INTRODUCCIÓN |
1. La Espiritualidad del Corazón Nosotros pertenecemos a la familia de movimientos y asociaciones laicales, parroquias y congregaciones religiosas que «tienen sus corazones humanos en particular sintonía con el Corazón divino» (Juan Pablo II). Formamos parte de una numerosa familia animada por la Espiritualidad del Corazón. Como decía San Bernardo, practicamos el arte de leer el corazón a través de las heridas del cuerpo (sean anatómicas, sico-somáticas, mentales...). De hecho, «todas las generaciones de cristianos han aprendido a leer en el Traspasado por la lanza del soldado el misterio del Corazón del Hombre Crucificado, que era el Hijo de Dios» (Audiencia general 20.06.79; cfr. Redemptor Hominis, 16 y Dives in Misericordia, 13). Penetrando por la herida -corporal y simbólica- de Jesús hemos subido a la esfera más alta del misterio divino: «hemos conocido el Amor»; y hemos bajado, al mismo tiempo, a lo más profundo del misterio humano: «He aquí al hombre» (cfr. Gaudium et Spes, 22; Redemptor Hominis, 8). El Papa añade que frecuentemente los que practican esta Espiritualidad del Corazón no se quedan en puramente contemplativos, sino que «sacan del Corazón de Cristo de modo programático la energía vital de su actividad» (Ángelus 24.06.79). El momento crítico que vivimos nos reta a traducir al mundo actual nuestra Espiritualidad del Corazón (carisma) y a proclamar una Nueva Evangelización (misión). Para iluminar esta búsqueda propongo la clave que presenta la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano:
Parece que la Asamblea de Santo Domingo describía, sin pensarlo, el ministerio de Oscar A. Romero, arzobispo mártir de San Salvador (+ 1980).
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2. ... Y Monseñor Romero Se acerca el 2.000 y, en el cumpleaños simbólico del nacimiento de Jesucristo, vamos a celebrar los 20 años de la pasión y resurrección de este Obispo, del que se ha dicho: «En monseñor Romero Dios ha pasado por América Latina». Les propongo iluminar la clave que nos ofrece Santo Domingo a través de la vivencia de Monseñor Romero: - cómo hizo de la devoción al Corazón de Jesús la espiritualidad de su vida, - cómo predicó este Evangelio del amor misericordioso en medio del conflicto, - y cómo lo inculturó en su empeño por restaurar el rostro desfigurado de su pueblo. Espiritualidad del Corazón, Inculturación, Nueva Evangelización, Promoción/Liberación. Renovación desde América latina del carisma y de la pastoral. «Dice Gustavo Gutiérrez que la tarea fundamental de la teología de la liberación es cómo decir a los pobres de este mundo que Dios los quiere. Y eso es lo que iluminó con eficacia Mons. Romero» (Sobrino).
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3. Bibliografía Nos servimos de una bibliografía selecta de primera mano: Su Diario (las anotaciones de agenda transcritas de los casetes que grababa antes de acostarse), Imp. Criterio, San Salvador 1989; la biografía desmitificada de Jesús Delgado, Oscar A. Romero. Biografía, UCA, El Salvador 1990; los materiales recogidos por María López Vigil, Piezas para un retrato, UCA, El Salvador 1993; los estudios de Jon Sobrino, Monseñor Romero, UCA, El Salvador 1989.
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4. Cronología 15 agosto 1917 nace en Ciudad Barrios. 4 abril 1942 es ordenado sacerdote. 21 junio 1970 consagrado obispo. 15 octubre 1974 obispo de Santiago de María. 3 febrero 1977 arzobispo de San Salvador. 12 marzo 1977 asesinato del P. Rutilio Grande y dos campesinos. 10 abril 1977 publica su primera carta pastoral. 14 febrero 1978 recibe el doctorado Honoris causa por la Universidad de Georgetown (Washington) febrero 1979 asiste a la Conferencia Episcopal de Puebla. 2 febrero 1980 nombrado Doctor Honoris causa por la Universidad Católica de Lovaina. 24 marzo 1980 asesinado mientras celebraba la eucaristía. 16 noviembre 1989 asesinan a 6 jesuitas y a dos sirvientas.
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1. El Obispo del Sagrado Corazón Nadie dudaba de que Oscar Romero fuera un fervoroso sacerdote, con un alto ideal: Ser con Cristo un crucificado que redime. Con Cristo ser resucitado que reparte resurrección y vida, escribió en la Revista interna del Colegio Pío Latinoamericano, mientras se preparaba en Roma, marzo de 1940. Lo que no estaba tan claro es si daba para obispo. Cuando el nuncio le comunicó la voluntad del Papa, su conciencia le obligó a hacer amplias consultas sobre si debía aceptar o no. Tenía una salud endeble, un temperamento nervioso y un carácter extremadamente tímido, terco e impulsivo. Así lo pinta Salvador Carranza, que lo conoció en aquel tiempo:
Formado en Roma, se declaraba seguidor del Vaticano II, pero cuando le mencionaban Medellín dicen que le atacaba un tic nervioso en la comisura de los labios. Todo lo consultaba con el nuncio escrupulosamente, de modo que no gozaba de la confianza del arzobispo Chávez ni de su auxiliar Rivera, mucho más abierto que él. Y, sin embargo, aceptó el nombramiento porque quería servir a la Iglesia sin reservas. El lunes 8 de junio de 1970 escribió en los Ejercicios Espirituales preparatorios de su ordenación episcopal: Venid y descansad un poco... Siento, después de unos días abrumadores de trabajo y cansancio, la dulzura y la intimidad con Jesús. ¡Cómo quisiera ganar en este necesario trato íntimo! Siento que me llama como un jefe a planear una nueva fase, a confiarme un cargo más delicado. Le entrego todo. El mes del Corazón de Jesús me inspira el deseo de una consagración más a fondo. Quisiera distinguirme por eso: por ser el obispo del Sagrado Corazón de Jesús. Por María, mi Madre, al Corazón de Jesús, sumo y eterno Sacerdote, Pastor y Obispo de nuestras almas. Es mi consagración, sintetizada en esta palabra: sentir con la Iglesia. Romero comprendía, por aquel entonces, la devoción al Corazón de Jesús de la manera más tradicional y la vivía sinceramente. «Decidió que su vida episcopal sería una continua reparación de sus pecados y de los pecados de los hombres. Interiormente eligió al Sagrado Corazón de Jesús como patrono de su vida episcopal, para unirse a la reparación que tantos otros hombres y mujeres en el mundo hacen a ese Corazón tan lacerado por los pecados de los hombres» (Delgado, 44).
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2. Proceso de conversión Entre los pecados más horribles, Romero denunciaba a los medellinistas y liberacionistas: quienes han querido valerse de la religión para destruir las bases mismas espirituales de la religión. Tenía la mira puesta en los jóvenes jesuitas de la UCA, en los pasionistas de Los Naranjos, en los curas radicalizados, en las CEBs politizadas... Electo arzobispo de San Salvador, muchos lo vieron como un pequeño inquisidor vaticanista, amigo personal del Presidente Molina y de muchos riquitos y oligarcas. Y, sin embargo, con motivo del asesinato del P. Rutilio Grande, un jesuita amigo, -¡a los 59 años!-, Romero cambió. Jon Sobrino analiza su conversión de esta manera: «No sé si interpreto bien lo que pasaba en aquellos momentos por el corazón de Mons. Romero, pero creo que debió experimentar que aquellos campesinos habían hecho una opción por él, le estaban pidiendo que él los defendiera. Y la respuesta de Mons. Romero fue la de hacer, él, una opción por los campesinos, convertirse en su defensor, en la voz de los sin voz... Su personalidad interior estaba desdoblada: en su corazón mantenía los ideales religiosos, aceptaba las directrices del Vaticano II y Medellín; pero su mente interpretaba la novedad del concilio y de Medellín desde una postura muy conservadora... Ese desdoblamiento interior creo yo que es lo que se fue disolviendo aquella noche, y creo que se le puede llamar conversión; no tanto como un dejar de hacer el mal para hacer el bien, sino como un radical cambio en captar y poner por obra la voluntad de Dios... Creo que ante el cadáver de Rutilio a Mons. Romero se le cayó la venda de los ojos: Rutilio tenía razón. El tipo de pastoral, de Iglesia y de fe que promovió Rutilio Grande eran las verdaderas... No era Rutilio Grande, sino él, el equivocado; no era Rutilio quien debiera haber cambiado, sino él, Oscar Romero» (Sobrino, 16-22). Mons. Rivera Damas comenta: «Un mártir dio vida a otro mártir... Esa conversión no fue como la de San Pablo camino a Damasco, repentina y espectacular, sino el resultado de una maduración lenta y progresiva a lo largo de su vida. En este sentido, Mons. Romero está muy cerca del común de los mortales... Fue un cambio en el amor, libremente asumido; con clara conciencia de entrega hasta la muerte por los más pobres del mundo, por el reinado de Dios, dentro de la Iglesia» (Delgado, 3). Tres meses después de su nombramiento, Mons. Romero era ya un obispo distinto. El 19 de mayo de 1977 el ejército entró en Aguilares, el pueblo de Rutilio, expulsó a los jesuitas, profanó la Iglesia y el sagrario y asesinó a muchos campesinos. Después de un mes de militarización, Monseñor pudo organizar una gran celebración reparadora. Era el 19 de junio, y empezó diciendo: A mí me toca ir recogiendo atropellos, cadáveres y todo eso que va dejando la persecución de la Iglesia... «Recuerdo también, y es lo que más me impactó de su homilía, el gran amor que Mons. Romero mostraba hacia aquellos campesinos de Aguilares, sufrientes y atemorizados por lo que habían vivido en el último mes. ¿Cómo mantener la esperanza de ese pueblo? ¿Cómo devolverles dignidad, al menos, en su sufrimiento? ¿Cómo decirles que ellos son lo más importante para Dios y para la Iglesia? Mons. Romero lo dijo con estas palabras: ustedes son la imagen del Divino Traspasado, del que nos habla la primera lectura. Ustedes son hoy el Cristo sufriente en la historia, vino a decirles. Y en otra homilía de finales de 1979, que también recuerdo bien, hablando del siervo de Yavé decía Mons. Romero que nuestro liberador, Jesucristo, tanto se identifica con el pueblo, hasta llegar los intérpretes de la Escritura a no saber si el Siervo de Jahvé, que proclama Isaías, es el pueblo sufriente o es Cristo que viene a redimirnos (Sobrino, 35). Dos religiosas que asistieron a esta misa por el P. Rutilio y los dos campesinos brutalmente asesinados, lo contaron de esta manera:
Toca a Cristo quien toca a sus cristianos, escribirá monseñor en la Segunda Carta Pastoral (1977), n.32. Lanzarse a una práctica de frontera le exigiría una renovación de su teología pastoral. Y, referente al culto del Sagrado Corazón que venimos estudiando, encontró la ocasión precisamente en República Dominicana. Un mes después de la Asamblea de Puebla dice en su Diario: «He ido a la República Dominicana porque en Santo Domingo se celebraba un seminario sobre el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús (del 19 al 23 de marzo de 1979), propiciado por un instituto internacional que organiza estos eventos en diversas partes del mundo... Fue un seminario muy útil en conocimientos teológicos, bíblicos y pastorales; sobre todo, en diálogo con los otros participantes de diversos países de Centro América y del continente. Estudiamos cómo hacer atractivo al público de hoy este culto que, sin duda, sigue siendo de actualidad, pero que, tal vez por no haberlo modernizado suficientemente es considerado por algunos como anticuado. Sin embargo, hemos comprendido, a la luz de estas reflexiones, lo necesario que es volverlo a poner en su debido honor. Para esto... organizamos un pequeño comité que, unido al centro internacional, buscará los medios para realizar estos ideales de renovación... Tuve el honor de que me nombraran presidente de ese pequeño grupo centroamericano; con gusto he aceptado porque siempre ha sido mi devoción predilecta y porque sé que este culto al Sagrado Corazón traerá muchos frutos para la pastoral de nuestras diócesis» (Su diario, p.142-143). Yo, que fui uno de los que participaron en el Encuentro, guardo dos recuerdos de Monseñor Romero: Una censura a mi impaciencia juvenil cuando critiqué la orientación conservadora del instituto -ya desaparecido- que patrocinaba el evento, y una palabra de ánimo por mi ponencia sobre el Cordero traspasado en el apocalipsis que le fortalecía personalmente en los difíciles tiempos de represión, y quizás de martirio, que sufría su diócesis. Aquel Congreso me puso en el justo camino de la renovación del culto que con tanto celo predicaban los jesuitas Solano y Mendizábal. Algo parecido debió significar para Monseñor: El paso de la imagen del Sagrado Corazón al Traspasado en la cruz, que podía seguir siendo -si lográbamos actualizarlo- el mejor remedio para los males de nuestro tiempo.
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3. Los que siguen al Cordero No desaparecen de su Diario todas las prácticas devocionales: Cuando se reúne, por ejemplo, con las Oblatas para planificar el encargo que le hicieron en Santo Domingo: Un regalo del Corazón de Jesús y ojalá que por nuestro humilde medio, su reino se extienda y profundice más en nuestros cristianos centroamericanos (l.c., p. 217 y 221). O cuando predica gustoso a las vendedoras de los mercados, puestos bajo el patronicio del Sagrado Corazón (l.c., p. 236, 239 y 276). O cuando hace la consagración en la fiesta de Cristo Rey (l.c., p. 342). Pero donde aparece la devoción como la espiritualidad que animaba su vida es en su servicio diario, actualizador de la misericordia: El país está herido y necesita un buen samaritano... La violencia, el asesinato, la tortura donde se quedan tantos muertos, el machetear y tirar al mar, el botar gente: todo esto es el imperio del infierno (1 julio 1979). ¿De qué sirven hermosas carreteras y aeropuertos, hermosos edificios de grandes pisos, sino están más que amasados con sangre de pobres, que no los van a disfrutar? (15 julio 1979). Esa sangre, la muerte, tocan el corazón mismo de Dios (16 marzo 1980). El momento más expresivo de este culto renovado fue la fiesta del Sagrado Corazón de 1979, unida sacramentalmente al corazón traspasado de uno de sus curas asesinados: El P. Rafael Palacios. «Jueves 21 de Junio de 1979: Las hermanas del hospital han sido las primeras en recordarme que este día es el aniversario de mi ordenación episcopal y, francamente, hace nueve años fui ungido con la plenitud del sacerdocio... Me ha parecido muy significativo celebrarlo con un sacerdote asesinado y con la solidaridad en pleno de todos los sacerdotes de la Arquidiócesis y muchos que han venido de otras diócesis, incluso el señor obispo de Santiago de María, Monseñor Rivera... Me pareció otra forma grandiosa de celebrar este aniversario el funeral del Padre Palacios. Fue traído desde Santa Tecla y en la basílica del Sagrado Corazón esperábamos todos los sacerdotes, religiosas y numerosos fieles que acompañamos en una procesión de impresionante silencio el cadáver hasta Catedral... En mi homilía traté de interpretar la voz de la sangre de un sacerdote asesinado que nos revela estos tres puntos: primero, el misterio de la iniquidad, señalando la situación injusta de estructuras pecaminosas en nuestro país y el pecado también de la Iglesia, que muchas veces se hace cómplice señalando o dudando de sacerdotes por su esfuerzo de estar al día en la pastoral de la Iglesia. El segundo punto, el misterio de la fidelidad, cómo morir así no es por ser malo, sino por ser fiel, como Cristo al Padre, como la Iglesia a Cristo. Y en tercer lugar, recoger un mensaje de esperanza, ya que esta muerte nos da la dimensión del trabajo de la Iglesia, de formar hombres nuevos en el amor y de abrirlos a la perspectiva eterna que la muerte señala en forma tan evidente. Viernes, 22 de Junio de 1979: Por la mañana, fui a Suchitoto a celebrar la Misa de cuerpo presente del Padre Rafael Palacios... En mi homilía uní la idea de la fiesta del Corazón de Jesús con la muerte del Padre Rafael. El sacerdote hace presente el misterio de Cristo que es misterio de amor. Era la mejor fecha para que Rafael Palacios volviera muerto a su pueblo adoptivo y decir en el día del Corazón de Jesús, «¡Misión Cumplida!»... Giramos alrededor del parque llevando el cadáver con una gran concurrencia y después fue sepultado en la capilla del Corazón de Jesús. Entre cantos pascuales, las lágrimas parecían iluminadas por una gran esperanza cristiana... Por la tarde, Misa del Corazón de Jesús en la basílica... En la predicación traté de presentar cómo la Iglesia ya estaba en el Corazón de Cristo histórico. Y el Corazón de Cristo sigue presente en la Iglesia, para santificarla, y para ponerla al servicio del mundo, con la misión que El trajo del Padre» (Su diario, pp. 227-229). Mons. Romero estaba pasando de la devoción a la espiritualidad y lograba inculturar, «sin equívocos, el Evangelio de la justicia, del amor y de la misericordia».
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4. Hasta dar la vida Para llegar a ser el Obispo del Sagrado Corazón todavía le faltaba responder a la pregunta que identifica con los sentimientos más profundos de Cristo. ¿Pueden ustedes beber el cáliz que yo voy a beber? A pesar de su repugnancia a morir, Monseñor dijo sí. En la última semana de febrero de 1980 Monseñor escribió en su último retiro lo que puede considerarse su testamento espiritual: «Deseo encontrarme con Jesús y participar de su obediencia al plan salvífico de Dios... Le pido que me haga más transparente de su amor, de su justicia, de su verdad... Vino el padre Azcue y todos nos confesamos: Me cuesta aceptar una muerte violenta que en estas circunstancias es muy posible. El padre me dio ánimo diciéndome que mi disposición debe ser dar mi vida por Dios, cualquiera que sea el fin de mi vida... Pero más valioso que el momento de morir es entregarle toda la vida, vivir para él.- Otro aspecto de mi consulta espiritual fue mi situación conflictiva con los otros obispos... Se puede ceder en algunos aspectos accidentales, pero no se puede ceder en seguir radicalmente el evangelio. Hemos llegado a la meditación del reino de Dios y del seguimiento de Cristo... Así consiento mi consagración al Corazón de Jesús, que fue siempre fuente de inspiración y alegrìa cristiana de mi vida. Así también pongo bajo su providencia amorosa toda mi vida y acepto con fe en él mi muerte, por más difícil que sea. Ni quiero darle una intención como lo quisiera por la paz de mi país y por el florecimiento de nuestra Iglesia... porque el Corazón de Cristo sabrá darle el destino que quiera» (cfr Delgado,188-191). Había escrito en su Cuaderno 1, 37: El aspecto sacerdotal de la muerte: el momento más sacerdotal de la vida . Se quema una bujía y se quema un foco, ¿y qué? ¿Acaso el río no sigue su cursos y sus aguas, empujando las turbinas que originan la electricidad? Bebió el cáliz del pueblo, y «Mons. Romero se ha convertido en un hombre universal, un hombre para todos las edades». Dejó que le traspasaran el corazón, y Mons. Romero se convirtió en «testigo y mártir de la verdad, la justicia y el amor de Dios». «Plenificó así su vida, compartiendo el destino de muchos salvadoreños que mueren asesinados; y plenificó su sacerdocio -como Jesús- ofreciendo no la sangre de corderos, sino su propio cuerpo y su propia sangre» (Sobrino, 195).
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1. El Dios de Óscar Romero (Siguiendo el artículo de J. Sobrino, «Monseñor Romero, creyente, arzobispo y salvadoreño», en Monseñor Romero, UCA, El Salvador 1989, pp. 67-76). Quizás pueda parecer muy poco decir de una persona que cree en Dios. Generalmente se da por supuesto que nosotros creemos de verdad, y que Dios es como nosotros lo creemos. Por esto nuestra fe tiene tan poca incidencia en la vida. Pero lo más grande que podemos decir de Mons. Romero es que creyó en Dios y creyó a la manera de Jesús. Su ejemplo vivo nos ayuda a descubrir si a nosotros nos mueve la misma fe, la misma dinámica, la misma fuerza interior que movía a Jesús (y que llamamos el Corazón de Jesús).
1.1 Creyó en el Dios del Reino Monseñor creía que la miseria de los pobres toca el corazón mismo de Dios. Por eso fue, en primer lugar, defensor de la vida y especialmente de la vida de los pobres. El mundo de la comida, del trabajo, de la salud, de la vivienda, de la educación es el mundo de Dios. La gloria de Dios consiste en que el pobre viva. Estaba convencido, además, que la voluntad salvífica de Dios tiene que ser hecha eficaz, y por esto no rehusó comprometerse con el conflicto y la organización de los pobres. Asumió algo que raramente asumimos: Sólo los pobres liberan a los pobres, y la misión de la Iglesia está en acompañarlos en la toma de conciencia de su protagonismo. Creyó también que la nueva sociedad tiene que ser una sociedad de hombres nuevos, de los hombres y mujeres del Reino. Por ello defendió siempre los valores morales y espirituales de la persona resaltados por Jesús de Nazaret.
1.2 Creyó en el Dios de la verdad Nadie ha hablado tanto y tan claro como Mons. Romero sobre la verdad en El Salvador. Le gustaba que dijeran que en su maleta llevaba la verdad. Nadie lo pudo acusar de mentiroso. Pero, además, hizo una cosa más difícil: Decir toda la verdad. Devolvió su valor a la palabra; Sus homilías daban testimonio de la realidad; cuestionó a todos los grupos y sectores, y él mismo estaba siempre dispuesto a escuchar, a reunirse, a aprender, a dar una oportunidad; pagó con el precio de su vida el compromiso con la verdad. Vio la defensa de la verdad como una exigencia de su fe en Dios, que se manifiesta en la historia.
1.3 Creyó en el Dios de lo nuevo A nivel personal fue capaz de convertirse a los 59 años, cuando los hombres ya suelen estar estructurados y cuando estaba en la pirámide del poder eclesial. Consiguió abrirse a la evolución del Vaticano, de Medellín, de Puebla, del magisterio papal, de la teología de la liberación. En su gestión episcopal se preocupó por dar respuesta a los nuevos problemas, de modo que escandalizaba por su apertura a la clase alta y a los militares jóvenes, al movimiento popular, a lo que muchos llamaban la izquierda, a los curas politizados, a otras iglesias. Incluso a lo que más temía... la insurrección armada. Cuando lo mataron estaba organizando un viaje para aprender de la experiencia nicaragüense. Todo esto fue dominando su carácter naturalmente tímido y conservador, como un modo concreto de seguimiento de Jesús. Aunque le costara sentirse solo y malvisto, especialmente por la Jerarquía.
1.4 Creyó en el Dios de los pobres En los crucificados de la historia se le hizo presente el Dios crucificado. En segundo lugar, encontró a Dios desde los pobres. Estaba convencido de lo que dice Puebla, 1142: «Por eso -por ser pobres, Dios toma su defensa y los ama». Se dejó evangelizar por ellos, por los positivos valores que lo cuestionaban y lo enriquecían.
1.5 Creyó en el Padre de Jesús Es evidente que en los rasgos anteriores hemos descrito la cara del Padre de Jesús. El Dios del reino, el Dios de la verdad, el Dios de lo nuevo, el Dios de los pobres, son nombres para caracterizar al Dios de Jesús. Mons. Romero, como Jesús, tuvo que mantener su fe en las pruebas que soportó: soledad, no-saber, ataque, persecución. La fe no se le dio directamente, sino que tuvo que ir haciéndola a través de la práctica de su difícil ministerio episcopal. Fue testigo fiel, como Jesús, hasta el final.
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2. El pueblo crucificado signo de los tiempos (Texto escrito por I. Ellacuría exiliado en Madrid en 1981, y publicado en Carta a las Iglesias desde el Salvador, 10/207 (1989) 4-6 y Selecciones de Teología, 116 (1990) 243-246; muy elaborado en Mysterium Liberationis, t. II, pp. 189-216, UCA, El Salvador, 1991). «Nuestro tiempo está lleno de signos a través de los cuales se hace presente el Dios que salva la historia. El problema está en discernirlos, en llegar a saber qué dice Dios a través de ellos y cómo debemos responder los hombres a esa voluntad de Dios apuntada a través de los signos... Pero entre tantos signos como siempre se dan, unos llamativos y otros apenas perceptibles, hay en cada tiempo uno que es el principal, a cuya luz deben discernirse e interpretarse todos los demás. Ese signo es siempre el pueblo históricamente crucificado, que junta a su permanencia la siempre distinta forma histórica de su crucifixión. Ese pueblo crucificado es la continuación histórica del siervo de Yahvé, al que el pecado del mundo sigue quitándole toda figura humana, al que los poderes de ese mundo siguen despojando de todo, le siguen arrebatando hasta la vida, sobre todo la vida. Su carácter de signo cristiano está asegurado por el mismo Jesús. En el que tiene hambre y sed, en el encarcelado y desaparecido, en el que es perseguido hasta la muerte por causa de la justicia y para que no siga reinando la injusticia, en el que es pobre porque ha sido despojado, en ése se esconde y aparece Jesús. En él se da el gran signo de los tiempos, precisamente en su opaca y ambigua transparencia... La Iglesia debería ponerse como misión histórica hacer volver a los hombres con ojos de misericordia -Dives in misericordia- a esa humanidad explotada y masacrada. Lo que las agencias de turismo hacen para que el mundo se divierta debería hacer la Iglesia en dirección contraria para que el mundo se convierta. Que los hombres pongan sus ojos y su corazón en Guatemala y sus gentes asesinadas, en El Salvador y sus diez mil víctimas enterradas en este año, en tantos sitios donde las mayorías son oprimidas secularmente y perseguidas cuando buscan liberarse de esa opresión. Y con los ojos y el corazón puestos sobre estas sangrantes realidades históricas, mediten sobre la pasión y la muerte de Jesús, sobre su corazón abierto por la lanza del poder, de la opresión y de la represión. Quizá salga así de ese corazón abierto una humanidad nueva y renazca así una Iglesia más resplandeciente, con menos manchas y arrugas, con mayor ímpetu profético, con mayor semejanza con Jesús muerto por nuestros pecados y matado por los ateos y asesinos de siempre... Les desafío a que lean los cuatro o cinco libros de Mons. Romero, sus cartas pastorales, y me digan qué hay en ellas que no sea auténtica y puramente cristiano. Y, sin embargo, fue asesinado: afortunadamente en el altar, para significar lo que él era y por qué se le perseguía. A esto contestan algunos inmediatamente que se le perseguía porque se metía en política. Yo siempre digo que no necesitamos meternos en política, que estamos dentro de ella. Lo más que cabría preguntarse es cómo salirse de ella. y ¿cómo va uno a salirse de la opción preferencial por los pobres, cómo del compromiso con esa gente, cómo de la muerte de 30.000 personas asesinadas en dos años, cómo de la miseria, el hambre, la violencia? ¿Cómo va Ud., cristiano, a salirse de todo eso? Las Iglesias de Latinoamérica interpelan a quien las quiera mirar, en esta cuádruple dirección:¿hay en su Iglesia una opción preferencial por los pobres?; ¿hay en su Iglesia un acompañamiento real a las luchas que realmente sean de liberación de las mayorías populares?; ¿hay un esfuerzo para que la teología y la pastoral se metan dentro de esos movimientos y traten de cristianizarlos?; ¿hay un factor profundo, importante, de persecución? Lo único que quisiera -porque eso de interpelación suena muy fuerte- son dos cosas: que pusieran Uds. sus ojos y su corazón en esos pueblos que están sufriendo tanto -unos de miseria y hambre, otros de opresión y represión- y después (ya que soy jesuita), que ante ese pueblo así crucificado hicieran el Coloquio de S. Ignacio en la Primera Semana de los Ejercicios, preguntándose: ¿qué he hecho yo para crucificarlo?, ¿qué hago para que lo descrucifiquen?, ¿qué debo hacer para que ese pueblo resucite?»
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3. Los cuatro dioses Luis Melgar Brizuela ha escrito un magnífico poema titulado Los dioses de la guerra (El Salvador 1992). La situación ha cambiado desde entonces, pero podría ser que el poema tuviera algo de «inspirado», y la palabra poética fuera también profética. Publicamos una selección, recortando, además, lo que dice del dios núm. 2 y del núm. 3 hasta donde aguanten nuestras tragaderas. Podemos no estar totalmente de acuerdo con el poeta, pero indudablemente nos ayuda a reflexionar sobre la originalidad de la fe de Mons. Romero y a cuestionarnos personalmente.
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