DESDE LA PERSPECTIVA DEL CORAZÓN

Cada creyente o grupo organizado en la Iglesia tiene su espiritualidad. Porque cada uno lee la Historia de la Salvación enfatizando unos aspectos más que otros. Muy normal, desde el momento en que la historia personal o de grupo, la formación o la herencia condiciona y estimula en orden a resaltar determinadas ideas, sentimientos y actitudes.

Con todo derecho podemos ubicarnos en el corazón de Cristo y otear desde ahí las amplias perspectivas de la fe. Es decir, contemplar los aspectos más cordiales de Dios, valorar las enseñanzas de Jesús acerca de la interioridad, de un corazón pobre, limpio y manso. Apreciar la actitud orante de María, la discípula del corazón traspasado.

1. El simbolismo humano del corazón.

Naturalmente, cuando hablamos del corazón vamos más allá de sus contornos físicos. Sí, el corazón es el órgano musculoso que sostiene la vida, cuyos latidos marcan la intensidad de los sentimientos que agobian o exaltan a la persona. Pero también tiene asignada la función ancestral de evocar la profundidad del ser humano. Constituye el centro simbólico de la persona -compuesta de materia y espíritu- de donde surgen los sentimientos, donde se enraízan las opciones morales y se nutren las más comprometidas decisiones.

El corazón mantiene un rico significado porque está encerrado como un rico tesoro en la parte superior del ser humano. En él permanecen velados los sentimientos más íntimos. Cuando la mente se obnubila o el rostro del prójimo nos rehuye, entonces es el corazón quien ve más claro. Se ha dicho, en efecto, que lo más importante no se ve con los ojos, sino con el corazón. Es el órgano o la capacidad que mejor sintoniza con el mundo del sentimiento y de la experiencia.

Hablamos del corazón en cuanto símbolo. Necesitamos del símbolo. Sobre todo cuando queremos desvelar realidades estrechamente unidas a nuestros intereses, deseos o afectos más profundos. Las matemáticas y los razonamientos precisos nos resultan de poca ayuda en este terreno. En cambio sí conseguimos comunicar algo de ello a través de la metáfora y la poesía. Todavía no se ha definido qué es el amor con palabras claras y definitivas. Sin embargo, probablemente nos han tocado las fibras más sensibles y nos han hecho comprender algo del amor ciertas escenas de llanto, la poesía, las imágenes cinematográficas, las expresiones radiantes, las actitudes jubilosas...

A este propósito decía un famoso escritor que el corazón tiene razones que la razón desconoce. Y las razones del corazón no se escriben con números ni con letras. Incluso la evocación que consigue el símbolo no describe ni informa con toda precisión. Por eso las realidades evocadas permanecen en el claroscuro. No se dejan atrapar definitivamente. La función del símbolo consiste en abrimos una ventana, mostrarnos el horizonte y dejamos pensativos.

Necesitarnos también el símbolo cuando nos referimos a realidades religiosas que no podemos palpar ni apresar. La vista, el tacto y los otros sentidos nos sirven de muy escasa ayuda para el caso. Y es que las realidades religiosas siempre se hallan más allá. Sólo nos es dado apuntar a ellas, evocarlas con el símbolo y la metáfora. Toda la liturgia -gestos y palabras- no es más que una larga metáfora empeñada en formular expresiones para, inmediatamente, advertimos que el resultado no es satisfactorio.

Dios siempre es mayor... Mayor que nuestras ideas, nuestros sentimientos, nuestros proyectos, nuestras palabras... Por eso, si no nos resignamos definitivamente al silencio, no nos queda más remedio que echar mano de los símbolos. Ellos nos permiten vislumbrarlo entre sombras.

El signo y el símbolo son un lenguaje que comprende cualquiera. Son palabras naturales de todas las gentes, decía S. Agustín. Y ningún signo tan expresivo como el corazón. Cuando hablamos del centro de algo o de alguien a él recurrimos. El símbolo del corazón es como una llave que abre mil puertas. Tanto si hablamos de nuestra realidad más interior y personal como si nos referimos a conceptos y hechos religiosos, el corazón ofrece unos servicios de los que no podemos prescindir. Y se da el caso de que queremos hablar precisamente desde ambas perspectivas: de los sentimientos que se asientan en nuestro interior y de las realidades invisibles de la fe.

Por lo demás, la persona se mueve por el mundo básicamente con dos brújulas: la de la razón y la del corazón. Con la de la razón trata de ver claro y de poner en orden a su alrededor. Con la del corazón va a la búsqueda de la ternura del prójimo, adivina lo que debe realizar en el momento preciso. Las más de las veces nos movemos por el corazón, por el sentimiento. Aunque tampoco se debe enfatizar demasiado esta división. Porque el ser humano no deja de ser una unidad. Es un corazón que razona o una razón que se mueve por corazonadas.

2. El simbolismo bíblico del corazón.

En un elevado tanto por ciento la Biblia usa el vocablo corazón con un sentido metafórico, con la intención de evocar sentimientos o comportamientos. Se calcula que en un ochenta por ciento. El resto de las veces la palabra se refiere llanamente al órgano fisiológico que interesa al cardiólogo.

* Un corazón para conocer. A la pregunta de por qué tenemos un corazón, muy probablemente el hombre de nuestra sociedad respondería que para amar. El hombre de la Biblia más bien habría respondido que para pensar y comprender. ... Hasta el día de hoy Yavé no les ha dado corazón para entender... (Dt 29, 3). Pensar, conocer, comprender y saber tienen que ver con el corazón. Muchas expresiones que las Biblias actuales traducen simplemente por el verbo pensar, la expresión literal añade que se piensa en o con el corazón (Cf Mc 2, 6ss y Lc 24,25).

Ahora bien, el conocimiento al que se refiere la Biblia va mucho más allá de un saber teórico o de tipo académico. Se trata de una relación vital que tiende hacia la plenitud. De este modo hay que conocer la alianza de Dios con su pueblo. La unión íntima entre Adán y Eva la sobrentiende el Génesis con el concepto de conocer. Por esto el profeta puede decir: pondré mi Ley en su interior, la escribiré en sus corazones y yo seré su Dios (Jer 31,33-34).

* Un corazón para recordar. Cuando expresamos la intención de re-cor-dar alguna cosa, sin darnos cuenta aludimos al corazón. Pues la sílaba cor significa corazón en la lengua latina, la que dio origen al castellano. Efectivamente, al recordar una idea o sentimiento tratamos de sacar del corazón lo que antes habíamos allí depositado.

Nada que extrañar entonces si en un sentido religioso se insiste en que la fe no debe quedarse en la superficie, sino penetrar en la profundidad del creyente. Las palabras de la Alianza, por ejemplo, deben esculpirse en el corazón y depositarlas en él como si de un tesoro se tratara. Graba en tu corazón los mandamientos que yo te entrego hoy (Dt 6, 6). María también guarda con esmero la Palabra de Dios en su interior. María, por su parte, observaba cuidadosamente todos estos acontecimientos y los guardaba en su corazón (Lc 2, 19).

* Un corazón para sentir. La palabra corazón con notable frecuencia apunta a los sentimientos interiores del hombre. Gozo y sufrimiento, confianza y desesperación, miedo y expectativa, amor y odio constituyen una amplia gama de sentimientos que surgen del corazón. Por eso corazón y alma se alegran y mi cuerpo descansará seguro (Sal 17, 9). Lleno de amargura y angustia, confiesa Jeremías: Se me parte el corazón en mi pecho, tiemblo de pies a cabeza (Jer 23, 9).

Pero el concepto más vinculado con el corazón es el del amor. Y tu amarás a Yavé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tu s fuerzas (Dt 6,5). Se trata de un texto conocido, el llamado shemá, recordado con insistencia en el Nuevo Testamento y que tiene enorme importancia en el conjunto de la fe israelita. Dios no se contenta con un amor cualquiera. Requiere un afecto total, fiel y sin condiciones.

* El corazón es la persona. Mi corazón exulta en el Señor equivale a Yo exulto en el Señor. Sin embargo, al usar el vocablo corazón se alude a un aspecto que no debe pasar desapercibido. Se subraya el núcleo vital de la persona contemplada desde dentro, desde su mayor interioridad. Se apunta a los pensamientos, sentimientos, actitudes y proyectos más encubiertos y personales.

Un texto muy conocido al respecto es el de Jeremías: Pondré mi Ley en su interior, la escribiré en sus corazones, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo (Jer 31, 33). Estas palabras dan pie a pensar que el corazón es algo así como la raíz de la entera persona. Cuando la verdad se asienta en el corazón, brilla en todos los gestos y palabras del ser humano. Desde esta consideración se entiende muy bien la religión del corazón que constituye una constante en la predicación de Jesús: cultivar un corazón limpio, no preocuparse tanto del exterior cuanto del interior. Poner más atención en el ser que en el hacer.

Conocer el corazón de una persona equivale a saber de sus pensamientos, sentimientos y proyectos más profundos. El hombre de corazón perverso es el malvado, orgulloso y obstinado. Quien tiene el corazón manso y humilde se comporta con simplicidad, con gozo, con sabiduría y fidelidad.

Resumiendo, el núcleo vital de la persona, su urdimbre más profunda está conformada por la afectividad, la capacidad-necesidad de amar y ser amado. Antes de que el hombre se divida en pensamiento y afectividad, se halla todo entero en la raíz misma de su personalidad, la cual se asienta en lo que venimos llamando corazón. Ahí hallamos el centro ordenador de la humana existencia, el eje en tomo al cual gira lo que la persona hace, dice y quiere. Corazón es, pues, el lugar donde Dios habita, actúa y se comunica.

Se ha hecho notar con razón que la palabra corazón es una palabra primordial en todos los idiomas. De ahí que, referida a Jesús ya la Virgen haya tenido tanto eco en la vida cristiana. Un famoso pensador, K. Rahner, ha dicho que existen palabras originarias que sirven de conjuro. Es decir, que convocan, unen, condensan la realidad del entorno. ¿Cuál será esta palabra en la espiritualidad cristiana? Escuchémosle: no hay ninguna otra. No se ha pronunciado ninguna otra palabra que la de Corazón de Jesús.