CLAVES PARA UNA ESPIRITUALIDAD DEL CORAZÓN DE JESÚS

 

1. GRANDES ETAPAS.

Devoción, espiritualidad o culto al corazón de Jesús: es urgente delimitar lo que late bajo estas expresiones para que no se generen malentendidos. Quizás resultaría más ceñido a la verdad hablar de las devociones al corazón de Jesús o de las corrientes de tal culto. De ahí que la única manera de iniciar el tema consiste en preguntarse si existe un núcleo más o menos invariable, con unas constantes no desmentidas, que den origen a la devoción o la Cristología del corazón de Jesús.

¿Existe? ¿Cuáles son sus contornos? ¿Qué garantías ofrecen las conclusiones finales? Esas preguntas las hacemos, y no al azar, en el contexto de la historia. La Cristología desde el corazón no nace, sin más ni más, de la Biblia. En ella se dan elementos válidos y capaces de alimentarla. Pero dependerá de las circunstancias históricas, el clima espiritual del momento, el énfasis sobre determinados temas, las necesidades de la coyuntura, que se origine esta Cristología.

La selección de ciertos datos neotestamentarios, la aportación de algunos SS. PP., las vivencias de determinados autores espirituales y místicos de la Edad Media y posteriores, los pronunciamientos del magisterio, así como la reflexión de los teólogos contemporáneos, han ido conformando lo que llamamos espiritualidad del corazón de Jesús. Algunos de tales datos han cristalizado en la praxis de los fieles y comúnmente se está de acuerdo en considerarlos parte integrante y decisiva de la espiritualidad sacricordiana.

De modo que la praxis cristiana se erige como lugar teológico de este culto. Entonces vamos a la búsqueda de las raíces bíblicas y patrísticas de tal praxis y recorremos los tramos más fecundos del proceso para hacernos una idea de cómo está conformada la devoción.

Con todo ello se pretende poner de manifiesto que el culto al corazón de Jesús se ha ido forjando a través de la historia bimilenaria del cristianismo, aunque, por supuesto, la alimenta la savia bíblica y patrística. No andamos errados si aventuramos que la semilla de la espiritualidad se halla en la contemplación del Traspasado. En las riquezas y simbolismos del texto de Jn 19, 31-37. Los SS. PP., durante los primeros siglos, reflexionaron con intereses teológicos y pastorales sobre la fuente de aguas salvíficas que mana del costado abierto. Luego la atención, por motivos de lógica simbólica, que no necesariamente coinciden con los de la lógica conceptual, se centra en el corazón al que se llega por la herida, al caudal de amor y compasión que dicho corazón encierra.

Si hubiera que clasificar las grandes etapas de la devoción, al margen de la etapa bíblica, cabría proponer las siguientes:

a) Orígenes. Los SS. PP. parten de los grandes temas que más les impactaron: la Iglesia, la vida divina, los sacramentos, etc. Recurrieron a los símbolos del agua viva, el costado abierto y otros en torno al corazón de Cristo con el fin de ratificarlos y desarrollarlos. El interés era básicamente pastoral. Su exégesis y comentarios se sitúan, pues, en esta línea pedagógica más que en la del misticismo. El corazón de Cristo ocupa un lugar destacado en cuanto fuente de la cual brota el agua, la sangre y el Espíritu de la salvación.

b) Edad Media. Esta época, que tiende al misticismo, en el tema que nos ocupa, se distancia un poco del drama pascual en la historia y se centra en el símbolo del corazón que evoca interioridad y amor. Se destaca la humanidad de Jesús y las experiencias místicas que impulsan a entrar en el corazón de Cristo, a través de la herida del costado, ya que allí se encuentra el mayor consuelo.

c) Paray-le-Monial. Los círculos de Paray-le-Monial y el protagonismo de Sta. Margarita, en el s. XVII, añaden un marcado sentimiento trágico de la vida a la fase anterior. Los pecados del hombre asombran, pues se tiene ante los ojos la justicia de Dios (aún sin olvidar su misericordia). En consecuencia su mensaje insta a la reparación y todo el contenido de la devoción adquiere un tono un tanto quejumbroso.

Un vistazo a la historia de la espiritualidad enseña que determinadas devociones han alcanzado su cenit y luego han sufrido un reflujo. En ocasiones hasta desaparecen o, en todo caso, permanecen como mero recuerdo. Nada anómalo hay en ello. Cada generación tiene sus exigencias y necesidades, sus preferencias y sensibilidades. No hay que desestimar tal objeción ni dejarse de preguntar si en este flujo y reflujo no se incluirá la espiritualidad del corazón de Jesús. Al menos hay que preguntarse si no está llamada a adquirir nuevos enfoques o modalidades. ¿Nos deparará el futuro, que ya ha comenzado, una espiritualidad del corazón del Traspasado que se hace uno de los pequeños a los que la injusticia traspasa el corazón?

Como fuere, al remontarnos a los mejores y permanentes elementos que han conformado esta espiritualidad, obtendremos una plenitud de perspectivas muy superior a la de los manuales que pretenden ofrecer un resumen dela misma a base de datos estereotipados. La experiencia de veinte siglos de “contemplar al que traspasaron” y el análisis de nuestra realidad, en estrecho contacto, serán capaces de revitalizar la devoción, de vestirla de un ropaje atractivo para nuestros contemporáneos.

 

2. Vastos Horizontes

A la hora de definir la espiritualidad sacricordiana, sus objetivos y líneas de acción, básicamente podemos partir de dos diversos enfoques. Uno toma partido por la dogmática en exclusiva. Elucubra una y otra vez acerca del objeto material y formal de la devoción. En general trata de resolver problemas a base de precisiones formales. La verdad es que no deja satisfecho al estudioso y menos al creyente. Porque éste más bien se sitúa en otra perspectiva que pudiéramos llamar mística o simbólica. Desde ahí contempla el corazón de Cristo como un símbolo que evoca multitud de experiencias y que refieren a un mundo simbólico de gran riqueza: la herida del costado, la sangre, el agua, la cruz, el Cordero degollado, la entrega total de sí mismo, el amor trinitario de Dios, la Iglesia nacida del crucificado, etc. En fin, que la perspectiva simbólica, mística o contemplativa pasa de largo ante muchas precisiones académicas para sumergirse en el dinamismo, la experiencia, los significados que irradia el corazón de Cristo. Sin duda el proceso es mucho más atractivo.

De modo que difícilmente llegaremos, a partir de la teoría, a formular cuál es el centro aglutinador de la devoción. Aparte de que no resultará siempre claro el paso del corazón en cuanto órgano fisiológico al corazón considerado como símbolo. Además, ¿símbolo de qué? ¿De la interioridad o del amor? Por la interioridad, entendida como fuente de la que surge la salvación, se decantan los SS. PP. Por el amor, los místicos medievales. En realidad, hay que plantearse estas cuestiones desde la lógica simbólica que mantiene otros parámetros, distintos a los estrictamente lógicos o académicos.

No resulta de ayuda decisiva la tarea de precisar los contornos y el alcance del vocablo corazón de cara a comprender el meollo de la espiritualidad y su historia. Sencillamente porque la historia de esta devoción no siguió un guión teórico preciso, sino que respondió a muy diversos estímulos y necesidades. La escena bíblica del Traspasado hay que mantenerla como fundamental, pero luego no cabe olvidar que la lógica simbólica transita por senderos distintos a los de la lógica académica, aun cuando ésta reconoce la oscuridad del concepto-símbolo que es el corazón.

El corazón constituye el nudo de un rico y multiforme simbolismo. Es el órgano fisiológico que sostiene la vida. Que late según la intensidad de los sentimientos que agobian o exaltan a la persona. El corazón ha simbolizado la voluntad y también la claridad del pensamiento. Mantiene un rico significado porque está encerrado como un tesoro en la parte superior del ser humano, del mismo modo que esconde sus sentimientos más íntimos. El corazón es identificado con la interioridad más profunda. Cuando la mente se obnubila o el rostro del prójimo nos rehuye, entonces el corazón es quien ve más claro. Es el órgano o la capacidad que mejor sintoniza con el mundo del sentimiento y de la experiencia. Lo más importante, se ha dicho, no se ve con los ojos, sino con el corazón.

En cuestiones que atañen a la fe es del todo necesario habérselas con los símbolos porque sólo ellos logran evocar las realidades que nos trascienden. Una ojeada a la liturgia o a la mística convence de ello. Mal se podrá profundizar en la inteligencia de la fe sin un desarrollo de los símbolos religiosos. El corazón, indudablemente, ocupa un lugar preferencial entre ellos.

Desde ahí se comprende que los SS. PP. se interesaran por la interioridad de la cual brota la salvación significada en el agua viva que, a su vez, remite a los sacramentos. Y se comprende que a los místicos les impactara especialmente la entrada en este lugar de refugio y consuelo que es el corazón, símbolo del amor. En este sistema simbólico se procede por asociaciones e intuiciones. Caben ahí las vivencias de un Teilhard, de un P. Foucoult. El corazón de Cristo traspasado en la cruz es capaz de desatar todo un conjunto de símbolos y, de hecho, así ha acaecido en la historia. La compasión, el agua, los sacramentos, el fuego, el amor, el intercambio de corazones, la consolación, constituyen elementos que fácilmente se deducen del corazón traspasado y que se asocian y explican mutuamente. Un buen ejemplo lo constituyen las atrevidas imágenes de la letanía del sagrado corazón.

La asociación de imágenes dentro del sistema de la lógica simbólica da razón del porqué y cómo se ha desarrollado concretamente la devoción al corazón de Jesús. Si Cristo es esposo del alma, a su corazón se podrán atribuir casi todas las expresiones del Cantar de los Cantares. Si Cristo ha sido traspasado, la lógica simbólica aísla este momento en el tiempo (así lo hace S. Juan), le da actualidad permanente, lo sitúa en otro contexto y constata que Jesús invita a la contemplación de su corazón herido.

Si Cristo ha sido llagado en vida, la lógica simbólica fija este instante y lo superpone al de su glorificación (eso mismo hace Ap. 5,6 al tratar del Cordero degollado, pero en pie) y expresa la necesidad de reconocer que la salvación de Dios nos llega a través del corazón abierto del Cristo actual ya glorificado. Si Sto. Tomás pone su mano en el costado abierto, la lógica simbólica subyacente en las experiencias místicas percibe que, más allá de este gesto, el creyente debe penetrar en el corazón de Cristo a través de la herida y llegar hasta el amor de Dios. Si Cristo ama ardientemente a los hombres, y ha venido a traer fuego a la tierra, la lógica simbólica hablará de un corazón que irradia llamas, que, por tanto, es un fuego purificador, como lo era el Bautismo de Juan o el Espíritu que descendió sobre el Cenáculo.

 

3. Desde la Antropología.

La antropología teológica trata de descubrir el verdadero ser del hombre, y el actuar que le corresponde, a la luz del dato revelado. Pues bien, mirando al Traspasado conocemos que el hombre gana la vida cuando la pierde, es fecundo cuando se anonada, cumple con su misión cuando se comporta como buen samaritano hacia su prójimo. El corazón traspasado de Jesús lleva a su máxima plenitud y realización la profecía de Ez. 36,26: "Les daré un corazón nuevo...”. Cuando Ezequiel se refiere al corazón nuevo que Dios pondrá en el interior del hombre esta hablando, evidentemente, del núcleo mas profundo y personal que resume al hombre entero, que condensa un nuevo modo de pensar, sentir y vivir. En el fondo, habla de la persona en su totalidad, aunque vista desde su interior, desde donde nace la vida afectiva, se ejercen las funciones psíquicas y manan los sentimientos. La categoría antropológica de corazón, la más abundantemente usada en la Biblia, privilegia su sentido figurado muy por encima del órgano físico. Tras un minucioso y confiable estudio, A. Diez Macho se expresa así:  "afirmamos que tantos y tan variados atributos sólo pueden aplicarse al corazón si éste es el equivalente de persona, el núcleo ultimo e irreducible de nuestro ser al que atribuimos todos los fenómenos de nuestra existencia".

Téngase en cuenta que, en nuestro contexto, el vocablo corazón es la persona y, a la inversa, la persona es corazón. Con lo cual vamos mucho mas allá del músculo cardiaco para evocar todo un clima de acogida, ternura, vida afectiva, sensibilidad, opciones fundamentales, etc. Las palabras “misericordia" y "recordar", por ejemplo, implican espontáneamente al corazón así entendido. Si el cuerpo, en el pensamiento bíblico, indica la capacidad y el instrumento mediante el cual la persona entra en contacto con los demás y con el mundo material, el corazón es quien impulsa y guía este movimiento.

El hombre que cuelga en el madero ha sido impulsado a lo largo de su vida por su corazón manso y humilde. Al final, la lanza le traspasa el corazón. Nos enseña las dimensiones del nuevo Adán, la autentica imagen de Dios. “Aquí tienen al hombre” (Jn. 19,5). Al Hombre en mayúscula, modelo para todos los hombres. El ser humano ya sabe hacia donde caminar. “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (Gs 22).

Del corazón traspasado surge el Espíritu que da vida. El agua simboliza el Espíritu. “El primer hombre, Adán, fue un ser animado, el último Adán es un espíritu de vida” (1 Cor. 15,45). Adán li- mita la vida, Cristo la expande. Nada extraño que le encontremos exhalando el Espíritu de vida sobre la comunidad (Cf. In. 20,22). De este soplo nacerá el corazón nuevo, el hombre nuevo, gracias a él saldrá a la luz la verdadera imagen de Dios. Bien cabe concluir en este aspecto que en el corazón de Cristo se cristaliza y personaliza la propuesta que Dios tiene para la humanización del mundo.

Propuesta que se formula así: mejor un corazón nuevo, obediente a la Palabra, con actitud acogedora, que sacrificios y ofrendas. La piedad del pueblo muestra fina sensibilidad cuando reza con sus labios: "haz mi corazón semejante al tuyo". S. Pablo se adelanto, de todos modos: .'entre ustedes tengan la misma actitud del Mesías Jesús..." (Flp. 2.5).

“Cada hombre es del tamaño de su sed”, reza un eslogan vocacional. Cuando se descubre la autentica sed, ésta crece y crece y ya no se la puede saciar. “Nos hiciste, para Ti, Señor, y nuestro corazón esta inquieto hasta que descanse en Ti”. El corazón -raíz y centro de la persona, donde nacen sus mas íntimas opciones y decisiones- también es el lugar donde Dios y el hombre se encuentran, donde dialogan. La voz de Dios resuena en los oídos del corazón (Cf. GS 16). Ahí es donde el hombre opta por la salvación o se endurece en egoísta cerrazón. Donde ama o peca. El pecado -los malos instintos y toda degradación- tienen su raíz en el corazón humano, pero también ahí radica toda posibilidad de conversión. Dios quiere la circuncisión del corazón (Cf. Jer. 4,4), la misericordia antes que los sacrificios (Cf. Heb. 10,5-10), el sí efectivo mas que el sí pronunciado con los labios (Cf. Mt. 7,21). Todo un programa en síntesis de cara a vivir la espiritualidad o moralidad del corazón, en contraste con la de la ley o la obligación.

 

4. Dificultades teológicas y psicológicas

De la espiritualidad del corazón de Jesús se ha hablado con gran entusiasmo. Pío XII se refirió a su culto como “el acto más excelente del cristianismo”. “Al penetrar en este culto, sigue diciendo en la ‘Haurietis Acquas’, podremos, recta y plenamente, estimar su incomparable excelencia”. Cita también las palabras de León XIII: se trata de “la más segura espiritualidad” y las de Pío XI en las que alude al culto del corazón de Jesús que “encierra la síntesis de todo el cristianismo y la mejor norma de vida”.

Tales palabras, quizás en tiempos pasados, se correspondían con la praxis real. Como muestra constatemos que existen más de 120 Congregaciones femeninas que en su nombre oficial incluyen al Sagrado Corazón. Innumerables son las parroquias y capillas que lo tienen como titular. Las imágenes, oraciones y devociones referidas al Corazón de Cristo no son susceptibles de inventario. El hecho es que todo este patrimonio se encuentra un tanto desasistido y sin claras referencias prácticas en muchos casos. De nada sirve lamentarse. Habrá que dar una razón explicativa del porqué, analizar las objeciones explícitas o difusas, entrever nuevos horizontes, si ello es posible. Los frentes desde donde se cuestiona la espiritualidad son varios. Recojamos los más destacados desde el interés pastoral.

a)      Representaciones del corazón de Jesús. La cultura visual, más que conceptual, de nuestra época, atribuye gran importancia a las impresiones y figuraciones externas. Qué duda cabe que, para una mentalidad exigente en el arte, tendente a la estilización, de gustos sobrios y trazos seguros, las imágenes del Sagrado Corazón dejan mucho que desear. Se acusa a la mayoría de estas imágenes de rasgos sentimentaloides, afeminados, melifluos., Un mundo secularizado, adulto y técnico, difícilmente sintoniza con tales representaciones, Tampoco el Tercer  Mundo, con sus secuelas de injusticia y problemas, parece que vaya a encontrar en ellas la solución que anda buscando.

b)      Expresiones poco aceptables. Tropezamos con expresiones y conceptos de mal gusto. La palabra corazón se repite excesivamente, con lo cual sufre una inflación que la abarata. Se genera así una actitud de rechazo previo. Las oraciones de consagración, los himnos, ciertas expresiones, se hacen muy cuesta arriba de aceptar por personas de buen criterio. Los arrebatos místicos quizás puedan permitiese expresiones más atrevidas, pero sucede que fuera de su contexto no dicen nada por querer decir demasiado. No se hace ningún favor a esta espiritualidad llevando la palabra corazón a los labios a toda hora, ni gimiendo expresiones lastimeras en cuanto la ocasión se propicia.

c)      Equívocos dogmáticos. Resulta ya interminable la discusión acerca del objeto formal y material del culto al corazón de Jesús. A quienes se empeñan en sostener que el corazón físico de Cristo es adorable por el hecho de su unión hipostática, no se les puede negar sentido a su argumento. Sólo que con igual lógica debieran aceptar entonces que las manos, los pies, la cabeza, son susceptibles del mismo planteamiento. A quienes afirman que el objeto del culto es el amor, tampoco se les puede rechazar tajantemente su modo de razonar. Pero entonces ¿qué papel tiene el corazón? La solución tiene que venir de volver al hecho más elemental: llamamos corazón al centro personal, más íntimo de la persona, que le otorga una dirección a su obrar, a su sentir y anhelar. Este centro se simboliza en el corazón, puesto que necesariamente el hombre es cuerpo y el centro de este cuerpo lo constituye el corazón físico.

d)      Complicaciones psicológicas. La reparación y la consolación caminan muy unidas en la visión tradicional de esta espiritualidad. Pero tal como se han entendido no encuentran un claro fundamento bíblico y obligan a realizar difíciles piruetas a la psicología del creyente. De hecho Cristo está glorificado en su cuerpo y no puede sufrir en sentido estricto. Si la reparación se refiere al Cristo de Getsemaní, una barrera de dos mil años complica la cuestión. Para traspasarla habrá que referirse a la sabiduría de Jesús que preveía la futura consolación. Pero no todo el mundo acepta, sin más, una tal ciencia en la pasión. Aparte de que el conjunto adolece de un intimismo poco aconsejable. Si la reparación se refiere a que es preciso continuar hoy los padecimientos que faltan a la pasión de Cristo (Cf. Col 1,24) entonces es del todo legítima y conveniente. Sólo que en este caso estamos hablando del Cuerpo místico de Cristo, de la Iglesia, y no parece ésa la explicación tradicional.

e)      La parte por el todo. Jesús es el profeta que enseña la verdad de Dios acerca de la libertad en las relaciones familiares, que polemiza con escribas y fariseos, que obra signos extraordinarios. ¿Es acertado expresar las dimensiones de su persona hablando del corazón? Jesús es el primogénito de la creación, la cabeza del Cuerpo que es la Iglesia, el que derrota todas las potencias terrestres y celestiales. El Cristo del Apocalipsis es el Rey de reyes, Señor de señores. ¿No se hace más pálida la figura de Jesús, no se estrecha inútilmente el alcance de Jesús llamándole por su corazón? En el lenguaje común, ocasionalmente se habla del otro, especialmente en contexto amoroso, como del corazón. Pero resultaría caricaturesco hacer lo mismo en cualquier otro contexto. En muchas ocasiones sería mejor hablar de Cristo o de Jesús de Nazaret, en lugar de su corazón. Contribuiríamos a resguardar este misterio de la dinámica inflacionista que ha padecido.

f)     Individualismo y pesimismo. He aquí otra de las objeciones. Si se accede a la espiritualidad del Sagrado Corazón a través de algunas figuras que más relieve le han dado en la historia, difícilmente podrá desoírse esta acusación. En efecto, el pensamiento que da vueltas al corazón, entendido bastante físicamente, a las espinas, y se detiene en el dolor, en la sangre, se hallará a un paso de producir sentimientos negativistas: melancolía, desconfianza, fuga del mundo, mística unilateral de la cruz, sacrificio, etc. No se encuentran ahí estímulos para la acción, para el ministerio de la palabra. Más bien pasan a primer plano las virtudes pasivas -humildad, resignación, obediencia...- y se diluyen las más activas como la iniciativa, el profetismo, la liberación. Por otra parte, priva lo subjetivo, lo individualista, por encima de lo comunitario, lo cual se aleja de las pautas trazadas por el Vaticano II. Todo ello da la impresión de que la fe se empobrece, se retira de la circulación para concentrarse en la afectividad un tanto enfermiza del creyente. Por no hablar de los graves equívocos a que pueden llevar algunas promesas de Paray-le-Monial en cuanto se desenfocan o malentienden. Pueden llevar, sencillamente, al mercantilismo y al egoísmo más ajeno a la virtud de la religión.

Las dificultades están ahí, de nada sirve ignorarlas. Pero el camino acertado para revitalizar la espiritualidad no consiste en rebatirlas una a una. La “Haurietis Acquas” precisamente trató de salir al paso de las objeciones y dificultades. ¿Resultado? La Encíclica no consiguió eliminarlas. Y es que un documento del magisterio no es capaz de responder a problemas que se sitúan en estratos distintos a los doctrinales. Como la acumulación de citas bíblicas y de la Tradición tampoco consiguen crear, por sí mismas un atractivo. En todo caso sirven para mostrar la ortodoxia, la coherencia de lo que se propone, pero no para entusiasmar a los fieles. El trasfondo del problema se sitúa en una cuestión de necesidades, de atractivo psicológico y espiritual, de experiencia y sentimiento. Revelar las insondables riquezas del corazón de Cristo, acercarlas a la gente, propiciar su sintonía con las necesidades de nuestro mundo, obtendrá una mayor eficacia en orden a popularizar la espiritualidad que nos ocupa.

 

5. El corazón, palabra primigenia

La dimensión pastoral de la espiritualidad del corazón de Jesús -cuyo objetivo consiste en proclamar e interiorizar el mensaje cristiano en la persona y la sociedad- tiene mucho que ver con la “imagen de Dios” y la dimensión sapiencial de la fe. Imagen de Dios es el hombre, el cual debe configurarse según el modelo de aquella “imagen” de Dios por antonomasia, el Verbo encarnado. El corazón nuevo que Dios había prometido entregar a los hombres (Cf Ez 36, 26), lo que contemplamos en el Traspasado: “éste es el Hombre” (Jn 19, 5). Con palabras de la GS bien podemos decir que en el misterio del Verbo encarnado se esclarece el misterio del ser -del corazón - humano.

¿Cuál es el alcance de este corazón nuevo que se nos muestra en el Traspasado y que es nuestro modelo? Según la antropología bíblica, del corazón se dicen tantas cosas que acaba por ser un sujeto intercambiable con la persona humana. Sobre todo, cuando se refiere a una persona que manifiesta sus sentimientos, sus decisiones interiores, su vida intelectual, moral y religiosa. El corazón es la persona, pero también cabe poner la afirmación al revés: en el contexto de la idiosincrasia bíblica, la persona es corazón. En este núcleo se condensan y simbolizan los diversos sentidos y simbolismos del vocablo.

Lo cual nos lleva de la mano a las conclusiones a que lleva el teólogo K. Rahner y que parecen muy adecuadas a la hora de explicitar la dimensión pastoral de la espiritualidad que nos ocupa. En efecto, el vocablo corazón contiene una tal riqueza (no obstante provoque eventuales recelos) que no debe pasar desapercibido al pastoralista.

K. Rahner distingue entre palabras que analizan y dividen, que unen y transmiten una totalidad; entre palabras que se forman artificiosamente y se definen a capricho y palabras que se reciben porque están ahí desde siempre. Entre palabras que satisfacen a la cabeza, porque permiten apoderarnos de las cosas, y palabras que nacen de la intimidad y se apoderan del hombre. El corazón es una de las palabras que transmite una totalidad, que está ahí desde siempre, que se apodera de nosotros. Es una protopalabra o palabra original (Uhrwort). Corazón es una palabra que no pertenece al cirujano, sino a la experiencia del hombre. Corazón evoca al hombre entero, previamente a su división en cuerpo y alma. Es el hombre uno y total el que responde, afirma o niega los grandes valores, el que limita con el misterio de Dios. El corazón es el punto más secreto del hombre, el lugar donde resuena todo el hombre. Los animales no tienen corazón porque permanecen extraños a si mismos, no saben de su propio origen.

Cuando el hombre se pregunta si corazón es ante todo el órgano físico o su capacidad espiritual, está planteando mal la cuestión. Porque la totalidad del hombre, su centro más íntimo, late en un corazón físico necesariamente, pero va mucho más allá de su corazón de carne. El hombre sólo existe en su cuerpo, pero es mucho más que su cuerpo.

Teniendo en cuenta la historia de la espiritualidad del corazón de Jesús, cabe decir con K. Rahner: “los contenidos materiales particulares del culto al corazón de Jesús son sencillamente contenidos del dogma y, en este sentido, el culto al corazón de Jesús es válido para todas las épocas del cristianismo. Están resumidos tan significativa, sugerente y naturalmente bajo el concepto de “corazón” que se puede decir: del mismo modo que ha habido cierto culto al corazón de Jesús desde los más antiguos tiempos de la Iglesia, lo habrá siempre hasta el fin.

El corazón de Cristo, modelo del hombre nuevo, ofrece una sabiduría sobre la verdadera humanidad: “acérquense a mi todos los que están rendidos y abrumados, que yo les daré respiro. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy sencillo y humilde y mi carga ligera” (Mt 11, 28-29). Desde esta perspectiva se abren grandes posibilidades para una espiritualidad del corazón que desarrolle la dimensión gratuita, interior, de alianza personal entre Dios y el hombre, en contraste con la moralidad de la ley y la obligación. Para una espiritualidad que recorra los vastos horizontes de las bienaventuranzas.

La espiritualidad del corazón de Cristo insiste en los sentimientos, criterios y virtudes que debe aprender el cristiano del Maestro: “entre ustedes tengan la misma actitud del Mesías Jesús” (FLP 2, 5). Es verdad que el contexto de épocas pasadas favoreció unilateralmente las llamadas virtudes pasivas –casi como virtudes únicas- la obediencia, la humildad, la resignación, la mansedumbre, la acogida, etc. y, en cambio, silenciaba las virtudes activas. Sin embargo, nada impide vincular la virtud de la solidaridad, el compromiso, la denuncia profética, a la fuerza irradiadora que simbolizamos en el corazón. Buena constancia de ello la ofrece el hecho de que el hombre de corazón nuevo, Jesús, murió colgado de la cruz a causa de su solidaridad con los pequeños y por no haber acallado sus acentos proféticos.