
Cristo en el
mar de Galilea (Tiépolo)
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1. Leer Mc 16,1-8
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2. Meditar: Aquí acaba el primer evangelio, es
en Galilea donde los discípulos y Pedro encontrarán
vivo al Señor. Parece que después la comunidad añadió
un apéndice (16,9-20) con algunas apariciones porque
las indicaciones de Mc sabían a poco. Aprovechemos
para profundizar hoy en el mensaje original: ¿Qué
significa este aviso de que vuelvan a Galilea si
quieren encontrar al crucificado Jesús de Nazaret
verdaderamente resucitado? Esto ¿se refiere sólo a
los primeros discípulos y a Pedro o vale también, y
muy especialmente en este tiempo de alergia al
lenguaje mítico de las apariciones, para nosotros
hoy?
Para
esta meditación proponemos tres ayudas:
La
actualización que hace C. Bravo, sj, en su librito
divulgativo Galilea,
año 30.
Un artículo de J. Cristo Rey García Paredes, mcm, sobre El
sueño de Galilea, la utopía de volver a la
Iglesia original.
Un poema del Obispo catalán-brasileño P. Casaldàliga, Deja
la curia, Pedro directamente relacionado con
nuestra jerarquía.
La riqueza de materiales se usa como uno quiera, creando
nuevos géneros literarios
y subsidios catequéticos.
Conviene no perder de vista la intención de estas lecturas:
1.
¿Qué me sugiere este texto referente a los
lugares, personas y modos en que podemos encontrar a
Jesús verdaderamente vivo? (para mí, para la
comunidad religiosa o eclesial, para la jerarquía y
los fieles)
2.
¿Cómo entiendo la indicación y la urgencia
de volver hoy a nuestra Galilea?
3.
¿Qué riqueza aporta a la vivencia de nuestra
espiritualidad?
4.
¿Cómo me siento movido a expresarlo en forma
de oración y en la acción?
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1.
Carlos Bravo, sj
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Galilea
año 30: Inconclusión
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Una
última mirada al sepulcro (16, 1-8)
Los
hombres eran más pragmáticos. Aceptaban que
ya no había nada que hacer. Por mucho que les
doliera. Pero las mujeres no se resignaban. No
habían podido terminar los ritos funerarios
con Jesús, porque se les echó encima el
Shabbat. No podían dejarlo así nada más,
olvidado en el sepulcro para siempre. Tenían
que ir a ungir el cuerpo rindiéndole así su
último homenaje de amor.
Apenas
se había puesto el sol, dando por terminado
el descanso del Shabbat, fueron a comprar
perfumes para embalsamar el cuerpo. Y en
cuanto despuntó el alba, se fueron a toda
prisa al sepulcro. Ni siquiera habían pensado
en algo fundamental: ¿Quién les iba a mover
la piedra del sepulcro para poder entrar?
Varios hombres se habían necesitado para
rodarla. Y ellas ni siquiera habían querido
pedir ayuda a los discípulos, que no querían
saber ya nada del sepulcro, y lo único que
querían era regresarse a Galilea.
Entraron
en el huerto donde estaba excavado el sepulcro
y de pronto se quedaron dudando, y miraban
alrededor, a las otras tumbas que había allí.
‹‹Estás segura de que esta es la
tumba?››. ‹‹Segurísima, decía María
Magdalena; ¿cómo crees que se me olvidará
algún día un solo detalle de todo lo que
tiene que ver con él?››. Porque la piedra
estaba rodada a un lado, y eso que era muy
grande, y la tumba estaba abierta.
Con un
temor creciente decidieron asomarse dentro de
la sepultura; la luz de día apenas comenzaba
y no les permitía ver adentro. Y al entrar
vieron que el cuerpo de Jesús no estaba allí.
Había un joven, vestido de blanco,
resplandeciente, sentado al lado derecho, y al
verlo se asustaron. ¿Quién era? ¿Qué hacía
allí? ¿Dónde estaba Jesús? ¿Qué habían
hecho con él?
Supongo
que ahora ya pueden ustedes leer detrás de
los símbolos: era un ángel. O sea, que
cuando entraron las mujeres al sepulcro
tuvieron una experiencia de Dios, que les hacía
comprender lo que había pasado con Jesús. El
ángel les dijo:
‹‹No
se asusten. Yo sé que buscan a Jesús el de
Nazaret, el Crucificado. Resucitó, por eso no
está aquí. Vean la losa en la que lo dejaron
hace tres días. Pero no se queden aquí,
porque en este lugar no hay nada suyo. Y vayan
a decir a sus discípulos y a Pedro que irá
delante de ustedes a Galilea, como les dijo
antes de morir; quien lo siga, quien prosiga
su causa, ése lo verá resucitado››.
Oyeron
aquello las mujeres y temblando salieron
despavoridas del sepulcro; tal era el espanto
que se había apoderado de ellas; y regresando
a casa no le dijeron nada a nadie, porque tenían
miedo...
Nota
explicatoria final
A
muchos ha parecido extraña la manera como he
querido terminar mi relato. Algunos han
pensado que perdí algunas notas sobre las
apariciones de Jesús; otros, que no conocí
tales relatos. ¿Cómo pueden creer eso, si la
noticia se corrió como fuego en los
matorrales por todas partes? A otros les
parece mi relato incompleto. Es que a una práctica
truncada violentamente, y que debe ser
proseguida, este es el tipo de relato que le
corresponde.
Claro
que no bastaron ni las apariciones ni el
relato de la tumba vacía, para que creyeran
que Jesús había resucitado. Varios de los
discípulos tardaron mucho tiempo en dejarse
convencer de que la fuerza de Dios había
rescatado a Jesús de la muerte. Y tuvo que
pasar mucho tiempo para que los mismos discípulos
lo aceptaran. La verdad es que ya no esperaban
nada, después de ver cómo Dios aparentemente
lo había desautorizado. Si alguien no habría
podido inventar la resurrección eran ellos,
los desengañados, los frustrados, los escépticos
discípulos, cuyas ambiciones se habían
derrumbado con aquella muerte ignominiosa para
Jesús... y para ellos.
Por eso
he querido terminar aquí mi relato: primero,
porque hay muchos cristianos que creen que en
la exaltación de los cantos, de la oración,
del éxtasis, se tiene la garantía de la fe
en Jesús como resucitado, y que por eso hay
que desentenderse de la situación del mundo y
de las responsabilidades de la historia; y
segundo, porque creo que lo que sucedió a los
discípulos les puede suceder también a
ustedes: que crean que Dios actúa en la
historia a base de golpes de fuerza.
Sólo
puede experimentarlo como resucitado quien
regrese a Galilea a seguirlo, caminando tras
él, prosiguiendo su causa. El seguimiento es
la única expresión válida de la fe en él.
Y para eso escribí mi evangelio: para que
sepan dónde queda Galilea y qué hizo Jesús
allí, y así puedan seguirlo.
Galilea
para ustedes hoy es su propia historia humana.
Es en ella donde Jesús sigue caminando. Allí
prosigue su causa, la causa del Reino de su
Padre, la causa de la vida de los pobres.
Sigue compartiendo con ellos la mesa y el pan,
sigue dando vista a los ciegos, haciendo
hablar a los sin voz, poniendo en pie al
pueblo para que camine. Sigue conviviendo con
los pecadores, regresando al pueblo la
esperanza que el centro le había secuestrado.
Sigue desenmascarando los intereses que se
ocultan detrás de las apariencias de piedad,
sigue enfrentándose con el Centro, sigue
dando su gran mensaje de libertad: que el
hombre está por encima de la Ley, que un
culto olvidado del hombre es una perversión
de la fe, que todo Templo que se convierta en
cueva de ladrones será destruido. Sigue allí
manteniendo en alto la antorcha del amor y la
causa de la vida.
Sepan
leer en esto mi mensaje: sólo el seguimiento
de Jesús en el pro-seguimiento de su causa
puede dar razón adecuada de lo que luego pasó.
Y es a ustedes, los lectores, a quienes les
toca concluirlo. Sólo quien lo siga
experimentará la fuerza de su resurrección y
sabrá que el Padre confirmó su causa y su
persona y los convirtió en norma para todo
aquel que quiera llegar al Reino. Sabrá que
no se nos ha dado otro nombre sobre la tierra
por quien nos pueda llegar la liberación
total más que Jesús. Por eso, y para que no
se presten a engaño, no les narré ningún
relato de apariciones. El que regrese a
Galilea lo verá y será tal su experiencia,
que todo lo que yo pudiera contarle sería
apenas un pálido bosquejo de lo que él mismo
verá. Y a quien no regrese a Galilea, de nada
le serviría ningún relato de las
apariciones, ni siquiera un retrato del
Resucitado.
Así
que no se pregunten qué sucedió después. A
ustedes les toca escribir las páginas
siguientes, reiniciando el camino a Galilea,
para seguirlo.
Saben
el camino. Allí lo verán.
Los
quiero como hermanos. Marcos León.
Nota
del primer editor
(Yo
creo que Marcos León tuvo sus razones para
terminar aquí su relato. No quiero desvirtuar
su intención, que nos enfrenta con toda la
seriedad de las exigencias del seguimiento de
Jesús en el proseguimiento de su causa, sin
lo cual ninguna confesión de fe tiene
sentido. Creo que puso el dedo en la llaga de
muchas de nuestras comunidades, que creen que
basta confesar a Jesús como el Mesías y como
el Hijo de Dios, que creen que basta con orar,
con celebrar, pero se les pierde de vista de
que Dios no reina cuando se habla, sino cuando
se actúa, como decía Pablo.
No
quiero corregirle la plana, ni atenuar su
mensaje: ningún relato puede suplir la
experiencia del seguimiento, único lugar
donde se conoce a Jesús; pero quiero poner un
resumen de las tradiciones que se conocieron
desde el principio sobre las apariciones de
Jesús a los discípulos; con eso quiero
expresar una advertencia y una esperanza, en
continuidad con el mensaje de Marcos. Me
parece fundamental para consolidar una
esperanza activa y responsable: para que
caigamos en la cuenta de qué barro estamos
hechos, de dónde ha nacido nuestra comunidad
cristiana, cuál es nuestra tarea y dónde
hemos de poner nuestra seguridad).
Jesús
resucitó el primer día de la semana; o, más
bien, con él resucitó la vida y la
esperanza, en ese primer día del mundo nuevo
que con él comenzaba. A la primera persona a
quien se apareció fue a María Magdalena,
aquella de la que había echado siete demonios
-creo que con lo que Marcos León ha explicado
de los símbolos ustedes pueden ya entender
esto: era una mujer que vivía como sometida
por todas las fuerzas del mal; tratar con ella
hacía daño-. Y su vida comenzó a ser vida
desde que lo conoció; esa conversión tan
honda que tuvo la hacía tener una finura
especial para comprender en profundidad todo
lo que tuviera que ver con él.
Por eso
fue la primera en tener la experiencia de que
Jesús había sido confirmado en la vida por
su Papá-Dios; que este le había hecho
justicia. Podía decir que lo había visto; no
era una ilusión; era una certeza. Lo veía
con otros ojos, pero lo había visto.
Sacudida
toda ella por aquella certeza corrió a decírselo
a sus compañeros, que estaban de duelo, pero
ellos, al oírle decir que estaba vivo y que
lo había visto, se negaron a creer. Al fin y
al cabo ¿quién podía aceptar la palabra de
una mujer como testigo?
Otro
tanto sucedió con dos de ellos que habían ya
renunciado a toda esperanza y decidieron
olvidar aquella ilusión que había sido Jesús,
y regresaron al rancho de donde habían salido
para seguirlo. Y Ellos también, contra todo
lo que podían imaginar o esperar, tuvieron la
certeza incuestionable que estaba con ellos y
caminaba con ellos. Era El, no podían ya
dudar más, pero ahora lo veían de manera
diferente; poco a poco lo fueron reconociendo,
en gestos semejantes a los suyos, en una forma
de hablar parecida a la de Jesús y, sobre
todo, en el compartir el pan con ellos. Esa
misma noche regresaron a Jerusalén para
anunciarlo a los demás, pero también se
estrellaron contra la dura pared de
incredulidad de los discípulos, que se
negaron a creerles.
Todo
parecía perdido; la causa de Jesús, el Reino
de Papá-Dios, parecía sin futuro. Ya no eran
Los Doce, el fundamento del Israel
reunificado, sino sólo Once, el pueblo
incompleto, fragmentado, incapaz de reunificar
en torno suyo al pueblo de Dios. Pero el Señor
no se dio jamás por vencido. Y como lo último
que podía hacer, hizo a Los Once capaces de
experimentarlo como resucitado; sucedió un día,
cuando estaban a la mesa, el lugar del
compartir el pan y la vida.
¿Qué
hubieran hecho ustedes? Yo lo he pensado
muchas veces: les habría dicho que, dada su
incredulidad y su cerrazón a la evidencia que
Papá-Dios les estaba dando, ya no había nada
que hacer con ellos, y que buscaría a otros
que fueran menos duros de corazón. Jesús les
echó en cara su incredulidad y su terquedad
en no creer a los que lo habían visto
resucitado. Pero luego añadió lo que sólo
nuestro incorregible Señor podía añadir.
Les dijo:
‹‹Vayan,
pues, al mundo entero gritando a los cuatro
vientos la Buena Noticia de que Papá-Dios ya
decidió reinar en el mundo y la historia. No
esperen a que les pregunten; anúncienlo a
todo hombre. El que acepte esa buena noticia
con todo su corazón y toda su persona y se
integre en la comunidad de salvación a través
del bautismo, se salvará; si alguien se
cierra y no acepta esta realidad nueva, no
tiene remedio y se perderá a sí mismo.
Y todo
el que crea y viva unido a mí hará cosas que
serán señal para los demás de que el Reino
ya ha comenzado: vencerán al malo invocando
mi nombre; hablarán un lenguaje nuevo, capaz
de ser entendido por cualquier hombre: el
lenguaje del amor; su cercanía cariñosa a
los enfermos devolverá a estos la salud; y
por ese mismo amor pasarán por encima de
peligros sin sufrir daño: ni serpientes, ni
venenos tendrán fuerza para matar su
amor››.
Todo
eso les dijo Jesús y, después de hablarles,
dejó de estar presente en nuestra historia
para siempre, hasta el momento final en que
regrese a llevarla a plenitud, en el último día.
dejó de estar en la tierra, para vivir para
siempre junto a Papá Dios, en el lugar que le
corresponde, a su derecha.
Y los
discípulos, confirmados por la fuerza de su
Espíritu, vencieron todo miedo y se fueron a
gritar a todo el mundo su esperanza, su fe
renacida; y con ellos siguió caminando el Señor,
confirmando su mensaje con las señales que
acompañaban su predicación.
Y eso
me hace pensar que somos una comunidad nacida
de la incredulidad y de la imposibilidad de
ser pueblo; nacidos de la fragmentación y la
desesperanza. Somos de la misma carne que
aquellos primeros seguidores de Jesús. Y en
nosotros ha puesto Jesús su confianza. No
podemos nosotros ni escandalizarnos de la
incredulidad que, aún ahora, sigue siendo
nuestra tentación, ni renunciar a purificar
nuestra fe y nuestra práctica creyente, ni
frustrar la ilusión y la esperanza de Dios.
(Nota
de la Redacción: La firma del editor anterior
es ilegible).
www.servicioskoinonia.org/biblioteca/biblica
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2.
José C. R. García Paredes
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El
sueño de Galilea
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Entre
Galilea -periferia carismática- y Jerusalén
-centro oficial-, anda la Iglesia. Hay épocas
históricas en que ella vive del «sueño de
Galilea». Es el tiempo extraordinario, el
tiempo del estado naciente (F. Alberoni). Hay
otras épocas más prolongadas, en que la
Iglesia se encierra en las murallas de Jerusalén,
vive segura en sus palacios, e incluso alberga
la tentación de establecerse como centro de
poder en el templo y asumir el rostro de su
pasado judaico. Es ciertamente en Jerusalén
donde el caos llega a su culminación. Pero es
fuera de sus murallas donde la nueva creación
estalla. Jerusalén es el estado normal, el
tiempo del gobierno, de la consolidación
institucional.
¿Dónde
nos encontramos hoy? ¿En Galilea, en Jerusalén?
Hace ya tiempo que se han ido frenando en la
Iglesia las ansias de soñar, de esperar lo
nuevo, de enamorarse de ideales y utopías.
Estamos en la Iglesia de los realistas, de los
burócratas y buenos gestores. La palabra «profecía»
se pronuncia en tono menor. Ante la palabra «carisma»
se suscitan recelos o sonrisas irónicas. ¡Ay,
qué lejos queda ya Pentecostés! Aquel
Pentecostés que se soñó acontecimiento
permanente.
La
Iglesia está sujeta, bien sujeta. No es el
tiempo de las iniciativas, de la creatividad,
de la espera gozosa de lo nuevo. Por doquier
surgen «prohibido el paso», «no al...». El
arte, la teología, la liturgia, el
pensamiento se han vuelto cansinos
repetitivos, acostumbrados. Es como si el «revival»
del gregoriano o de las liturgias imperiales o
de los discursos grandilocuentes, fuera ya
nuestra única salida.
Se
cree en exceso en el poder transformador de la
tradición. ¿Nueva Evangelización o revival?
¡Qué bien se sienten en esta atmósfera los
tradicionalistas de siempre! Pero hay una
generación que fue muy soñadora y se siente
hoy demasiado castigada y relegada. Es como si
le estuvieran demostrando por activa y por
pasiva que todo fue una equivocación. «¿Socialistas?,
ahí tenéis el socialismo» «¿Apertura, diálogo?,
ahí tenéis las defecciones, las salidas».
«¿Liturgias creativas?, ahí tenéis a las
masas buscando respuesta a sus ansias
religiosas en las sectas». «¿Teología de
la liberación, teología moderna?, ahí tenéis
a los Boff, Küng, Schillebeckx, en los márgenes
o fuera casi de la Iglesia».
La
generación que soñaba con la teología de la
liberación, o con una teología más
dialogante con nuestra cultura, quienes se
entusiasmaban ante la lectura histórica del
Evangelio, los que veían en la inserción con
los más pobres, en las luchas solidarias por
los últimos de la tierra, la gran aplicación
del Evangelio para hoy, se ven destinados a
envejecer sin contemplar la tierra de sus sueños.
Mujeres
y hombres de Iglesia que hoy hablan más bajo.
No quieren causar conflictos. Saben que no serán
convocados para nada importante a nivel
oficial, que no se confía en ellos y ellas.
En este tiempo de desierto, en esta noche
oscura, están descubriendo con más pureza a
Dios. Oran, sufren, callan, esperan. También
gozan, porque han descubierto la alegría de
lo pequeño, el gozo de la humildad, la
fecundidad del olvido oficial. Y son muchas,
muchos más de lo que cabría esperar. Desean
un cambio profundo en la Iglesia. Dudan de que
vaya a llegar pronto. Se contentan con la política
de los pequeños pasos. Su fe es hoy más sólida.
Creen a pesar de todo.
Y
¿por qué recordar hoy a esta generación?
Porque a pesar del poco reconocimiento que
obtiene, ha sido el instrumento del que se ha
servido el Espíritu para introducir lo
extraordinario en su Iglesia; porque a través
de ella la Iglesia entró en estado naciente;
porque el Espíritu ha hecho de ella una
generación apasionada, enamorada, entusiasta,
rebelde, revolucionaria. Le quedan ya pocos años.
Irá poco a poco muriendo, cuando algunos ya
la han hecho morir en sus decisiones
unilaterales. Cuando uno piensa en Jesús de
Nazaret, en Jesús de Galilea, con su
historia, sus gestos, su mensaje, su
apasionado amor al pueblo, no puede dejar de
evocar esta generación. Aquel Jesús era un
marginal, un personaje liminal.
Jesús
no era un hombre de centro, sino del margen,
de la frontera. Cuando llegó a su madurez
vital abandonó con total radicalidad su
status profesional, su oficio, su casa, y se
convirtió en un rabino o profeta itinerante.
Sin ningún tipo de mandato oficial, sin ningún
aval, de autoridad, proclamó la llegada
inminente del Reino de Dios y pidió a todos
una urgente conversión, es decir, un cambio
radical en la forma de vivir y de pensar.
Hablaba de Dios de tal manera que los teólogos
oficiales lo acusaban de blasfemo. A las
prohibiciones del Antiguo Testamento respondió
con aserciones alternativas: «pero yo os digo».
Su madre María expresó muy bien hasta donde
llegaba la alternativa: «Dios... derriba del
trono a los poderosos y enaltece a los
humillados, a los hambrientos los colma de
bienes y a los ricos los despide vacíos. Jesús
no supervaloraba las autoridades de este
mundo, ni se postergaba indignamente ante
ellas. Como laico profeta toma posesión del
templo y reivindica otro tipo de templo, de
culto y de teología.
Galilea
era la marginalidad del imperio y también del
Israel de Dios. Predicó desde la
marginalidad. No tuvo a su disposición ningún
tipo de estructura que avalase su magisterio o
su profecía. Cuando le preguntaba la
autoridad judía ¿con qué autoridad haces
esto?, él respondía identificándose con
otro marginal, Juan Bautista, a quien la
oficialidad judía no había acogido, pero a
quien el pueblo había consagrado. Pero en su
marginalidad Jesús fue la creatividad en acción.
Era llevado por el Espíritu. No fundó en
torno a sí a un grupo de burócratas u
oficiales. No se parapetó tras el cerco de
instituciones que asegurasen el futuro. No
hizo de las estructuras económicas su fuerza.
Ni con ellas protegió a su grupo. Dejaba que
las mujeres lo alimentaran con sus bienes, que
formaran parte de su grupo, que entraran a
formar parte del discipulado teológico.
Cuando
hoy en la Iglesia nos preguntamos por la
voluntad de Jesús hemos de ser humildes y
modestos para no confundirla con la nuestra.
Hay toda una línea de conducta y de actuación
que está ciertamente en línea con la
voluntad del Señor. Todo lo que acelera la
llegada del Reino del Abba, todo lo que crea
entre nosotros gran fraternidad y sororidad,
todo aquello que evita que se establezca entre
nosotros relaciones de poder «mundano». está
bien preguntarse una y otra vez qué es la
voluntad de Jesús para -en consecuencia-
cambiar en la Iglesia todo lo que haya que
cambiar. Pero probablemente nunca lleguemos a
conocer esa voluntad en total discernimiento.
Porque en el fondo, Jesús estaba sometido a
la voluntad del Padre que se revela históricamente
en la inspiración del Espíritu.
Voluntad
de Jesús es que no dejemos de soñar, ni de
ver visiones, ni de esperar milagros, ni de
caminar, ni de luchar contra el mundo viejo.
Hemos sido convocados a la «nueva
evangelización». Volvamos a Galilea,
volvamos a soñar y a acoger con ilusión
tantos sueños que el Espíritu ha ido
sembrando por el mundo.
Que
venga de nuevo la profecía, el carisma. Que
la Iglesia de Jesús pueda sonreír a través
de nuevos momentos de reconciliación, abrazos
y besos de paz. Que una gran ola de ecumenismo
nos invada a todos y acabe de una vez con
tanto unilateralismo. Necesitamos voces proféticas
que nos llamen de nuevo a la comunión pero no
en fórmulas, no en personajes autoritativos,
sino en Jesucristo, en su evangelio, en la fe
de su comunidad, de su pueblo, en la práctica
del Evangelio.
http://servicioskoinonia.org/logos/logos005.htm
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3.
Pere Casaldàliga
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Deja
la Curia, Pedro
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Deja la curia, Pedro,
desmantela el sinedrio y la muralla,
ordena que se cambien todas las filacterias impecables
por palabras de vida, temblorosas.
Vamos al Huerto de las bananeras,
revestidos de noche, a todo riesgo,
que allí el Maestro suda la sangre de los Pobres.
La túnica inconsútil es esta humilde carne destrozada,
el llanto de los niños sin respuesta,
la memoria bordada de los muertos anónimos.
Legión de mercenarios acosan la frontera de la aurora naciente
y el César los bendice desde su prepotencia.
En la pulcra jofaina Pilatos se abluciona, legalista y cobarde.
El Pueblo es sólo un «resto»,
un resto de Esperanza.
No Lo dejemos sólo entre guardias y príncipes.
Es hora de sudar con Su agonía,
es hora de beber el cáliz de los Pobres
y erguir la Cruz, desnuda de certezas,
y quebrantar la losa —ley y sello— del sepulcro romano,
y amanecer
de Pascua.
Diles, dinos a todos,
que siguen en vigencia indeclinable
la gruta de Belén,
las Bienaventuranzas
y el Juicio del amor dado en comida.
¡No nos conturbes más!
Como Lo amas,
ámanos,
simplemente,
de igual a igual, hermano.
Danos, con tus sonrisas, con tus lágrimas nuevas,
el pez de la Alegría,
el pan de la Palabra,
las rosas del rescoldo...
...la claridad del horizonte libre,
el Mar de Galilea ecuménicamente abierto al Mundo.
El tiempo y la espera. Sal Terrae. Santander, 1986.
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