han jugado un papel sumamente importante en la exteriorización de la dimensión festiva y religiosa del hombre [13].

Creemos que una espiritualidad que centra su atención festiva sobre el simbolismo del corazón, no sólo nos debe ayudar a celebrar y orar desde la misericordia gozosa, sino también desde la dimensión simbólica del cuerpo humano sin caer en sentimentalismos maniqueos. La historia litúrgica-festiva de nuestra espiritualidad es de una gran riqueza, nosotros centraremos nuestra atención sobre las oraciones colectas y el prefacio de la Eucaristía votiva del Sagrado Corazón.

Los textos bíblicos que mejor reflejan el núcleo de nuestra espiritualidad son todos aquellos que hacen referencia a la misericordia que nace del Corazón de Dios y que, sobre todo, San Lucas narra a lo largo de todo el capítulo 15: La oveja perdida (15,4-7); la dracma perdida (15, 8-10); el hijo pródigo (15,11-32). Dichos relatos son los que mejor reflejan el Corazón festivo de Dios. Otro texto en el que tendremos que fijar nuestra atención es el de la escena del Traspasado (Jn 19,31-37) ya que es clave para interpretar el amor en que Dios nos ha amado.

Una liturgia fundamentada sobre la misericordia implica llevar el gozo de la vida a la celebración para suscitar la alabanza a Dios por su corazón bondadoso, reflejado en la creación y en el corazón de cada hombre de buena voluntad. En efecto, una liturgia que no transmite gozo y pasión por la vida no está fundamentada en la misericordia. En las parábolas de la misericordia todo apunta a la alegría: alegría por la oveja perdida y encontrada (Lc 15,6); alegría por la dracma perdida y hallada (Lc 159) y finalmente la gran alegría por el hijo que regresó a casa (Lc 15,24).

Por otra parte, hay que interpretar el texto de la transfixión desde el punto de vista de la misericordia llevada hasta las últimas consecuencias. En realidad la misericordia no es lo único que ejercita Jesús, pero sí es lo que está en el origen y lo que configura toda su vida, su misión y su destino. A veces queda explícita en los relatos evangélicos, como en las parábolas citadas, pero en otros casos se sobre entiende ya que siempre aparece como transfondo de la actuación de Jesús. El Corazón traspasado es el mejor símbolo de un hombre que ha actuado y obrado desde la misericordia.

Parafraseando el prólogo de San Juan del que hablábamos en la primera parte de la tesis, podríamos decir que en el principio estaba la misericordia y ésta engendró la fiesta y el gozo, puesto que Dios quiere ver a los hombres alegres en su amor. Todavía hoy, Dios continúa apostando por la misericordia e invitando al hombre a vivir la vida en plenitud y para ello lo invita al banquete del amor donde se oyen con más fuerza los latidos del Corazón de Jesús:

"... en la invitación al banquete del amor, a la morada eterna cerca de Jesús, entonces nuestro corazón latirá más fuerte, y las dificultades cotidianas no podrán disturbar nuestra alegría" [14].

Partiendo de la perspectiva de la misericordia y de la fiesta gozosa se comprende mejor el celo litúrgico de algunos grandes santos como San Juan Eudes, que con tanto ímpetu quiso hacer una liturgia dedicada al Corazón de Jesús, de Santa Margarita Mª Alacoque y otros. Ellos comprendieron que la Eucaristía significaba acción de gracias, muerte y vida en el Señor, gozo y alabanza. Este amor eucarístico lleno de alegría por el Señor hace de nuestra vida un compromiso en favor de la vida y de la justicia.

La liturgia fundamentada en la misericordia no sólo conecta con las realidades existenciales del pueblo o de la comunidad cristiana, sino que invita a celebrar el gozo de la vida para ofrecer una experiencia viva de Dios mediante una liturgia más participativa y festiva (cfr LPNE 52; SD 51). Pero no cualquier tipo de experiencia de Dios como tampoco cualquier vida ni cualquier gozo, sino una  vida plena y el gozo que es declarado en las Bienaventuranzas (Mt 5,1). En efecto, creemos que Juan Pablo II convocando a los diversos líderes religiosos anticipa el desafío de hacer una "liturgia universal" donde todos los hombres de buena voluntad puedan sentarse uno al lado del otro y orar a Dios. En lenguaje cristiano lo que está en juego es poder estrechar las manos y rezar el Padrenuestro. Para ello habrá que escuchar los latidos del Corazón de Jesús invitándonos, una vez más, a creer y hacer real el principio de misericordia de Dios Padre que con tanto sensibilidad es narrado por San Lucas en la parábola del hijo pródigo.

Finalmente, queremos resaltar, además de los aspectos de la misericordia gozosa, la dimensión simbólica del cuerpo humano como expresión visual de los sentimientos más profundos. Además de los aspectos mencionados, creemos necesario interpretar la visión festiva de la espiritualidad del Corazón de Jesús desde la necesidad de escuchar los sentimientos que nacen del corazón del hombre. Hacer de los sentimientos expresión celebrativa de la fe, para ello será necesario recuperar la dimensión gestual, es decir, el aspecto del gesto corporal. Psico­lógicamente el hombre necesita expresar y manifestar su fe con su cuerpo, de ahí las expresiones de tocar, besar, acariciar una imagen, persignarse. El hombre siente la necesidad de exteriorizar su intimidad religiosa. La representación es posible porque hay una experiencia espiritual previa. La capacidad de expresión con el cuerpo ayuda al hombre a sentir más cercano al Dios invisible que se hace imagen visible en Jesucristo (cfr. Col 1,15).

El hombre en todas sus actividades, incluso espirituales, está determinado y condicionada por su propio cuerpo. La filosofía moderna considera el cuerpo humano no tanto como algo opuesto al alma sino como una unidad indivisible formada de materia y espíritu. Según los místicos es en el corazón del hombre donde se gestan no sólo los sentimientos más profundos sino también la vida espiritual del creyente. Tanto los sentimientos como la vida interior solamente tienen un medio para revelarse y expresarse: el cuerpo humano. En efecto, con gestos corporales concretos exteriorizamos sensaciones y sentimientos que si no fuera por él se harían invisibles a los ojos humanos [15].

Creemos que hay argumentos suficientes para afirmar que la espirituali­dad del Corazón de Jesús no sólo debe tener en cuenta la visión de la misericordia gozosa, sino también la libertad de expresar con el cuerpo cualquier sentimiento que sea fruto de un corazón sincero. Porque en la medida en que el creyente se exprese desde el corazón, con más naturalidad podrá realizar un sano e íntegro proceso de personalización. Constatamos que en la medida que se intenta expresar los sentimientos que nacen del corazón, no sólo se percibe una gran sensibilidad humana sino también una mayor y profunda experien­cia religiosa. Actualmente en la Iglesia Católica existen algunos grupos que con una gran sensibilidad oran y alaban a Dios desde la dimensión gestual.

Además de lo anteriormente dicho, creemos necesario abrir la "puerta" a la riqueza oracional y litúrgica de la espiritualidad del Corazón de Jesús que nos ha dejado la Tradición, para descubrir la riqueza espiritual que los devotos de dicha espiritualidad nos han dejado como herencia de su fe y a su amor al Corazón de Jesús. Lamentablemente no podremos detenernos en todo el "bagaje" espiritual heredado, sólo nos vamos a centrar en las oraciones colecta y en la plegaria eucarística del Misal Romano actualizado de la Eucaristía votiva del Sagrado Corazón de Jesús.

Como en otras solemnidades el Misal Romano nos brinda dos textos alternativos en la oración colecta. El primero corresponde a la que pudiéramos llamar redacción del nuevo Misal y la segunda al anterior:

"Dios todopoderoso, celebrando la solemnidad del Corazón de tu amado Hijo recordamos los inmensos beneficios de su amor; concédenos que podamos recibir la desbordante gracia que brota de esa fuente de dones divinos".

Dicha oración nos recuerda las maravillas que los místicos de la Edad Media encontraron en el Corazón abierto y traspasado de Jesús. Al cantar lo maravilloso que es el Corazón del Hijo se recoge la entrañabilidad que brota del misterio del Corazón abierto y traspasado de Jesús.

La segunda oración corresponde a la del Misal anterior, que los reformadores han querido conservar:

"Dios que en el Corazón de tu Hijo herido por nuestros pecados, nos otorgas misericordiosamente tesoros de tu amor, te pedimos que al presentarle el piadoso homenaje de nuestro culto, cumplamos también el deber de una digna reparación".

Observamos que es una oración densa de contenido y con una gran carga de ternura. Invita a corresponder no sólo con amor, piedad y fe a quien tanto nos amó y nos sigue amando sino también con nuestra entrega amorosa y total.

La oración se abre con una larga motivación: "Dios que en el Corazón de tu Hijo traspasado por nuestros pecados, nos prodigas los tesoros de tu amor misericordioso" que se ofrece un temario fecundo, como una "lectio divina" entrañable con su lectura, meditación, contemplación... digna de hincar sus raíces en aquellos grandes contemplativos que desfilaron en el erudito y sublime estudio con que presentaron la fiesta del Corazón de Jesús.

La oración sobre las ofrendas es la misma que el Misal anterior y en él se acentúan los aspectos propios de esta fiesta: amor inefable del Hijo del Padre hacia nosotros. La necesidad de corresponder a él con nuestra entrega manifestada en nuestra oblación del altar, la urgencia de una reparación de nuestros pecados.

"Señor, mira la inefable caridad del Corazón de tu amado Hijo, de manera que esta ofrenda te sea agradable y sirva para purificar nuestros pecados".

El amor divino de Jesús se hace presente sobre el altar porque con la fuerza del Espíritu se haga ese pan y ese vino el Cuerpo y la Sangre de Jesús. La Iglesia le dice al Padre: "¡ Mira el amor inmenso del Corazón de tu Hijo tan querido !". Es un sacrificio hecho por amor para la salvación de todos.

La oración después de la comunión aunque es distinta del Misal anterior está inspirada sobre él. Es una oración que se hace entender fácilmente y transmite una gran serenidad interior:

"Señor, que este sacramento de amor nos inflame con santa caridad, que nos mueva a unirnos más a tu Hijo y así aprendamos a reconocerlo en nuestros hermanos".

Creemos que toda la oración es una invitación a la contemplación del rostro de Cristo en los hermanos. En la Eucaristía, a la que llama sacramento de amor, se pide que nos haga arder en un amor santo. En efecto, creemos que se refiere al amor de Jesucristo que "habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Pretende que el participante en la Eucaristía, porque ama a Jesucristo se convierta en un foco de amor ardentísimo hasta dar la vida como por los hombres como la dio Jesús [16].

El prefacio se sitúa en la misma línea que las oraciones colecta. Observamos que presenta el inmenso amor de Cristo a los hombres. En efecto es el amor quien hace posible que se entregara por nosotros:

"El cual, al ser elevado en la cruz, se entregó por nosotros con amor admirable, y de su costado herido brotó sangre y agua, símbolos de los sacramentos de la Iglesia, para que atraídos por el Corazón abierto del Salvador, todos bebieran siempre con alegría de la fuente de la salvación".

El prefacio tiene un fuerte fundamento bíblico, sobre todo de la teología del cuarto evangelista. Los hombres teníamos un corazón endurecido, y Dios nos dio la gracia de cambiarlo por un corazón nuevo (cfr Jer 31,31-34; Ez 11,17-21). El nuevo Adán es quien se entregó con un amor admirable para la salvación de todos los hombres. El Misterio de Cristo estuvo escondido durante largo tiempo (Rom 16,25; Ef 3,1-12) hasta que llegó "la hora" de su realización salvífica en el Corazón crucificado de Jesús. En Cristo encontramos la imagen viva del amor paternal de Dios que perdona, reconcilia y salva a todos los hombres.

Siguiendo la teología juánica, el prefacio pone de relieve que los sacramentos de la Iglesia nacen de la entrega del Corazón de Jesús. La vida de la Iglesia es fruto de la sangre y del agua que manaron del costado abierto de Jesús. La celebración litúrgica fundamentada sobre espiritualidad del Sagrado Corazón supone dejarse atraer por el Corazón abierto del Salvador para revelar a los hombres el inmenso amor con que Dios nos ha amado [17].

 

III.- VISIÓN MISIONERA.

En este apartado queremos recoger en clave pastoral todo lo que hemos analizado desde la perspectiva teológica y desde la perspectiva antropológica-psicológica. Para ello nos serviremos, entre otros materiales, del esquema de las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización de la Conferencia Episcopal Argentina y de algunos materiales propios de la congregación de los M.SS.CC. Partimos de una pregunta sugerente y de un principio pastoral: ¿Cómo evangelizar desde la espiritualidad del Corazón de Jesús en los umbrales del Tercer Milenio?

1.- DESAFÍOS PASTORALES DE LA ESPIRITUALIDAD DEL CORAZÓN DE JESÚS.

A lo largo de nuestro trabajo, sobre todo en la primera parte, ya comentamos como el corazón representa a toda la persona. Esta intuición bíblica perdura hasta nuestro tiempo. En este tercer capítulo, tomando como fuente la Palabra de Dios, queremos saber de manera concreta cual debe ser la praxis pastoral que se desprende de la espirituali­dad del Corazón de Jesús. Nos sentimos movidos no tanto por una mera curiosidad intelectual, sino por el afán de servir al Traspasado en los traspasados de la tierra. Creemos oportuno destacar dos desafíos pastorales que nos parecen de mucha importancia en el momento actual:

1.1.- El secularismo como principio de desdivinización.

No es fácil definir qué es el secularismo. El concilio Vaticano II no habló ni definió lo que es el secularismo. La Gaudium et Spes prefiere utilizar la palabra "ateísmo" para describir "realidades muy diversas" (GS 19). El propio Magisterio de la Iglesia va dejando de lado el término "ateísmo" para incorporar "secularismo". Así por ejemplo en el 1975 la Evangelii Nuntiandi empieza a incorporar este nuevo vocablo. También es utilizado en el documento de Puebla que tomando el texto de Pablo VI dice así:

"En su esencia, el secularismo separa y opone al hombre con respecto a Dios; concibe la construcción de la historia como responsabilidad exclusiva del hombre, considerado en su mera inmanencia. Se trata de una concepción del mundo según la cual este último se explica por sí mismo, sin que sea necesario recurrir a Dios: Dios resultaría, pues, superfluo y hasta un obstáculo" (DP 435).

Desde este punto de vista, la historia, el trabajo, el progreso es fruto exclusivo del hombre. Todo queda reducido a la intervención del hombre. Lo que no es posible ser controlado por el hombre, no es válido. De esta manera llegamos a lo que podríamos llamar "la secularización de la Providencia de Dios". El punto capital del secularismo es: Dios no interviene en lo humano; el hombre sólo se construye a sí mismo y a la historia.

En efecto, el secularismo es el alejamiento del hombre de Dios. No sólo afecta a la fe y a la religión, sino que también afecta directamente a la raíz constitutiva del hombre, ya que conlleva el riesgo de que éste pierda todo fundamento ético llegando a fundamentarse sólo en la razón humana, aleján­dose de la fe y de la Revelación para afirmarse, autosuficiente y autoabsoluto sobre sí mismo y el mundo. Por lo tanto, en el secularismo no hay "gracia", ya que no tiene ningún sentido, pues solamente puede existir la razón.

El hombre al prescindir de Dios, éste se desdiviniza y pierde su referente trascendente reduciéndolo todo a la inmanencia. También pierde los valores que le caracterizan en su dignidad humana: su calidad de vida, sus razones de vivir y esperar. El hombre, al alejarse de Dios, pierde su grandeza y sus potencialidades por los que fue creado, pudiendo llegar a convertirse en ídolo de sí mismo para terminar degradándose y esclavizándose del propio sistema que él mismo creó. Con el secularismo el hombre ha deteriorado y quebrado los  "símbolos centrales" de su personalidad [18].

"Nada es divino y adorable fuera de Dios. El hombre cae en la esclavitud cuando diviniza o absolutiza la riqueza, el poder, el Estado, el sexo, el placer o cualquier creación de Dios, incluso su propio ser o su razón humana. Dios mismo es la fuente de liberación radical de todas las formas de idolatría, porque la adoración de lo no adorable y la absolutización de lo relativo, lleva a la violación de lo más íntimo de las persona humana: su relación con Dios y su realización personal" (DP 491).

En efecto, frente a una sociedad secularizada, el símbolo del Corazón traspasado de Jesús evoca el mejor testimonio de la afirmación de San Juan: "Dios es amor" (1 Jn 4,8) y porque Dios es amor todo desea atraerlo hacia sí para comunicar sus bienes a todos, su dicha y su felicidad eterna [19].

En consecuencia, el hombre tiende a afirmar algo absoluto, algo que dé sentido a su vida. Pero al buscarlo fuera de Dios aparecen los "ídolos" o "dioses" de la cultura de la muerte llegando a absolutizar, divinizar, sacralizar lo que no es divino. El hombre necesita tener pautas claras que le ayuden a un sano proceso espiritual, que le potencien todas sus facultades humanas. Creemos que para ello no podrá alejar­se de Dios [20]. El misterio de Dios debe interpelar la vida del hombre porque la vida humana no puede transcurrir sin Dios, de esta manera el hombre conserva su carácter divino. En palabras de Paul Ricoeur: "el hombre no es posible sin lo sagrado" [21].

1.2.- La injusticia, principio de deshumanización.

Otro de los desafíos pastorales que queremos destacar es el de la injusticia, ya que afecta directamente al hombre en su dimensión de deshumaniz­ación. Los obispos argentinos, fundamentados en el discurso de Juan Pablo II a los participantes del Celam, hablan de la urgente y necesaria "justicia demasiado largamente esperada" (LPNE 13).

La injusticia se presenta bajo el rostro de múltiples facetas humanas. Una de las más clamorosas es el problema de la pobreza, la falta de la valoración y la promoción de la dignidad humana, la solidaridad entre los hombres y entre los pueblos. La pérdida del sentido de la justicia y del respeto por los demás constituye una de las más graves corrupciones morales y éticas de nuestro tiempo.

El compromiso preferencial por los pobres arraigó profundamente en el corazón de la predicación de Jesús. En esta misma línea se sitúa la Teología de la Liberación y las diversas Conferencias Episcopales latinoamericanas.

Jesús hace una clara opción por los pobres hasta tal punto que según J. Jeremías el resumen del Evangelio y de toda la predicación de Jesús no es: el Reino, o la salvación ha llegado, sino: la salvación ha llegado a los pobres [22].

En efecto, la pobreza es fruto de la injusticia, puesto que la pobreza significa, en última instancia, muerte. Ya que la carencia de alimentos, de techo, de desarrollo humano, imposibilita un sano proceso de personalización. La injusticia social que de una manera tan extremada reina en nuestro mundo golpea al Corazón de Jesús. En clave de compromiso y solidaridad tendríamos que leer las palabras de Santa Margarita Mª de Alacoque:

"Cuando te dé yo a conocer que la divina justicia está irritada contra los pecadores, me recibirás en la sagrada comunión; y colocándome en el trono de tu corazón, me adorarás postrándote a mis pies. Me ofrecerás además a mi Eterno Padre como yo te enseñaré, para aplacar su justa cólera y mover su misericordia a perdonarles" [23].

La justicia divina de la que habla Santa Margarita continúa irritada por los pecados de solidaridad y fraternidad reinante en nuestro mundo. Pueblos dominados, clases sociales explotadas, razas humanas despreciadas y culturas marginadas son la tónica general de nuestro mundo. Los desafíos pastorales centrados en la espiritualidad del Corazón de Jesús nos invitan a buscar las causas de esta: "justicia demasiado largamente esperada". En este múltiple y variado mundo de los pobres, las notas predominantes son: por un lado, la insignificancia de sus vidas para los poderosos que rigen el mundo de hoy y por el otro, el enorme caudal humano y espiritual de los pobres y su singular interpretación de la solidaridad.

No es objeto de nuestra tesis hacer un análisis estructural de las causas de la pobreza, pero sí constatar que la estructura social-económica existente oprime, cada vez más, a los débiles y los excluye del sistema. Sólo un enorme caudal solidario puede hacer más humana la vida de los alejados y excluidos. No se trata de una solidaridad demagoga de la cual hablan los políticos, sino una solidaridad profunda y comprometida pues de ella, en muchas ocasiones, depende la vida de muchos. La solidaridad de los pobres guarda una estrecha relación con el Evangelio [24].

Decíamos que la falta de la valoración y la promoción de la dignidad humana era fruto de la injusticia reinante en nuestro mundo. Una espiritualidad que centra su atención sobre el simbolismo del corazón y cómo veíamos desde los datos bíblicos, simboliza a toda la persona, debe promover y defender una vida digna. Es un desafío de primer orden trabajar por la promoción integral del hombre, ya que una buena promoción humana ayuda a un sano proceso de personalización para hacer hombres con corazón humano, amantes de la justicia y promotores de solidaridad entre los hombres y entre los pueblos. Una teología actualizada de la espiritualidad del Corazón de Jesús en el pluralismo de la teología actual debe promover la contemplación del Corazón traspasado de Jesús como signo de entrega total por la dignidad y promoción de la humanidad. En efecto, la promoción humana implica actitudes pastorales que ayuden a despertar la conciencia de los hombres para un mayor desarrollo humano y cristiano entre los hombres y entre los pueblos:

"La promoción humana, como indica la Doctrina social de la Iglesia, debe llevar al hombre y a la mujer a pasar de condiciones menos humanas a condiciones cada vez más humanas, hasta llegar al pleno conocimiento de Jesucristo" (SD 162).

En efecto, la falta de solidaridad entre los hombres y entre los pueblos es fruto de la injusticia. La solidaridad nos ayuda a ver al "otro" bien sea una persona, un pueblo o una nación, no como un instrumento cualquiera, para explotarlo, como pasa en muchos países donde cada día es más grande la brecha que separa el Norte del Sur, el Este del Oeste, sino ver al otro como un hermano. Dios continua clamando hoy: "¿dónde está tu hermano?" (Gén 4,9). Sólo la solidaridad puede dar una respuesta cristiana a la pregunta formulada por Dios. También los obispos latinoamerica­nos reunidos en las diversas conferencias invitan a promover la solidaridad entre los hombres y entre los pueblos:

"Invitamos a promover un nuevo orden económico, social y político, conforme a la dignidad de todas y cada una de las personas, impulsando la justicia y la solidaridad y abriendo para todas ellas horizontes de eternidad" (SD 296).

No dudamos que una teología pastoral centrada sobre la espiritualidad del Corazón de Jesús debe contemplar más desafíos que afectan directamente al sano e íntegro proceso de personalización; nosotros sólo nos hemos centrado en los que afectan de un modo existencial al hombre de hoy, ya que una Teología hecha desde el corazón, implica tomar conciencia de los desafíos que afectan directamente a la humanidad. Ciertamente no podemos comprender y creer en Dios desde conceptos ni especulaciones alejadas de la realidad existencial ya que éstas, incluido el concepto Dios, no salvan, el que salva es Dios en Cristo Jesús.

2.- CONTENIDO PASTORAL DE LA ESPIRITUALIDAD DEL CORAZÓN DE JESÚS.

El contenido pastoral que subyace en la espiritualidad del Corazón de Jesús radica, sobre todo, en la misericordia que se transparenta en el Corazón de Dios y se revela en el Corazón de Jesús. Para ello, convendrá recuperar las actitudes de Jesús que hacen presente a la misericordia del Padre.

El P. Joaquín Rosselló centró su espiritualidad en el principio teológico: "Dios es amor" (1 Jn 4,8) y por ello desea atraer a todos hacia sí para comunicarles su felicidad eterna (PE 21). La misericordia hizo de Jesús un hombre totalmente entregado a los demás hasta las últimas consecuencias. Manifestó el amor de Dios a los pequeños y la solidaridad a los empobrecidos hasta dejarse traspasar el corazón. Dios al resucitarlo de entre los muertos nos dio el Espíritu para que tengamos un corazón misericordioso como el Corazón del Padre celestial [25].

Siguiendo las ideas de Juan Pablo II en la encíclica Dives in Misericordia, "la Iglesia debe profesar y proclamar la misericordia divina en toda su verdad" (DM 13). En efecto, la Iglesia a lo largo de su historia se ha hecho transmisora en proclamar con toda su fuerza el amor de Dios revelado en el Sagrado Corazón. La Biblia, la Tradición y toda la vida de fe del Pueblo de Dios dan testimonio exhaustivo de ello:

"La Iglesia parece profesar de manera particular la misericordia de Dios y venerarla dirigiéndose al corazón de Jesús. En efecto, precisamente el acercarnos a Cristo en el misterio de su corazón, nos permite detenernos en este punto de la revelación del amor misericordioso del Padre, que ha constituido el núcleo central de la misión mesiánica del Hijo del hombre" (DM 13).

La Iglesia que nace del Corazón de Jesús no sólo profesa y proclama la misericordia, sino que nutre la fe de los traspasados, porque de una manera especial Dios les revela a ellos su Corazón de Padre. Dios que es amor (Jn 3,16; 1 Jn 4,8) no puede revelarse de otro modo si no es como misericordia.

Dios, cuya misericordia es infinita e inagotable en su realidad de Padre, acoge a todos los hijos pródigos que quieren volver a su casa [26].

La actitud pastoral que debe nacer del corazón del creyente que bebe de la fuente de la espiritualidad del Corazón de Jesús debe fundamentarse no sólo en proclamar la misericordia de Dios, sino en practicarla. Parafraseando las palabras de San Bernardo podríamos expresar lo así: "el arte de saber leer el corazón de los hombres y curarles sus heridas". Creemos que, una de las mejores imágenes de la práctica de la misericordia de Dios se concreta en el corazón del padre de la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) y en el corazón del buen samaritano ( Lc 10,29-37). Una pastoral fundamentada en la espiritualidad del Corazón de Jesús implica no quedarse puramente en el ejercicio de la contemplación, también supone sacar del Corazón traspasado de Jesús la energía y el amor necesario y vital para anunciarlo y practicar la misericordia de Dios, porque el hombre alcanza y experimenta el amor de Dios en la medida que él mismo, interiormente, se transforma en el espíritu de tal amor hacia el prójimo.

2.1.- Una pastoral marcada por la misericordia.

En efecto, el núcleo bíblico-teológico que subyace debajo de la espiritualidad del Corazón de Jesús es la misericordia que, en clave pastoral se puede interpretar como un potencial que evangeliza, anima, afianza y promueve la dignidad del hombre (LPNE 16), en términos de acogida, comprensión y de acompañamiento solidario a los hermanos.

El término misericordia hay que entenderlo bien, ya que tiene varias lecturas. Nosotros lo interpretamos como principio que debe fundamentar toda la vida humana. Así como los creyentes confesamos que no hay nada más humano y humanizante que la fe en el Dios de Jesús, también debemos creer que lo más esencial para vivir dignamente como personas debe ser el principio misericordia. Creemos que la misericordia no es una de entre muchas de las realidades humanas, sino la que mejor define al ser humano. Para Jesús, ser humano es obrar y actuar con misericordia, de lo contrario queda viciada la raíz existencial de la persona.

Decíamos que hay que interpretar bien el sentido de misericordia, ya que connota realidades paradójicas: sentimientos de compasión, con sentimientos de lástima; alivio de necesidades individuales y colectivas, con el peligro de abandonar la praxis y la transformación de las estructuras; actitudes paternalistas, con el peligro del paternalismo. Para evitar males entendidos es necesario fundamentarse en la misericordia que pone en práctica Jesús. Para él la misericordia está en el origen de lo divino y también lo debe estar en el origen de lo humano. Una pastoral marcada por la misericordia implica, además de lo anteriormente dicho, trabajar en favor de los traspasados de la tierra y desvivirse por "bajarlos de la cruz". Por la misericordia hay que arriesgarlo todo como lo arriesgó Monseñor Romero. Él no sólo arriesgó su vida personal, sino también su vida institucional y eclesial. Una pastoral que no está fundamentada sobre la misericordia no es cristina, puesto que el fundamento del obrar y actuar de Jesús radica en la misericordia [27].

Según la Gaudium et Spes la Iglesia debe estar en el mundo para compartir "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo" (GS 1). Siguiendo las pautas pastorales de dicha constitución creemos que, además del mundo, el lugar privilegiado de la Iglesia debe ser el "hijo perdido", o el "hombre herido en el camino". El lugar de la Iglesia es "lo otro", la alteridad más radical del sufrimiento ajeno, sobre todo de los más pobres y necesitados, de los traspasados de la tierra. Cuando la Iglesia  sale de sí misma para ir al camino en el encuentro del hijo perdido o del hombre herido no sólo se hace más creíble sino que se asemeja en algo fundamental a Jesús, el cual no se predicó a sí mismo sino que ofreció a los pobres la esperanza del Reino de Dios.

En efecto, sólo una pastoral fundamentada en el principio misericordia podrá justificar si la Iglesia está en la línea del Evangelio o no, ya que dicho principio va más allá de las clásicas "obras de misericordia" que no dudamos que la Iglesia desde su nacimiento ha practicado. Actuar desde el principio misericordia implica una actitud de riesgo y de denuncia constante. Así lo hicieron Monseñor Romero, los mártires salvadoreños Monseñor Angelelli y tantos otros que por actuar desde dicho principio fueron tildados de subversivos, comunistas, ateos y en nombre de esta misericordia fueron masacrados y asesinados.

La Imagen del Corazón traspasado de Jesús que es la mejor expresión de la misericordia divina llevada hasta las últimas consecuencias; para el hombre de hoy amenazado por la desesperación, las guerras, la pobreza es el único lugar donde el hombre no se desespera, porque no se trata de una conquista a brazo partido, sino de un don recibido gratuitamente [28].

Finalmente, creemos que reafirmar una pastoral fundamentada sobre la misericordia implica tener una sensibilidad muy especial por todos aquellos que las estructuras capitalistas de este mundo han excluido y marginado; por los traspasados. Dicho en otras palabras, supone hacer la opción preferencial por los pobres de la que tanto ha hablado la Teología de la liberación. Implica también sentir el gozo de la bienaventuranza: "felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7). Una pastoral que no transmita gozo y esperanza no es evangélica, ahora bien, no debe transmitir cualquier gozo y esperanza, sino el que se declaran en el Sermón de la montaña. Una Iglesia que fundamenta toda su pastoral sobre la misericordia, se convierte en una Iglesia creíble que hace respetable el nombre de Dios y el mensaje de Jesús quien, con su obrar y actuar, hizo presente la misericordia del Padre.

2.2.- Los traspasados y los alejados.

En efecto, creemos que una pastoral fundamentada sobre el principio misericordia tiene una traducción práctico-pastoral fundamentada sobre el seguimiento de Jesús y el acompañamiento de los traspasados y de los alejados.

No es fácil definir quienes son los traspasados. Entendemos que son traspasados todos aquellos que están fuera del "sistema", aquellos que no son útiles al mundo productivo. Ellos de una manera convergente son obligados a vivir en los márgenes o en el arracimado cinturón de las ciudades, donde no hay poder sino impotencia y riesgo para la sobrevivencia. En realidad ser traspasado es un modo de vivir, de pensar, de amar, de orar, de creer y de esperar, de luchar por la vida. Ser traspasado, también, significa empeñarse en la lucha por la justicia y la paz entre los hombres y entre los pueblos, buscar una mayor participación en las institucio­nes democráticas, organizarse para una vivencia integral de su fe y comprometerse para un sano e íntegro proceso de per­sonalización de todas las personas.

Una pastoral centrada en la espiritualidad del Corazón de Jesús supone contemplar al Traspasado en los traspasados de la tierra. Por ese motivo optar, amar y servirles debe ser uno de los fundamen­tos principales de todos aquellos que quieren saciarse su sed de la fuente que mana del Corazón traspasado de Jesús.

La opción o amor preferencial por los traspasados significa una opción por el Dios de la vida, por el Dios de Jesucristo. Toda la Biblia, desde el relato de Caín y Abel, está marcada por el amor de predilección de Dios por los débiles y maltratados de la historia humana. Esa preferencia manifiesta precisamente el amor gratuito de Dios. Los traspasados son preferidos por Dios no tanto porque son moralmente o religiosamente mejores que otros, sino porque Dios es así. Mientras que en múltiples ocasiones el amor entre los hombres se manifiesta de forma interesa­da, el amor de Dios no pone condiciones para amar. Con razón el profeta pudo escribir: los planes y los caminos de Dios no son nuestros caminos (cfr Is 55,8).

La identificación del Traspasado con los traspasados es un tema central en la reflexión de la Teología del Corazón de Jesús puesto que ellos transparentan el rostro sufriente de Cristo. El documento de Puebla lo expresa hermosamente en uno de sus textos más importantes:

"En la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo... en los rostros de niños golpeados.. en los rostros de jóvenes desorientados... en los rostros de indígenas y con frecuencia de afroamericanos... en los rostros de campesinos... en los rostros de obreros... en los rostros de subempleados y desempleados... en los rostros de marginados... en los rostros de ancianos... en todos ellos deberíamos reconocer el rostro de Cristo el Señor que nos cuestiona e interpela"(DP 31-39).

Aunque puede parecer paradójico, los que verdaderamente nos muestran el verdadero rostro del Dios de la vida son los traspasados, los que se sienten frágiles y débiles delante de las estructuras económicas, políticas, sociales de nuestra sociedad. San Pablo se expresaba a los corintios con estos términos:

"Hermanos, fíjense a quienes los llamó Dios: no a muchos intelectuales, ni a muchos poderosos; ni a muchos de buena familia; todo lo contrario; lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios y lo débil del mundo se lo escogió Dios para humillar a lo fuerte, y lo plebeyo del mundo, lo despreciado se lo escogió Dios: lo que no existe, para anular a lo que existe de modo que ningún mortal pueda gloriarse ante Dios" (1 Cor 1,26-29).

En efecto, una pastoral fundamentada en la espiritualidad del Corazón de Jesús debe considerar a los traspasados como los preferidos del Señor, como los primeros en el banquete del Reino; ellos como María han acogido la Palabra de Dios y la meditan en su corazón.

Por otra parte, la realidad de los alejados de la Iglesia es un hecho pastoral que no podemos olvidar ya que su número aumenta cada día. Una pastoral fundamentada en la espiritualidad del Corazón de Jesús los debe tener en cuenta. El documento de Santo Domingo muestra su preocupación por todos aquellos bautizados que se han alejado de la Iglesia:

"En América Latina y el Caribe numerosos bautizados no orientan su vida según el evangelio. Muchos de ellos se apartan de la Iglesia o no se identifican con ella. Entre ésos, aunque no exclusivamente, hay muchos jóvenes y personas más críticas de la acción de la Iglesia. Hay otros que habiendo emigrado de sus regiones de origen, se desarraigan de su ambiente religioso" (SD 130).

No dudamos que son muchas y complejas las causas que han provocado un alejamiento de muchos bautizados de la Iglesia Católica. Creemos que entre otras motivos es debido a la poca la capacidad de entusiasmo por todo lo que no es directamente tangible. Esto sucede por el apego a los bienes y a los placeres, al bombardeo obsesionante de la memoria y del corazón por parte de imágenes y sonidos, como también a una insuficiente comprensión de su base cristiana [29].

El Vaticano II habla de aquellos que voluntariamente quieren apartar su corazón del Corazón misericordioso de Dios:

"Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia" (GS 19).

El concilio respeta a todos aquellos que voluntariamente se han alejado de la Iglesia, sin embargo reconoce a todos los hombres: los que se sienten Iglesia y los que están alejados y los llama a colaborar en la edificación de un mundo más humano y a trabajar por el bien común. Lamenta las divisiones, la falta de diálogo sincero y fraterno (cfr GS 21), el fundamentalismo proselitista de grupos sectarios que dificulta el camino del ecumenismo, la idolatría... (cfr SD 133).

Ante el desafío de los alejados, cuya fe se ha ido deformando hasta llegar a hacerse un Dios intimista y personal, sólo una pastoral fundamentada en la misericordia y en el gozo, puede recuperar a estos "hijos de la Iglesia" que se han extraviado. Creemos que la misericordia paternal que se desprende del corazón del padre del hijo pródigo, como también la imagen del Corazón de Jesús, que revela el amor más íntimo de Dios a los hombres, podrían ser dos de los mejores símbolos de acercamiento a los alejados. Una pastoral fundamentada sobre la espiritual­idad de Corazón de Jesús se debe caracterizar por una actitud de "padre y madre" que con atención y cariño atiende las necesidades de sus hijos que, por diversos motivos, se han alejado de la Iglesia pensando encontrar un "hogar" mas halagüeño en algún otro grupo cristiano o en alguna secta que en nombre de Dios despersonaliza a la persona sin respectar su identidad hasta llegar a confundir y provocar divisiones entre los creyentes (cfr SD 366). Frente al desafío que constanta el documento de Santo Domingo que "las sectas religiosas en América latina ha aumentado de manera extraordinaria desde Puebla hasta nuestros días" (SD 140), será necesario emplear un lenguaje que llegue a las capas afectivas y emotivas más profundas del hombre, no tanto para cambiarlos sino para amarlos incondicionalmente, acogerlos, acompañar­los para sentirlos hermanos nuestros aunque pertenezcan a Iglesias separadas o a grupos sectarios alejados de la Iglesia Católica.

3.- COMPROMISOS ECLESIOLÓGICOS Y PASTORALES DE LA ESPIRITUALIDAD DEL CORAZÓN DE JESÚS.

En el primer capítulo de nuestra disertación hablamos de los rasgos teológicos de una eclesiología fundamentada sobre la espiritualidad del Corazón de Jesús. En este tercer capítulo queremos traducir en desafíos pastorales los aspectos eclesiológicos anteriormente citadas. Las Líneas Pas­torales para la Nueva Evangelización del Episcopado argentino nos darán las pautas orientativas ya que en dicho documento subyacen criterios de máxima actualidad para una pastoral fundamentada en los signos de los tiempos y en los criterios pastorales del Tertio Millenio Adveniente.

3.1.- Una Iglesia cordial.

Entendemos por una Iglesia cordial aquella comunidad cristiana que se esfuerza por ser abierta y acogedora, que acepta el conflicto profético como tarea evangelizadora y promueve la comunión y la participación entre los bautizados y entre todos los hombres de buena voluntad.

La Iglesia es fruto del amor de Dios, puesto que el deseo de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4). Dios quiere que no se pierda ni uno de sus hijos dispersos por el mundo. En el Corazón de Dios nadie es extraño. Recordando a San Juan: "pues yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,31). Siguiendo la teología del cuarto evangelista vemos como en la cruz el nuevo Adán tiene los brazos abiertos para acoger a todos los hombres. Jesús no sólo está en disposición de aceptarlos, sino que se confunde con ellos para ser uno de ellos, es decir, los límites físico-corporales de Jesús son abolidos para acoger a todos los hombres de buena voluntad en un mismo abrazo de amor.

La acogida, principio profundamente humano y que en la cristología de San Juan vemos descrita de una manera simbólica, debería ser el punto de partida para una eclesiología cristocéntrica. Una Iglesia que según los Santos Padres y el concilio Vaticano II nació del costado de Cristo dormido en la cruz debe ser acogedora (cfr SC 5).

Una Iglesia que promueve y fomenta la acogida como un principio pastoral trata cordialmente a las personas que acuden a ella. Parafraseando al profeta Oseas: "con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor los acogía, y era para ellos como quien alza a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él para cogerlo y para darle de comer" (Os 11,4). Interpretando dicho texto del profeta, la Iglesia acogedora se inclina hacia el otro para darle la bienvenida y celebrar juntos la confianza y la gratuidad de Dios. Una cálida acogida humaniza, invita al diálogo, da confianza y facilita la fraternidad. Mientras que un mal trato humilla, disgusta, bloquea y aleja. Una Iglesia acogedora escucha las necesidades de la comunidad y promueve una acción per­sonalizada para un mayor crecimiento humano y espiritual. Una acogida humana y cálida hace más creíble a la Iglesia.

Siguiendo en el itinerario pastoral de una eclesiología cristocéntrica nacida del Corazón traspasado de Jesús no pueden faltar las categorías de conflicto y esperanza. Aunque pueden parecer paradójicas, ambas categorías se complementan, ya que no es posible imaginar una Iglesia sin conflictos ni sin esperanza. El conflicto y, mucho más la esperanza, no se puede erradicar de la Iglesia. Por otra parte, no se trata de defender el conflicto como un fin en sí mismo sin límites ni cortapisas; en absoluto. En cualquier situación en que se dé hay que impedir que se convierta en destructor de las personas y de las instituciones, sin embargo, el conflicto es real y actual en la Iglesia y en las relaciones humanas. El conflicto eclesial debe ser reconocido como elemento dinámico y renovador de la Iglesia. Una Iglesia que acepta ambos elementos asume la fragilidad de quienes la forman.

Los mártires son los que hacen más presente la dialéctica conflicto-esperanza. Ellos creyeron en la esperanza de que es posible mejorar la vida humana, tantas veces violentada y amenazada. Ellos creyeron que los verdugos de turno no triunfarán sobre las víctimas; Dios devolverá vida a su pueblo sufriente porque Dios está a su favor. Pero para denunciar esta realidad existencial tuvieron que entrar en conflicto con los diversos organismos de poder. Como a Jesús, a ellos los trataron de locos y blasfemos, comunistas y liberacionistas; pero aún en medio de conscientes amenazas y persecuciones fueron fieles hasta la muerte. Pasaron sus crisis, llorando amargamente con gemidos y lágrimas, aprendieron a ser obedientes hasta aceptar el "cáliz de su sangre", recorrieron el camino hasta el final como el Sumo Sacerdote fiel de que nos habla la carta a los Hebreos. Ellos fueron misericordiosos con los pobres y por ellos dieron su vida. Nunca perdieron la esperanza en la resurrección prometida por Jesús. Ellos no sólo denunciaron el pecado del mundo sino que, como el Siervo de Yahvéh, cargaron no sólo con sus propios pecados, sino también con los de sus perseguidores y verdugos.

También ellos, como Jesús, la hierba no creció sobre su tumba. Siguen vivos y presentes en la Iglesia, siguen generando esperanza, creatividad, entrega, heroísmo y vida. Siguen produciendo sobre esta tierra, esperanza, libertad y gozo. Están resucitados en los brazos del Padre celestial porque ellos creyeron en la vida eterna. Así lo expresaba Monseñor Romero en una de sus homilías:

"Me alegro, hermanos, de que en este país hayan asesinado a sacerdotes... Pues sería muy triste que en un país en que tantos salvadoreños son asesinados, la Iglesia no contara también sacerdotes entre los asesinados... Es una señal de que la Iglesia se ha encarnado en la pobreza... Una Iglesia que no sufra la persecución, esa Iglesia tenga miedo. No es la verdadera Iglesia de Jesús... Como tampoco es la verdadera Iglesia de Jesús aquella que no crea en la resurrección" [30].

Otros de los rasgos pastorales de la Iglesia cristocéntrica que nace del Corazón de Jesús debería ser la comunión y la participación. Según el documento de Santo Domingo:

"Es urgente avanzar en el camino de la comunión y la participación que muchas veces es obstaculizado por la falta del sentido de Iglesia y del auténtico espíritu misionero"(SD 56).

La comunión es un tema central en la Iglesia porque expresa el ideal de la Iglesia. La comunión fraterna está en el seno de la Sagrada Escritura y en la Tradición. Dicho principio evangélico conecta con los sentimientos más profundos del ser humano facilitando así un sano e íntegro proceso de personalización. Según Jon Sobrino la comunión eclesial sólo puede ser generada por la Iglesia en cuanto ésta responde "en la realidad" al hoy de Dios. Esta realidad teológica implica un acto de fe, esperanza y caridad comunitarias, es decir lo que Sobrino llama: "sustancia eclesial real", esto es, lo que genera comunión eclesial antes que celebraciones litúrgicas, derecho canónico, decisiones administrativas cultura cristiana, ya que éstas no son la primera "sustancia eclesial real" [31].

Una Iglesia que tiene su génesis en el Corazón traspasado de Jesús no sólo debe generar comunión sino también participación [32]. No desde la uniformidad sino desde la pluralidad, desde los aportes de todos. Presentando un modelo de convivencia que lucha contra las discordias fratricidas y trabaja por los acuerdos fraternos que facilitan una mayor comunión entre los hombres y con Dios. Siguiendo las intuiciones de las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización, los obispos argentinos opinan que se hace necesario revisar las estructuras actuales de comunión y participación intraeclesiales (cfr LPNE 35), puesto que las divisiones eclesiales crean escándalos en la comunidad cristiana. La aspiración de acrecentar la comunión y la participación de la Iglesia requiere abarcar las particularidades de las Iglesias locales. Lleva a trabajar por la unidad de cada iglesia doméstica que es la familia, de cada comunidad cristiana, parroquia, diócesis... Impulsa a estrechar simultáneamente los vínculos de comunión y participación con cada una de las Iglesia particulares y con toda la Iglesia universal.

3.2.- Una Iglesia misionera.

La Iglesia tiene plena conciencia de las palabras de Jesús: "Es preciso que anuncie también el Reino de Dios en otras ciudades" (Lc 4,43). La Iglesia existe para evangelizar (EN 14), es decir, para predicar y enseñar la Buena Noticia de Jesús. La Iglesia que nace del Corazón traspasado de Jesús debe ser eminentemente misionera, debe anunciar el amor de Dios revelado a los hombres "a tiempo y a destiempo" (cfr 2 Tim 4,2), de lo contrario perdería la esencia por la cual fue fundada y también debe confesar y celebrar su fe en el Traspasado.

La acción evangelizadora de la Iglesia es trinitaria. El Padre envía al Hijo para anunciar el amor de Dios a los hombres; él fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los hombres asumiendo la naturaleza humana: "... A quien el Padre santificó y envió al mundo" (Jn 10,36). En comunión con el Padre, Cristo envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles para que éstos continuaran la obra salvífica inaugurada por el Hijo: "Id pues y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28,19). De aquí proviene el deber de la Iglesia de propagar la fe y la salvación a todos los hombres. Es un deber y un mandato del mismo Señor Jesús que la Iglesia sea misionera. La Iglesia impulsada por el Espíritu Santo debe caminar por el mismo sendero de Cristo, es decir, por el sendero de la pobreza, la obediencia y el servicio. También debe poner verdad donde hay mentira, justicia donde hay injusticia, fraternidad donde hay separación, cariño donde hay sufrimiento, voz donde no hay voz. Así actuaron los profetas de Israel, los apóstoles, los santos y muchos mártires que con sus múltiples sufrimientos completaron lo que le falta a la pasión de Cristo (cfr Col 1,24).

En efecto, la Iglesia no sería evangelizadora si no siguiera las huellas de Cristo, que en comunión con el Padre y el Espíritu fue enviada a evangelizar a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y oprimidos, a dar la vista a los ciegos y a proclamar un año de gracia del Señor ( cfr Lc 4,18-19). También la Iglesia debe seguir las mismas actitudes de Jesús y estar al lado de los pobres porque ellos nos evangelizan no tanto por sus valores evangélicos, sino por su apertura a Dios, por su solidaridad, por su sentido comunitario.

También hoy, la Iglesia hace suyas aquellas palabras de Pablo: "hay de mi si no evangelizare" (1 Cor 9,16). Para Pablo se hace necesario y urgente evangelizar. Según el Evangelio de Marcos, antes que vuelva el Señor es necesario predicar el Evangelio a todas las gentes (cfr Mc 13,10). Consecuentemente la actividad misionera tiene un carácter universal. Con todo, es el Espíritu Santo quien hace misionera a la Iglesia puesto que él mueve al grupo de los creyentes a hacer comunidad evangelizada y evangelizadora. Según Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Missió:

"El Espíritu Santo es quien ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma que sólo Dios conoce se asocien al misterio pascual... El hombre atraído por el Espíritu Santo, nunca jamás será indiferente ante el problema religioso... Es el Espíritu Santo quien esparce las semillas de la Palabra presentes en los ritos y culturas y los prepara para su madurez en Cristo" (RM 28).

Desde la espiritualidad del Corazón de Jesús y concretamente desde la interpretación de la dimensión evangelizadora que hizo el P. Joaquín Rosselló, toda predicación debe estar fundamentada en el principio misericordia ya que él centró toda su espiritualidad en que Dios es amor [33]. En el misterio de Cristo traspasado es donde se descubre el sentido último del amor de Dios. Por eso toda la espiritualidad del Corazón de Jesús converge en el principio dinámico de que Dios ama entrañablemente a los hombres hasta tal punto de dar la vida por ellos. Este es el motivo por el cual la misión y la evangelización de los Misioneros de los Sagrados Corazones está fundamentada sobre el amor. Para ello profesan que:

"Creemos que Dios no nos envía a condenar a nadie.

Creemos en el poder del amor que sirve hasta la muerte.

Creemos que la salvación nos llega por la cruz y la glorificación del Señor. Esta fe es el principio dinámico que penetra, orienta y da sentido a nuestra vida" [34].

3.2.1.- La misericordia de Dios hecha diálogo.

Partimos del principio que la misericordia de Dios se reveló en forma de diálogo a los patriarcas, a los profetas hasta que por el sí de María, el Dios que era Logos y diálogo desde la eternidad, plantó su tienda entre nosotros (cfr Jn 1, 14).

En una sociedad donde todo está fundamentado sobre el poder, las obligaciones y las exigencias, el diálogo sincero y cordial es el mejor testimonio de la misericordia de Dios.

Los obispos argentinos en las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización se sitúan en la línea del diálogo como medio de anunciar la misericordia de Dios. Ellos para tratar dicho tema nos remiten a la encíclica Eclesiam Suam de Pablo VI, al concilio Vaticano II, sobre todo a la Lumen Gentium y a la Gaudium et Spes y a la Redemptor Hominis de Juan Pablo II.

Ya comentamos como una Iglesia acogedora humaniza y facilita un diálogo sincero y fraterno. La encíclica del Papa Montini invita a un serio y cálido diálogo entre la Iglesia y el mundo moderno. El aspecto del diálogo es muy considerado en la encíclica y es fundamental para entender la misión de la Iglesia es la relación con Dios, con el hombre y con el mundo. El Papa interpreta el diálogo de Dios con el hombre como una oración que se prolongada a lo largo de toda la historia de la salvación:

"La historia de la salvación narra precisamente este largo y variado diálogo que nace de Dios y teje con el hombre una admirable y múltiple conversación... En este diálogo Dios da a conocer algo de sí mismo, el misterio de su vida" (ES 72).

Según Pablo VI, la Iglesia no teme a este mundo, todo lo contrario, se siente parte integrante de él, nada de este mundo le es extraño porque: "todo lo que es humano tiene que ver con nosotros" (ES 101). Ya que donde hay un hombre en busca de comprenderse a sí mismo y del mundo, la Iglesia quiere estar cerca de él. Ecclesiam Suam nos presenta una Iglesia que busca el corazón humano para establecer un diálogo fraterno y amoroso. Dicho diálogo se abre más allá de la fe católica: con el mundo, con los ateos, con los no cristianos, con los no católicos y finalmente con los católicos. Sólo un diálogo hecho desde el corazón puede mantener viva y esperanzada a la Iglesia.

En la misma línea de diálogo se sitúa el Vaticano II, sobre todo en la Lumen Gentiun y en la Gaudium et Spes. El concilio considera al diálogo como punto de partida y de acercamiento al hombre y al mundo. El diálogo no es una actitud nueva del concilio sino una consecuencia del proyecto de Dios que busca al hombre para hablarle al corazón. De hecho toda la historia de la salvación es un constante diálogo de Dios con el hombre. También el libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta una comunidad en continuo diálogo. Los padres conciliares se sitúan en una línea del diálogo abierto y sincero con el hombre y con el mundo ya que todo lo que afecta a ambos interesa a la Iglesia.

"Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón. La comunidad cristina está integrada por hombres que reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la Buena Nueva de la salvación para comunicarla a todos" (GS 1).

La "civilización del amor" que tanto nos ha hablado Juan Pablo II sólo puede ser fruto de un profundo y fraterno diálogo con el mundo y con todos los hombres de buena voluntad. En la encíclica Redemptor Hominis el Papa también nos habla de la importancia del diálogo como medio eficaz para la evangelización. No es de extrañar ya que también él ha demostrado ser un hombre que busca dialogar con el hombre y con el mundo de hoy. Cuando aborda el tema, se remonta la encíclica de Pablo VI. El ideal de Jesús : "para que todos sean uno, como tú, Padre, éstas en mí y yo en ti" (Jn 17,21), creemos que sólo podrá ser fruto del diálogo sincero y fraterno. No será fácil, para buscar la unidad habrá que renunciar a intereses personales:

"Debemos por tanto buscar la unión sin desanimarnos frente a las dificultades que pueden presentarse o acumularse a lo largo de este camino; de otra manera no seremos fieles a la Palabra de Cristo, no cumpliremos su testamento" (RH 6).

3.2.2.- La misericordia de Dios proclamada desde el testimonio.

A lo largo de nuestra disertación hemos comentado que la imagen del Corazón traspasado de Jesús es el mejor testimonio del amor de Dios revelado a los hombres. En los Evangelios, Jesús es presentado como el que da testimonio del amor de Padre hasta la muerte. Según San Juan no hay mayor amor que dar la vida. En efecto, dar la vida por los amigos es el mejor y más creíble testimonio que se pueda dar. Jesús dio la vida por los hombres, él si se comprometió hasta la muerte, por eso Dios lo resucitó y está sentado a la derecha de Dios Padre.

Como indicábamos anteriormente, evangelizar desde el diálogo no es tarea fácil, pero mucho más difícil es evangelizar desde el testimonio de vida, sin embargo, en los tiempos actuales parece el método más eficaz:

"Para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunidad que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan... Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo" (EN 41).

El testimonio de vida es propio de todo cristiano, es decir, todo bautizado está llamado a ser misionero de la Buena Nueva. Los clérigos como también los laicos ya que ellos son miembros de la Iglesia, tienen la vocación y la misión de anunciar el Evangelio. En realidad, el mandato del Señor: "Id por todo el mundo" sigue encontrando muchos laicos generosos, dispuestos a abandonar su ambiente de vida, su trabajo, y su país para anunciar el Evangelio desde su testimonio de vida.

Los obispos argentinos el las Líneas Pastorales para la Nueva Evan­gelización piensan que: "Ha llegado la hora en que los fieles laicos se pongan de pie en nuestra Iglesia" (LPNE 41). También nosotros pensamos que los laicos son un tesoro escondido en la Iglesia y que es necesario poner a producir. Es necesario despojar a muchas comunidades de arraigadas formas de clericalismo que distraen valiosas capacidades de los laicos impidiendo que se desplieguen las energías apostólicas latentes en ellos. El documento de Santo Domingo pone de relieve que los laicos como consecuencia del bautismo son insertados en Cristo y son llamados a vivir el triple oficio sacerdotal, profético y real:

"Como signo de los tiempos, vemos un gran número de laicos comprometidos en la Iglesia: ejercen diversos ministerios, servicios y funciones en las comunidades eclesiales... Aumenta el sentido evangelizador de los fieles cristianos. Los jóvenes evangelizan a los jóvenes. Los pobres evangelizan a los pobres" (SD 95).

La misericordia de Dios también puede manifestarse a través del testimonio sin palabras, es decir, el testimonio sencillo y silencioso. Creemos que el testimonio de vida constituye por sí mismo una clara y eficaz proclamación de la misericordia que se revela en el Corazón traspasado de Jesús.

3.3.- Una Iglesia profética.

Frente a una situación de injusticia generalizada de nuestro mundo, hoy más que nunca, la Iglesia de modo prioritario y fundamental debe ser profética. El profetismo de la Iglesia pasa por anunciar a Jesucristo como el gran liberador, como el defensor del hombre. Ejercer el ministerio profético de la Iglesia implica denunciar todo aquello que no ayuda a un proceso de liberación humana. Para ello será necesario fomentar dos actitudes: el anuncio de la justicia como principio de toda tarea evangelizadora y denunciar todo germen de poder que destruye un proceso sano de personalización, para que en medio de las dificultades y encrucijadas de la vida los cristianos podamos ser testigos del amor de Dios y profetas de aquella esperanza que no falla.

3.3.1.- El anuncio de la justicia como principio de toda tarea evangelizadora.

La dialéctica anuncio y denuncia son actitudes proféticas. Estas dos realidades caracterizaron la misión de todos los profetas de Israel y también la misión de Jesús. Por regla general, los profetas fueron hombres que se caracterizaron por una profunda experiencia de Dios. La mediación que realizaron entre Dios y los hombres no era puramente cúltica. Es sabido que además de orar por el pueblo mantenían un fuerte compromiso social en favor de los demás [35]. El profeta era un hombre inserto en una realidad histórica concreta, que escudriñaba constantemente los signos de los tiempos para que su palabra pudiera ser salvadora y liberadora para los hombres de su tiempo [36].

Los autores del Nuevo Testamento proclaman a Jesús como el "Profeta" esperado. Los profetas anteriores a él no eran más que un anuncio anticipado del Hijo de Dios que "de muchas maneras y de muchas formas Dios había hablado en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas" (cfr Heb 1,1s). Por eso, el N.T. no tiene reparo en proclamar a Jesús como el profeta esperado. Observamos que los rasgos proféticos de Jesús están marcados por la dialéctica: anuncio y denuncia; ambos aspectos nacen de los impulsos de un corazón que acoge y cura las heridas de los hombres maltratados y marginados. El profetismo de Jesús se sitúa en la línea del buen pastor que, concientemente, carga sobre sus hombros a la oveja perdida y cura las heridas de los abatidos y golpeados por la vida. Jesús es el profeta que invita a los cansados y agobiados a descansar en su Corazón (cfr Mt 11,28-29).

Anunciar el amor de Dios revelado en el Corazón de Jesús implica la capacidad de acudir a los lugares más necesarios para que, desde la vida y desde el testimonio personal, hacer creíble el amor de Dios. Esto exige tener un corazón humano y misericordioso como el de Jesús; mirar al hombre en su realidad histórica y en su tiempo, es decir, abrir los ojos, los oídos, las manos y todos los sentidos al mundo, para un mayor acercamiento a la situación del hombre actual. De lo contrario, la práctica pastoral será como una campana que resuena pero que nadie escucha su melodía.

Estar abierto al hombre y al mundo implica no sólo una proclamación por la dignidad humana, sino también una lucha por la justicia. Mirar al Traspasado supone reivindicar, una vez más, una historia humana más digna. En nuestra época crecen múltiples factores que ofenden y degradan la dignidad de la persona humana: crece la cultura de la muerte, el terrorismo, la drogadicción, el narcotráfico, las enfermedades venéreas. Cada día aumenta la espiral de violencia y la dignidad del hombre queda afectada. Todos estos aspectos que deshumanizan al hombre actual hieren de algún modo al Corazón de Dios.

Tanto el concilio Vaticano II como las diversas Conferencias del Episcopado latinoamericano, hablan de la promoción y la dignidad de la persona humana. Toda violación de los derechos humanos contradice el plan de Dios. Por otra parte, los obispos reunidos en Santo Domingo hacen un canto a la vida y a la dignidad del hombre:

"Los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión, los asesinatos, sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y de estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades. La intolerancia política y el indiferentismo frente a la situación del empobrecimiento generalizado muestran un desprecio a la vida humana concreta que no podemos callar" (SD 167).

En las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización los obispos argentinos también se situaron en la línea de la promoción y dignidad de la persona humana.

"Es necesario poner de manifiesto que la fe en Dios está estrechamente asociada con la dignidad del hombre... La fe es también un potencial dignificador del hombre ya en esta vida. Esto lleva a presentar la fe, la esperanza, la caridad  la gracia, como realidades que no solamente son acreedoras a una vida en el más allá, sino que también convocan a realizar una historia humana más digna" (LPNE 22).

Creemos que la promoción y la dignidad humana están muy asociadas a la lucha por la justicia. Todos los profetas del Antiguo Testamento, sobre todo Amós, pusieron el acento en denunciar la injusticia que se iba acumulando de generación en generación, dando lugar a una estructura social y política cada vez más inhumana. El tema de la justicia es una palabra clave en la predicación de Jesús. La justicia de Dios, como también la de Jesús, guardan una estrecha relación con la salvación integral del hombre [37].

El concilio Vaticano II y las diversas Conferencias Episcopales latinoamericanas se hacen eco del tema de la justicia. A pesar de los esfuerzos de los últimos Papas y de los obispos para revertir esta situación la injusta continua golpeando el corazón de muchos hombres y mujeres. Los obispo son conscientes de que en nuestra sociedad actual existe una gran desigualdad. Cada vez más, los ricos se enriquecen y los pobres se empobrecen. Nos falta mucho para aceptar la igualdad entre todos los hombres, por eso el concilio hablará de "excesivas desigualdades económicas" (GS 29). Dichas desigualdades son malas en sí mismas y son un riesgo para la paz y la convivencia sana entre los hombres. Beber de la espiritualidad del Corazón de Jesús implica promover no sólo una justicia social más equitativa sino una justicia fundamentada sobre el amor [38]. El mandamiento de la justicia evangélica es posible en la medida en que es proclamada desde el amor: sólo una justicia basada en el amor puede ayudar al crecimiento integral del hombre (cfr EN 31).

Los diversos documentos del Episcopado latinoamericano postulan la proclamación de la justicia y la solidaridad como valores indispensables para el desarrollo personal y para el desarrollo de los pueblos. La falta de una justicia fundamentada sobre el amor facilita el deterioro de la promoción humana integral; de ahí la urgencia de rehacer todo germen que obstaculiza estos principios existenciales. La promoción de la justicia es un factor fundamental de la evangelización:

"La promoción de la justicia es parte integrante de la evangelización" (DP 1254).

"Intrépidos luchadores por la justicia, evangelizadores de la paz como Antonio de Montesinos, Bartolomé de las Casas, Juan de Zumárraga y tantos otros que defendieron a los indios..." (DP 8).

Frente a la situación del empobrecimiento de la mayoría de países del Tercer Mundo y ante tanta injusticia generalizada, tanto el silencio como la indiferencia muestran un desprecio por la vida y la dignidad humana. Sólo una justicia fundamentada sobre el amor podrá hacer real el principio de la solidaridad entre los hombres y entre los pueblos. Combatir la miseria y luchar contra la injusticia es promover a la par el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos y por consiguiente el bien común de la humanidad. Creemos que tanto la dignidad y la promoción de la persona como la justicia basada en el amor son actitudes existenciales que tienen su fundamento sobre la misericordia que se revela en el Corazón de Jesús.

Finalmente, anunciar el amor del Traspasado en clave misionera implica tener una actitud intensamente orante delante de la realidad coyuntural del mundo y de la vida de los hombres. Orar con sentido profundo y existencial desde las clásicas letanías dirigidas al Corazón de Jesús, nos puede revelar cómo éste es la fuente de fidelidad a la existencia humana.

Anteriormente nuestros abuelos oraban desde la expresión religiosa:

"Sagrado Corazón de Jesús en vos confío". Espiritual y psicológicamente en esta jaculatoria se expresaba la necesidad de tener un modelo de identificación para confiar en él e imitarlo. En efecto, todos los hombres necesitamos modelos para identificarnos con ellos. Creemos que el Corazón de Jesús nos da el modelo de hombre que mejor testimonia una justicia basada en el amor y en la promoción de la persona humana. Muchos textos del Nuevo Testamento justifican que toda la vida de Jesús estuvo marcada por una constante denuncia de todas aquellas normas y leyes que no favorecían una vida más digna para los hombres de su tiempo (cfr Mt 12,7; Mc 2,27; Lc 6,5).

3.3.2.- La denuncia, fundamento para acrecentar la misión.

La denuncia no es una actitud nueva en la Iglesia. El obrar y el actuar de la mayoría de los profetas de Israel, como Isaías, Amós, Oseas, etc. está marcada por su singular actitud de anuncio y denuncia. Éstas están acompañadas por una profunda experiencia en Dios. En la Iglesia de los siglos pasados, como también en la de nuestro tiempo se aprecian figuras carismáticas con­sideradas como proféticas, reivindicando un proyecto de vida nuevo y denunciando todo aquel germen de vida que deshumaniza y destruye al hombre.

En efecto, hombres como San Benito, San Francisco de Asís, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Ávila y en nuestro días Juan XXIII, los obispos Oscar Romero, Angelelli, Helder Cámara, Pedro Casaldàliga y otros. Todos ellos han mantenido una actitud de denuncia delante de las estructuras inhumanas e injustas de la sociedad religiosa y de la sociedad civil. No escatimaron momentos para hablar de la esperanza que se gesta en el Corazón de Dios cuando se defiende la causa de los hombres.

También la vida de Jesús está marcada por la dialéctica: anuncio y denuncia. Su vida no sólo está marcada por el anuncio del Reino sino también por la denuncia constante de aquello que deshumaniza y explota al hombre. La espiritualidad del Corazón de Jesús en clave pastoral actualizada, implica denunciar constantemente todo aquello que no favorece a las clases sociales más empobrecidas. Los pobres de nuestro mundo son reducidos a una crucifixión lenta y angustiante. El amor de Dios clama justicia para todos ellos. La denuncia delante de estas estructuras que oprimen a los más débiles no puede ser reducida a una paradoja ni a una demagogia [39].

Podemos enumerar varios tipos de denuncias para salvar la dignidad del hombre. Para mostrar dos ejemplos opuestos vamos a situarnos en las visiones de denuncia de Santa Margarita Mª de Alacoque y de Mons Romero. Mientras que la Santa del Corazón de Jesús se sitúa en una clave interpretativa en línea más bien intimista: "Me duele el corazón por las ofensas hechas a Cristo". La religiosa reduce su actitud de denuncia a una experiencia espiritual entre ella y Jesús. Monseñor Romero se sitúa en clave de denuncia hasta el punto de poner su propia vida en peligro. El obispo del Salvador, después de la muerte injusta del P. Rutilo Grande descubrió que no podía mantener una actitud de silencio delante de la muerte indiscriminada de los pobres de El Salvador. Prometió públicamente que no participaría en ningún acto oficial mientras no se aclarasen los crímenes y cesase la represión en el país centroamericano. Mons Romero inspirado en la frase de San Ireneo "la gloria de Dios es el hombre viviente" (cfr San Ireneo "tratado contra las herejías" libro III,20,2-3) y frente a la realidad de su pueblo sufriente parafrasea al Santo de Lyon diciendo que "la única gloria de Dios es que el pobre viva" [40].

La denuncia de muchos profetas, como también la de Jesús, les llevó hasta la muerte. Sin embargo los asesinos pudieron callar su voz pero no pudieron silenciar su palabra. Tanto las palabras de Jesús como la de tantos otros profetas quedaron sembradas en los corazones y en la memoria del pueblo creyente, como es el ejemplo de Monseñor Romero:

"Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policial, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice : no matar... Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas sin van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios; ¡ Cese la represión !" [41].

Voces actualizadas de nuestra Iglesia han aunado esfuerzos para actualizar la espiritualidad al Corazón de Jesús en la línea que hablábamos anteriormente: "compasión misionera liberadora". El P. Arrupe declaraba poco después de ser elegido superior general de la Compañia de Jesús:

"El símbolo del Corazón de Jesús nos manifiesta el misterio del amor de Dios que en Jesús se hace presente y se hace solidario y compañero del hombre que sufre por causa de la injusticia del mundo. Es necesario poner los ojos en los que tienen el corazón herido y ver en ellos al crucificado" [42].

En la misma línea que el P. Arrupe se manifestaba Mons Romero en la Eucaristía-funeral que celebró en la iglesia parroquial del pueblecito de Aguilares (El Salvador) días después de que el Ejército Nacional hubiera profanado la citada iglesia y matado a varios campesinos:

"Ustedes, campesinos del pueblecito de Aguilares, son la imagen del Divino Traspasado. Ustedes hoy son el Cristo sufriente en la historia. En esta nuestra hora de nuestro pueblo, no sabemos si el Siervo de Yahvéh que proclama Isaías es el pueblo sufriente o es Cristo que viene a redimirnos" [43].

Acompañar al Pueblo de Dios desde la espiritualidad del Corazón de Jesús implica tener un oído atento a las necesidades de los hombres, sobre todo de los que hoy son crucificados. Tener una actitud y un corazón de pastor, que sabe acompañar al pueblo en medio de sus sufrimientos y de sus esperanzas. El buen pastor se deja llevar por la misericordia y por la alegría; a Mons Romero le gustaba repetir que Dios no nos quiere infelices, Dios no quiere el llanto que es fruto de la injusticia y del atropello de la dignidad del hombre. Dios quiere que el hombre sea feliz y pueda desarrollar todas las potencialidades con las cuales fue creado. La actitud del buen pas­tor presupone momentos de profunda oración contemplativa, actitudes de servicio gratuito y desinteresado, sentimientos de fraternidad y solidaridad y, finalmente, una promoción humana tal que cualquier hombre, sobre todo el pobre, sea sujeto de su propia liberación. Con estas palabras lo expresó la III Conferencia latinoamericana:

"Acercándose al pobre para acompañarlo y servirlo, hacemos lo que Cristo nos enseñó, al hacerse hermano nuestro, pobre como nosotros. Por eso el servicio a los pobres es la medida privilegiada aunque no excluyente de nuestro seguimiento de Cristo" (DP 1145).

Vivir la espiritualidad del Corazón de Jesús en clave misionera  renovada supone convertirse en persona con un corazón misericordioso y disponible para la misión, en persona entera y madura que ha asumido la vida como el mejor regalo de Dios y acoger al otro como un hermano porque en su rostro humano se dibuja el rostro de Dios. También implica ser capaz de reconstruir los corazones rotos y deshechos, ayudarles a "bajar de la cruz" y curarles las heridas. El Corazón de Dios revelado en el Corazón de Jesús se conmueve delante del hermano herido y abatido en el camino, no se deja llevar por la sensiblería, el paternalismo y mucho menos la lástima. En efecto, creemos que la espiritualidad del Corazón de Jesús en nuestro momento actual de la historia tiene sentido porque mira al Traspasado con ojos de fe y esperanza y así como Dios resucitó al que traspasaron, también hará posible un nuevo amanecer para los miles y miles de hombres que se les robó su dignidad crucificándolos.

En efecto, para poder responder a las alegrías y las esperanzas, a los sufrimientos y a las ansiedades de la gente, para que los crucificados de la tierra puedan gozar de la resurrección del Señor, creemos que "el lenguaje del corazón" posibilita una manera diferente de presentar el mensaje evangélico. El desafío es estrenar y hacer visible la civilización del amor de la que tantas veces nos ha "hablado" Juan Pablo II. Hoy más que nunca los corazones rotos y deshechos reclaman comprensión y misericordia para construir un mundo más humano, un mundo moldeado según el Corazón de Jesús [44].

Situados en el marco referencial de la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús es necesario observar una cuestión que no podemos dejar de mencionar; la espiritualidad del Corazón de Jesús no es una devoción del amor a secas y no lo es porque arranca de una inspiración bíblica. El amor de Dios no es una idea, ni una actitud deducida de un puro acto antropológico que conoce muchas expresiones de amor. El amor de Dios nos ha sido manifestado en Cristo Jesús, quien nos ha amado cuando todavía estábamos sin fuerzas (Rom 5,6-41; 1 Jn 4,10). El amor de Dios manifestado en Jesús no es un amor interesado sino un amor que ha dado la vida. No es un amor fracasado, derrotado por la fuerza del mal, sino que es un amor que reconcilia desde la cruz, es un amor que nos envía a dar la vida por los demás. Una visión del amor sólo desde categorías antropológicas sería empequeñecerlo, sería reducirlo a amar a los que nos aman. Lo privaríamos de su valor redentor. Para los creyentes el amor de Dios implica una actitud de anuncio y de denuncia. De lo contrario perdería su dimensión profética y sólo obedecería a intereses y sentimientos personales.

3.4.- Una Iglesia festiva.

El signo más expresivo del amor de Dios es Jesucristo levantado sobre la cruz a quien contemplamos con el Corazón traspasado [45] (Jn 19,31-37; LG 48b). Jesús tiene llagado el Corazón para que conociéramos hasta dónde pudo llegar su amor y su compromiso con los hombres.

Confesamos que el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones, por eso creemos que Dios nos invita no sólo a realizar una misión evangelizadora fundamentada en la misericordia, sino también a celebrar nuestra fe en el Traspasado. Partimos de la pregunta: ¿Cómo vincular el sacramento de la Eucaristía con la espiritualidad del Corazón de Jesús?

En efecto, la Eucaristía ocupa un lugar privilegiado en la vida del cristiano ya que, como dijo el concilio es "la fuente y el culmen de toda evangelización" (PO 1). Ante la tibieza de muchos cristianos y el agotamiento apostólico es necesario recuperar la dimensión festiva de la fe y la vida sacramental, especialmente la fiesta de la Eucaristía ya que nos introduce en la liturgia celestial "donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta" (CEC 1136). La Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia ya que alimenta la vida cristiana, sostiene el dinamismo evangelizador, preserva del desánimo espiritual, fortalece las energías pastorales y renueva la "dulce alegría de evangelizar" (EN 80).

La Iglesia y la Eucaristía son el mismo Cuerpo de Cristo (1 Cor 10,16-17), por eso podemos afirmar que la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia. Siguiendo el decreto Ad gentes, "la Eucaristía perfecciona la Iglesia". Parafraseando esta idea bien podemos decir que la Eucaristía hace que la Iglesia tenga más corazón y más entrañas de madre y de padre. Celebrar la muerte y la resurrección del Señor implica, comulgar con el sufrimiento de los hombres que tienen el corazón traspasado y tienen necesidad de ser liberados.

Cuando la comunidad cristiana se reúne para celebrar el Memorial del Señor, siempre lo hace en nombre de la Trinidad, ya que ella es el mejor ejemplo de la comunión. Cuando la celebración termina, los fieles no sólo son bendecidos en nombre de la misma Trinidad, sino que en nombre de ella son enviados para que comuniquen el misterio de la salvación de Dios a los otros: "vayan en paz" y evangelicen a toda la creación (Mc 16,15), de esta manera se renueva el mandato de Jesús "vayan y anuncien la Buena Noticia a todos los hombres" (cfr Mt 28,19). La comunión con Jesús nos compromete a ser sus testigos en el mundo [46].

La Eucaristía que es el corazón de la Iglesia se asocia a dos principios teológicos que guardan una fiel relación con la espiritualidad del Corazón de Jesús: el amor y la reparación.

En efecto, el amor y la reparación son dos rasgos fundamentales de la espiritualidad del Corazón de Jesús. No es posible concebir el amor de Dios manifestado en Cristo sin pensar en la obra salvadora fruto de este mismo amor. Así como el amor de Dios revelado en el Corazón de Jesús nos obliga a reflexionar sobre la causa de nuestra propia salvación, la reparación acentúa más bien el aspecto humano, libre y personal de la acción salvífica de Dios realizada en Cristo.

Esta doble circularidad amor-reparación, reparación-amor en el marco de la Eucaristía revela el cumplimiento de la Nueva y Eterna Alianza llevada acabo en Cristo y prometida desde toda la eternidad (cfr Tt 1,2). La Eucaristía se trasforma en camino de Dios hacia el hombre en su situación de peregrino, y al mismo tiempo en alimento por el cual el renacido por el agua y el Espíritu mantiene viva y actual su permanencia al Resucitado.

Según la reflexión del Padre Cappelluti en su artículo Eucaristía y reparación. Reflexión Teológica-Espiritual, Eucaristía y Reparación son dos aspectos del único misterio redentor donde se revela claramente la iniciativa de Dios y la aceptación del hombre. En la Eucaristía se hace presente la eterna oblación sacrificial de Cristo en favor de todos los hombres. Por otra parte, la reparación, entendida como ejercicio de la libertad humana, como acogida de la gracia salvadora de Dios, se hace efectiva, actual y personal esa misma redención realizada por Cristo una vez para siempre [47]. El hombre renovado y salvado por Cristo por la fuerza del Espíritu y por la participa­ción­ de la Eucaristía, reparará junto a Cristo y en Cristo por los pecados del mundo, movido por su ardiente caridad pastoral y ardor misionero denunciará todo germen de injusticia para inaugurar un nuevo Adviento.

En efecto, frente al Tercer Milenio, Iglesia nacida del Corazón de Jesús deberá recuperar con más fuerza su dimensión de servicio y opción por los traspasados de la tierra. El amor, alma de todas las virtudes, compromete a dar la vida por los demás. Por eso los renacidos del agua y del Espíritu al estilo de Jesús el buen Pastor, reconfortarán a los que se sienten desfallecidos en la encrucijada de los caminos de la vida.

En consecuencia, la Eucaristía fuente y principio de la existencia de la Iglesia, por medio de la Palabra de Dios, la invocación del Espíritu y los signos del pan y el vino actualiza no sólo el compromiso de Jesús en favor de los más desfavorecidos, sino también la comunión y la unión que deseaba Cristo en su oración al Padre "que todos sean uno" (Jn 17,21), que todos estén en el Corazón de Dios. En la última cena, al ser exaltado sobre la cruz  y "atraer a todos hacia él" (cfr Jn 12,32), por medio de los signos que presenta la comunidad que son fruto de su trabajo cotidiano, se expresa el grado más alto de fraternidad, solidaridad y compromiso entre los creyentes, que por el bautismo y la unción del Espíritu son consagrados sacerdotes gracias a la sangre purificadora y redentora del Traspasado.

El teólogo protestante Óscar Cullmann intentó demostrar la sacramentalidad de la escena del Traspasado con estas palabras:

"El nexo que une los sacramentos con la muerte de Cristo se puede comprender, y por así decirlo, tocar con los dedos, en el crucificado. ¿Cómo comprender está relación?. Desde el punto de vista teológico se deduce que en los sacramentos Cristo hace que su Iglesia se beneficie de la obra expiatoria que él ha llevado a cabo por nosotros al morir. Desde el punto de vista cronológico se deduce del hecho de que inmediatamente después de su muerte, mientras que su cuerpo pendía todavía de la cruz, el Jesús histórico indica ya de qué forma habría de estar en adelante presente en el mundo: en el sacramento, es decir, en el bautismo y en la sagrada cena"[48].

En efecto, en la Eucaristía la Iglesia celebra lo esencial de la vida cristiana: el memorial de la muerte y resurrección de Jesús. El Traspasado que es el Resucitado, por medio de los signos del pan y del vino que han sido presentados se transforma en fuente de Vida para todos los que creen en él. En consecuencia, el cristiano fortalecido por el Pan de Vida y unido al Sacrificio de la Nueva Alianza, de alguna forma, se hará él también con Cristo eucaristía para sus hermanos, reparando junto a Cristo los pecados del mundo para la salvación de todos.

4.- APORTES PASTORALES DE LA ESPIRITUALIDAD DEL CORAZÓN DE JESÚS EN  LOS UMBRALES DEL TERCER MILENIO.

4.1.- Criterios Pastorales.

Aunque a lo largo de nuestra disertación ya hemos esbozado algunos aspectos de la pastoral que subyace en la espiritual­idad del Corazón de Jesús; antes de terminar y frente al desafío del Tercer Milenio, queremos ofrecer de una manera ordenada y sistematizada algunas opciones pastorales derivadas de la Teología del Corazón de Jesús.

Los cristianos que desde siempre hemos sido enviados para ser germen de unidad, esperanza y de salvación (LG 9), frente al Tercer Milenio debemos dar testimonio de ello desde el obrar y actuar cotidiano. En efecto, los cristianos necesitamos mostrar al mundo que, además de ser testimonio de la presencia de Cristo muerto y resucitado, somos una comunidad que vive la comunión de la Trinidad para reconciliar a los hombres con el Padre en el Espíritu, a los hombres entre sí y al mundo con su Creador (cfr DP 1301).

Frente a una sociedad secularizada que ha perdido la fe en Dios, ante las diversas desigualdades excesivas de las clases sociales, ante las tensiones económicas que destruyen a personas y familias enteras, frente al desafío de la paz entre los hombres y entre los pueblos; la Iglesia que nace del Corazón de Jesús, ante el desafío del Tercer Milenio, debe estar en disposición de ofrecer algunas opciones pastorales.

Nos ubicamos en el marco referencial de una Iglesia que fundamenta todas sus opciones y actividades pastorales sobre la misericordia. A ejemplo del Corazón de Jesús, que en la cruz revela el amor del Padre llevado hasta las últimas consecuencias; los desafíos pastorales deberán situarse en la línea del que nos habla San Juan, el mejor testimonio de amor "es dar la vida por los amigos" (Jn 15,13). Por eso optamos por:

Una Iglesia que cree en Dios Padre, en el Dios rico en misericordia y lento en el castigo. En el Dios que por amor a todos los hombres se ha dejado traspasar su Corazón en el Corazón de Jesús.

Una Iglesia que cree y anuncia a Jesucristo como el liberador, como el que protesta ante las injusticias de las clases opresoras y siente compasión por los que sufren, como el que ofrece un nuevo modelo de vivir y de estar en el mundo. Es menester presentar a Jesús como el hombre para los demás, como el que no se perteneció a sí mismo sino a los otros, sobre todo a los pobres y débiles.

Una Iglesia que cree en el Espíritu Santo que la empuja hacia la misión y la evangelización de todos los hombres y de todos los pueblos, y que para ello escucha, encarna, testimonia, proclama y celebra la Palabra de Dios.

4.2.- Líneas Pastorales en la perspectiva de la teología del Corazón de Jesús en los umbrales del Tercer Milenio.

1.- Cristocentrismo: Acercamiento al Redentor.

La espiritualidad del Corazón de Jesús en los umbrales del Tercer Milenio debe posibilitar contemplar a Cristo como el Salvador del mundo que por fidelidad al amor del Padre tiene el Corazón traspasado. Jesús tiene el Corazón llagado para que pudiéramos conocer hasta dónde pudo llegar su amor. Y como consecuencia de su amor sin límites, será necesario centrar la pastoral en aquello que creemos que es el núcleo del Evangelio: En el Corazón de Jesús se revela el amor misericordioso de Dios a todos los hombres. Centrar la tarea pastoral en este anuncio supone vivir la vida cristiana en clave de Buena Noticia, porque Jesús es la Verdad Eterna que se manifestó en la plenitud de los tiempos. Por ello será necesario:

Desarrollar una pastoral cristocéntrica ya que Cristo "es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8). Fomentar una espiritualidad centrada en la contemplación del Traspasado ya que él es el "levantado". En la cruz Cristo desea atraer a todos hacia sí para comunicarles su felicidad eterna y abrazarlos en un único gesto de amor.

Proclamar que "no hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la vida y el misterio de Jesús de Nazaret y el Hijo de Dios" (EN 22). Ante el Tercer Milenio los cristianos debemos confesar a Cristo Resucitado ante la historia y ante los nuevos desafíos del mundo con convicción profunda como lo confesó Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,6).

2.- El anuncio: La Buena Noticia es el "levantado".

Desde la espiritualidad del Corazón de Jesús el anuncio de la Buena Noticia se debe centrar sobre el "levantado" que por amor tiene el Corazón traspasado. Contemplar al que traspasaron implica mirarlo a él como la fuente de la Salvación. Desde esta perspectiva el anuncio es redentor, salvador y liberador. En nuestro mundo no sería posible anunciar la salvación con formar y métodos impositivos, de fuerza y violencia. Por ello habrá que:

Fundamentar el anuncio evangelización sobre la Buena Noticia del "levantado". Para ello, la Iglesia deberá fijarse más en la fuerza del amor y la misericordia que en el anuncio de su poder y de su prestigio. En efecto, será necesario desarrollar una pastoral que facilite la significatividad del amor, de manera que invita a todos los creyentes a mirar el "levantado" como el verdadero Hijo de Dios y a anunciarlo como Buena Noticia.

Desarrollar una pastoral que anuncia el amor como principio existencial de todo hombre. El "levantado" sobre la cruz demuestra al mundo que la fuerza del amor es más fuerte que la injusticia, que el odio y que la violencia de los hombres.

3.- La celebración: Gozo en el Espíritu.

Mirar al Traspasado nos lleva a celebrar no sólo el gozo de nuestra salvación realizada por Cristo, sino también a recuperar la dimensión festiva de nuestra fe. Por ello, los creyentes celebramos los sacramentos y toda la vida de fe en el gozo del Espíritu. En efecto, los sacramentos, además de ser momentos de gracia, también son presencia actualizada de la misericordia de Dios. Los cristianos por el sacramento del Bautismos somos incorporados a la gran familia cristiana que nos acoge en el Corazón misericordia del Padre celestial. En el sacramento de la Eucaristía podemos asociarnos a toda la Iglesia ya que según el Vaticano II ella es misterio de comunión; por ello acogemos con gozo el don de la redención realizado por Jesús con su muerte y resurrección. Por la penitencia descubrimos las actitudes de pecado que nacen del corazón del hombre. Por el sacramento de la reconciliación Dios nos invita a cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne (Ez 36,26), que sienta y que viva según el Corazón misericordioso de Dios. También en los restantes sacramentos somos llamados a participar de la bondad que se revela en el Corazón de Dios. Una pastoral centrada en la celebración deberá:

Promover un estilo de celebración de la liturgia que facilite la fiesta y el gozo pascual; que además de integrar la vida de los hombres con sus rasgos culturales, costumbres, folclore suscite la alabanza a Dios por su Corazón bondadoso y misericordioso reflejado en la creación y en el corazón de cada hombre de buena voluntad.

Fomentar un diálogo ecuménico o interreligioso que nazca del corazón entre los cristianos y entre los creyentes de las grandes religiones, multiplicando los gestos de acercamiento a los hermanos separados, a los alejados y a todos aquellos que aún sin ser cristianos, buscan a Dios con un corazón sincero. Escuchar, compartir y orar con ellos para buscar juntos los caminos que nos pueden llevar a la unidad entre todos los hombres de buena voluntad.

4.- La misericordia y la justicia como claves pastorales.

Una pastoral que se fundamenta sobre la espiritualidad del Corazón de Jesús tiene como claves fundamentales:

A.- La misericordia.

En un mundo donde parece que se han perdido los valores más fundamentales: la solidaridad, la justicia, la fraternidad y ante un nuevo milenio, la Iglesia que nace del Corazón abierto de Jesús, además de proclamar que el Traspasado es el Resucitado, que él es el que "vive"; debe fomentar una pastoral que defienda la dignidad, la promoción y la valoración de las personas. Para ello será necesario:

Fomentar una pastoral de la reconciliación empezando por la misma Iglesia que en muchas ocasiones se alejó del Espíritu misericordioso de Dios. En diversas ocasiones a lo largo de la historia no sólo se cometieron grandes pecados utilizando métodos de intolerancia e incluso de violencia al servicio de la verdad, sino que en nombre de Dios se exterminaron razas, culturas, pueblos. La Iglesia, aun siendo santa por su incorporación a Cristo, no se debe cansar de hacer penitencia por sus pecados. Ante el Tercer Milenio la Iglesia debe ofrecer al mundo una confesión por sus pecados y sus errores, de la misma manera debe invitar a los cristianos a encontrar en el sacramento de la penitencia el encuentro gozoso del corazón del hombre con el Corazón paternal de Dios.

Ejercer una pastoral fundamentada sobre la misericordia de Dios que se proyecta en todos los ámbitos y en todas las actividades pastorales, confirmando en los cristianos la fe en el Dios revelado en el Corazón traspasado de Jesús, que es signo de un amor sin limites.

B.- La justicia.

En un mundo donde la justicia ha dejado de ser un valor fundamental, una espiritualidad que centra su atención en la misericordia de Dios debe:

Proclamar una justicia fundamentada en el amor, para que, sobre todo los pobres y más necesitados, tengan no sólo lo que es de justicia sino todo aquello que es necesario para su desarrollo y promoción.

Desarrollar una pastoral profética que anuncie la justicia de Dios. Derribar a los poderosos de sus tronos y exaltar a los que son víctimas de los intereses políticos y económicos de los que manejan los destinos de los pueblos. A los traspasados de la tierra se les continua hiriendo el corazón hasta derramar su última gota de sangre. En consecuencia, ante el desafío del Tercer Milenio es conveniente ejercer una pastoral en donde todos los hombres de buena voluntad sean acogidos, respetados y valorados ya que todos son hijos de Dios.

5.- Dinamismo y ardor misionero.

El Traspasado es la revelación de la bondad y de la misericordia de Dios que es destinada a toda la humanidad. Jesús es el reconciliador, el cordero pascual que con su muerte y resurrección constituye un Pueblo Nuevo: la Iglesia. El que se dejó traspasar el Corazón, nos invita a que todos los que lo miren se animen a anunciar su Buena Noticia para la salvación y la remisión del mundo. El "levantado" nos invita al impulso misionera para que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad. Para ello será necesario:

Promover el carácter misionero de todos los bautizados para que todos los hombres de buena voluntad sean incorporados a la Iglesia y celebrar su fe comunitariamente.

Ejercitar una espiritualidad misionera fundamentada en la mística del corazón, es decir, orar y obrar desde el corazón con una actitud contemplativa que compromete en una acción libre y fraterna.

Fomentar una pastoral de acogida, acompañamiento y aceptación incondicional de todas las personas, todas las culturas y todos los pueblos para poder llevar a cabo una pastoral cuyo mayor desafío sea que el hombre viva en paz consigo mismo y con la creación.

 

IV. CONCLUSIONES GENERALES

SÍNTESIS SISTEMÁTICA DE LA ESPIRITUALIDAD DEL CORAZÓN DE JESÚS

 

Aspectos Teológicos de la Teología del Corazón de Jesús.

Aspectos Antropológicos-Psicológicos.

Aplicaciones eclesiológicas-pastorales.

Principio teológico:

Dios es amor.

El amor, principio existencial para el proceso de personalización.

Desarrollar una pastoral fundamentada en la misericordia.

El amor de Dios se revela a los hombres en el Corazón de Jesús.

El hombre necesita comunicarse en libertad para su crecimiento humano.

Promover el amor y la libertad como desafío existencial de la persona humana.

Jesús amó con un corazón de hombre.

El hombre necesita amar y ser amado para su desarrollo integral.

Fomentar una pastoral que promueva, valore y respete a cualquier ser humano.

El Corazón de Jesús nutre la fe de los creyentes.

El hombre necesita celebrar su fe para su desarrollo espiritual.

Celebrar una liturgia que promueve la participación y la esperanza gozosa de la vida.

La Iglesia nace del Corazón abierto de Jesús.

La persona creyente necesita de un grupo humano para su crecimiento en la fe.

Crecer en una pastoral que promueve una espiritualidad comunitaria.

La Iglesia debe acompañar a los traspasados de la tierra.

El hombre necesita vivir en función de valores que den sentido a su existencia.

Fomentar una pastoral fundamentada en la misericordia, en la acogida fraterna y en la lucha por la justicia.

El Corazón traspasado de Jesús, esperanza para los traspasados.

El hombre necesita tener esperanza para dar sentido a su vida.

Desarrollar una pastoral de acompañamiento y aceptación incondicional de los traspasados y de los alejados.

La espiritualidad del Corazón de Jesús tiene sus raíces en la Biblia, sobre todo en el texto de San Juan 19,31-38 tan sabiamente interpretado y comentado por los Santos Padres.

Nos centramos sobre el simbolismo del corazón ya que no sólo conecta con los sentimientos más íntimos del hombre: el amor, la ternura, sino que evoca la profundidad del ser humano. La persona humana se mueve por el mundo básicamente con dos brújulas: la de la razón y la del corazón. Con la de la razón trata de ver claro y de poner orden a su alrededor. Con la del corazón va a la búsqueda del prójimo adivinando cómo tiene que actuar.

No creemos haber descubierto un nuevo método de hacer teología desde el corazón. Tampoco una nueva manera de hacer pastoral, pero sí hemos conseguido acercarnos y centrarnos a una espiritualidad que se fundamenta sobre el Corazón de Jesús. Simbólicamente nos introducimos en su costado abierto para que desde allí, podamos contemplarnos a nosotros mismos, al hombre y al mundo actual.

Contemplarse a uno mismo no es tarea fácil. Sin embargo, una mirada atenta al Traspasado implica hacer una introspección personalizada y escuchar atentamente los sentimientos que subyacen en el propio interior. Por una parte, la espiritualidad del Corazón de Jesús nos advierte del amor con que Dios nos ha amado, pero por la otra, del dolor existencial que se alberga en el corazón de cada hombre. La otra cara del amor se llama dolor. Quien ama de verdad pronto o tarde gustará del sufrimiento. Esta realidad también la hemos vivido nosotros ya que no siempre aceptamos con paz rasgos de nuestra personalidad.

El aporte de la antropología-psicología nos ha hecho descubrir que el hombre es una paradoja de luces y sombras. ¿Quién de nosotros no ha vivenciado, desde el corazón, el amor y el dolor, la alegría y la tristeza, la gracia y el pecado...? Verdaderamente hemos descubierto lo importante que es hacer un proceso de personalización sano e íntegro, puesto que éste podrá ser el fundamento y el principio de una vida espiritual profunda. Nos atrevemos a decir que, a nivel personal, profundizar en la espiritualidad del Corazón de Jesús ha sido como una "terapia" académica que nos ha ayudado a descubrir los secretos de nuestro propio corazón.

En efecto, mirarnos a nosotros mismos, desde la perspectiva del Corazón de Jesús, nos ha ayudado a relativizar y a aceptar con más paz muchos aspectos de nuestra personalidad que, anteriormente eran motivo de conflicto personal. Por otra parte, mirar al hombre y al mundo no ha sido tarea fácil, sobre todo en este momento tan crucial de la historia de la humanidad. Los conflictos étnicos, una economía de mercado que excluye del sistema a los pobres, las guerras del Este de Europa y en otros puntos del mundo, nos han hecho pensar el desafío a que tendrán que hacer frente los hombres del mañana. Creemos que la espiritualidad del Corazón de Jesús conecta con los problemas más profundos del hombre y de nuestro mundo actual y nos invita a una conversión que nazca del corazón, porque sólo desde un corazón reconciliado el hombre podrá cambiar la faz de la tierra.

Llevados de la mano de la Gaudium et Spes descubrimos que el hombre es un desconocido para sí mismo. Sólo Cristo revela quién es y hacia dónde va el hombre, puesto que "el misterio del hombre sólo se esclarece a la luz del Verbo encarnado" (GS 22). Hemos descubierto que para acercarnos al hombre primero debemos acercarnos a Jesús, puesto que él es el ideal de hombre, él es el hombre perfecto. Él nos da las pautas para entender el misterio del hombre. En efecto, la libertad, la limitación humana y el amor, visto desde la psicología convergen a un sano proceso de personalización. El hombre desde la espiritualidad del Corazón de Jesús es llamado no sólo a un proceso de personalización sano sino también íntegro. De esta manera el hombre es contemplado con toda su grandeza.

En consecuencia, ante la espiritualidad del Corazón de Jesús no hemos podido evitar hacernos unas preguntas hirientes e inquietantes como: ¿Por qué si el Corazón de Dios es tan misericordioso, la vida humana es tan cruda? ¿Por qué el clamor de tantos pobres traspasados por la injusticia, el hambre, las guerras, la corrupción? ¿Por qué nuestra realidad es tan poco humana después de haber contemplado tantas veces el Corazón misericordioso de Dios?. Son preguntas que nacen del corazón y que no es fácil encontrar respuestas. Creemos que el rostro desfigurado del Siervo de Yahvéh que cargó sobre sus hombros los pecados de los hombres puede dar respuesta a estas presentas. Sólo perdonando y confiando en Dios, que triunfó sobre sus verdugos resucitando a Jesús de la muerte, podremos afirmar que la justicia de Dios triunfará sobre la injusticia de los hombres.

Hemos contemplado el mundo desde sus gozos y esperanzas, desde sus tristezas y angustias, es decir, desde su encrucijada existencial. El propio concilio Vaticano II y los diversos documentos del Magisterio nos han ayudado a hacer un acercamiento lo más real y posible a la problemática de nuestro mundo. Jesús que amó con un corazón humano nos enseñó a mirar el mundo desde el Corazón de Dios. Hemos descubierto que Dios no terminó la creación sino que la confió al hombre para que éste no sólo la termine sino que la humanice y la recree. Dios ha puesto en la mano del hombre su gran sueño: hacer un mundo más habitable.

Creemos que la espiritualidad del Corazón en clave actualizada ofrece al mundo y a la Iglesia los elementos necesarios para que este realidad existencial sea posible entre los habitantes de la tierra.

Desde el punto de vista teológico-pastoral hemos descubierto que la espiritualidad del Corazón de Jesús lleva al contenido central de la verdadera religión del amor. Como ya indicamos Pío XII la definió como: "la síntesis de todo el misterio de nuestra redención" conectando con los grandes temas teológicos, lo cual nos habla de su validez y sólida fundamentación. El primero es la pasión y resurrección de Cristo. Sabida es que en su devoción el pueblo fiel y sencillo adoró y veneró al Corazón traspasado de Cristo descubriendo en él el amor misericordioso de Dios. El segundo, la Eucaristía, que es signo del misterio del amor concretado y prolongado en el tiempo, un misterio que renueva la presencia real de Jesús. La misma presencia trata de actualizar a su modo la profecía de Zacarías: "mirarán al que traspasaron". El tercero, el Espíritu Santo que viene a ser como el principio y fruto más preciado y valorado de la espiritualidad, ya que no sólo surge del costado abierto de Jesús, simbolizado por el agua, sino que actualiza su salvación y es como el alma que anima a la Iglesia de Jesús.

 

IV.              BIBLIOGRAFÍA Y SIGLAS

BIBLIOGRAFIA

Amengual i Batle, J., La Iglesia nacida del costado abierto de Cristo en Contemplar al que traspasaron, Sto. Domingo 1990.

Boff, L., Y la Iglesia se hizo pueblo, Santander 1986.

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Diez Macho, A., El corazón en la Biblia : Símbolos de la persona en Con un Corazón Humano, Sto.Domingo 1982.

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Häring, B., El Sagrado Corazón de Jesús y la salvación del mundo, Colombia 1995.

Marimón, Ricardo, El Corazón de Jesús intercesor ante el Padre.., en Cristología en la perspectiva del Corazón de Jesús, Bogotá 1982.

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Teran, J., El culto al Corazón de Jesús en la evangelización latinoamericana en Cristología en perspectiva del Corazón de Jesús, Bogotà 1982.

 

1. SIGLAS:

AG          Concilio Vaticano II, Decreto "Ad Gentes".

ChL         Juan Pablo II, Exhortación "Christifideles laici".

CEC         Catecismo de la Iglesia Católica.

DP          III Conferencia del Episcopado latinoamericano.

DM          Juan Pablo II, Encíclica "Dives in Misericordia".

EN          Pablo VI, Exhortación "Evangelii Nuntiandi".

GS          Concilio Vaticano II, Constitución pastoral "Gaudium et Spes".

HA          Pío XII, encíclica  "Haurietis Aquas".

HG          Pío XII, Encíclica, "Humani Generis".

ID          Pablo VI, carta apostólica "Investigabiles Divitias".

LE          Juan Pablo II, Encíclica, "Laborem Exercens".

LG          Concilio Vaticano II, Constitución dogmática "Lumen Gentium".

LPNE        Conferencia Episcopado Argentina, "Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización".

M.          II Conferencia del Episcopado latinoamericano.

M.SS.CC.    Congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María (Mallorca).

OA          Pablo VI, Encíclica "Octogesima Adveniens".

PC          Concilio Vaticano II, Decreto "Perfectae caritatis".

PP          Pablo VI, Encíclica  "Populorum Progressio".

PO          Concilio Vaticano II, Decreto "Presbyterorum Ordinis".

Reglas      Norma de vida de los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.

RP          Juan Pablo II, Exhortación "Reconciliatio et Paenitencia".

RH          Juan Pablo II, Encíclica "Redemptor Hominis".

SC          Concilio Vaticano II, Constitución dogmática "Sacrosanctum Concilium".

SD           Documento de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Sto. Domingo República Dominicana.

SM          Conferencia del Episcopado Argentino, Documento de San Miguel.

SD          Juan Pablo II, Exhortación "Salvifici Doloris".

SRS         Juan Pablo II, Encíclica "Sollicitudo Rei Socialis".

TMA         Juan Pablo II, Carta pastoral "Tertio Millenio Adveniente".

 

  [1] Cfr. González Faus, J.I., Proyecto de hermano. Sal Terrae. Santander 1987, pp. 83-120.

      [2]  Ladaria, L.F., Introducción a la antropología teológica, Ed. Verbo divino, Navarra 1993.

      [3]  Cfr. Gevaert, J., El problema del hombre, Ed. Sígueme, Salamanca 1984, pp. 187-230.

      [4]  Cfr. Mateos, J y Barreto, J, El Evangelio de Juan, Ed. Cristiandad, Madrid 1979, p. 786.

     [5]  Cfr. Sisti, A., Misericordia, en Nuevo diccionario de Teología bíblica, Ed. Paulinas, Madrid 1990, col. 1216-1224.

     [6] Los devotos de la espiritualidad del Corazón de Jesús repetían la expresión: "Corazón de Jesús, manso y humilde de corazón, haced mi corazón semejante al tuyo".

     [7] Por regla general el animal manso se acerca a las personas y se deja acariciar por ellas. No tiene intención de atacarlas ni de hacerles daño. También a la naturaleza se le atribuye la "virtud" de la mansedumbre así por ejemplo: una mansa brisa; un manso arroyo, un manso canto de pájaros...

     [8] Cfr. Nouwen, H., El regreso del hijo pródigo, Ed. PPC, Madrid 1996, pp. 50-64.

     [9]  Ibid, p. 121.

    [10]  Cfr. Aguirre, R. y Vitoria, F.J., Justicia, en Mysterium Liberationis, Ed Trotta, Madrid 1990, pp. 539-578.

    [11] "Pero, ay de vosotros, los fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza y dejáis a un lado la justicia y el amor de Dios... ".

    [12]  Cfr. Cox, H., Las fiestas de locos, Ed. Taurus, Madrid 1972, p. 26.

    [13]  Cfr. Tamayo-Acosta, J.J., Hacia la comunidad, Ed. Trota, Madrid 1995, pp.122-139. 

    [14]  Cfr. Häring, B., El Sagrado Corazón de Jesús y la salvación del mundo, Ed. San Pablo, Santafe de Bogotá, 1995, p. 150.

    [15]  Cfr. Chauvet, L.M., Símbolo y sacramento, Ed. Herder, Barcelona 1991, pp. 148-153.

    [16]  Cfr. Urtasum, C., Las oraciones del Misal, Ed. Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona, 1995, pp. 355 -366.

    [17]  Cfr. Muñoz, H., y equipo,  El Misal de Pablo VI, Ed. Claretiana, Buenos Aires, 1977, pp. 161-164. 

    [18]  Cfr. Reynés J., Espiritualidad de los traspasados, en Contemplar al que Traspasaron, Ed MSC., Sto Domingo 1990, pp. 156-189.

    [19]  Cfr. M.SS.CC. Declaración sobre los puntos básicos del instituto, en Documentos del Capítulo Especial 1969-70, p.7.

    [20]  Cuando decimos Dios aludimos a algo mucho más profundo que los  "dioses". Nos referimos a Dios como misterio y como trascendencia. En una sociedad que todo lo tiene controlado es necesario mostrar el rostro de Dios como Padre, pero también como misterio mayor de lo que nosotros mismos podemos pensar, imaginar, controlar y verificar.

     [21]Cfr. Ricoeur, P., Manifestación y Proclamación en Fe y filosofía, problemas del lenguaje religioso, Ed Alma, Gesto y Docencia, Buenos Aires 1990, p. 93.

    [22]  Citado por González Faus, J.I., La humanidad nueva, Ed. Sal Terrae, Santander 1974, p. 87.

    [23]  Citado por Marimón, R., El Corazón de Jesús intercesor ante el Padre, en Cristología en la perspectiva del Corazón de Jesús, Ed. Instituto internacional del Corazón de Jesús, Bogotá, 1982, p. 564.

    [24] Cfr. Gutiérrez, G., Pobres y opción fundamental, en Mysterium Liberationis, Ed. Trotta, Madrid 1990,     Tomo I, pp. 303-321.

    [25]  Cfr. Reynés, J., Espiritualidad de los traspasados, en Contemplar al que Traspasaron, Ed. MSC., Sto Domingo, 1990, p. 193.

    [26]  Nos parece oportuno recuperar, aunque en otro momento insistiremos sobre ello, la idea de que el mismo Juan Pablo II comenta en Christifideles laici la imagen de la parroquia como la casa abierta donde se puedan encontar los creyentes: "La parroquia con la participación viva de los fieles laicos, permanece fiel a su originaria vocación y misión: ser en el mundo el "lugar" de la comunión de los creyentes y, a la vez, signo e instrumento de la común vocación a la comunión; en una palabra ser la casa abierta a todos y al servicio de todos, o, como prefería llamarla el Papa Juan XXXIII, ser la fuente de la aldea, a la que todos acuden para calmar su sed" (ChL 27).

    [27]  Cfr. Sobrino, J., El principio misericordia, Ed. Sal Terrae, Santander, 1992.

    [28]  Cfr. Reynés, J., Espiritualidad de los traspasados, en Contemplar al que Traspasaron, Ed. MSC, Sto Domingo, 1990, p. 157.

    [29]  Cfr Häring, B., El Sagrado Corazón de Jesús y la salvación del mundo, Ed. San Pablo, Santafe de Bogotá, 1995, p. 8.

    [30]  Citado por Sobrino, Jon, en Comunión, coflito y solidaridad eclesial, en Mysterium Liberationis, Ed. Trotta, Madrid 1990, p. 229.

    [31]  Ibid p. 223.

    [32]  Sobre todo el documento de Puebla se situa en el marco de la comunión y la participación. Comunión y partipación con los pobres, los humildes y sencillos (DP 974). Comunión y participación de los bienes que Dios nos ha dado (DP 1255).  

    [33]  Cfr. M.SS.CC., Reglas, 7

    [34]  Cfr. M.SS.CC., Reglas, 15.

    [35]  "Suplica a Yahvéh tu Dios en favor de tus siervos para que no muramos... Respondió Samuel al pueblo: Lejo de mí pecar contra Yahvéh dejando de suplicar por vosotros"  (1 Sam 12,19.23).

    [36] Cfr. González Ruiz, J. M., Profetismo, en Conceptos fundamentales de Pastoral, Ed. Cristiandad, Madrid 1983, pp. 830-840.

    [37]  Cfr. Bonora, A., Justicia, en Nuevo diccionario de Teología Bíblica, Ed. Paulinas, Madrid 1990, pp. 980-994.

    [38]  El documento de Medellín manifestó que el amor es el alma de la justicia. El cristiano que trabaja por la justicia social debe cultivar siempre la paz y el amor en su corazón (M 2,14).

    [39]  Cfr. Reynés, J., Un corazón nuevo para una evangelización nueva, Ed. MSC, Sto Domingo 1994, pp. 71-113.

    [40]  Sobrino, J., Monseñor Oscar A. Romero, un obispo con su pueblo, Ed. Sal Terrae, Santander, 1990.

    [41]  Cfr. Romero, O., Morir por Jesús, Ed. Rafael Cedeño, Buenos Aires 1983, p. 177.

    [42]  Cfr. Arrupe, P., El Corazón de Cristo centro del misterio cristiano y clave del universo, en Con un corazón humano, Ed. Amigo del Hogar, Santo Domingo, 1982, p. 81.

    [43]  Cfr. Sobrino, J., Monseñor Oscar Romero, un obispo con su pueblo, Ed. Sal Terrae, Santander, 1990, p.43

    [44] Cfr. Stierli, J., Prólogo, en Cor Salvatoris, Ed. Herder, Barcelona 1958, p. 8.

    [45]  Cfr. M.SS.CC., Reglas, 10

    [46]  Cfr. Gera, L. y Galli, C., Eucaristía y Nueva Evangelización, en Criterio  2139 (1994) pp. 435-439.

    [47] Cfr. Cappelluti, L., Eucaristía y reparación. Reflexión Teológica-Espiritual en Teología  45 (1985) pp. 35-77.

    [48]  Citado por Amengual, J. en, La Iglesia nacida del costado abierto de Cristo, en Contemplar al que Traspasado, Ed. MSC. Sto Domingo 1990, p. 135.