MANUAL ABREVIADO PARA LAICOS Y MISIONEROS DE LOS SS. CORAZONES

 

Cada familia religiosa tiene su propia espiritualidad. De otro modo ni siquiera se justificaría su existencia. Una espiritualidad propia supone que una persona o un colectivo leen el evangelio desde su perspectiva singular. Su talante, su sensibilidad, su carácter, las necesidades del entorno, las experiencias vividas le llevan a fijarse más en unos datos, textos o vivencias que en otros. Todos leen el mismo evangelio, pero los subrayados son muy distintos.

Es muy legítimo que tal suceda, pues nadie es capaz de abarcar la amplia gama de la espiritualidad cristiana ni de reproducir los múltiples acentos de la riqueza que manifestó Jesús en su vida mortal. Cierto que no se debe excluir ningún elemento esencial de la revelación cristiana, pero sí cabe enfatizar uno más que otro. La exclusión hace herejes o fanáticos. El subrayado otorga un perfil propio en el interior de la comunidad.

 

1. Joaquim Rosselló en los inicios del camino

En el inicio de una espiritualidad solemos encontrar a un personaje, de fuerte personalidad, que atrae a otros y conforma un grupo eclesial.  Así en las Ordenes y Congregaciones de la Iglesia, así en la Congregación de Misioneros SS. CC. Esta personalidad responde al nombre de Joaquín Rosselló que fundó la Congregación de los Misioneros de los SS. Corazones de Jesús y María (Mallorca).

El fundador nació el 28 de junio de 1833 en Mallorca y murió el 20 de diciembre de 1909. Su perfil remite a una infancia movida por el instinto de Dios, a una juventud piadosa, apostólicamente inquieta y generosa. A una madurez en la que engendra una Congregación dotada de la espiritualidad de los SS. Corazones, a la que transmite el gusto de la soledad, a la vez que el afán de trabajar por el Reino de Dios. A lo largo de su vida religiosa y apostólica desarrolla un poderoso carisma de dirección espiritual. Su palabra sencilla y convencida es apreciada y de muy buena gana recibida. Clérigos de gran talla espiritual acuden a él en busca de aliento y discernimiento.

El P. Joaquím Rosselló pasó inadvertido en el ámbito de la política, de la ciencia o la literatura. Ni por su cultura ni por su capacidad de mover los hilos de la convivencia ciudadana logró una especial relevancia. Es su irradiación espiritual lo que provoca un consenso de estimación y respeto. Al fundador de los Misioneros SS. CC. hay que agradecer intuiciones válidas y actuaciones destacadas en orden a restablecer la predicación en una época en que languidecía. Su inquietud apostólica rompió muchos moldes y rutinas.

 

2. Un carisma a compartir con los Laicos

Desde los orígenes se dieron numerosas y pujantes asociaciones en la Congregación. La casa de los SS. Corazones de Palma ha sido testigo de la formación recibida por muchos de sus miembros, así como de los buenos frutos que cosecharon. Ya celebrado el Concilio, con un nuevo clima y oteando otros horizontes, algunos grupos, como el de la parroquia Santiago Apóstol, en Bayamón, fueron adaptándose a lo que exigían los signos de los tiempos.

Mientras no surjan más precisas y fiables informaciones parece que la primera célula de Laicos Misioneros de carácter postconciliar, con el fin de vivir la misma espiritualidad y tener un marco de referencia común en la misión, aunque con diversos acentos y matices, cristalizó en la parroquia de Sta. Rosa de Lima (Sto. Domingo, RD), a mitad de la década de los ochenta, siendo Superior General el P. Aznárez. El grupo fue creciendo y estructurándose.

Habría que esperar el capítulo del año 1993 para que las cosas se formalizaran. El documento reconocía: somos conscientes que hemos entrado en una nueva dimensión de nuestro carisma. Nuestros laicos MM. SS. CC. son un precioso don del Espíritu Santo. En el capítulo del año 1999 ya la orientación estaba tomada desde años atrás. Por eso el informe del Superior General decía que ya no es opinable en la Congregación la promoción, el acompañamiento y, muy en breve, la colaboración organizada en nuestros ministerios de los Laicos Misioneros… Hoy es una urgencia inaplazable.

El capítulo del año 1993 definía los rasgos básicos de los Laicos Misioneros: son cristianos que reconocen haber recibido, entre los dones del Corazón de Jesús, la vocación laical y el conocimiento de nuestro carisma congregacional. En una Iglesia, todavía marcada por diferencias y categorías, subrayan la dignidad de la consagración bautismal, que a todos -varones y mujeres- nos hace radicalmente iguales, participantes del mismo sacerdocio, realeza y profetismo de Cristo. Quieren responder a la invitación de trabajar en la viña del Señor, que es el mundo entero. Se definen Misioneros Laicos de los SS. Corazones, contemplativos y servidores del Traspasado en los traspasados, misioneros del Amor de Dios, constructores de la Civilización del Amor, que consiste en el Reinado del Corazón de Cristo.

Ante la repetida objeción de que se ponía en marcha un grupo más, respondía el capítulo de 1999: Los Laicos y Laicas Misioneros de los SS. CC. no son un movimiento ni un grupo más. Son el desarrollo de nuestro carisma en el seno de cada Iglesia local. Quedaba clara la vocación de vivir la fe en el ámbito de la Iglesia local, impulsando sus iniciativas. Una espiritualidad diferenciada, dentro de los rasgos cristianos comunes, pero con la encomienda clara de unir a los miembros de la comunidad local y de trabajar estrechamente con los agentes de pastoral encargados.

 

3. La buena nueva en clave cordial

Entre las numerosas familias que se mueven por un estilo y un carisma peculiar en la Iglesia de Dios está la de los Misioneros de los SS. Corazones. Es muy normal y legítima la existencia de una amplia gama de carismas, pues en la Iglesia de Dios -que debe ser tierra de libertad y pluralismo- cada grupo y cada persona asimilan el evangelio de acuerdo a unas pautas que contemplan su sensibilidad, su carácter, su educación, las necesidades del momento, los signos de los tiempos.

Es legítimo que suceda así, pues nadie puede pretender abarcar la totalidad de los ricos y diversos matices de la buena nueva con igual intensidad. Cierto que una cosa es subrayar y otra excluir. No sería justo ignorar datos de lo que Jesucristo ha venido a decirnos. Cuando se deja en la sombra parte de una afirmación estamos al borde de la herejía y de la mentira. La herejía no es lo contrario a la verdad, sino una deformación de la misma. Una verdad que se ha vuelto loca, según se ha dicho.

En este sentido no hay que negar nada de lo que se halla en el NT. De manera que no es lícito excluir, pero sí subrayar. Además, lo que no hace una persona o un colectivo, lo hace otro. En este sentido hay que proceder con talante aperturista, ecuménico, saber que las diversas espiritualidades se complementan. Unas quieren reproducir la actividad de Jesús en medio del gentío, otras prefieren enfatizar su misericordia y acogida o contemplar a Jesús subiendo al monte para orar. El título de la Congregación nos orienta hacia sus objetivos y su estilo de vida.

 

4. Las resonancias del título

Misioneros: las buenas noticias hay que extenderlas. Se saborean mejor si no se mantienen a buen recaudo. El gozo es expansivo de por sí, necesita comunicarse. El secreto del sentido de la vida es una buena noticia que no debe guardarse bajo la mesa. Cuando las buenas noticias no se comunican se cubren de ceniza y acaban apagándose. La Iglesia entera es misionera, para esta tarea vive y existe, ella le otorga sentido. Está ahí para anunciar y para congregar a los hermanos. Somos llamados a ser hijos de la luz, pero con la astucia de los hijos de las tinieblas.

Laicos: todos los fieles cristianos son laicos: pertenecen al pueblo de Dios. En ello radica la dignidad y la identidad fundamental de todo cristiano. En un momento ulterior habrá que articularse y optar por un estilo concreto de ser cristiano: aparecerán los ministerios ordenados y la vida consagrada. En este sentido los laicos son los que no están ordenados y no son religiosos. Pero tales especificaciones son posteriores. La jerarquía se justifica en cuanto sirve y está en función del pueblo, no a la inversa.  Los laicos se santifican como laicos. Su tarea consiste básicamente en actuar como levadura trasformadora de la familia, la política, el trabajo, la cultura… El estilo laical es el modo normal y mayoritario de ser cristiano.

SS. Corazones: El corazón es símbolo de interioridad y de profundidad. Hablamos de algo que trasciende el órgano musculoso que sostiene la vida, cuyos latidos marcan la intensidad de los sentimientos que exaltan a la persona. Básicamente entendemos el corazón como la profundidad de la persona, su centro simbólico, de donde surgen los sentimientos, se enraízan las opciones y se nutren las más comprometidas decisiones. También el corazón es símbolo de afecto. Al respecto cabe decir que la persona se mueve por la vida con dos brújulas: la razón y el corazón. Con esta última -que usa mucho más, por cierto- va a la búsqueda de la ternura y ve cosas que, como se ha dicho, resultan invisibles a los ojos.

 

5. Unos valores a resaltar

Espiritualidad del corazón. Jesús, en sus frecuentes discusiones con los fariseos, realza la actitud fundamental del cristiano: mantener un corazón limpio, una mirada transparente. Entonces las opciones, los gestos externos serán buenos. Porque, a la manera que un árbol bueno da frutos buenos, también de un corazón limpio surgen buenos deseos, opciones comprometidas y hechos positivos. Las bienaventuranzas constituyen los mejores puntos de referencia para el creyente. Nos hablan de ser, más que de hacer o tener. Son un camino sin tope.

La contemplación. Hay que contemplar, como María, que guardaba los misterios en su corazón. No podemos vivir extrovertidos, de aquí para allá, sin ton ni son. Ante todo tenemos que saber lo que queremos, y lo sabremos al contemplar. Contemplando la fuente de todo bien: Dios y su Hijo Jesús. Contemplando los evangelios que nos desmenuzan la Palabra revelada. Contemplando la naturaleza, el escenario donde Dios nos puso y que se expresa de mil maneras. Contemplando la historia que vivimos, los hechos que acontecen. nos capacitaremos para interpretar los signos de los tiempos. Así nos empaparemos del amor, la voluntad de Dios, de los criterios y sentimientos de Jesús. Y seremos capaces de irradiarlos a nuestro alrededor.

Servir al Traspasado en los traspasados. Jesús fue traspasado en la cruz. Dios no se pone de parte del dinero, la inteligencia, la belleza, sino de las víctimas. Bien lo constatamos en el viernes santo en esta solemne estampa del monte Calvario. El está de parte de la justicia y de la verdad. Si nosotros reproducimos las actitudes de Jesús también nos pondremos a servir a los traspasados de este mundo, aquellos a quienes les han atravesado el costado a fuerza de injusticias y humillaciones. Los que no tienen comida, salud, dinero ni futuro. Los grupos marginados... Hay que trabajar por esta causa. Hay que tener criterios que favorezcan a estas personas y no ver sólo y en exclusiva las sombras de su actuar. Preciso es acercarse a quienes habitan el Tercero, el Cuarto Mundo...

Favorecer la misericordia. A Jesús se le saltaban las lágrimas cuando llevaban a enterrar a la hija única de una madre. Se compadecía por la multitud que no tenía con qué apaciguar el hambre. Se compadecía de los leprosos, los ciegos, los pecadores... Nosotros queremos tener un corazón sensible, de carne y no de piedra. Queremos sintonizar con los que sufren tragedias y dificultades. Su problema es el nuestro.  No podemos pasar de largo, sino al contrario, estamos obligados a interesarnos por quien yace en la cuneta, como el buen samaritano.

Predicar los aspectos más cordiales del evangelios. En el Evangelio se pueden subrayar unas determinadas actitudes y unos precisos hechos. No pretendemos recortar en absoluto -¡no faltaría más!- su mensaje. Pero sí ponemos un particular acento en aquellos mensajes y contenidos que más directamente se relacionan con el corazón y la benevolencia. Dios es un Padre bueno al que podemos llamar Abbá. Las parábolas del perdón nos lo aseguran una y otra vez. Dios está en favor de los humildes, quiere que los cojos caminen y los ciegos vean. El evangelio, antes que nada, es buena noticia. Las buenas noticias hacen saltar de gozo. Y están lejos del temor y las amenazas. El amor descarta el temor, nos dice S. Juan.

La vida familiar. La espiritualidad de los SS. Corazones encuentra un caldo de cultivo muy apropiado en el ambiente de la familia. El núcleo familiar debe vivir a tope el amor y la entrega. E irradiar estos valores en el entorno: a otros familiares, amigos y vecinos. Vivir en comunión familiar es todo un signo. En un paso ulterior pretendemos que sea el entero pueblo de Dios quien viva realmente como una familia. Una misma sangre y un mismo proyecto son consecuencia de un amor previo y comprometen a una estrecha convivencia. Tratamos de favorecer esta tarea.

La Eucaristía, el Espíritu y María. Se trata de elementos fundamentales de la fe cristiana que subraya con decisión la espiritualidad de los Laicos Misioneros SS. CC. La Eucaristía es la donación permanente del amor del Traspasado a los suyos. El está siempre disponible. El Espíritu surgió de la lanzada que le abrió el costado a Jesucristo. Es el Espíritu que movió a Jesús y que se nos regala en la Pascua para que nos inspire y mueva también a nosotros. Nos otorga profundidad, unción y tolerancia. La Virgen es la mujer más cercana a su Hijo Jesús, la que supo decir hágase, aun sin entender del todo y la que guardó los misterios de Dios y de la historia en su corazón.

 

6. Itinerario de un acercamiento entre religiosos y laicos

A lo largo de los siglos la vida de los religiosos fue distanciándose de la de los laicos. No solamente por causa de los claustros o las gruesas paredes de los conventos, sino también por la formación y por una indisimulada tendencia a huir de la sociedad. Más en el ámbito de la ideología y del comportamiento que en la cuestión geográfica. Los religiosos consideraban a los laicos como su brazo largo que les permitía llegar donde ellos encontraban dificultades. Se unían a los laicos en las grandes festividades, se les agradecía su colaboración, sus aportaciones económicas. En ocasiones surgían asociaciones con algunos vínculos jurídicos y hasta afectivos. No obstante, seguían sin ser considerados en pie de igualdad.

Pero pasaron los años, cambiaron las sensibilidades, las necesidades y las circunstancias. Se celebró el Concilio Vaticano II para ratificar el nuevo clima que ya la Iglesia respiraba en algunas zonas. La magna asamblea consideraba como propias las penas y alegrías, los gozos y las esperanzas de la humanidad. Los religiosos tenían, pues, nuevos argumentos para aproximarse a los cristianos laicos que viven a su alrededor ofreciéndoles compartir su espiritualidad y misión. Por otra parte, los religiosos están en misión, como la Iglesia misma. No pueden contentarse con vivir una espiritualidad de modo aislado. En la medida en que permanezcan fieles a su carisma y ausculten los signos de los tiempos, tenderán a ofrecerla a otros, a compartirla. Después de todo los carismas se reciben para servicio del entero pueblo de Dios.

El mismo Concilio impulsó a los laicos a vivir su vocación, su consagración, su misión, su carisma, su espiritualidad propia. Ahora bien, si los religiosos estaban llamados a la misión y los laicos a vivir a fondo los carismas eclesiales, era previsible que la espiritualidad de los religiosos alimentara también la vida de los laicos. Por supuesto, de acuerdo a sus peculiares circunstancias y situaciones, al ambiente secular en que éstos se mueven.

La vocación fundamental de los miembros todos en la Iglesia es común: seguir a Jesucristo, actuar como sacerdotes, profetas y reyes, llevar a cabo una misión con los ojos fijos en la construcción del Reino. En este amplio marco podían moverse los religiosos y los laicos. El acercamiento reavivaba el carisma fundacional de los religiosos, que ahora adquiría nuevos matices y se vivía en dimensiones un tanto inéditas.

En los últimos lustros las premisas y las previsiones han ido tomando cuerpo. Se ha dado el fenómeno, bastante frecuente y extendido (por más que minoritario) de que algunos laicos se han acercado a la vida religiosa y han solicitado participar en el carisma, la misión e incluso en la vida y estructura de sus congregaciones. Por otra parte bastantes Congregaciones y Ordenes religiosas estaban deseosas de compartir su espiritualidad con los laicos que se movían a su alrededor. Ya fuera con personas que trabajaban en una tarea común (colegio, parroquia, misión…), con las que estaban vinculadas por amistad o parentesco, o con las que manifestaban alguna afinidad de perspectiva.

El hecho interpela a unos y a otros. También a los Misioneros y Laicos Misioneros de los SS. Corazones. Es preciso escrutar a fondo estos signos de los tiempos y sacar las consecuencias correspondientes. El camino está iniciado.

 

7. Beneficios de la comunión entre religiosos y laicos

En el proceso de una mayor cercanía el laico se vincula más con el religioso y ambos experimentan de modo vital los amplios horizontes de la Iglesia. Unos y otros de enriquecen al contacto con nuevas perspectivas y desafíos. Sin perder identidad pueden trabajar, en ocasiones, en mayor cercanía, y favorecer con ello que el afecto circule con mayor fluidez.

Motivos para un acercamiento entre religiosos y laicos los hay muchos y variados: intensificar una eclesiología de comunión, colaborar con ministros laicales, ponerle altavoces a la nueva evangelización, compartir la misma espiritualidad que toma acentos seculares… Pero destaquemos algunas motivaciones y beneficios de una más estrecha comunión.

a) El apoyo de un carisma vivido en común. Nuestra sociedad no proporciona ya, debido a la fuerte secularización, la estructura por donde pueda discurrir una vida cristiana, no ofrece soportes que sostengan la fe del creyente. Un carisma vivido en familia, en comunidad, experimentando el afecto y la cercanía humana, supone un gran estímulo de cara a la continuidad.

b) La fecundidad del carisma. Los religiosos permanecen abiertos a vivir juntamente con otros su carisma fundacional. Parece claro que el carisma vivido por un laico y por un religioso, por un varón y una mujer, un joven y un adulto, hacia el interior o hacia el exterior de la Iglesia, en múltiples y diversas circunstancias culturales, adquiere nuevas perspectivas y matices. Se hace más fecundo.

c) Los laicos y el futuro. La misión de la Iglesia es tarea de cada uno de sus miembros y numéricamente los laicos son mayoría obvia. Ellos, por otra parte, han sido invitados a recuperar espacios perdidos a propósito de la eclesiología conciliar. Esta circunstancia y el hecho innegable de que los religiosos disminuyen (aunque sería ofensivo argumentar sólo a partir de este dato) invita a que la misión y la espiritualidad cristiana específica sean vividas por religiosos y laicos de modo simultáneo.

d) El protagonismo del laico. Al laico se le asigna la gestión de los asuntos temporales con los criterios de la buena nueva, de las bienaventuranzas, aunque no sea de modo exclusivo ni excluyente. Ellos deben sumergirse en la familia, la cultura, la política con la misión de transformar el mundo y sus estructuras. Es un signo de los tiempos que el laicado tome conciencia de su protagonismo y misión. Los laicos no están al servicio de la jerarquía ni de los religiosos, sino más bien al contrario: los ministros ordenados coordinan, impulsan y animan la tarea de consagración del mundo. El estado laical es el modo común y ordinario de vivir el evangelio.

La participación en una misma familia espiritual ofrece muchas posibilidades, aunque no está exenta de dificultades. La relación del religioso/a con el laico no equivale a la del que manda respecto del que le está sometido. El referente bien podría apuntar a los miembros de una familia: relación madura y adulta en la que unas veces se da y otras se recibe. Por supuesto, es más adecuado el modelo circular que el piramidal. Como en toda familia, alguien debe ponerse al frente, pero evitando toda tentación de protagonismo.