“Tocando la herida del
costado de Jesús fue como Tomás
descubrió de nuevo el corazón de Cristo. Esto
habla de manera más contundente que
cualquier frase sobre el amor de
Dios”.
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6. Toca la herida y descubre
el corazón
Tomás representa al escéptico entre los creyentes, más aún, a
la parte escéptica de cada creyente.
Tenemos razones para estar agradecidos
a su reacción.
Cuando los otros discípulos le dijeron
que habían visto al Jesús resucitado, Tomás
manifestó una necesidad ilimitada de pruebas,
como se desprende de sus propias palabras en
el relato de (Jn 20,24-29).
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo
en el lugar de los clavos y la mano en su
costado, no lo creo» (Jn 20,25).
Pero Jesús conocía a su discípulo y, comprendiendo su necesidad,
responde a Tomás en el lugar en que se
encuentra. Repite la aparición anterior exclusivamente para él,
con todas las condiciones por él estipuladas,
provocando así su respuesta.
«Trae tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu malo y
métela en mi costado, y no seas incrédulo
sino creyente» (Jn 20,27).
La narración alcanza
aquí su punto culminante. Jesús resucitado
pide a Tomás una respuesta de fe, como sigue
pidiendo a cada uno de nosotros.
Pero a la vez
se muestra realista y consciente de la
necesidad de la
formación en la fe.
La mente, el cuerpo y el corazón tienen su lugar en una educación holística, que es la única
preparación apropiada para la fe.
Dios respeta sobre todo
lo que somos y quienes somos.
Vemos de manera más perspicaz y
comprendemos
y reparamos mejor en las cosas cuando
nuestros cimientos están implicados.
Necesitamos tocar y saborear
antes de juzgar y elegir; y todos estos
modos humanos de respuesta han de ser
examinados antes de que
podamos trascendemos a nosotros mismos y
confiar realmente en el camino de la fe.
Cristo sabía que Tomás
necesitaba una experiencia personal,
del mismo modo que conoce nuestra
necesidad y nuestro deseo en
ese mismo sentido.
Pues en la unicidad
e intensidad de un encuentro personal es
donde somos capaces de una respuesta de fe y
confianza. La propia
razón trabaja mejor después de alguna
forma auténtica de éxtasis que nos lleva más
allá de nosotros mismos.
En este contexto, la pasión de amor
nos lleva a un nuevo discernimiento. Pues
el corazón no es sólo
el centro de todos los sentidos, es también
el lugar en que sentidos y espíritu se encuentran, se compenetran
y se hacen uno: el espacio que se abre a
la presencia de Dios.
Cuando nuestra visión ha sido potenciada de este modo y nuestro
ser ha sido centrado, la fe puede realmente empezar a cuajar y ayudarnos a enraizar nuestra visión en un
camino práctico y personal.
Todo esto está, de alguna manera, implícito
en la invitación de Cristo a Tomás de tocar
las heridas.
Tocando la herida del costado de Jesús
fue como Tomás descubrió de nuevo el
corazón de Cristo. Esto habla de manera más contundente que cualquier frase
sobre el amor de Dios. Ahí está
la imagen de la ternura y el entusiasmo,
de la energía y el consuelo que podía dar
valor y confianza.
La herida visible era signo del amor invisible que era su
significado. Pero la imagen es también un
recuerdo continuo de las heridas siempre
presentes en todo ser humano, que reclaman
nuestro cuidado y compasión. Somos invitados
a tocar esas heridas, a cuidarlas y curarlas,
pero sobre todo a recibir con ternura y
consuelo a todos aquellos que las sufren.
Los heridos física, psicológica y espiritualmente, son los pobres
que tenemos siempre entre nosotros, como también
dentro de nosotros. No basta con mirar a
quienes están destrozados. Tenemos que tocar
sus heridas entrando en contacto con ellos e
implicándonos de alguna manera en su situación.
Al tocarlos, puede que descubramos de nuevo el
corazón de Cristo, y muy cerca de nosotros.
Entonces comprenderemos que la última llamada
de Cristo resucitado a Tomás se dirige también
a nosotros, y seremos capaces de responder.
7.
Cree y adora: inmediatez
Antes de la exhortación de Jesús, «No seas incrédulo, sino
creyente», Tomás no encontraba palabras para
expresarse. Pero el amor y la comprensión de
Jesús sacaron a Tomás de sí mismo en un
salto de fe que se convirtió en adoración
profunda. De algún modo, fue arrastrado más
allá de la herida abierta en el costado de
Jesús y conoció el corazón de Cristo como
una experiencia personal inmediata. Toda duda
quedó disipada como irrelevante. La
experiencia se autentificaba por sí misma,
por eso no le quedó otro camino que el de la
entrega incondicional en una fe convertida en
adoración.
El corazón de Cristo se había convertido para Tomás en lo que
puede ser para todos nosotros: un foco
tangible y visible que apunta a ese espacio
sagrado de nuestro corazón donde está Dios,
para todo ser humano. Por eso las últimas
palabras de Jesús llevan a Tomás más allá
de las imágenes, a una confianza reencontrada
en una vida vivida desde ese centro interior,
que es donde nos llevan también a nosotros.
«Dichosos los que creen sin haber visto» (Jn 20,29)
El
corazón, un espacio sagrado. San Pablo. Madrid, 1997, ps.
121-127.
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