«Sus heridas nos curaron» (Is 53,5)


 

 

El Traspasado, de Pau Fornés (detalle)

 


 

¿Por qué sufren los inocentes? ¿Tiene algún sentido el dolor? ¿Dónde está Dios cuando ocurre todo eso? ¿Por qué se queda callado?  Si es bueno ¿por qué no interviene ...? Si algo tenemos en común los humanos son esas preguntas insomnes ante el sufrimiento.  Su experiencia nos desestabiliza y nos enfrenta a todos con la necesidad de tomar postura ante él.

Temor, perplejidad, angustia, ansiedad, crisis, desmoronamiento, resignación o rebeldía: las reacciones pueden ser múltiples, pero hay una raíz común de protesta ante aquello que nos resulta siempre incomprensible y desconcertante.

Toda la Biblia da testimonio de cómo la fe de Israel buscó en cada situación de aprieto, una salida hacia la anchura; en cada momento de crisis, unas pistas de sentido.  Sus páginas nos ofrecen un "itinerario iniciático" que es guía y apoyo para el que intenta encajar, desde la fragilidad de su condición humana, el misterio del mal y del sufrimiento.

 

En el “Libro de la Consolación” (ls 40-55) aparecen cuatro cantos que hablan de un personaje misterioso al que llaman "Siervo".

 

Contexto: Según los tres primeros cantos (ls 42,1-9; 49, 1- 13; 50,4-9), es alguien que vive una particular calidad de relación con Dios y con el pueblo.  Debe llevar a cabo lo que Dios le confía: proclamación alegre de una buena noticia, "palabra de aliento al abatido", reunión de los dispersos de Jacob, irradiación de una justicia más vivida en su persona que anunciada.  Por eso compromete en ello sus palabras, sus actitudes y sus acciones: esa será su manera de conseguir reagrupar al pueblo del Señor y de llegar a ser luz de las naciones.

 

 

El CUARTO CANTO

 

Del cuarto canto (ls 52,13-53,12) podemos decir que constituye la cumbre del esfuerzo meditativo del Antiguo Testamento en tomo al tema del dolor.  Su lectura, difícil y ambigua en muchos momentos, nos deja en un primer nivel de aproximación con más preguntas que respuestas, especialmente en cuanto a la identidad del Siervo.  La realidad es que el texto parece voluntariamente oscuro y una manera de "obedecerle" puede ser dirigir la atención hacia otros niveles de lectura y aceptar con sencillez la respuesta de Felipe al eunuco cuando "partiendo de este texto de la Escritura, le dio la buena noticia de Jesús" (He 8,35).

 

¿Qué actitudes necesitamos? De lo que se trata es de no tener la misma reacción de huida de muchos de los que contemplar ante la imagen desfigurada del Siervo: "espantarse", "despreciarle", "evitarle", "taparse la cara".

Es la misma que reflejan los evangelios cuando nos presentan a los discípulos negándose a aceptar que Jesús fuera a sufrir, resistiéndose a acompañarle en su subida a Jerusalén (Me 9,32), durmiéndose en el huerto, huyendo en el momento del prendimiento (Me 14,50) o negándole después.  Y es que, lo sabemos por experiencia, no es fácil permanecer junto a alguien que sufre, pero ahí se revela la actitud del verdadero discípulo: "Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas" (Lc 22,28).

"Permaneced aquí y velad conmigo" (Mt. 26, 38) había pedido Jesús a los suyos en la situación agónica de Getsemaní y esa es la actitud que podemos adoptar nosotros ahora: permanecer junto al Siervo, velar en la noche junto a él y junto a los que hoy son como él.

Haremos una lectura pausada del cuarto canto partiendo de un preámbulo de lectura al que sucederán cuatro propuestas de "vigilias nocturnas":

 

 

Preámbulo:

Leer el texto

 

Para tomar un primer contacto con él nos fijaremos en quiénes van tomando sucesivamente la palabra y ese será el criterio de articulación de párrafos:

 

a.            Comienza hablando Dios con una llamada de atención hacia su siervo.  Anuncia la exaltación de un personaje desfigurado que va a causar asombro y estupefacción:

Mirad mi siervo tendrá éxito subirá y crecerá mucho.

Como muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre ni tenía aspecto humano así asombrará a muchos pueblos;

ante él los reyes cerrarán la boca al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito.

 

b.         Desde Is 53, 1-6 toma la palabra un “nosotros" coral que va describiendo primero los aspectos más exteriores del Siervo pasando después a una reflexión más profunda sobre el significado de su sufrimiento: ellos mismos están implicados en el dolor del Siervo.

¿Quién se creyó nuestro anuncio?

¿A quién se reveló el brazo del Señor? 

Creció en su presencia como brote,

como raíz en tierra árida,

no tenía figura ni belleza

que atrajera nuestras miradas.

Despreciado y evitado de la gente,

un hombre hecho a sufrir,

acostumbrado al dolor,

al verlo se tapaban la cara;

despreciado, lo tuvimos por nada;

a él, que soportó nuestros sufrimientos,

y cargó con nuestros dolores,

le tuvimos por un contagiado,

herido de Dios y afligido.

Él, en cambio, fue traspasado

por nuestras rebeliones,

triturado por nuestros crímenes.

Sobre él descargó

el castigo que nos sana,

y con sus cicatrices nos hemos curado.

 

c.        A partir del verso 7 y hasta el 10, ha desaparecido el "nosotros", y el desconocido que habla ahora no se va a fijar en el beneficio producido, sino en las actitudes del Siervo, en su manera de vivenciar internamente los acontecimientos:

 

Todos errábamos como ovejas,

cada uno por su lado,

y el Señor cargó sobre él

todos nuestros crímenes.

Maltratado, se humillaba,

no abría la boca;

como cordero llevado al matadero,

como oveja muda ante el esquilador,

no abría la boca.

Sin arresto, sin proceso,

lo quitaron de en medio,

¿quién meditó en su destino? 

Lo arrancaron de la tierra de los vivos,

por los pecados de mi pueblo lo hirieron.

Le dieron sepultura con los malvados

y una tumba con los malhechores,

aunque no había cometido crímenes

ni hubo engaño en su boca.

El Señor quiso triturarlo

con el sufrimiento;

si entrega su vida como expiación,

verá su descendencia,

prolongará sus años,

y por su medio triunfará

el plan del Señor.

 

d.         En los dos últimos versos (11- 12), es el Señor quien toma de nuevo la palabra para descifrar el sentido de la existencia de su Siervo:

 

Por los trabajos soportados

verá la luz, se saciará de saber;

mi siervo inocente

justificará a todos

porque cargó con sus crímenes.

Por eso le asignaré

una porción entre los grandes

y repartirá botín con los poderosos:

porque vació su vida hasta la muerte

y fue contado entre los pecadores,

cargó con el pecado de todos

e intercedió por los pecadores.

 

 

Hacer preguntas al texto:

Vamos a someter el texto a una batería de preguntas, con el fin de analizarlo y comprenderlo mejor:

 

¿Qué se dice de Dios en relación con el Siervo? (Lo cargó, lo trituró, etc…)

¿Qué dice Dios del Siervo? (En los tiempos futuro y pasado)

¿Qué dicen otros del Siervo? (Cómo aparecía y cómo era realmente, qué reacciones provoca)

¿Qué contrastes se subrayan? (muchos-pero él solo; pecado-solidaridad)

 

Un último paso será intentar pasar de la lectura del texto a la obediencia a la Palabra. Dedicaremos 4 vigilias a contemplar las 4 orientaciones que presenta el texto.

 

 

 

PRIMERA VIGILIA

Descender más abajo del parecer


 

En el texto encontramos una insistencia clara en la dimensión de revelación: aparecen dos planos, dos niveles en la relación con el Siervo en cuanto a su condición de "hombre de dolores": uno de ellos es el de la apariencia, que provoca repulsión y rechazo; el de sus carencias de belleza y de aspecto humano, que son causa de espanto y distanciamiento.  La consecuencia de verle tan hundido por el dolor es juzgarle de un modo severo según la doctrina tradicional: es alguien herido por Dios y, por lo tanto, castigado. Se le puede despreciar y evitar.

Pero, a lo largo del discurso, se produce el descenso al nivel de la realidad  que se ocultaba debajo de las apariencias. Eso que soporta son “nuestros sufrimientos”, eso que aguanta son dolores nuestros; ese castigo que ha caído sobre él lo merecíamos nosotros, son nuestros pecados los que pesan sobre él.

Se ha producido una revelación, y la repulsión ha dejado paso a la atracción; la desfiguración se ha convertido en transfiguración. Se confiesa algo insólito y heterodoxo que rompe con la teología imperante: a pesar de su quebrantamiento, Dios estaba de su parte, y eso quiere decir algo tan revolucionario como que la fidelidad y la elección de Dios no se rompen con el sufrimiento, y que la bendición no implica necesariamente una vida feliz.

 

¿Qué será Descender más abajo del parecer?

Será, según esto, aceptar nuestra incapacidad para relacionarnos acertadamente con el sufrimiento, nuestra necesidad absoluta de acoger una des-velación de su misterio. Y sospechar que, sin ella, lo más probable es que nos equivoquemos también al mirar en dirección a los que son sus víctimas.  Tenemos muchas formas, más o menos sutiles, de convertirnos en expertos en evasión y desentendimiento, de ocultar el rostro ante ellos, de evitarlos, despreciarlos y justificar teológica (o económica, o socialmente) su situación.

 

¿Qué exige ser amigos del Siervo y de los que hoy lo prolongan?

Exige llegar a ver en ellos las consecuencias de nuestro pecado: de nuestra injusticia, de nuestra inconsciencia, de nuestra cobardía, de nuestro nivel de vida...

Necesitamos tener el oído abierto de los discípulos para "creer en un anuncio" para escuchar el "mirad a mi Siervo" y dirigir nuestros ojos en su dirección que es siempre hacia abajo hacia las tierras áridas donde la vida humana está permanentemente amenazada.

 

 

SEGUNDA VIGILIA

Acercarnos más al “conocer”


 

Una segunda revelación que nos ofrece el cuarto canto del Siervo es la de darnos  a conocer la diferencia cualitativa que existe entre el bien y el mal.  La persona de los verbos oscila constantemente entre el plural y el singular; pasa de un "nosotros" de un colectivo que se reconoce pecador culpable merecedor de castigo  marchando "cada cual por su camino" a  un "él" solitario el Siervo que carga con lo de los otros soporta sus dolores entrega su vida intercede por ellos…

 

Y el resultado final no es que se imponga la desgracia que merecen los numerosos culpables cubriéndolo todo con la cantidad de su injusticia sino que todo eso es superado vencido "rehabilitado", "justificado" por la calidad del bien de uno sólo que es justo.

La pregunta se presentía ya en las argumentaciones de Abraham a propósito de Sodoma y Gomorra en Gen 18, 16-33: “¿De verdad vas a aniquilar al justo con el malvado? ¡Lejos de ti hacer semejante cosa ...!"

Lo que en el fondo se cuestiona es de qué parte está Dios con su justicia: ¿de la cantidad del mal o de la calidad del bien?  Allí la respuesta era que diez justos bastaban para salvar a la ciudad.  Aquí se llega más lejos: un solo hombre basta para salvar a toda la humanidad; el bien pesa siempre más que el mal cualquiera que sea su cantidad.  Porque la justicia de Dios consiste precisamente en el perdón que se da a todos en razón de un inocente.

 

¿Qué significaría acercarnos al "conocer"?

Rechazar como tentación peligrosa los pesimismos desalientos y desánimos que recubren de negatividad nuestra percepción de la realidad.  Porque podemos llamar “realismo lúcido" al escepticismo hipercrítico que nos convierte en malos remedos del Qohelet incapaces de descubrir más que los fallos y las deficiencias de lo que tenemos delante, vaticinadores de fracasos paralizadores de las iniciativas de otros, con la alabanza ahogada en la garganta por la amargura de la murmuración.

 

¿Qué implica ser compañeros del Siervo?

Implica mirar junto a él y desde él la realidad y reconocer su rostro en tantos rostros desfigurados; su entrega hasta la muerte en tantas vidas entregadas; su capacidad de cargar con lo de otros en tantos hombros que aún resisten.

Toda esa justicia y esa inocencia están justificándonos y nuestra humanidad sigue teniendo a Dios de su parte porque en su Hijo está viendo la belleza de todos los que se le parecen, y que son los que nos siguen curando con sus heridas.

 

 

TERCERA VIGILIA

Ir más allá del hacer


 

Una tercera dirección hacia la que apunta el texto es hacia un deslizamiento del hacer al consentir, de la actividad a la receptividad, de la palabra al silencio.  En los otros tres cantos el Siervo es alguien activo que debe "dictar la ley a las naciones" (42, l); "hacer justicia lealmente, sin desmayar ni quebrarse, hasta implantar en la tierra el derecho" (42, 4); tiene que "abrir los ojos de los ciegos, sacar del calabozo al preso, y de la cárcel a los que viven en tinieblas" (42, 7); aunque en medio de dificultades, siente que YHWH le ayuda y que nadie puede condenarle (50, 8-9)...

Todo ha cambiado en el cuarto canto: aquí el Siervo ya no habla, ni proclama, ni consuela, ni anuncia, ni anima: el encargo que se le había confiado lo realiza "soportando', "aguantando", "cargando con', "traspasado y triturado"...

A la palabra del que no quebraba la caña cascada ni apagaba el pábilo vacilante, ha sucedido el silencio total.  "Lo que agrada al Señor" se cumple, pero no tanto por él cuanto en él mismo.  Ya no actúa; sólo padece las acciones de otros.

El "brazo del Señor" que debía operar un nuevo éxodo (40, 1 0) interviene ahora en el destino misterioso del Siervo; la tierra desolada del desierto que se iba a transformar en hontanar de agua (41,18), es ahora de donde sale él como una raicilla.  En el siervo sufriente la comunidad dispersada se deja reunir y es ahora realmente cuando cumple el encargo que había recibido y se convierte en "luz de las naciones" porque les consigue la justificación.

 

¿Qué sería Ir más allá del hacer?

En primer lugar, reconocer que tenemos mucha más facilidad para "actuar en cristiano" que para "padecer en cristiano", y que solemos reaccionar con estupor y rechazo cuando nos llega el momento (siempre prematuro, siempre a destiempo, casi nunca avisando...) de ser despojados, de fracasar, de dejar de ser fuertes, o imprescindibles, o sanos, o significativos... Son paisajes de nuestra trayectoria humana con los que casi nunca contamos pero que siempre tenemos que atravesar; y la fecundidad del aguante silencioso del Siervo es una invitación a recorrerlos sin perder la esperanza ni el sentido.

 

¿Qué significa ser discípulos del Siervo?

Significa dedicar todas nuestras energías y nuestros recursos a la misma causa a las que él las dedicó, pero contando con que nuestra actividad tiene un "más allá".  Y, cuando llegue ese tiempo, saber apoyar en él nuestra oscura certidumbre de que nos queda una palabra que decir también desde el silencio; de que podemos ganar cuando nos parece estar perdiéndolo todo; y de que cuando ya no tenemos fuerza para otras tareas puede comenzar para nosotros aprendizaje de la humilde fraternidad.

 

 

CUARTA VIGILIA

Llegar más adentro en el com-padecer


 

Un último movimiento del texto orienta nuestra obediencia a la Palabra en dirección al camino que ha conducido al Siervo a la glorificación.

 

Desde el comienzo se anuncia el triunfo de alguien en quien se da algo "inenarrable e inaudito", algo que consigue en enmudecer y asombrar a todos.  La mirada, que según la lógica humana se dirige hacia arriba (¿no va a "subir" y a "crecer"?), es obligada a volverse hacia abajo, a ras de suelo, y a contemplar la no-belleza, la no-apariencia, la no figura.

Pero la transfiguración no se opera en la apariencia externa, sino en el secreto que se descubre a partir de la actitud interior del Siervo "intercedió por los pecadores”.  La primera raíz hebrea empleada, ‘RH, significa “desnudar vaciando”. En Gen 24, 20 es "vaciar un cántaro": una imagen cercana a la sangre derramada. Paredozen ("se entregó"), traducirán los LXX; ekenosen ("se vació") dirá Pablo en Flp 2, 7. La segunda raíz hebrea empleada, PG', tiene el sentido "encontrarse con alguien", "solicitar", "interceder", pero no tanto en la oración cuanto en un "hacer presión", "intervenir", "interponerse", como Moisés en la brecha en el Sal 106, 23.

Al final escuchamos por tanto lo que era inaudito; sólo al final se proclama lo in-enarrable: alguien se ha identificado tanto con sus hermanos que ha vaciado su vida en la muerte por causa de ellos.

Alguien se ha compadecido tanto de ellos y con ellos, que ha cargado con todos sus pesos.  Alguien los ha querido tanto que se ha interpuesto, se ha puesto en su lugar.

Y tan poderosa es la fuerza de su solidaridad que, gracias a ella, los culpables quedan libres de su falta; los pecadores, perdonados; los dispersos se reúnen; y los que juzgaban por apariencias, ahora se acercan al Siervo, lo contemplan, reconocen su inocencia, descubren y confiesan lo que antes estaba oculto a sus ojos.

 

¿Qué es Llegar más adentro en el compadecer?

Aceptar que la calidad de lo humano se mide por su capacidad de solidaridad.  Que lo que hoy y siempre provoca asombro, arrastra, y convence de alguien, no es su decir, ni su hacer, ni su emprender, ni su predicar, sino su disposición a vincular su vida a la de los otros, a hacerse cargo y encargarse, y cargar con lo que les agobia y les pesa, y les impide ser libres y felices.

Hemos visto cómo en los que contemplan al Siervo se da un "descenso de nivel" en cuanto a su comprensión del significado de su prueba.  Sólo en ese segundo momento llegan a entender que su disposición interna hacia ellos ("se entregó", "intercedió", dice el texto; ”solidaridad", traducimos nosotros) que antes no habían sido capaces de descubrir era el elemento clave que lo explicaba todo.

Podríamos decir que ese es el elemento unificador entre las etapas anteriores más "activas" de su misión y la que describe el cuarto canto.  En éste, una de las dimensiones de su "aguante" consiste en permanecer fiel en su voluntad de vinculación y de servicio incluso cuando lo más hondo de su actitud hacia los otros no es reconocido.

 

¿Somos seguidores del Siervo?

Puede hacernos capaces de soportar tiempos de "inclemencia relacional" o apostólica, etapas en las que resulta imposible entrar en comunicación con aquellos a los que estamos queriendo amar y servir, en las que no encontramos caminos para demostrar lo que nos da la seguridad de estar haciendo algo eficaz en su favor.

La tentación es entonces el cansancio, la emigración interior, el recurso a la distancia o al endurecimiento, para evitar que nos alcance la herida de la incomprensión, de la indiferencia o del no aprecio.

Pero junto al Siervo aprendemos precisamente lo contrario: que el amor es fecundo también en sus fases de "latencia", y que es entonces cuando se enraíza y se cimenta y se verifica; que, aunque resulte una locura, hay que seguir intentando vivir abiertos y vulnerables; y que en ese querer, y esperar, y echar raíces en la voluntad de entrega, está el camino escondido por el que podemos llegar a "ver la luz", "saciarnos de conocimiento" y "llevar a término lo que el Señor quiere".

 

Todo esto está fuera del alcance de nuestras fuerzas, pero Alguien lo ha vivido antes que nosotros, y su Espíritu sostiene hoy nuestro pobre intento de permanecer en vigilia junto a él en medio de la noche.

Y es a lo largo de esa vigilia cuando se van tejiendo oscuramente los hilos de vinculación que hacen de nosotros, un poco más en esta Pascua, amigos, compañeros, discípulos, seguidores del Siervo.

 

 

(Este texto está tomado de D. Aleixandre en Vida Nueva 2132 (1998) 24-28 y en Sal Terrae 954 (1993) 125-137; adaptación de su libro Compañeros en el camino. Iconos bíblicos para un itinerario de oración. Sal Terrae, Santander, 1996)