¿Por
qué sufren los inocentes? ¿Tiene algún sentido el dolor? ¿Dónde
está Dios cuando ocurre todo eso? ¿Por qué se queda
callado? Si es
bueno ¿por qué no interviene ...? Si algo tenemos en común
los humanos son esas preguntas insomnes ante el sufrimiento.
Su experiencia nos desestabiliza y nos enfrenta a todos
con la necesidad de tomar postura ante él.
Temor,
perplejidad, angustia, ansiedad, crisis, desmoronamiento,
resignación o rebeldía: las reacciones pueden ser múltiples,
pero hay una raíz común de protesta ante aquello que nos
resulta siempre incomprensible y desconcertante.
Toda
la Biblia da testimonio de cómo la fe de Israel buscó en
cada situación de aprieto, una salida hacia la anchura; en
cada momento de crisis, unas pistas de sentido.
Sus páginas nos ofrecen un "itinerario iniciático"
que es guía y apoyo para el que intenta encajar, desde la
fragilidad de su condición humana, el misterio del mal y del
sufrimiento.
En
el “Libro de la Consolación” (ls 40-55) aparecen cuatro
cantos que hablan de un personaje misterioso al que llaman
"Siervo".
Contexto:
Según los tres primeros cantos (ls 42,1-9; 49, 1- 13;
50,4-9), es alguien que vive una particular calidad de relación
con Dios y con el pueblo.
Debe llevar a cabo lo que Dios le confía: proclamación
alegre de una buena noticia, "palabra de aliento al
abatido", reunión de los dispersos de Jacob, irradiación de una justicia más vivida en su persona que
anunciada. Por
eso compromete en ello sus palabras, sus actitudes y sus
acciones: esa será su manera de conseguir reagrupar al pueblo
del Señor y de llegar a ser luz de las naciones.
El
CUARTO CANTO
Del
cuarto canto (ls 52,13-53,12) podemos decir que constituye la
cumbre del esfuerzo meditativo del Antiguo Testamento en tomo
al tema del dolor. Su
lectura, difícil y ambigua en muchos momentos, nos deja en un
primer nivel de aproximación con más preguntas que
respuestas, especialmente en cuanto a la identidad del Siervo.
La realidad es que el texto parece voluntariamente
oscuro y una manera de "obedecerle" puede ser
dirigir la atención hacia otros niveles de lectura y aceptar
con sencillez la respuesta de Felipe al eunuco cuando
"partiendo de este texto de la Escritura, le dio la buena
noticia de Jesús"
(He 8,35).
¿Qué
actitudes necesitamos? De lo que se trata es de no tener la
misma reacción de huida de muchos de los que contemplar ante
la imagen desfigurada del Siervo: "espantarse",
"despreciarle", "evitarle", "taparse
la cara".
Es
la misma que reflejan los evangelios cuando nos presentan a
los discípulos negándose a aceptar que Jesús fuera a
sufrir, resistiéndose a acompañarle en su subida a Jerusalén
(Me 9,32), durmiéndose en el huerto, huyendo en el momento
del prendimiento (Me 14,50) o negándole después.
Y es que, lo sabemos por experiencia, no es fácil
permanecer junto a alguien que sufre, pero ahí se revela la
actitud del verdadero discípulo: "Vosotros sois los que
habéis permanecido conmigo en mis pruebas" (Lc 22,28).
"Permaneced
aquí y velad conmigo" (Mt. 26, 38) había pedido Jesús
a los suyos en la situación agónica de Getsemaní y esa es
la actitud que podemos adoptar nosotros ahora: permanecer
junto al Siervo, velar en la noche junto a él y junto a los
que hoy son como él.
Haremos
una lectura pausada del cuarto canto partiendo de un preámbulo
de lectura al que sucederán cuatro propuestas de
"vigilias nocturnas":
Preámbulo:
Leer
el texto
Para
tomar un primer contacto con él nos fijaremos en quiénes
van tomando sucesivamente la palabra y ese será el
criterio de articulación de párrafos:
a. Comienza
hablando Dios con una llamada de atención hacia su siervo.
Anuncia la exaltación de un personaje desfigurado que
va a causar asombro y estupefacción:
Mirad
mi siervo tendrá éxito
subirá y crecerá
mucho.
Como
muchos se espantaron de él
porque desfigurado no
parecía hombre ni
tenía aspecto humano así
asombrará a muchos pueblos;
ante
él los reyes cerrarán la boca
al ver algo inenarrable
y contemplar algo
inaudito.
b. Desde
Is 53, 1-6 toma la palabra un “nosotros" coral que va
describiendo primero los aspectos más exteriores del Siervo
pasando después a una reflexión más profunda sobre el
significado de su sufrimiento: ellos mismos están implicados
en el dolor del Siervo.
¿Quién
se creyó nuestro anuncio?
¿A
quién se reveló el brazo del Señor?
Creció
en su presencia como brote,
como
raíz en tierra árida,
no
tenía figura ni belleza
que atrajera nuestras miradas.
Despreciado
y evitado de la gente,
un
hombre hecho a sufrir,
acostumbrado
al dolor,
al
verlo se tapaban la cara;
despreciado,
lo tuvimos por nada;
a
él, que soportó nuestros sufrimientos,
y
cargó con nuestros dolores,
le
tuvimos por un contagiado,
herido
de Dios y afligido.
Él,
en cambio, fue traspasado
por
nuestras rebeliones,
triturado
por nuestros crímenes.
Sobre él descargó
el
castigo que nos sana,
y
con sus cicatrices nos hemos curado.
c.
A partir del verso 7 y hasta el 10, ha desaparecido el
"nosotros", y el desconocido que habla ahora no se
va a fijar en el beneficio producido, sino en las actitudes
del Siervo, en su manera de vivenciar internamente los
acontecimientos:
Todos
errábamos como ovejas,
cada
uno por su lado,
y
el Señor cargó sobre él
todos
nuestros crímenes.
Maltratado,
se humillaba,
no
abría la boca;
como
cordero llevado al matadero,
como
oveja muda ante el esquilador,
no
abría la boca.
Sin
arresto, sin proceso,
lo
quitaron de en medio,
¿quién
meditó en su destino?
Lo
arrancaron de la tierra de los vivos,
por
los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le
dieron sepultura con los malvados
y
una tumba con los malhechores,
aunque
no había cometido crímenes
ni
hubo engaño en su boca.
El
Señor quiso triturarlo
con
el sufrimiento;
si
entrega su vida como expiación,
verá
su descendencia,
prolongará
sus años,
y
por su medio triunfará
el
plan del Señor.
d. En
los dos últimos versos (11- 12), es el Señor quien toma de
nuevo la palabra para descifrar el sentido de la existencia de
su Siervo:
Por
los trabajos soportados
verá
la luz, se saciará de saber;
mi
siervo inocente
justificará
a todos
porque
cargó con sus crímenes.
Por
eso le asignaré
una
porción entre los grandes
y
repartirá botín con los poderosos:
porque vació su vida hasta la muerte
y fue contado entre los pecadores,
cargó con el pecado de todos
e intercedió por los pecadores.
Hacer
preguntas al texto:
Vamos
a someter el texto a una batería de preguntas, con el fin de
analizarlo y comprenderlo mejor:
¿Qué
se dice de Dios en relación con el Siervo? (Lo cargó, lo
trituró, etc…)
¿Qué
dice Dios del Siervo? (En los tiempos futuro y pasado)
¿Qué
dicen otros del Siervo? (Cómo aparecía y cómo era
realmente, qué reacciones provoca)
¿Qué
contrastes se subrayan? (muchos-pero él solo;
pecado-solidaridad)
Un
último paso será intentar
pasar de la lectura del texto a la obediencia a la Palabra. Dedicaremos
4 vigilias a contemplar las 4 orientaciones que presenta el
texto.
PRIMERA
VIGILIA
Descender
más abajo del parecer
En
el texto encontramos una insistencia clara en la dimensión de
revelación: aparecen dos planos, dos niveles en la relación
con el Siervo en cuanto a su condición de "hombre de
dolores": uno de ellos es el de la apariencia,
que provoca repulsión y rechazo; el de sus carencias de
belleza y de aspecto humano, que son causa de espanto y
distanciamiento. La
consecuencia de verle tan hundido por el dolor es juzgarle de
un modo severo según la doctrina tradicional: es alguien
herido por Dios y, por lo tanto, castigado. Se le puede
despreciar y evitar.
Pero,
a lo largo del discurso, se produce el descenso al nivel de la
realidad que se ocultaba debajo de las apariencias. Eso que soporta
son “nuestros sufrimientos”, eso que aguanta son dolores
nuestros; ese castigo que ha caído sobre él lo merecíamos
nosotros, son nuestros pecados los que pesan sobre él.
Se
ha producido una revelación, y la repulsión ha dejado paso a
la atracción; la desfiguración se ha convertido en
transfiguración. Se confiesa algo insólito y heterodoxo que
rompe con la teología imperante: a pesar de su
quebrantamiento, Dios estaba de su parte, y eso quiere decir
algo tan revolucionario como que la fidelidad y la elección
de Dios no se rompen con el sufrimiento, y que la bendición
no implica necesariamente una vida feliz.
¿Qué
será Descender más
abajo del parecer?
Será,
según esto, aceptar nuestra incapacidad para relacionarnos
acertadamente con el sufrimiento, nuestra necesidad absoluta
de acoger una des-velación de su misterio. Y sospechar que,
sin ella, lo más probable es que nos equivoquemos también al
mirar en dirección a los que son sus víctimas.
Tenemos muchas formas, más o menos sutiles, de
convertirnos en expertos en evasión y desentendimiento, de
ocultar el rostro ante ellos, de evitarlos, despreciarlos y
justificar teológica (o económica, o socialmente) su situación.
¿Qué
exige ser amigos del
Siervo y de los que hoy lo prolongan?
Exige
llegar a ver en ellos las consecuencias de nuestro pecado: de
nuestra injusticia, de nuestra inconsciencia, de nuestra
cobardía, de nuestro nivel de vida...
Necesitamos
tener el oído abierto de los discípulos para "creer en
un anuncio" para escuchar el "mirad a mi Siervo" y dirigir nuestros ojos en su dirección que es
siempre hacia abajo hacia las tierras áridas donde la vida
humana está permanentemente amenazada.
SEGUNDA VIGILIA
Acercarnos
más al “conocer”
Una
segunda revelación que nos ofrece el cuarto canto del Siervo
es la de darnos a
conocer la diferencia cualitativa que existe entre el bien y
el mal. La
persona de los verbos oscila constantemente entre el plural y
el singular; pasa de un "nosotros" de un colectivo
que se reconoce pecador culpable merecedor de castigo
marchando "cada cual por su camino" a
un "él" solitario el Siervo que carga con lo
de los otros soporta sus dolores entrega su vida intercede por
ellos…
Y
el resultado final no es que se imponga la desgracia que
merecen los numerosos culpables cubriéndolo todo con la
cantidad de su injusticia sino que todo eso es superado
vencido "rehabilitado", "justificado" por
la calidad del bien de uno sólo que es justo.
La
pregunta se presentía ya en las argumentaciones de Abraham
a propósito de Sodoma y Gomorra en Gen 18, 16-33: “¿De
verdad vas a aniquilar al justo con el
malvado? ¡Lejos de ti hacer semejante cosa ...!"
Lo
que en el fondo se cuestiona es de qué parte está Dios con
su justicia: ¿de la cantidad
del mal o de la calidad
del bien? Allí
la respuesta era que diez justos bastaban para salvar a la
ciudad. Aquí se
llega más lejos: un solo hombre basta para salvar a toda la
humanidad; el bien pesa siempre más que el mal cualquiera que
sea su cantidad. Porque
la justicia de Dios consiste precisamente en el perdón que se
da a todos en razón de un inocente.
¿Qué
significaría acercarnos
al "conocer"?
Rechazar
como tentación peligrosa los pesimismos desalientos y desánimos
que recubren de negatividad nuestra percepción de la
realidad. Porque
podemos llamar “realismo lúcido" al escepticismo
hipercrítico que nos convierte en malos remedos del Qohelet
incapaces de descubrir más que los fallos y las deficiencias
de lo que tenemos delante, vaticinadores de fracasos
paralizadores de las iniciativas de otros, con la alabanza
ahogada en la garganta por la amargura de la murmuración.
¿Qué
implica ser compañeros
del Siervo?
Implica
mirar junto a él y desde él la realidad y reconocer su
rostro en tantos rostros desfigurados; su entrega hasta la
muerte en tantas vidas entregadas; su capacidad de cargar con
lo de otros en tantos hombros que aún resisten.
Toda
esa justicia y esa inocencia están justificándonos y nuestra
humanidad sigue teniendo a Dios de su parte porque en su Hijo
está viendo la belleza de todos los que se le parecen, y que
son los que nos siguen curando con sus heridas.
TERCERA
VIGILIA
Ir
más allá del hacer
Una
tercera dirección hacia la que apunta el texto es hacia un
deslizamiento del hacer al consentir, de la actividad a la
receptividad, de la palabra al silencio.
En los otros tres cantos el Siervo es alguien activo
que debe "dictar la ley a las naciones" (42, l);
"hacer justicia lealmente, sin desmayar ni quebrarse,
hasta implantar en la tierra el derecho" (42, 4); tiene
que "abrir los ojos de los ciegos, sacar del calabozo al
preso, y de la cárcel a los que viven en tinieblas" (42,
7); aunque en medio de dificultades, siente que YHWH le ayuda
y que nadie puede condenarle (50, 8-9)...
Todo
ha cambiado en el cuarto canto: aquí el Siervo ya no habla,
ni proclama, ni consuela, ni anuncia, ni anima: el encargo que
se le había confiado lo realiza "soportando',
"aguantando", "cargando con',
"traspasado y triturado"...
A
la palabra del que no quebraba la caña cascada ni apagaba el
pábilo vacilante, ha sucedido el silencio total.
"Lo que agrada al Señor" se cumple, pero no
tanto por él cuanto en él mismo.
Ya no actúa; sólo padece las acciones de otros.
El
"brazo del Señor" que debía operar un nuevo éxodo
(40, 1 0) interviene ahora en el destino misterioso del
Siervo; la tierra desolada del desierto que se iba a
transformar en hontanar de agua (41,18), es ahora de donde
sale él como una raicilla.
En el siervo sufriente la comunidad dispersada se deja
reunir y es ahora realmente cuando cumple el encargo que había
recibido y se convierte en "luz de las naciones"
porque les consigue la justificación.
¿Qué
sería Ir más allá
del hacer?
En
primer lugar, reconocer que tenemos mucha más facilidad para
"actuar en cristiano" que para "padecer en
cristiano", y que solemos reaccionar con estupor y
rechazo cuando nos llega el momento (siempre prematuro,
siempre a destiempo, casi nunca avisando...) de ser
despojados, de fracasar, de dejar de ser fuertes, o
imprescindibles, o sanos, o significativos... Son paisajes de
nuestra trayectoria humana con los que casi nunca contamos
pero que siempre tenemos que atravesar; y la fecundidad del
aguante silencioso del Siervo es una invitación a recorrerlos
sin perder la esperanza ni el sentido.
¿Qué
significa ser discípulos
del Siervo?
Significa
dedicar todas nuestras energías y nuestros recursos a la
misma causa a las que él las dedicó, pero contando con que
nuestra actividad tiene un "más allá". Y, cuando llegue ese tiempo, saber apoyar en él nuestra
oscura certidumbre de que nos queda una palabra que decir
también desde el silencio; de que podemos ganar cuando nos
parece estar perdiéndolo todo; y de que cuando ya no tenemos
fuerza para otras tareas puede comenzar para nosotros
aprendizaje de la humilde fraternidad.
CUARTA
VIGILIA
Llegar
más adentro en el com-padecer
Un
último movimiento del texto orienta nuestra obediencia a la
Palabra en dirección al camino que ha conducido al Siervo a
la glorificación.
Desde
el comienzo se anuncia el triunfo de alguien en quien se da
algo "inenarrable e inaudito", algo que consigue en
enmudecer y asombrar a todos.
La mirada, que según la lógica humana se dirige hacia
arriba (¿no va a "subir" y a "crecer"?),
es obligada a volverse hacia abajo, a ras de suelo, y a
contemplar la no-belleza, la no-apariencia, la no figura.
Pero
la transfiguración no se opera en la apariencia externa, sino
en el secreto que se descubre a partir de la actitud interior
del Siervo "intercedió por los pecadores”.
La primera raíz hebrea empleada, ‘RH, significa
“desnudar vaciando”. En Gen 24, 20 es "vaciar un cántaro":
una imagen cercana a la sangre derramada. Paredozen ("se entregó"), traducirán los LXX; ekenosen
("se vació") dirá Pablo
en Flp 2, 7. La segunda raíz hebrea empleada, PG',
tiene el sentido "encontrarse con alguien",
"solicitar", "interceder", pero no tanto
en la oración cuanto en un "hacer presión",
"intervenir", "interponerse", como Moisés
en la brecha en el Sal 106, 23.
Al
final escuchamos por tanto lo que era inaudito; sólo al final
se proclama lo in-enarrable: alguien se ha identificado tanto
con sus hermanos que ha vaciado su vida en la muerte por causa
de ellos.
Alguien
se ha compadecido tanto de ellos y con ellos, que ha cargado
con todos sus pesos. Alguien
los ha querido tanto que se ha interpuesto, se ha puesto en su
lugar.
Y
tan poderosa es la fuerza de su solidaridad que, gracias a
ella, los culpables quedan libres de su falta; los pecadores,
perdonados; los dispersos se reúnen; y los que juzgaban por
apariencias, ahora se acercan al Siervo, lo contemplan,
reconocen su inocencia, descubren y confiesan lo que antes
estaba oculto a sus ojos.
¿Qué
es Llegar más adentro en
el compadecer?
Aceptar
que la calidad de lo humano se mide por su capacidad de
solidaridad. Que
lo que hoy y siempre provoca asombro, arrastra, y convence de
alguien, no es su decir, ni su hacer, ni su emprender, ni su
predicar, sino su disposición a vincular su vida a la de los
otros, a hacerse cargo y encargarse, y cargar con lo que les
agobia y les pesa, y les impide ser libres y felices.
Hemos
visto cómo en los que contemplan al Siervo se da un
"descenso de nivel" en cuanto a su comprensión del
significado de su prueba.
Sólo en ese segundo momento llegan a entender que su
disposición interna hacia ellos ("se entregó",
"intercedió", dice el texto; ”solidaridad",
traducimos nosotros) que antes no habían sido capaces de
descubrir era el elemento clave que lo explicaba todo.
Podríamos
decir que ese es el elemento unificador entre las etapas
anteriores más "activas" de su misión y la que
describe el cuarto canto.
En éste, una de las dimensiones de su
"aguante" consiste en permanecer fiel en su voluntad
de vinculación y de servicio incluso cuando lo más hondo de
su actitud hacia los otros no es reconocido.
¿Somos
seguidores del Siervo?
Puede
hacernos capaces de soportar tiempos de "inclemencia
relacional" o apostólica, etapas en las que resulta
imposible entrar en comunicación con aquellos a los que
estamos queriendo amar y servir, en las que no encontramos
caminos para demostrar lo que nos da la seguridad de estar
haciendo algo eficaz en su favor.
La
tentación es entonces el cansancio, la emigración interior,
el recurso a la distancia o al endurecimiento, para evitar que
nos alcance la herida de la incomprensión, de
la
indiferencia o del no aprecio.
Pero
junto al Siervo aprendemos precisamente lo contrario: que el
amor es fecundo también en sus fases de "latencia",
y que es entonces cuando se enraíza y se cimenta y se
verifica; que, aunque resulte una locura, hay que seguir
intentando vivir abiertos y vulnerables; y que en ese querer,
y esperar, y echar raíces en la voluntad de entrega, está el
camino escondido por el que podemos llegar a "ver la
luz", "saciarnos de conocimiento" y
"llevar a término lo que el Señor quiere".
Todo
esto está fuera del alcance de nuestras fuerzas, pero Alguien
lo ha vivido antes que nosotros, y su Espíritu sostiene hoy
nuestro pobre intento de permanecer en vigilia junto a él en
medio de la noche.
Y
es a lo largo de esa vigilia cuando se van tejiendo
oscuramente los hilos de vinculación que hacen de nosotros,
un poco más en esta Pascua, amigos,
compañeros, discípulos, seguidores del Siervo.
(Este
texto está
tomado de D.
Aleixandre en Vida Nueva 2132
(1998)
24-28 y en
Sal Terrae 954
(1993)
125-137; adaptación de su libro Compañeros en el
camino. Iconos bíblicos para un itinerario de oración.
Sal Terrae,
Santander, 1996) |
|