«La llevaré al desierto y le hablaré al corazón» (Os 2,16)


 

  

 

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1. Lectura bíblica: Oseas 2, 4-25

 

¿De qué habla el texto?, ¿quiénes son los actores?, ¿qué hacen y qué buscan?, ¿qué imágenes usa?, ¿qué nos llama la atención?

 

Fijémonos en las expresiones que se repiten y en las palabras que nos parecen más importantes.

 

En ese proceso de divorcio, hay tres acusaciones de Dios (¿cuáles son?) y en los castigos que piensa (¿cuál es el tercero?).

¿Qué rostro de Dios se nos muestra?

 

¿Qué se espera de nuestra respuesta humana?

 

 

2. Actualización: ¿Estamos en la época de Oseas?

 

En la década de los 90 se pasa de la euforia al desencanto, del compromiso a la intimidad. Del modernismo a la post-modernidad. Gráficamente expresado: Es el paso “de Prometeo a Narciso”. Prometeo es el “santo” pagano que, al robar el fuego saagrado a Zeus, trajo el progreso a la humanidad. Narciso es el hombre que, enamorado de sí mismo, no tiene ojos para los demás.

 

En los 70 alentaba una mística del compromiso. Hoy predomina un misticismo de corte individualista, “sin prójimo y sin historia”. La generación joven de hoy niega, así, un progreso que no le ha hecho más feliz y una programación que amenaza con convertirle en robot. El individuo no es sólo acción y racionalidad. Es también, sobre todo, sujeto, interioridad, corazón con capacidad de tener miedo y de gozar. Se ha revalorizado el mundo de los sentimientos.

 

¿Sabrá la Iglesia responder a esta nueva sensibilidad? En los 70 cantábamos “hombres nuevos creadores de la historia”. ¿Qué diremos a los que ahora “mueren sin fe, cansados de tanto luchar”?

 

¿Podríamos decir que hemos pasado de la época de Amós (profeta de la justicia) a Oseas (profeta de la misericordia y del afecto, que no excluye el compromiso con la justicia, sino que la integra en una síntesis superior)?

 

Oseas ejerció su actividad profética en el siglo VIII aC, en la que el coloso del Este –Asiria- imponía su férrea ley de vasallaje y en la que el reino del Norte tocaba a su fin. Una sociedad que ha perdido el respeto a la verdad y a la lealtad, se ha prostituído. Esto es peor que la prostitución sagrada que ya se practica en los templos. Un tiempo de crisis, que parece “el fin de la historia”. La gran utopía del éxodo condenada a fracasar en otra esclavitud de Egipto.

 

Entonces Oseas se atreve a lanzar su mensaje convulsionador: A Dios “se le revuelven las entrañas” (11,8) y en vez de amenazar con el peso de la justicia, decide responder con el lenguaje de la misericordia.

 

“Mira, voy a seducirla llevándomela al desierto y hablándole al corazón” (2,16). Por esto todo el vocabulario y la imaginería que emplea Oseas para hablar de Dios nos remiten al mundo de las relaciones humanas. Dios es el esposo, el padre, la madre... “Con lazos de amor los atraía, con muestras de cariño” (11,4). Hablando de corazón a corazón, en el desierto, o sea, a solas la volverá a enamorar. Oseas no se desinteresa de la justicia, pero va a la raíz de la falta de justicia, que no es la falta de leyes, sino la falta de corazón.

 

La nueva evangelización ¿no debería tomar más en serio “las heridas del corazón”? ¿Necesitamos “una conversión a la hesed”= a las entrañas maternales de Dios? ¿Estamos de acuerdo en que nosotros, los católicos, en nuestros discursos y liturgias hablamos más a la cabeza y apelamos al deber, mientras que los evangélicos apelan más  a los sentimientos?

 

¿Cómo podríamos anunciar mejor la Buena Noticia de que Dios nos ama aún siendo pecadores?

 

El problema parecer ser que, además de cambiar de lenguaje, hemos de cambiar de Dios= Pasar del Dios del Antiguo Testamento al Padre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 1,1). Hoy perduran los “baales”, las falsas imágenes de Dios, que “no pueden curarnos ni sanarnos la llaga”. Hay que abandonar el mito de que el progreso consiste en tener más para llegar a ser más. Incluso Dios tiene que dejar de ser el peor de los ídolos: “Me llamarás ish mío (mi esposo y compañero) y no baal mío (mi dueño y mi amo)”. “Me casaré contigo para siempre” (2,21).

 

 

3. Lectura desde nuestro carisma

 

El Fundador puso este texto de Oseas en la Introducción a nuestra Regla: “La Divina Providencia, que siempre vela por la humanidad y no deja piedra por mover para encaminarla al cumplimiento de su fin..., dispuso en estos azarosos tiempos promover una Congregación de sacerdotes cuyo objeto fuese primeramente formar su espíritu en la soledad, en donde, según Oseas, Dios se comunica al alma, para procurar, después, en cuanto les fuere posible, mediante la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, la conversión de los pecadores, haciéndoles entrar de nuevo en el trato y comunicación son su Divina majestad, de la que se habían emancipado” (Introducción histórica).

 

Nuestro Fundador señala un carisma estrictamente profético de la Congregación, en el sentido bíblico más genuino. Nos pide que seamos hombres y mujeres de desierto (contemplativos), atentos a la Palabra de Dios y de íntima unión con él (basando nuestra religión en una Alianza de corazones, en las relaciones auténticas).

 

 

4. Oración

 

Expresemos la alegría de sentir que Dios siempre nos ha amado. La pena de habernos enfriado en nuestro primer amor. El deseo de renovar la fidelidad a toda prueba, de un matrimonio eterno. El gozo de que se nos haya confiado la misión de hablar al corazón de la gente, de curar sus heridas y de sanear sus relaciones.

 

Jaume Reynés, msscc

 

SUBSIDIOS: J. Reynés ha preparado esta Lectio Divina con los siguientes materiales que sirven para profundizar: E. Charpentier, «Estudio de un texto: Os 2, 4-25», en  Para leer el AT, ps. 48-49. Verbo Divino. Estella, 1981; M. Díaz Mateos, «"Le hablaré al corazón" (Os 2,16)», en Páginas 21 (1996) 9-20 y Selecciones de Teología 140 (1996) 272-278; J. Reynés, «Los textos bíblicos de la Constitución Fundamental», en Nuestra Regla de Vida. Comentario y Estudios, ps. 278-282. Madrid, 1982.