«Volvamos a Galilea» (Mc 16,13)


 

  

 

Cristo en el mar de Galilea (Tiépolo)

 


  1. Leer Mc 16,1-8

    2. Meditar: Aquí acaba el primer evangelio, es en Galilea donde los discípulos y Pedro encontrarán vivo al Señor. Parece que después la comunidad añadió un apéndice (16,9-20) con algunas apariciones porque las indicaciones de Mc sabían a poco. Aprovechemos para profundizar hoy en el mensaje original: ¿Qué significa este aviso de que vuelvan a Galilea si quieren encontrar al crucificado Jesús de Nazaret verdaderamente resucitado? Esto ¿se refiere sólo a los primeros discípulos y a Pedro o vale también, y muy especialmente en este tiempo de alergia al lenguaje mítico de las apariciones, para nosotros hoy?

 Para esta meditación proponemos tres ayudas:

 La actualización que hace C. Bravo, sj, en su librito divulgativo Galilea, año 30.

 Un artículo de J. Cristo Rey García Paredes, mcm, sobre El sueño de Galilea, la utopía de volver a la Iglesia original.

 Un poema del Obispo catalán-brasileño P. Casaldàliga, Deja la curia, Pedro directamente relacionado con nuestra jerarquía.

 La riqueza de materiales se usa como uno quiera, creando nuevos géneros literarios  y subsidios catequéticos.

 Conviene no perder de vista la intención de estas lecturas:

1.      ¿Qué me sugiere este texto referente a los lugares, personas y modos en que podemos encontrar a Jesús verdaderamente vivo? (para mí, para la comunidad religiosa o eclesial, para la jerarquía y los fieles)

2.      ¿Cómo entiendo la indicación y la urgencia de volver hoy a nuestra Galilea?

3.      ¿Qué riqueza aporta a la vivencia de nuestra espiritualidad?

4.      ¿Cómo me siento movido a expresarlo en forma de oración y en la acción?

 

 

 

1. Carlos Bravo, sj

Galilea año 30: Inconclusión


 

Una última mirada al sepulcro (16, 1-8)

 Los hombres eran más pragmáticos. Aceptaban que ya no había nada que hacer. Por mucho que les doliera. Pero las mujeres no se resignaban. No habían podido terminar los ritos funerarios con Jesús, porque se les echó encima el Shabbat. No podían dejarlo así nada más, olvidado en el sepulcro para siempre. Tenían que ir a ungir el cuerpo rindiéndole así su último homenaje de amor.

Apenas se había puesto el sol, dando por terminado el descanso del Shabbat, fueron a comprar perfumes para embalsamar el cuerpo. Y en cuanto despuntó el alba, se fueron a toda prisa al sepulcro. Ni siquiera habían pensado en algo fundamental: ¿Quién les iba a mover la piedra del sepulcro para poder entrar? Varios hombres se habían necesitado para rodarla. Y ellas ni siquiera habían querido pedir ayuda a los discípulos, que no querían saber ya nada del sepulcro, y lo único que querían era regresarse a Galilea.

Entraron en el huerto donde estaba excavado el sepulcro y de pronto se quedaron dudando, y miraban alrededor, a las otras tumbas que había allí. ‹‹Estás segura de que esta es la tumba?››. ‹‹Segurísima, decía María Magdalena; ¿cómo crees que se me olvidará algún día un solo detalle de todo lo que tiene que ver con él?››. Porque la piedra estaba rodada a un lado, y eso que era muy grande, y la tumba estaba abierta.

Con un temor creciente decidieron asomarse dentro de la sepultura; la luz de día apenas comenzaba y no les permitía ver adentro. Y al entrar vieron que el cuerpo de Jesús no estaba allí. Había un joven, vestido de blanco, resplandeciente, sentado al lado derecho, y al verlo se asustaron. ¿Quién era? ¿Qué hacía allí? ¿Dónde estaba Jesús? ¿Qué habían hecho con él?

Supongo que ahora ya pueden ustedes leer detrás de los símbolos: era un ángel. O sea, que cuando entraron las mujeres al sepulcro tuvieron una experiencia de Dios, que les hacía comprender lo que había pasado con Jesús. El ángel les dijo:

‹‹No se asusten. Yo sé que buscan a Jesús el de Nazaret, el Crucificado. Resucitó, por eso no está aquí. Vean la losa en la que lo dejaron hace tres días. Pero no se queden aquí, porque en este lugar no hay nada suyo. Y vayan a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ustedes a Galilea, como les dijo antes de morir; quien lo siga, quien prosiga su causa, ése lo verá resucitado››.

Oyeron aquello las mujeres y temblando salieron despavoridas del sepulcro; tal era el espanto que se había apoderado de ellas; y regresando a casa no le dijeron nada a nadie, porque tenían miedo...

 

Nota explicatoria final

A muchos ha parecido extraña la manera como he querido terminar mi relato. Algunos han pensado que perdí algunas notas sobre las apariciones de Jesús; otros, que no conocí tales relatos. ¿Cómo pueden creer eso, si la noticia se corrió como fuego en los matorrales por todas partes? A otros les parece mi relato incompleto. Es que a una práctica truncada violentamente, y que debe ser proseguida, este es el tipo de relato que le corresponde.

Claro que no bastaron ni las apariciones ni el relato de la tumba vacía, para que creyeran que Jesús había resucitado. Varios de los discípulos tardaron mucho tiempo en dejarse convencer de que la fuerza de Dios había rescatado a Jesús de la muerte. Y tuvo que pasar mucho tiempo para que los mismos discípulos lo aceptaran. La verdad es que ya no esperaban nada, después de ver cómo Dios aparentemente lo había desautorizado. Si alguien no habría podido inventar la resurrección eran ellos, los desengañados, los frustrados, los escépticos discípulos, cuyas ambiciones se habían derrumbado con aquella muerte ignominiosa para Jesús... y para ellos.

Por eso he querido terminar aquí mi relato: primero, porque hay muchos cristianos que creen que en la exaltación de los cantos, de la oración, del éxtasis, se tiene la garantía de la fe en Jesús como resucitado, y que por eso hay que desentenderse de la situación del mundo y de las responsabilidades de la historia; y segundo, porque creo que lo que sucedió a los discípulos les puede suceder también a ustedes: que crean que Dios actúa en la historia a base de golpes de fuerza.

Sólo puede experimentarlo como resucitado quien regrese a Galilea a seguirlo, caminando tras él, prosiguiendo su causa. El seguimiento es la única expresión válida de la fe en él. Y para eso escribí mi evangelio: para que sepan dónde queda Galilea y qué hizo Jesús allí, y así puedan seguirlo.

Galilea para ustedes hoy es su propia historia humana. Es en ella donde Jesús sigue caminando. Allí prosigue su causa, la causa del Reino de su Padre, la causa de la vida de los pobres. Sigue compartiendo con ellos la mesa y el pan, sigue dando vista a los ciegos, haciendo hablar a los sin voz, poniendo en pie al pueblo para que camine. Sigue conviviendo con los pecadores, regresando al pueblo la esperanza que el centro le había secuestrado. Sigue desenmascarando los intereses que se ocultan detrás de las apariencias de piedad, sigue enfrentándose con el Centro, sigue dando su gran mensaje de libertad: que el hombre está por encima de la Ley, que un culto olvidado del hombre es una perversión de la fe, que todo Templo que se convierta en cueva de ladrones será destruido. Sigue allí manteniendo en alto la antorcha del amor y la causa de la vida.

Sepan leer en esto mi mensaje: sólo el seguimiento de Jesús en el pro-seguimiento de su causa puede dar razón adecuada de lo que luego pasó. Y es a ustedes, los lectores, a quienes les toca concluirlo. Sólo quien lo siga experimentará la fuerza de su resurrección y sabrá que el Padre confirmó su causa y su persona y los convirtió en norma para todo aquel que quiera llegar al Reino. Sabrá que no se nos ha dado otro nombre sobre la tierra por quien nos pueda llegar la liberación total más que Jesús. Por eso, y para que no se presten a engaño, no les narré ningún relato de apariciones. El que regrese a Galilea lo verá y será tal su experiencia, que todo lo que yo pudiera contarle sería apenas un pálido bosquejo de lo que él mismo verá. Y a quien no regrese a Galilea, de nada le serviría ningún relato de las apariciones, ni siquiera un retrato del Resucitado.

Así que no se pregunten qué sucedió después. A ustedes les toca escribir las páginas siguientes, reiniciando el camino a Galilea, para seguirlo.

Saben el camino. Allí lo verán.

Los quiero como hermanos. Marcos León.

 

Nota del primer editor

(Yo creo que Marcos León tuvo sus razones para terminar aquí su relato. No quiero desvirtuar su intención, que nos enfrenta con toda la seriedad de las exigencias del seguimiento de Jesús en el proseguimiento de su causa, sin lo cual ninguna confesión de fe tiene sentido. Creo que puso el dedo en la llaga de muchas de nuestras comunidades, que creen que basta confesar a Jesús como el Mesías y como el Hijo de Dios, que creen que basta con orar, con celebrar, pero se les pierde de vista de que Dios no reina cuando se habla, sino cuando se actúa, como decía Pablo.

No quiero corregirle la plana, ni atenuar su mensaje: ningún relato puede suplir la experiencia del seguimiento, único lugar donde se conoce a Jesús; pero quiero poner un resumen de las tradiciones que se conocieron desde el principio sobre las apariciones de Jesús a los discípulos; con eso quiero expresar una advertencia y una esperanza, en continuidad con el mensaje de Marcos. Me parece fundamental para consolidar una esperanza activa y responsable: para que caigamos en la cuenta de qué barro estamos hechos, de dónde ha nacido nuestra comunidad cristiana, cuál es nuestra tarea y dónde hemos de poner nuestra seguridad).

Jesús resucitó el primer día de la semana; o, más bien, con él resucitó la vida y la esperanza, en ese primer día del mundo nuevo que con él comenzaba. A la primera persona a quien se apareció fue a María Magdalena, aquella de la que había echado siete demonios -creo que con lo que Marcos León ha explicado de los símbolos ustedes pueden ya entender esto: era una mujer que vivía como sometida por todas las fuerzas del mal; tratar con ella hacía daño-. Y su vida comenzó a ser vida desde que lo conoció; esa conversión tan honda que tuvo la hacía tener una finura especial para comprender en profundidad todo lo que tuviera que ver con él.

Por eso fue la primera en tener la experiencia de que Jesús había sido confirmado en la vida por su Papá-Dios; que este le había hecho justicia. Podía decir que lo había visto; no era una ilusión; era una certeza. Lo veía con otros ojos, pero lo había visto.

Sacudida toda ella por aquella certeza corrió a decírselo a sus compañeros, que estaban de duelo, pero ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, se negaron a creer. Al fin y al cabo ¿quién podía aceptar la palabra de una mujer como testigo?

Otro tanto sucedió con dos de ellos que habían ya renunciado a toda esperanza y decidieron olvidar aquella ilusión que había sido Jesús, y regresaron al rancho de donde habían salido para seguirlo. Y Ellos también, contra todo lo que podían imaginar o esperar, tuvieron la certeza incuestionable que estaba con ellos y caminaba con ellos. Era El, no podían ya dudar más, pero ahora lo veían de manera diferente; poco a poco lo fueron reconociendo, en gestos semejantes a los suyos, en una forma de hablar parecida a la de Jesús y, sobre todo, en el compartir el pan con ellos. Esa misma noche regresaron a Jerusalén para anunciarlo a los demás, pero también se estrellaron contra la dura pared de incredulidad de los discípulos, que se negaron a creerles.

Todo parecía perdido; la causa de Jesús, el Reino de Papá-Dios, parecía sin futuro. Ya no eran Los Doce, el fundamento del Israel reunificado, sino sólo Once, el pueblo incompleto, fragmentado, incapaz de reunificar en torno suyo al pueblo de Dios. Pero el Señor no se dio jamás por vencido. Y como lo último que podía hacer, hizo a Los Once capaces de experimentarlo como resucitado; sucedió un día, cuando estaban a la mesa, el lugar del compartir el pan y la vida.

¿Qué hubieran hecho ustedes? Yo lo he pensado muchas veces: les habría dicho que, dada su incredulidad y su cerrazón a la evidencia que Papá-Dios les estaba dando, ya no había nada que hacer con ellos, y que buscaría a otros que fueran menos duros de corazón. Jesús les echó en cara su incredulidad y su terquedad en no creer a los que lo habían visto resucitado. Pero luego añadió lo que sólo nuestro incorregible Señor podía añadir. Les dijo:

‹‹Vayan, pues, al mundo entero gritando a los cuatro vientos la Buena Noticia de que Papá-Dios ya decidió reinar en el mundo y la historia. No esperen a que les pregunten; anúncienlo a todo hombre. El que acepte esa buena noticia con todo su corazón y toda su persona y se integre en la comunidad de salvación a través del bautismo, se salvará; si alguien se cierra y no acepta esta realidad nueva, no tiene remedio y se perderá a sí mismo.

Y todo el que crea y viva unido a mí hará cosas que serán señal para los demás de que el Reino ya ha comenzado: vencerán al malo invocando mi nombre; hablarán un lenguaje nuevo, capaz de ser entendido por cualquier hombre: el lenguaje del amor; su cercanía cariñosa a los enfermos devolverá a estos la salud; y por ese mismo amor pasarán por encima de peligros sin sufrir daño: ni serpientes, ni venenos tendrán fuerza para matar su amor››.

Todo eso les dijo Jesús y, después de hablarles, dejó de estar presente en nuestra historia para siempre, hasta el momento final en que regrese a llevarla a plenitud, en el último día. dejó de estar en la tierra, para vivir para siempre junto a Papá Dios, en el lugar que le corresponde, a su derecha.

Y los discípulos, confirmados por la fuerza de su Espíritu, vencieron todo miedo y se fueron a gritar a todo el mundo su esperanza, su fe renacida; y con ellos siguió caminando el Señor, confirmando su mensaje con las señales que acompañaban su predicación.

Y eso me hace pensar que somos una comunidad nacida de la incredulidad y de la imposibilidad de ser pueblo; nacidos de la fragmentación y la desesperanza. Somos de la misma carne que aquellos primeros seguidores de Jesús. Y en nosotros ha puesto Jesús su confianza. No podemos nosotros ni escandalizarnos de la incredulidad que, aún ahora, sigue siendo nuestra tentación, ni renunciar a purificar nuestra fe y nuestra práctica creyente, ni frustrar la ilusión y la esperanza de Dios.

(Nota de la Redacción: La firma del editor anterior es ilegible).

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2. José C. R. García Paredes

El sueño de Galilea


 

Entre Galilea -periferia carismática- y Jerusalén -centro oficial-, anda la Iglesia. Hay épocas históricas en que ella vive del «sueño de Galilea». Es el tiempo extraordinario, el tiempo del estado naciente (F. Alberoni). Hay otras épocas más prolongadas, en que la Iglesia se encierra en las murallas de Jerusalén, vive segura en sus palacios, e incluso alberga la tentación de establecerse como centro de poder en el templo y asumir el rostro de su pasado judaico. Es ciertamente en Jerusalén donde el caos llega a su culminación. Pero es fuera de sus murallas donde la nueva creación estalla. Jerusalén es el estado normal, el tiempo del gobierno, de la consolidación institucional.

¿Dónde nos encontramos hoy? ¿En Galilea, en Jerusalén? Hace ya tiempo que se han ido frenando en la Iglesia las ansias de soñar, de esperar lo nuevo, de enamorarse de ideales y utopías. Estamos en la Iglesia de los realistas, de los burócratas y buenos gestores. La palabra «profecía» se pronuncia en tono menor. Ante la palabra «carisma» se suscitan recelos o sonrisas irónicas. ¡Ay, qué lejos queda ya Pentecostés! Aquel Pentecostés que se soñó acontecimiento permanente.

La Iglesia está sujeta, bien sujeta. No es el tiempo de las iniciativas, de la creatividad, de la espera gozosa de lo nuevo. Por doquier surgen «prohibido el paso», «no al...». El arte, la teología, la liturgia, el pensamiento se han vuelto cansinos repetitivos, acostumbrados. Es como si el «revival» del gregoriano o de las liturgias imperiales o de los discursos grandilocuentes, fuera ya nuestra única salida.

Se cree en exceso en el poder transformador de la tradición. ¿Nueva Evangelización o revival? ¡Qué bien se sienten en esta atmósfera los tradicionalistas de siempre! Pero hay una generación que fue muy soñadora y se siente hoy demasiado castigada y relegada. Es como si le estuvieran demostrando por activa y por pasiva que todo fue una equivocación. «¿Socialistas?, ahí tenéis el socialismo» «¿Apertura, diálogo?, ahí tenéis las defecciones, las salidas». «¿Liturgias creativas?, ahí tenéis a las masas buscando respuesta a sus ansias religiosas en las sectas». «¿Teología de la liberación, teología moderna?, ahí tenéis a los Boff, Küng, Schillebeckx, en los márgenes o fuera casi de la Iglesia».

La generación que soñaba con la teología de la liberación, o con una teología más dialogante con nuestra cultura, quienes se entusiasmaban ante la lectura histórica del Evangelio, los que veían en la inserción con los más pobres, en las luchas solidarias por los últimos de la tierra, la gran aplicación del Evangelio para hoy, se ven destinados a envejecer sin contemplar la tierra de sus sueños.

Mujeres y hombres de Iglesia que hoy hablan más bajo. No quieren causar conflictos. Saben que no serán convocados para nada importante a nivel oficial, que no se confía en ellos y ellas. En este tiempo de desierto, en esta noche oscura, están descubriendo con más pureza a Dios. Oran, sufren, callan, esperan. También gozan, porque han descubierto la alegría de lo pequeño, el gozo de la humildad, la fecundidad del olvido oficial. Y son muchas, muchos más de lo que cabría esperar. Desean un cambio profundo en la Iglesia. Dudan de que vaya a llegar pronto. Se contentan con la política de los pequeños pasos. Su fe es hoy más sólida. Creen a pesar de todo.

Y ¿por qué recordar hoy a esta generación? Porque a pesar del poco reconocimiento que obtiene, ha sido el instrumento del que se ha servido el Espíritu para introducir lo extraordinario en su Iglesia; porque a través de ella la Iglesia entró en estado naciente; porque el Espíritu ha hecho de ella una generación apasionada, enamorada, entusiasta, rebelde, revolucionaria. Le quedan ya pocos años. Irá poco a poco muriendo, cuando algunos ya la han hecho morir en sus decisiones unilaterales. Cuando uno piensa en Jesús de Nazaret, en Jesús de Galilea, con su historia, sus gestos, su mensaje, su apasionado amor al pueblo, no puede dejar de evocar esta generación. Aquel Jesús era un marginal, un personaje liminal.

Jesús no era un hombre de centro, sino del margen, de la frontera. Cuando llegó a su madurez vital abandonó con total radicalidad su status profesional, su oficio, su casa, y se convirtió en un rabino o profeta itinerante. Sin ningún tipo de mandato oficial, sin ningún aval, de autoridad, proclamó la llegada inminente del Reino de Dios y pidió a todos una urgente conversión, es decir, un cambio radical en la forma de vivir y de pensar. Hablaba de Dios de tal manera que los teólogos oficiales lo acusaban de blasfemo. A las prohibiciones del Antiguo Testamento respondió con aserciones alternativas: «pero yo os digo». Su madre María expresó muy bien hasta donde llegaba la alternativa: «Dios... derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humillados, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Jesús no supervaloraba las autoridades de este mundo, ni se postergaba indignamente ante ellas. Como laico profeta toma posesión del templo y reivindica otro tipo de templo, de culto y de teología.

Galilea era la marginalidad del imperio y también del Israel de Dios. Predicó desde la marginalidad. No tuvo a su disposición ningún tipo de estructura que avalase su magisterio o su profecía. Cuando le preguntaba la autoridad judía ¿con qué autoridad haces esto?, él respondía identificándose con otro marginal, Juan Bautista, a quien la oficialidad judía no había acogido, pero a quien el pueblo había consagrado. Pero en su marginalidad Jesús fue la creatividad en acción. Era llevado por el Espíritu. No fundó en torno a sí a un grupo de burócratas u oficiales. No se parapetó tras el cerco de instituciones que asegurasen el futuro. No hizo de las estructuras económicas su fuerza. Ni con ellas protegió a su grupo. Dejaba que las mujeres lo alimentaran con sus bienes, que formaran parte de su grupo, que entraran a formar parte del discipulado teológico.

Cuando hoy en la Iglesia nos preguntamos por la voluntad de Jesús hemos de ser humildes y modestos para no confundirla con la nuestra. Hay toda una línea de conducta y de actuación que está ciertamente en línea con la voluntad del Señor. Todo lo que acelera la llegada del Reino del Abba, todo lo que crea entre nosotros gran fraternidad y sororidad, todo aquello que evita que se establezca entre nosotros relaciones de poder «mundano». está bien preguntarse una y otra vez qué es la voluntad de Jesús para -en consecuencia- cambiar en la Iglesia todo lo que haya que cambiar. Pero probablemente nunca lleguemos a conocer esa voluntad en total discernimiento. Porque en el fondo, Jesús estaba sometido a la voluntad del Padre que se revela históricamente en la inspiración del Espíritu.

Voluntad de Jesús es que no dejemos de soñar, ni de ver visiones, ni de esperar milagros, ni de caminar, ni de luchar contra el mundo viejo. Hemos sido convocados a la «nueva evangelización». Volvamos a Galilea, volvamos a soñar y a acoger con ilusión tantos sueños que el Espíritu ha ido sembrando por el mundo.

Que venga de nuevo la profecía, el carisma. Que la Iglesia de Jesús pueda sonreír a través de nuevos momentos de reconciliación, abrazos y besos de paz. Que una gran ola de ecumenismo nos invada a todos y acabe de una vez con tanto unilateralismo. Necesitamos voces proféticas que nos llamen de nuevo a la comunión pero no en fórmulas, no en personajes autoritativos, sino en Jesucristo, en su evangelio, en la fe de su comunidad, de su pueblo, en la práctica del Evangelio.

http://servicioskoinonia.org/logos/logos005.htm

 

3. Pere Casaldàliga

Deja la Curia, Pedro


 

Deja la curia, Pedro,
desmantela el sinedrio y la muralla,
ordena que se cambien todas las filacterias impecables
por palabras de vida, temblorosas.
 
Vamos al Huerto de las bananeras,
revestidos de noche, a todo riesgo,
que allí el Maestro suda la sangre de los Pobres.
 
La túnica inconsútil es esta humilde carne destrozada,
el llanto de los niños sin respuesta,
la memoria bordada de los muertos anónimos.
 
Legión de mercenarios acosan la frontera de la aurora naciente
y el César los bendice desde su prepotencia.
En la pulcra jofaina Pilatos se abluciona, legalista y cobarde.
 
El Pueblo es sólo un «resto»,
un resto de Esperanza.
 
No Lo dejemos sólo entre guardias y príncipes.
Es hora de sudar con Su agonía,
es hora de beber el cáliz de los Pobres
y erguir la Cruz, desnuda de certezas,
y quebrantar la losa  —ley y sello—  del sepulcro romano,
y amanecer
de Pascua.
 
Diles, dinos a todos,
que siguen en vigencia indeclinable
la gruta de Belén,
las Bienaventuranzas
y el Juicio del amor dado en comida.
 
¡No nos conturbes más!
Como Lo amas,
ámanos,
simplemente,
de igual a igual, hermano.
 
Danos, con tus sonrisas, con tus lágrimas nuevas,
el pez de la Alegría,
el pan de la Palabra,
las rosas del rescoldo...
...la claridad del horizonte libre,
el Mar de Galilea ecuménicamente abierto al Mundo.
 El tiempo y la espera. Sal Terrae. Santander, 1986.